No me gusta el café
Las máquinas me rodeaban, haciendo sonidos metálicos que se sumaban al barullo de mis compañeros. Lo peor era el olor a café, inundando cada mísero rincón. Solo podía desear salir de allí cuanto antes, más aún cuando avisaron del trabajo en parejas que debíamos hacer en la próxima media hora. Observé como todos comenzaban a dispersarse con su respectivo compañero. ¿En qué momento acepté asistir al viaje escolar? Ah, claro, cuando a mi retorcida mente le dio por imaginarse un bello momento junto a Rafaella Maccance, olvidando por completo mi desagrado hacia el café. A veces odiaba a las hormonas, a las sonrisas de Rafaella, a todos los que me rodeaban, a mí misma. Solo podía afirmar una cosa en esos momentos, estaba harta de que relacionasen cada uno de mis actos con las frases: Típico de adolescentes o Ya estás en ESA edad o, si lo prefieres, Ya tiene la tontería encima. ¿Por qué mis actos deberían estar definidos según mi edad? Yo soy yo, Shaniqua Sheedy, una chica que busca con urgencia algún compañero aislado para poder cumplir el proyecto y salir de la fábrica.
—Ey, Shan, ¿vienes conmigo? He pensado que, igual que con el trabajo de química, podríamos ir juntas. ¡Seguro que el café nos sale tan genial como nuestro volcán!
Al girarme, pude admirar su perfecto rostro sin ninguna impureza, con su sonrisa imperturbable y sus ojos miel llenos de emoción. Solo pensaba en darle gracias a los dioses por escuchar mis lamentos. No me importaba el molesto ruido de fondo ni el horrible olor a café, mi mente estaba centrada en ella. De nuevo, los nervios llenaba mi ser, recorriendo mi cuerpo a base de temblores, volviendo sudorosas mis manos y cortando la conexión de mis neuronas con las cuerdas vocales. Aseguraría una y mil veces que sus cabellos tenían purpurina por encima, porque ese brillo era antinatural. En cambio, ella no era exactamente mi amiga, era la chica que se sentaba delante de mí y siempre le sonreía a todo el mundo.
—Sí, claro. ¿Has escuchado cómo se hacía o tendremos que improvisar?
Sabía perfectamente su respuesta. Sabía que se había hecho la desinteresada durante toda la visita, que tenía apuntado lo más importante en una libreta y que no necesitaba mi ayuda. Pero iniciar un tema con Rafaella Maccance es darle vía libre para que te cuente su vida, y yo no quería nada más que volver a escuchar cada cosa que se le ocurría. Algunos dicen que está loca; otros, le siguen el rollo; y, gente como yo, decide asistir al peor lugar del mundo con tal de observarla unos minutos más. Si tuviera que olvidarme de todo menos de una cosa, me quedaría con su risa. Siempre está soltando carcajadas, ya sea por sus propios chistes o por los ajenos. La verdad es que era un sonido molesto, irritante, pero el amor te hace adorar hasta la mismísima mierda que suelta dicha persona. Quiero recordar ese ruido por todos los siglos, porque demuestra lo mucho que aprecio a Maca.
—Ya iremos viéndolo por el camino, mientras alzamos nuestras cervezas y brindamos por la libertad con el ritmo del Mägo de Oz en nuestras venas.
Aún recuerdo el primer día de clase, cuando la linda chica de la falda se acercaba a mí y decía: «¿Me pasas el horario? Por cierto, soy Rafaella, pero no la cantante, Rafaella Maccance. Llámame Maca. ¿Entiendes? Como Maca Paca, la de los dibujos». Otra cosa que la hace diferente, es su libertad de expresión. No le importa ir gritando por ahí que ayer intentó ligarse a Letty y que hoy siente más atracción por Finn. Puedo decir muchas cosas sobre ella, su gusto por los bolígrafos bic, las pequeñas arrugas que le salen junto a los ojos al sonreír, su manía de repiquetear el suelo con el talón cuando está nerviosa, su prominente callo en el dedo por escribir tanto o sus movimientos de cabeza cuando realmente no entiende nada. Sin embargo, jamás podría intentar describir su mirada cuando por fin consigue algo, ya sea tener un examen perfecto o, en este caso, terminar de hacer el café.
—¿Crees que estará rico?
No podía evitar hacer preguntas tontas, las formulaba una y otra vez con la intención de que ella siguiera soltando comentarios ingeniosos. Las neuronas se me habían dormido hace mucho tiempo, justo cuando volví a estar dentro de su burbuja de alegría. A veces me preguntaba cuánto tiempo tardaría en darme cuenta de que Maca no era tan genial como yo creía, que la estaba idolatrando y la adoración no es amor. Pero, ¿cómo iba a superar su bella sonrisa? Cada noche no podía evitar pensar en ella, en cómo sería nuestro futuro juntas, pero la Maca con la que soñaba no era la verdadera Rafaella Maccance. En esos momentos, la tristeza me inundaba y solo una cosa podía curarme: su preciosa sonrisa. Entonces volvía a ver mi mundo feliz, junto a ella, sin nadie que pudiera separarnos.
—Seguro que sí, ¡lo hemos hecho nosotras! ¿Cómo podría saber mal? De todas formas, ¡es hora de probarlo!
Al ver de nuevo su rostro impecable, fui consciente de que no podría negarme. Con los dedos pegajosos por el sudor, cogí la taza que me ofrecía y la acerqué a mi boca. Apenas conseguía mantener la mano firme, pero di el primer sorbo. El sabor amargo recorrió todos los recovecos habidos y por haber y el sentimiento de desagrado volvió a nacer. ¿Cómo alguien tan perfecto como Maca podía acabar provocando tal asco en mí? Pero no la podía culpar, ella nunca se imaginaría mi odio hacia el café. Solo era yo, con mi estúpido amor adolescente y mis ganas de conseguir su aprobación. Tragué cuanto antes, sintiendo como el líquido caliente llegaba hasta mi estómago. Deseaba tirarlo todo, derrumbar la fábrica entera, quemar el mundo y huir junto a ella. Sin embargo, eso solo provocaría que sus facciones de alegría se transformaran en rechazo, un enorme rechazo hacia mí, y eso nunca podría soportarlo.
Iba a añadir algo, cualquier cosa, con tal de que dejara de mirarme sonriente. Me estaba volviendo loca. Simplemente buscaba mi aprobación hacia la bebida, pero no podía formular ninguna palabra, ningún gesto, nada. Por eso, fue ella la que volvió a hablar:
—Si no te gusta, solo tienes que decirlo.
El pulso se me aceleró, los nervios recorrieron mi cuerpo con rapidez y la emoción me picaba en los dedos. Maca era tan maravillosa que podía saberlo, podía saber lo que pensaba. Quizás era que estábamos destinadas, por eso nuestras mentes estaban conectadas. Quizá, mis sueños no eran tan disparatados como creía, quizás ella también los imaginaba. Me sentía bien, muy bien, lo suficientemente bien como para ponerme a dar volteretas (y eso que nunca había hecho una). Recordé que aún esperaba mi respuesta, así que usé mis alborotadas neuronas recién despiertas para formular una mísera oración.
—La verdad es que...
—Ni te molestes en hablar, alguien tan inculta como tú no podría disfrutar este maravilloso café que he hecho. ¡Ni siquiera intentaste ayudarme! Con el volcán igual. Nunca haces nada, solo preguntas lo mismo una y otra vez. Te aseguro que la próxima vez lo hago con el gordo de Royston.
La oración de el corazón se hace añicos me venía perfecta en estos momentos, porque el dolor que sentía en el pecho no era normal. El aire parecía abandonar mis pulmones demasiado rápido, mis ojos apenas podían enfocar su cara de asco. Entonces, recordé los comentarios sobre la malvada de Maca, las lágrimas derramadas por parte de su anterior novia y las marcas de golpes que lucían sus amigos. Los sueños se me rompieron. El frío iba lamiendo mi piel y unas horribles ganas de vomitar todo el asqueroso líquido ingerido me invadieron. Lo peor era ese amargo sabor en la boca, no solo por el café, si no por saber que realmente me esperaba este final.
Yo nunca estuve enamorada de Rafaella Maccance. Siempre amé a Maca, la chica perfecta que me imaginaba cada noche, la mejor creación que he podido hacer nunca.
¡Hola, mis lindos arcoíris!
Apenas acabo de terminar de editarlo, pero necesitaba publicarlo.
Realmente deseo saber vuestra opinión respecto a este relato, tengo serias dudas sobre cómo me ha quedado.
Espero que os guste y no esté tan mal.
Un besooo 3ノ❤
#EscritoConOrgullo
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top