me des

—ME DES o no la razón, debes que entender que esto no es mi culpa. Si tienes quejas, anda y dile al tirano que se autoproclama director que los deje venir a jugar. Aquí hay espacio suficiente para ambos. Te prometo que no muerdo, nadie aquí se va a convertir en marica.

En la mañana del martes, muy tempranito, tenía lugar un intercambio verbal que marcaría historia en San Mateo. Andrés Medina, uno de los alumnos más influyentes del quinto año de bachillerato, había desobedecido las órdenes del director y se plantaba en la parte trasera del campamento-protesta organizado por Ludovic.

—Mira, Kirkpatrick —y hasta el aludido se sorprendió de lo bien que el chico había pronunciado su apellido—, a mí no me vengas con tu victimismo marxista que aquí nadie se está metiendo con colectivos segregados. A ese señor se le paga para que mantenga a raya a los revoltosos como tú, que no hacen más que manchar el nombre de la institución.

Cuando Andrés se cruzaba de brazos, sus músculos tensos hacían que pareciera que la camisa se le iba a romper; Ludovic, por otra parte, usaba una camisa que le quedaba varias tallas más grandes y eso no hacía sino acentuar la delgadez de sus brazos de pollo desnutrido.

—Cuando me escribiste, dijiste que tenías algo que negociar conmigo y lo único que veo aquí son imposiciones de tu parte. —Los mechones verdes se le desordenaron por la brusquedad con la que giró el rostro—. Si eso es lo único que tienes para decir, hasta luego y un placer conocerte. Ya sabía yo que no podías ser tan simpático como te describían.

Entonces, se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la carpa. Si había algo que ese insufrible sabía, era de qué forma hacerse rogar; en especial si, como en ese momento, tenía todas las de ganar.

—¡Hey, hey! Espera —Andrés corrió a tomarlo del brazo para que no se escapase. Lo soltó casi al instante al ver que el gesto no era bien recibido de parte del otro—. De verdad no tengo ningún problema contigo. Ajá, que siempre vas haciendo escándalo por el colegio y te ves medio atorrante, pero jamás hemos tenido problemas. Ya te dije que yo de las movidas de los gais estoy a favor mientras no perjudiquen a nadie, pero tú... Uh, tú estás perjudicando a todos tus compañeros al quitarles este espacio y eso me parece muy egoísta. A algún acuerdo tenemos que llegar, ¿verdad? Dime algo razonable y yo me encargo de mover mis influencias para conseguírtelo. Ganamos los dos, ¿qué te parece?

Bueno, siendo sincera el pobre Andrés tenía la diplomacia metida en el culo. Normalmente eso no importaba mucho, a la gente le caía bien incluso siendo un imprudente, pero en este caso hubiese sido maravilloso que hubiese pensado antes de hablar. Que el muy troglodita era inteligente cuando quería, se los juro.

—Necesito —le respondió Ludovic, señalándolo con el dedo y acercándose a él unos pasos con pose amenazadora—, que mis derechos sean reconocidos por gente como tú y como esos intolerantes que conforman el Consejo Educativo. Mientras no se recuerden que yo también soy una persona, aquí no va a haber espacio para charlas. Las leyes y mis padres me respaldan en esta decisión, así que no me moveré.

Con esas palabras sí que dejo plantado a su interlocutor y se alejó batiendo el trasero con pomposidad. Llegados a ese punto, yo lo único que quería era irme de allí, cada vez quedaba menos tiempo para que las puertas del colegio abrieran y, si nos veía algún profesor rondando por ahí, nos íbamos a joder.

Gracias al cielo Andrés decidió no seguir insistiendo y, con una expresión ceñuda adornando su rostro, se acercó a mí.

—Pues nada, que el pendejo ese no va a desmontar la carpa —me dijo—. Luego no quiero quejas cuando la guerra comience.

Guardé silencio. Mientras caminábamos hacia el instituto se me ocurrió pensar que, a pesar de que no nos hubiesen descubierto, ya estábamos jodidos. Muy pocas veces mi hermano se decidía a dedicarse con fervor a una causa, pero cuando lo hacía, era mejor que nadie se interpusiese en su camino.

Si Ludovic era un tozudo caótico, Andrés Medina era un terremoto imparable.

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