6. Corbata verde Svytherin
What A Shame – Leyla Blue
—Buen día, cariño. —Me dice mi madre mientras me despierta con un beso en la frente, sus mechones de pelo corto me hacen cosquillas en la cara y me dan ganas de estornudar—. Te dejé el desayuno en la mesa de la cocina, ya me voy.
—Buen día. —Abro mis ojos con pesadez, están pegoteados por las lagañas—. ¿Por qué te vas tan pronto?
Me siento en la cama y poco a poco voy recobrando los sentidos. Mi madre sonríe por mis fachas y chequea una vez más su teléfono. Ya no estamos enojadas la una con la otra, de hecho ya ni recuerdo qué es lo que había pasado o por qué estábamos molestas.
—El director me citó para una reunión.
Trago saliva en seco, imaginando un destino en donde eso sea por culpa de la profesora de Deportes.
—¿Y papá? —pregunto con pánico mientras la observo de arriba abajo. Sin embargo, su apariencia me desconcierta. Está más elegante que de costumbre y el maquillaje que escogió resalta sus ojos ambarinos, iguales a los míos.
—A él no lo convocaron esta vez.
—Ah...
—Pronto te enterarás, cariño. —Me da otro beso en la mejilla y sonríe de lado, enigmática—. En fin, tienes que servirte el café. ¡Pero ponle leche! No dejes jugo de naranja, aunque no te guste. ¿Sí? La vitamina C te hace bien.
Asiento con mi cabeza y salgo de la cama. Mamá está saliendo de mi habitación, no obstante, se gira para decirme algo más. No sé qué es, pero se está riendo. De seguro es alguna maldad.
—Mmm... A tu padre le toca hacer la cena. Hay que apostar. ¿En qué lugar comprará la comida hecha esta vez? Tu hermano dijo que en FastyFood.
Me río mientras ella sale de mi cuarto, dejando una estela de un perfume riquísimo. Papá cocina pésimo, mejor dicho, papá no cocina. Pero con tal de que no vuelva a comprar pescado frito picante en ese lugar de comida asiática, mi trasero es feliz.
Me desperezo y busco mi celular. De manera inconsciente, entro a la aplicación de mensajería instantánea. Busco un chat en particular, pero no tengo nada de Ezra. Lo último que aparece en la conversación es el mensaje de llamada finalizada. De resto, solo hay puras notificaciones de likes en redes sociales.
«Vibel. Idiota. Idiota. Idiota. ¿Qué crees qué haces al estalkearlo?».
Voy al baño y me arreglo como «Vibel» se suele arreglar. Es decir, no hago nada especial. Siempre tengo que contener mis impulsos de Aisha para no terminar yendo al colegio maquillada como mi «yo» viewtuber. Me pongo una máscara para pestañas suave y un gloss transparente con propiedades base hidratantes. Sé que es inútil, aún no desayuné y en cinco minutos se me borrará.
Bajo a desayunar, ya vestida con mi uniforme. Sé que papá me habla a lo lejos, pero no lo escucho. Ya tendré que oírlo toda la mañana. Lo único que soy capaz de tener en la mente es la sonrisa de Ezra después de pedirme que comiéramos juntos.
Anoche, estuve tentada a preguntarle hasta cuando pretendía joderme la vida, pero me contuve. Una parte de mí se sintió emocionada por la posibilidad de una cita, y me odio realmente por eso.
Luego de eso, me guiñó me dijo que debía irse a dormir porque mañana temprano tenía clases temprano. Estuve a punto de preguntarle si tenía alguna clase de tic nervioso, pero opté por guardar silencio. No estoy en condiciones de hacerme la graciosa. Con él, estoy en desventaja.
💗💗💗
Una vez en el instituto, huyo en cuanto puedo de la compañía de mi papá y me dirijo a los casilleros. Es suficiente con que las primeras dos horas de clases serán con él: es profesor de Historia. Sí. Mátenme de una vez, por favor. Que sea indoloro y rápido, algo sencillo.
Dejo las cosas que no necesitaré hasta después del almuerzo y recojo los libros que sí voy a usar. Al fondo de mi mochila encuentro una goma de mascar y pienso que es mi día de suerte. Me la llevo a la boca al tiempo que mi teléfono vibra entre mis dedos mientras me alejo de mi casillero.
Mi estómago da un giro profundo y, por un instante, me quedo sin aire.
[¡Buenos días! 😎☀️]
Entro al aula bajo un ataque de tos y me acomodo en mi lugar sin despegar los ojos de la pantalla. Unos momentos después, tengo a Brinna pegada a mí lado mientras se acomoda el flequillo con insistencia.
—¿Cómo estás? Ayer no te vi bien... —Ella niega la cabeza, cabizbaja, y su cabello negro menea al son del movimiento. Hoy lleva una mediacola con un lazo de color violeta que le sienta muy bien.
Me invade una pizca de felicidad. La saboreo por unos instantes y sonrío con sinceridad. Aunque suene tonto, me sorprende que alguien del colegio se preocupe por mí.
—Oh... Bueno, verás —empiezo aún con carraspera—. Ayer creí que me habían robado el móvil. Pero me lo devolvieron... Seguro exageré y por eso la profesora me regañó.
Ella me mira a los ojos y me sonríe con dulzura. Tiene unos ojos verdes preciosos y las mejillas llenas de pequeñas pecas cafés.
—¡Menos mal lo recuperaste! Me alegro mucho —apoya su mano sobre la mía—. De todos modos, no te sientas mal por cómo reaccionaste, cada uno hace lo que puede en esos momentos de estrés. No son cosas que podamos controlar. Ahora, solo intenta no darle muchas vueltas al asunto porque quedarás atrapada en un círculo vicioso y no es bueno...
Brinna hace silencio, baja la mirada y se percata de que su mano está sobre la mía. Por un instante, me mira, horrorizada, y las aparta con brusquedad. Quiero decir algo, lo que sea, pero no tengo tiempo para responder ya que una chica rubia y alta se acerca.
—¡Ah, Tammy! —saluda Brinna con cierto tono de sorpresa en su voz mientras se acomoda nuevamente el flequillo.
Me quedo sin decir lo que quería ni darle las gracias por su amabilidad. Bufo por lo bajo, molesta por la interrupción de su amiga. Sin embargo, solo tardo unos segundos en darme cuenta de que en realidad estoy molesta conmigo misma por ser incapaz de sociabilizar como me gustaría.
Clavo mi vista en la ventana que da al patio y saboreo el poco gusto a menta que queda en mi goma de mascar. Estoy sentada en el medio del salón, ni muy cerca ni muy lejos del profesor. Saco mi cuaderno para Historia y mi cartuchera. La abro y preparo una pluma, un lápiz y una goma de borrar.
[Hola]
[¿Cómo dormiste? 😊]
[¿Dormir? ¿Qué es eso?]
[Si quieres, un día nos encontramos y te enseño. 😉]
[Te dejaré elegir mi pijama, o si prefieres que te enseñe sin... 👖👕 ]
[... camiseta, obvio. 🤠]
Mi rostro se enciende al instante de leer sus mensajes. Un calor intenso trepa por mi cuello y se extiende por mis mejillas.
«No debería estar hablándole... ¡No a él!». Sin embargo, me atrevo a responderle porque las probabilidades de volvernos a ver son demasiado bajas. Recurro al sarcasmo; quedará en él cómo interpretar mis palabras:
[Uff, claro, cuando quieras.... 🏃🏻♀️ ]
[Yo usaré mi mejor pijama tmbn 🔥]
No le aclaro que se trata de una remera vieja de mi padre repleta de agujeros y un pantalón deportivo superestirado. Mis dedos tiemblan ligeramente al intentar bloquear la pantalla. No puedo creer lo que acabo de hacer. Me muerdo mi labio inferior mientras una risa nerviosa escapa de mi garganta. Guardo mi teléfono como si se tratara de algo radioactivo que no quiero tener cerca.
Pronto, veo cómo el salón poco a poco se comienza a llenar. No presto mucha atención. Tengo demasiado sueño. Anoche no pude pegar un ojo. La última vez que miré la hora eran cerca de las cuatro de la madrugada. Para colmo, estuve despierta sin hacer nada: solo giraba y miraba al techo pensando en Ezra.
Por el rabillo del ojo veo que mi papá entra a clases con la misma actitud desgarbada de siempre que solo acentúa lo larguirucho que es. Está vestido de traje gris, pero el saco se lo quitó antes de subir al coche y no se lo volvió a poner; es una pena porque el gris del saco quedaba muy bien con su cabello oscuro, bien recortado. Saluda a la clase con una voz fuerte, pero yo no saludo cuando lo hacen a coro todos mis compañeros. Me gustaría decir que lo hice por rebeldía, pero la realidad es que no coordino mis movimientos debido al sueño.
Apoyo mi cara sobre mi brazo y me concentro en los árboles del patio. Quiero ver si Ezra me respondió, pero no puedo. Mi padre me descubriría. Cuando da clases, lo único que quiere es hacer contacto visual conmigo todo el tiempo.
Suena el timbre que marca el inicio de las clases. Supongo que esto es lo mejor. Me arranco las tentaciones de raíz porque, no solo me dejaría sin celular en la escuela, sino también en casa.
—Soy el profesor Gauthier y...
Mi padre se presenta para los que no lo conocen y comienza a explicar lo que él espera de nosotros como estudiantes. Como siempre, va escribiendo palabras sueltas en el pizarrón. Mi cerebro se desconecta y deja de escuchar su voz. Agarré un control remoto imaginario y lo puse en mute.
A lo lejos, escucho que entra la secretaria: su voz aguda es inconfundible. No me interesan sus anuncios del sistema educativo; en mi casa se encargarán de repetirme todo múltiples veces. Prefiero no mirarla para evitar tener que saludarla con una sonrisa falsa, esa mujer huesuda no me cae bien. A ella también la pongo en mute.
El cansancio me gana. Mi brazo se afloja y lo apoyo sobre el pupitre. Miro hacia la ventana y me permito cerrar los ojos un instante. Quiero dormir. Mi papá empieza a hablar sobre alguien nuevo que viene desde la otra punta del país. Menciona que no pudo integrarse el lunes por un problema con los vuelos. Bostezo.
Me doy cuenta de que si sigo así, pronto voy a terminar dormida. Me obligo a abrir los ojos y giro mi cabeza; no obstante no la levanto. Sigo apoyada como si fuera una foca al sol. Trato de buscar al chico, pero me lo tapan los que están sentados delante de mí. No quiero levantarme, es mucho esfuerzo. Tengo más de doscientos días para conocerlo.
—Bueno, bienvenido. ¿Por qué no te presentas? Puedes contarnos algunas cosas sobre ti, lo que te gusta o lo que no. Aprovecha este espacio para compartir con tus nuevos compañeros.
Bostezo otra vez, esta vez con más fuerza. Mis ojos comienzan a llenarse de lágrimas por el sueño. Sé que me perdí parte del diálogo porque se me taparon los oídos por la fuerza de mi bostezo.
—... tengo 17 años y viví esos 17 años en otro sitio. Espero que nos llevemos bien. Me gusta nadar y espero formar parte del club de ...
Esa voz.
Esa voz es...
¡Mi dolor de cabeza! De golpe, me siento derecha, como si unos hilos invisibles manejaran mi cuerpo. Sin querer, hago demasiado ruido al mover mi pupitre con mis pies hacia adelante, lo que hace chirriar una de sus patas en el piso. Los alumnos se quejan mientras mi cartuchera sale volando y con ella cae una catarata de cosas plásticas. Todos se voltean a verme con desapruebo por la interrupción, incluso mi papá me chita para que haga silencio. Ezra no se inmuta, me mira de reojo y continúa como si yo no existiera. No puede ser. ¿Por qué está aquí? ¿Por qué no me lo dijo?
—Como estaba diciendo... —recalca la interrupción—. Me gusta andar en bicicleta, la fotografía, los videojuegos, la natación. Estar al aire libre. Conocer. Esas cosas. Lo normal. —Hace una pausa y pienso que está optando por no decir sus disgustos; pero por algún motivo yo sí quiero conocerlos—. Honestamente, no me interesa en absoluto lo que la gente piense de mí. Así que nada, eso es todo, supongo.
Algunos lo miran con la boca abierta. El colegio no es ámbito para hablar así, más cuando se es nuevo. Aquello sonó casi como una advertencia. Escucho que varios de mis compañeros hombres lo comienzan a criticar por lo bajo. Las chicas, por su parte, lucen emocionadas y oiga a varias suspirar. Mi padre tarda unos segundos en reaccionar.
Aprovecho el revuelo para levantarme de la silla y empezar a juntar mis cosas. Recolecto todo lo que puedo, pero sé que me faltan al menos cinco microfibras de colores. Mi cartuchera voló debajo del asiento de un chico que no tiene intención de pasármela. Me arrodillo y trato de llegar. Quiero que la tierra me trague: estoy con una falda de tablas parada en cuatro patas.
—Aunque ya nos conocimos, soy el profesor Nicholas Gauthier —de reojo, veo que extiende la mano—, encantado de tenerte como alumno.
—Muchas gracias, profesor —acepta el saludo de mi padre—. Un gusto.
—Bienvenido al Saint Adriel College —dice mi padre—. Elige un asiento vacío. La clase está por comenzar.
En mi mente, vuelvo a decir su nombre. Para mí fue la primera vez que lo oí, por estar en mi estado foca-al-sol no lo había escuchado. Siento una especie de alivio que recorre mi cuerpo; al final no me mintió y me dio su verdadero nombre.
De todos modos, mi corazón comienza a latir con fuerza al recordar que mi secreto corre peligro. ¡Nadie puede saber quién es Aisha!
Ezra camina de manera despreocupada, opta por entrar en el pasillo en el que estoy. Trato de llegar a la cartuchera una vez más, pero no. Toco la tela con mis uñas, pero la empujo aún más lejos. Escucho que Ezra carraspea y a mí se me escapa un gruñido. ¡Había más asientos libres a la izquierda!
Ofuscada, me levanto y vuelvo a mi asiento. ¡A la mierda mis cosas! Las recogeré luego de la clase. No me quiero humillar más por hoy. Suficiente fue que le di la espalda por unos segundos.
No puedo evitar mirarlo. Mis ojos lo buscan. Tiene una de sus manos en los bolsillos y usa la camisa arremangada. Noto que tiene una cinta de cuero alrededor de su muñeca; parece de uno de esos típicos brazaletes de la amistad, y está rodeado por dos o tres brazaletes de cuentas oscuras y tejidas con macramé. Además, lleva la chaqueta azul marino del uniforme sin abotonar. Noto, también, que se quitó la corbata verde Svytherin, digna de la escuela de magia ficticia de Larry Brother, y la metió de manera desprolija en uno de los bolsillos del blazer.
«¿Qué se cree que es? ¿Un playboy?».
Trago saliva. En mis adentros, deseo que pronto lo castiguen por esa aura estúpida de rebeldía que lo rodea; sin embargo, una voz interna me habla y me dice que, quizá, la que quiere ser castigada junto a él, soy yo. Enderezo mi espalda por mis propios pensamientos y me llevo las manos a mis mejillas: están ardiendo. Solo yo puedo ser tan estúpida de ruborizarme en público a causa de mi idea.
Ezra finge elegir un pupitre vacío con la mirada y, por ello, cada vez está más cerca de mí. Temo cruzar mi mirada con la suya por lo que vuelvo a dejarme caer sobre el pupitre, esta vez apoyo mis codos sobre la madera y pongo mi rostro entre mis manos. Miro hacia la ventana con suma concentración, siento que intento desvelar el secreto de la vida en el universo.
Gracias al reflejo del vidrio, noto que él se quita una mano de los bolsillos y recoge algo del piso. No obstante, en el momento exacto en el que él estira su mano a mí, sus dedos rozan fugazmente mi mejilla. Tiene las yemas heladas. Siento una pulsión eléctrica en la zona que tocó. Mi estómago da un vuelco y un hormigueo me recorre el cuello. ¿Qué demonios ha sido eso? Tengo la piel de los brazos totalmente erizada.
Todo pasó en menos de un segundo, pero estoy segura de que él lo hizo a propósito: las probabilidades de una coincidencia de esas magnitudes son prácticamente imposibles. Evito tener una reacción demasiado abrupta y exagerada; me obligo a conservar la posición.
«No te muevas. Tranquila. Ya pasó. Es una coincidencia. ¿No?».
Su otra mano se apoya en mi hombro:
—Perdona, fue sin querer. Esto es tuyo, ¿no? —pregunta con neutralidad mientras me da una pluma rosada—. ¿Te rasguñé?
Quiero contestarle que no, pero su cuerpo es más rápido que mi cerebro que recién está aceptando la lapicera. Lleva su mano libre, la que no está sobre mi hombro, a mi mentón. Mueve mi rostro a su antojo y finge ver si me dejó alguna marca. Se acerca aún más y siento su respiración en mi cara. Me siento como si fuera su muñeca de trapo.
«Todos están mirando. ¿Cierto? ¡¿Cierto?!».
—No sabía que alguien como tú usaría tangas —me dice en un susurro inaudible para el resto—, y menos de color negro. Interesante...
Tomo tanto aire que me trago la goma de mascar en un soplido y toso. Cierro mis ojos con fuerza y le ordeno a mi cerebro a actuar con prontitud. La presión me baja tanto que creo que estoy a punto de desmayarme. En este momento sé que somos el centro de atención. La clase y mi padre nos miran. Sus ojos comienzan a hacer que entre en calor.
—¡¿Qué?! —toso—. No. No fue nada.
Al mirar a sus ojos azules, sé que para él soy como un conejo a punto de ser degollado. Estoy frente a un maldito zorro. Tiene la decencia de quitar sus manos antes de que se las aparte de un manotazo.
—¡Menos mal! —me sonríe. Luego, como si nada, continúa se sienta en la misma fila que yo, pero en el antepenúltimo asiento. Estamos a dos bancos de distancia.
Pronto, las zonas de mi cuerpo que él tocó con sus manos están tibias. ¡Basta! ¡Necesito paz! Ya todo pasó. Tengo que tranquilizarme. Además, de seguro que no vio nada íntimo y dijo lo de mi ropa interior para molestarme. Trató de adivinar y no pudo. Lo hizo mal, porque no tengo puesta una tanga negra... ¡Es azul oscuro con estrellitas!
Pero la paz dura poco. Las frases venenosas de mis compañeras de clases comienzan a llegarme como el bullicio en una manifestación. Siento que sus palabras filosas me acuchillan poco a poco.
—Miren a la insulsa de Vibel, bastante avispada salió —murmura una voz lejana.
—Las calladitas siempre resaltan —se queja otra—, ¡no sé por qué!
—Nicholas —llama la secretaria voz de pito de manera estruendosa, mi atención se aleja de las harpías—, que alguno le enseñe el establecimiento al señor Mirov. Estoy tapada de trabajo y hoy no puedo hacerlo.
—Menos mal —comenta el gracioso de la clase en cuanto la mujer se aleja del aula. Las risas se extienden y mi papá lo regaña—. Perdón.
Quiero reírme también, pero mi estrés actual me lo impide. Estoy segura de que esa flaca esquelética no puede hacerlo porque se la debe de pasar mirando series en Metflix.
Ahora lo único que quiero es paz. No sé cómo sobreviviré a este año escolar. Estoy por recostarme sobre mi pupitre cuando mi papá me intercepta la mirada. ¡Maldición! Lo consiguió porque bajé la guardia.
Comienza a hablar:
—Preciosa... —Su cara se pone roja hasta las entradas; la mía azul porque quiero vomitar—. Perdón. Perdón. Quiero decir, señorita Gauthier —hace una pausa y se acomoda los lentes fingiendo que no sucedió nada de qué alarmarse—, ¿podría ser usted la que le muestre el colegio durante la hora del almuerzo?
Antes que pueda pensar una excusa para negarme, una risa contagiosa inunda el aula. Gracias, papá. Estos subnormales me empezarán a decir «preciosa» por tu culpa.
—Bueno... bueno... —Baja los humos de los estudiantes y los silencia con una voz fuerte—. Los profesores también tenemos vacaciones y nos cuesta salir del papel de entrecasa. —Suspira—. Para los que no sepan, Vibel Gauthier es mi «preciosa» hija.
Y con eso, mi respuesta queda relegada en la nada porque vuelvo a convertirme en el hazmerreír de la clase.
¡Feliz sábado! ✨
En este capítulo, mi niña vive uno de esos momentos que uno quisiera olvidar de por vida y no con 34 años de terapia... 🙈❤️
Ya estamos entrando de lleno en el mood de la historia. Las situaciones se volverán más intensas (si entienden a que me refiero😉), pero también tensas. ☠️
Los años pasan y yo sigo queriendo ser la corbata de Ezra 😏💥
¿Alguien más por aquí? ¡Digan yo! 👔🙆🏻♀️
Cuéntenme qué les pareció el capi. ¡Amo leer sus reacciones! Así que no anímense y hablemos un ratito... 😆💬
¡Los leo!
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