2. Te arrancaste el ojo
Overwhelmed – Royal & the Serpent 💥🐍
Calor, humedad y sudor. La peor combinación. Tengo sed y mi bolso está muy pesado pesa. Me golpea la cadera mientras corro. Tengo el cabello hecho un desastre a causa de haberme quitado las horquillas con prisa. Los mechones castaños caen desenfadados y bañan mi frente, pero no de la manera bonita que podría sonar en un libro de romance. La realidad es que se me pegotean en la cara. Los saboreo por un instante. Delicioso: salado con un toque de crema desmaquillante.
Hago una mueca de desagrado, al tiempo que trato de escupirlos. Sin embargo, me cuesta. No tengo tiempo para detenerme. Estoy agitada y no hice siquiera tres cuadras. Doblo en una esquina poco transitada y aprovecho los segundos de libertad para seguir alistándome. Trato de meter la camisa blanca dentro de la cinturilla de la falda plisada, mientras que, con mis dientes, sostengo la corbata verde del uniforme. Me sorprende poder hacer todo eso cuando también estoy haciendo otras tareas complejas como pensar, divagar y respirar. Alguien debería darme una medalla de oro por ser capaz de dominar semejante multitasking.
Me doy una palmadita en la espalda de manera mental, como muestra misericordiosa de cariño antes de morir. Mi vida corre peligro. Si no estoy para la séptima hora de clases mis padres me asesinarán. No puedo permitirme otra falta. Las clases han comenzado esta semana y ya he faltado a tres materias. Sus gruñidos enfurecidos diciendo que me cortarán el wifi me taladran la sien. Cierro mis ojos y ahogo un quejido agónico.
—¡No! Por favor, todo menos eso.
¿Por qué tengo que ser alumna del instituto donde ellos trabajan? ¡Maldición! No puedo dedicarme a flojear en paz, aunque bueno... quizá —un quizá muy, pero muy pequeñito— por eso me cambiaron de colegio el año pasado.
Quién haya dicho que los profesores son confiables es un total mentiroso. La sala de maestros es un nido de víboras. Cotillean más sobre la vida privada de sus alumnos, que nosotros de ellos. Y si tienes la —mala— fortuna de ser estudiante y familiar directo de uno de los miembros del cuerpo docente, siempre estarás en la mira. Incluso en los diálogos silentes o de manera indirecta. Parece que esperan con ansias el momento justo en el que falles para así convertirte en la decepción del año.
«Gracias, papi. Gracias, mami. Sin presiones», me digo para mis adentros.
Estoy a unas pocas cuadras de la parada del bus. Si Dios lo quiere, si Buda lo quiere, si los semáforos se alinean en verde, si no llueve, si nadie se suicida con mi transporte y si no se abre un portal interdimensional en el medio de la ciudad, yo podría estar puntual en la clase de Deportes. Nadie notaría mi falta y todos felices. O, al menos, yo.
Mis piernas comienzan a tensarse y temo en que me esté por dar un calambre. No sería extraño. Los deportes no son lo mío. Mi tiempo es limitado y tengo que elegir: o ejercito mi cuerpo o ejercito mi cerebro. La elección es obvia; prefiero alimentar mi cerebro con buenas historias: animés, series, películas, cómics, libros, mangas, videojuegos en la dificultad extrafácil.
Trato de ignorar el hormigueo que punza en mis pantorrillas y me obligo a continuar. Pienso que hoy es miércoles y que solo faltan dos días para el fin de semana. El consuelo no es mucho, pero me ayuda a despejar la mente para continuar corriendo.
Ya casi llego, solo me faltan dos cuadras. Tomo mi teléfono móvil para ver la hora y suspiro de alivio: todavía voy bien con el tiempo.
Lo quiero colocar a tientas en el bolsillo de tela enrejada donde debería tener una botella de agua deportiva pero no puedo. Tengo que apartar los ojos de la acera y voltear a ver por qué es que no cabe. Bajo mi ritmo para no matarme y camino ligero mientras insulto a la funda de goma rosa, con forma de conejo vestido con un traje de superhéroes, que me impide guardarlo.
El dolor repentino de un choque se extiende por todo mi cuerpo. Me detengo abruptamente. Mi hombro se acaba de estampar con una figura maciza, semiagachada, que estaba encadenando su bicicleta en la entrada de un edificio de departamentos.
«Vibel, acabas de chocar a alguien», me avisa mi subconsciente y vuelvo a la realidad, prestando atención en lo que me acaba de pasar. Ahora todo tiene sentido.
—¡Oye! Fíjate por dónde vas —se queja una voz masculina que se ha caído sobre la bicicleta.
Trago saliva en seco y subo la mirada, poco a poco mientras el muchacho se levanta. Tiene puestas unas zapatillas Wans de tela negra, superpasadas de moda, que lucen viejas y gastadas. A gritos, parecen pedir la jubilación. Al subir los ojos, me topo con un pantalón de jean clásico con agujeros en las rodillas. Estoy segura de que, si tuviera tiempo, sonreiría ante su sentido de la moda llegué-veinte-años-tarde-al-mundo. Sin embargo, noto que también lleva una sudadera azul con bolsillos, es de hilo y se ve buenísima. Mi instinto de compradora compulsiva, y que ama la ropa de hombre, grita. Me acaba de cerrar la boca.
Mi pequeño análisis ocurre en el mismo tiempo que dura el chasquido de unos dedos. Clavo mis ojos en el piso, vuelvo a tomar aire y me preparo para seguir corriendo. Prefiero quedarme sin saber quién es mi víctima enojada así que, sin verlo a la cara, balbuceo unas disculpas ininteligible.
—¡Lo siento, lo siento debo irme! —Me hierve el rostro y no sé si es por la vergüenza o la corrida.
Sigo corriendo. No puedo dejar que eso me atrase. Giro en la siguiente esquina y veo que el bus está por llegar la parada en donde yo me tengo que subir.
—¡Mierda! ¡Carajo! ¡Mierda! ¡Maldición! ¡Ay!
Una fuerza animal me domina y corro lo más rápido que puedo. El chofer, un alma piadosa, me ve y espera. Subo a trompicones y, antes de pedirle el boleto, le agradezco y le regalo las mejores de mis sonrisas.
El señor me mira a los ojos y frunce el entrecejo, confundido. Luego, se ríe. No quiero ni imaginar lo deplorable que debe ser mi apariencia para oírlo farfullar la palabra «adolescentes». Pero nada de eso importa. Es un ser de luz, bondadoso y amable. No como el chofer de ayer que no freno al verme correr con la lengua afuera.
Ah, gracias a este hombre aún estoy a tiempo. ¡No llegaré tarde!
Apoyo la tarjeta magnética que cuelga de mi bolso como si fuera un llavero y pago mi boleto virtual.
El bus está más que lleno, si es que eso acaso podría ser posible. Trato de inmiscuirme entre la marea humana y empiezo a caminar por el pasillo mientras huelo el espantoso aroma del calor humano. Consigo un pequeño lugar para sostenerme cerca de donde están sentados un niño y su madre.
Me dejo caer sobre sobre el caño, que se supone está para sostenerte, y apoyo un momento mi cabeza. Estoy exhausta, tanto que podría dormirme parada. Quizá lo hago y no me doy cuenta ya que, cuando vuelvo a abrir ojos, es por murmullo lejano de una conversación sin sentido.
No-puede-tener-sentido.
—¡Que sí mamá, no te miento! —grita, emocionado—. Te digo que lo vi. Yo mismo. ¡Y es verdad! Es un alien.
—Está bien, te creo —la mujer se ríe y apoya su mano cariñosamente en el pelo del niño para despeinarlo con suavidad.
—Son rosa fuerte... —duda— ¿Cómo era que se llamaba ese color? Mmm... el que empieza con F.
—¿Fucsia? —pregunta dándole la respuesta y finge sorpresa—. Oh, vaya, ¡eso es increíble!
—¡Sí! Ese.
Me enderezo de golpe. Un sudor frío me recorre la espina dorsal. Abro mis ojos. Pienso que escuché mal y me permito despabilarme. Me rasco el puente de la nariz y bostezo. Poco a poco, muevo mi cuello en un semicírculo y parpadeo varias veces. Debo haber oído mal. El calor humano me está atontando. El aire está tan viciado que me debe haber hecho confundir.
—¡Mira, mamá! ¿Los viste? —El niño chilla con asombro, su voz sale en un hilillo tan agudo que hasta el chofer, delante de todo, lo debe de haber oído—. ¡Te dije que esa chica tenía ojos fucsias!
Me quedo helada. Carajo. Parpadeo múltiples veces hasta que me doy cuenta de que, en efecto, tengo las lentillas puestas. No puedo ser más idiota porque no me da la vida. Abro el bolsillo grande de mi bolso y saco el enorme portacosméticos lleno de maquillajes. Con una mano, lo sostengo y, con la otra, revuelvo entre los objetos hasta que encuentro un pequeño frasquito contenedor.
«¡No puedo llegar al colegio así».
Me embarco en la tarea titánica de quitármelas mientras me parece estar en un bus tirado por los mismos caballos del infierno. ¿Acaso el maldito chofer no podría ser más delicado? El señor dejó de ser el tipo bondadoso y piadoso que frenó mal para que yo pueda subir en cuanto comenzó a conducir como si estuviera dirigiendo una montaña rusa.
Voy apoyada gracias a mi cadera y un pie que he metido debajo de un asiento contra el cual hago presión. Me siento como una acróbata profesional de circo al hacer algo así sin romperme la cabeza o salir despedida por alguna ventana. Vuelvo a pensar que mis habilidades de multitasking merecen ser reconocidas.
—¿Me sostiene esto por un segundito? —le digo a la madre del niño y le doy el frasco plástico de los lentes de contacto.
Cuando la mujer lo agarra, sorprendida por mi petición, aprovecho para volver a meter en mi bolso cruzado la cartuchera de maquillajes. Luego, sin temor a quitarme un ojo, me llevo los dedos a la cara y me quito una lentilla fucsia. Los cuidados que tuve con Brolin acaban de desparecer. Sin embargo, tengo práctica.
—Ábrame uno, ¡por favor! —pido al borde de la desesperación. La mujer accede, asustada por mi reacción. Sin caerme, golpear a alguien o perder mi lente, logro guardarla. Ahora solo falta la otra.
—¡QUÉ ASCO! Te arrancaste el ojo —me dice el niño, emocionado, entre una suerte de preocupación y admiración morbosa—. Eso fue genial. ¿Duele?
Sonrío de lado y le regalo un guiño. Repito el proceso con mi otro ojo. Esta vez no tengo que decirle a la señora que me abra el frasco, ya lo tiene preparado.
—¡Muchas, muchas gracias! En serio...
La mujer me dice que no fue nada y agita sus manos para aflojar la tensión. Por primera vez, noto que varias personas me están mirando, intrigadas. ¡De seguro los gritos del niño los atrajeron a mí! Bajo mi mirada al suelo.
«Todos son mayores, ninguno se debe haber dado cuenta. Calma».
Trato de pensar en otra cosa y me concentro en el paisaje urbano que se mueve por la ventana. Veo alejarse un enorme instituto que me resulta familiar.
Sí. Me acabo de pasar deparada.
¡Hola a todxs! 🤗
En este capítulo se van a encontrar con una versión muy similar a la original, pero con algunos toques nuevos para darle frescura y mejorar la experiencia. ✨
Si ya leyeron la primera versión, ¿notan alguna diferencia? 👀
¿Qué les parece? 💬
Como adelanto, les puedo decir que esta nueva versión de No me delates tendrá 36 capítulos y muchas, muchas, muchas más palabras que la versión anterior. 💗
Además... también tengo que revelarles la portada de No me despiertes. 🔥🔥🔥
¡Gracias por seguir acompañando a Vibel (y a mí!!!) en esta aventura! 💖
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top