13. Me encantas
🎵🎶 Moonlight – Kali Uchis 🎙️
Salgo de FastyFood con un helado de vainilla cubierto de chispas de chocolate. La vainilla es suave y cremosa, y las chispas amargas añaden un toque perfecto. Es la cosa más deliciosa del universo.
Ezra me lo regaló porque, cuando lo fui a pagar, me informaron que el sistema estaba momentáneamente caído. Ante mi falta de efectivo, él se ofreció a comprármelo. Le dije que le transfería o podía devolvérselo cuando nos volviéramos a ver, en el colegio, pero se negó y me dijo que estaba bien, que no hacía falta, y no permitió más objeciones de mi parte.
Mientras camino, doy un nuevo lametón a mi helado y, de pronto, una punzada intensa late en el centro de la frente. El cerebro se me congela por unos instantes. Cierro los ojos y frunzo el entrecejo para poder seguir comiendo en paz. Ezra se ríe de mi expresión y, mientras estoy distraída, me roba helado sin que yo pueda detenerlo.
—¡Al final, sí tenías algo dentro de la cabeza! —anuncia con satisfacción.
—Me alegra que descubrir que el hecho de que yo tenga cerebro te ponga feliz —contesto, sarcástica—. Y deja de robarme helado. Ahora entiendo por qué querías una cuchara. Pero... que tú me lo hayas regalado, no te da el derecho a comerlo. La chica que nos atendió, te avisó que había una promoción de 2x1, y tú la rechazaste porque «no, gracias, no me gustan demasiado las cosas dulces».
—Es que contigo, ya tengo suficiente dulzura —menciona con un tono exagerado, casi como si fingiera ser un galán de telenovela de principio de los noventas—. Pero el helado que te robo a ti tiene un sabor increíble. —Me guiña un ojo y aprovecha mi cara de pasmada para lamer una gran porción de vainilla. Sí, sus labios tocaron directamente mi postre y no, con un gesto sano para mi salud mental.
Ezra se adelanta y camina varios pasos por delante de mí. Termina por cruzar la calle antes que yo, ya que a mí me detiene el semáforo. Frunzo el ceño y le hago fuck you con mi dedo medio.
En cuanto ve mi gesto, se empieza a reír tan alto que lo escucho desde el lado de enfrente mientras asiente con la cabeza.
—¡Cuando tú quieras, bebé! —Me lanza un beso a la distancia y yo automáticamente bajo mi dedo—. Solo dime día y hora para estar listo.
Creo que la gente comienza a observarnos, siento sus miradas, pero me controlo. A Aisha los desconocidos no le interesan ni un poquito.
El semáforo cambia de color otra vez y el hombrecito, ahora en luces blancas, comienza a caminar en su lugar. Es mi turno de cruzar la avenida. Aún no decido qué hacer en cuanto llegue al otro lado, pero estamparle lo que queda de helado en la cara a Ezra me parece una buena opción.
Sin embargo, él parece leerme la mente y se aleja trotando varios metros por delante, hasta quedar debajo de un árbol cercano. Se apoya en el tronco, de manera despreocupada, como si me retara a acercarme. Lo haría, pero sé que volvería a correr en cuanto fuera hacia él, y mis zapatillas con plataformas no son tan cómodas como para algo así.
—Ey, ey, ¡espera! —escucho gritar a mis espaldas, pero lo ignoro—. ¡Oye, tú! ¡Linda!
El ego femenino me posee y me volteo en cuanto termino de cruzar. Un chico, agitado, me toma del brazo. Un leve sobresalto me recorre y me siento tentada en buscar a Ezra con la mirada, pero me relajo apenas al notar que tiene el uniforme de FastyFood.
—¿Qué sucede? —pregunto con cautela.
—Es solo que... —se apresura a comenzar— me preguntaba si me podrías dar tu número.
Lo observo de arriba abajo. Es un joven alto y entra perfectamente en los estándares de lo que califico como un chico «guapo». Bueno, guapo no, seré sincera: es sexy. Muy sexy.
De pronto, Ezra aparece a mi lado. Apoya una de sus manos en mi hombro y otra la coloca sobre la piel desnuda de mi cintura. Algo me dice que está marcando el terreno como un animal. Observa al muchacho, que debe de tener nuestra edad o ser un poco más grande, con gesto inquisidor. Ezra le saca unos cuántos centímetros de altura, pero mi «nuevo admirador» ni se mosquea.
El cono de helado se ha empezado a derretir. Sé que debo responder, pero muchos pensamientos rondan por mi cabeza.
«¿Me gustaría conocerlo? ¿Podría tener algo con ese muchacho, en caso de que Ezra me rompa el corazón? ¿Siquiera Ezra quiere algo conmigo... porque ahora me pidió salir como Aisha?».
—¿Pasó algo, preciosa? Se nos hará tarde —me pregunta él.
Respondo lo primero que se me cruza por la mente, metiéndome aún más en el papel de Aisha:
—No, está todo bien, bebé —me apresuro a hablar—. Pensó que nos habían cobrado de más, pero no fue así. Muchas gracias —le digo al muchacho y me volteo, para seguir nuestro camino antes de que la escena escale aún más.
Sin embargo, Ezra se gira para caminar a mi lado y entrelaza su mano con la mía, como si fuéramos novio. Mi rostro pulsa por el calor y le doy un mordisco a mi helado a medio derretir.
«Hoy soy Aisha», me repito para mis adentros. No puedo dejar que los sentimientos de Vibel me abrumen o que las preguntas de un desconocido me afecten.
Después de caminar un par de cuadras más, aún de la mano, pero en silencio, llegamos al parque. Lo arrastro varios metros adentro, en sentido al pequeño lago municipal.
—¿Conocías este lugar? —le pregunto y señalo al paisaje que se alza frente a nuestros ojos.
Hay un pequeño lago en el centro. Lo cubren plantas acuáticas y varios sauces que nacieron a sus orillas. En una esquina, hay un pequeño muelle donde se pueden alquilar botes para dos. Varias especies de aves vuelan por los alrededores y una veintena de patos nadan como si fueran los dueños del lugar.
Desde el puesto de alquiler de bicicletas sale un empalagoso aroma a manzanas acarameladas, palomitas dulces y algodón de azúcar. Un grupo de niños espera paciente su turno de ser atendido. Al parecer, hay una promoción: si alquilas una bici o un par de patines, luego, te regalan algo para comer.
Observo todo con una nostalgia abrumadora. Los senderos de piedras no han cambiado en estos últimos quince años. Sus costados siguen adornados por las mismas flores blancas. A lo lejos, casi en el límite del parque, puedo divisar los puestos de una feria de artesanías locales. Cuando era pequeña, solía venir con mis papás y mi hermano.
—Sabía que estaba, pero aún no había podido venir —contesta Ezra—. Es... grande —añade con una pizca de asombro.
—Oh... por ahora. Hasta que te acostumbres —informo como toda una aguafiestas.
—No puedo quejarme. La compañía es mejor de lo que planeé. —Me regala un guiño demasiado encantador y se adelanta.
Ezra observa el panorama con una sonrisa distraida. Me quedo absorta mirándolo, él ni se percata de mi mirada. Es demasiado surreal la situación y, aunque en parte sea una farsa, no quiero que termine. Me gusta su compañía cuando no hay mentiras ni reclamos de por medio. Pronto, él abre su bolso y lo apoya en el piso con cuidado. Toma su cámara y la enciende. Me acerco, sin interrumpirlo, y dejo mi mochila en el césped.
—Ya regreso —avisa—. Quiero tomar unas fotos allí. —Me señala la orilla del lago—. Y allí —apunta a unas ardillas en un árbol cercano—. Solo será un momento, lo prometo.
Empiezo a seguirlo, pero escucho que mi teléfono suena. Es un mensaje.
—¡Sí, ve! Soy tu niñera, me quedo aquí, vigilándote —grito.
—Solo será un minuto, no me extrañes —hace una pausa y agrega—: Aisha.
Deshago mis pasos y tomo mi mochila del suelo. Extraigo una manta vieja, de color amarillo pálido, aunque en algún momento fue de un tono muy vivo, y la extiendo con paciencia.
Tomo mi celular y abro mis mensajes, intrigada. Supongo que serán mis padres que quieren saber cómo estoy, pero no: se trata de Tobías. Ruedo mis ojos con fastidio. No entiendo qué se cree que es. Su obsesión, a veces, roza lo anormal. Archivo su conversación sin siquiera leerla. Luego, hablaré con él seriamente.
Clic.
Otro clic.
Clic.
Unos metros frente a mí, Ezra está arrodillado, apuntándome con su cámara.
—Oye, ¡no estaba lista! —cierro mis ojos y aparto el rostro.
—Lo siento. —Me sonríe—. Pero debo practicar. Tengo que entrar en calor para mis nuevas clases fotografía. —Hace una pausa—. Al final, este lugar tiene muchas cosas interesantes.
—Ah, ¿sí? ¿Cuáles? —pregunto mientras le pido que se acerque con un gesto de la mano
—Tú, que puedo nadar cuando quiera y que tendré clases de fotografía, claro.
Antes de caer en un shock digno de Vibel, ignoro su respuesta y, en cuanto se sienta a mi lado, le quito la cámara de las manos. Pronto, comienzo a ver sus fotos y noto que realmente es bueno. Las luces, las sombras, los contrastes, cada ángulo, cada detalle parece pensado previamente con una perspectiva estética.
—Oye, no sé cuándo me sacaste esta. —Señalo una foto en la que estoy de perfil, mirando hacia un costado, el verde de la naturaleza esta fuera de foco y lo único que resalta es mi mirada perdida en la nada—. Pero la quiero. Pásamela. La quiero subir a mi Mynstagram.
—¿Al de Vibel o al de Aisha? —pregunta, burlón.
Ruedo los ojos y no respondo. Sus bromas me molestan demasiado. Hago el además de levantarme para alejarme de él, pero él me detiene antes que pueda hacerlo.
—Bueno, no, no dije nada. Perdón —se disculpa—. Ahora, posa para mí. Te pasaré todas las fotos que te gusten y tendrás las suficientes para tu feed. Si quieres, puedo ajustarlas para que se vea en todos vívidos como las últimas que subiste.
—¿Me stalkeaste? —me volteo, sorprendida.
—Por supuesto. —Él se para y me tiende la mano para que me levante. Me sonríe y, por un instante, siento que estoy en una cita de ensueño.
No puedo evitar comenzar a preguntarme si algo de esto es real, si acabará en cuanto me saque mi peluca o si ya es demasiado tarde para mí, porque yo ya caí por él.
Me alejo unos cuantos pasos, como si tomara distancia para las fotos. Pero la realidad es que necesito aire.
Ezra comienza a pedirme diferentes tipos de poses. Que sonría, que luzca seria, que finja ser provocativa, que juegue con mis anteojos, que me los quite, que me suelte el pelo, que me acueste en el suelo, que arranque una flor, que la coloque en mi cabello, que arranque pétalos, que los arroje, que no lo mire, que sí lo mire, que me tape el rostro con las manos, que haga caras, que salte, que saque la lengua, que le tire un beso...
Pronto, me olvido quién es él y que tiene mi misma edad. Actúa con tanto profesionalismo que siento que se trata de alguno de los fotógrafos de las sesiones fotográficas que he contratado en el pasado para generar contenido temático.
—Ahora sí, mi cámara murió —anuncia—. Se me acabaron los tres juegos de baterías que traje. Eres todo un gasto, modelo. —Se ríe y se acuesta en césped, totalmente rendido.
Sonrío.
—Soy Aisha, ¿verdad? —pregunto, de repente, sentándome a su lado.
—Supongo —responde, confundido—. Para mí eres tú. Da igual el apodo que te pongas en las redes, preciosa.
—No era lo que quería escuchar —admito—. Pero me sirve.
Me arrodillo a su lado y le coloco mis anteojos con forma de corazón, eso que tienen cristales, estilo de diva y muy rosados. Ezra no me cuestiona y me sigue el juego. Sonríe y me derrito por dentro.
Me apresuro a tomar mi teléfono para fotografiarlo. Tiene una mano debajo de su cabeza y la otra sobre la cinturilla de su pantalón. Por el gesto, su playera está subida y se le puede ver su abdomen marcado. Él saca la lengua afuera y finge estar muerto.
«¿Cómo era que se desbloqueaba mi celular?», me pregunto, con mi cerebro embotado por lo que estoy viendo.
Ahora soy yo la que toma muchas fotos —en serio, más de las necesarias—. ¿Cómo es posible que todo le quede tan irresistiblemente bien?
—¿Para qué es eso? —pregunta.
—Para enseñarle más tarde al mundo mi nuevo fotógrafo —decreto. Él se ríe.
—Ven aquí. —Toma mi brazo y, con un movimiento brusco, me tira a su lado. Caigo arriba de su pecho por la falta de equilibrio y puedo sentir los latidos de su corazón debajo de mis dedos—. Vamos, toma una selfie de ambos.
—¿Con los lentes? —Sí. De todas las cosas del universo, eso es lo único que se me ocurre preguntar.
—Tienes razón. —Se levanta y se los quita. Luego, me los pone en la cabeza, como si fuera un accesorio para el cabello—. Ahora, sí.
Y saco una foto de ambos. Parece que estamos semiacostados en el suelo, como si hubiéramos hecho un picnic. Sonreímos y se nota que hay química entre nosotros. ¿Será verdad o solo soy yo que veo cosas donde no las hay? Sus ojos azules brillan con fuerza, los míos, lilas, también.
—Me encantas —susurra mirando la pantalla de mi celular.
—¿... qué? —inquiero, bajito, casi sin voz porque creo haber escuchado mal.
—Que esa foto me esa foto me encanta —me dice.
🎄 ¡Nuestro calendario de adviento empieza a sumar capítulos! 🎄✨
El capítulo de hoy es el número 13 y, según el cronograma, ¡viene cargado de momentos juguetones y un poquito de tensión romántica! 😏✨ Vibel se pone la máscara de Aisha para enfrentarse a su cita con Ezra... pero, ¿logrará mantenerse el papel sin tropezar? 👀💃🔥
💬 Preguntitas
Si pudieras tener un alter ego como Vibel, ¿cómo sería el tuyo? 🎭
Yo quiero una Nai sin ansiedad, por el amor de Dios. No pido mucho ☠️
¿Podrías fingir como Vibel en una cita? 😜
¿Qué harías si Ezra te dice que le encantas? 🌶️😏
🌟 Recordatorio navideño: el calendario de adviento de No me delates tendrá publicaciones casi diarias durante diciembre. 🎅✨
¡Y no olvides que el día 25 revelaré la portada de No me despiertes! 🔥
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