11. Una cita


Nice To Meet You – Imagine Dragons

Mi espalda se tensa. Me siento como un gato a punto de atacar. Odio las multitudes y la cafetería es el epítome de todos mis males. Camino para afrontar el destino que yo sola me busque. Tomo aire y busco un sitio en dónde almorzar. Primero está mi orgullo.

No puedo marcharme, le di mi palabra a Ezra. Además, me merezco mi sitio, sobre todo, luego de haber luchado contra la marea humana que hacía fila para usar los microondas públicos.

Con mi tupper calentado en mano, me siento en una mesa vacía. No es que la suerte decidiera sonreírme o algo por el estilo. Simplemente, alguien derramo una soda de cola y más de un tercio de la mesa es un asco. Los conserjes aún no la limpian. Incluso, las sillas están pegoteadas; lo sé porque casi me siento en una de ellas.

Abro mi vianda y huelo los sándwiches de pollo con especias. No tengo que sumar dos más dos para saber que mi hermano me robó mis snacks de queso y me dejó solo los insulsos sándwiches. Mi estómago ruje, pero en realidad ya no se me apetecen. Acabo de oler unas papas fritas que se ven muy prometedoras y una pizza de esas grasosas-chorrea-queso. Como sin ganas y paso la pechuga con una buena cantidad de agua. Ni siquiera quiero subir mi vista, no tengo ganas de establecer contacto social con ningún otro ser humado.

¡Pero es tan difícil! Si tan solo no me hubiera olvidado mis auriculares, sería más fácil encerrarme en mi mundo sin dar mi brazo a torcer.

De reojo, veo a Brinna. Por un momento me siento frustrada. Si no fuera la chica cerrada que soy, yo podría estar ahí con ella. Brinna podría haber sido mi...

«¿Amiga? No lo creo...», pienso y barro el aire, como si así apartara mis propios pensamientos, con la mano.

Pero al menos hubiera sido lindo tener una compañera con quién hablar. Ella me agrada bastante. Cuando tuvimos que trabajar juntas, siempre se portó muy bien conmigo y jamás me hizo sentir incómoda, a pesar de mis mil y un problemas de sociabilización.

Ya recordé por qué odio también la cafetería: me recuerda lo sola que estoy. «¡Ah, soy una tonta! Tendría que haber comido afuera, como siempre», pienso.

No obstante, hoy no podía darme ese lujo.

Una enorme columna de concreto me oculta lo suficiente como para que nadie me observe de manera directa. Aunque Ezra no tenga ni la menor idea de lo que pasa por mi mente, quiero demostrarle que tengo dignidad. No puedo desaparecer después de decirle que vendría a este apestoso lugar. Hubiera quedado como una mentirosa, ¿no? Simplemente es eso, claro.

Usualmente, no suelo adelantarme a los hechos. Tampoco suelo molestarme irracionalmente por las cosas de manera precipitada. Pero mis reglas parecen no regirse de manera natural cuando Ezra está cerca. Por lo general, suelo ignorar todo lo que ocurre a mi alrededor, sin demostrar que le presto demasiada atención a las cosas. Siempre evito hacer cualquier cosa que atente romper mi burbuja de paz.

Sin embargo, Ezra parece ser el dueño de una aguja gigante, dispuesto a hacer estallar mi pobre burbuja. No es mi amigo. No lo conozco. No lo agregué a las redes sociales ni lo estalkeé. Ezra no es nadie en mi vida. No sé qué le gusta y ni siquiera recuerdo su apellido.

«Mirov», responde una fastidiosa voz dentro de mi mente.

Con fastidio, termino de comer. Me limpio los dedos con una servilleta de papel y hago un bollo con ella. Junto mis cosas y camino hacia un cesto para arrojar la basura, lista para ir a mi clase de Deportes.

Sin embargo, de repente, lo veo y soy consciente de que lo estuve buscando todo el tiempo que duró mi almuerzo.

Ezra está comiendo con sus compañeros del club. Cerca de quince chicos de otros cursos lo rodean. Todos tienen el uniforme del Club de Natación del Saint Adriel College. Me paralizo por unos segundos. El aura que desprenden es totalmente abrumadora que me pregunto si ser guapos o altos también es un requisito excluyente.

«Camina, Vibel, camina. ¡Se te quedarán mirando! O, peor, Ezra podría hablarte».

💗💗💗

Al fin, puedo decir que sobreviví a mis clases de la primera semana de instituto del nuevo año escolar; pero por pura suerte. Si alguien le decía a la Vibel del pasado que estaría en el Club de Fútbol, jamás le hubiera creído. Sin embargo, este año eso forma parte de mi fatídica realidad.

Mis padres me dijeron que, para compensar todo el tiempo que paso en internet, me sugerían anotarme a un club deportivo, preferentemente «de los que tienen clases al aire libre». Claramente, no fue una sugerencia ni tampoco una negociación justa para mí.

Ellos no lo entienden, pero el ejercicio físico y yo no nos llevamos bien. Mi deporte preferido es disfrutar de historias que me hagan llorar, para que mentir... Las buenas historias activan mi mente de la mejor manera posible al hacerme sentir cosas que, de otra forma, no viviría.

Pareciera que mis músculos están recubiertos por capas de plomo. Cada paso que doy en dirección a la salida es una agonía. Voy a denunciar a mis padres por maltrato infantil. Por su culpa, termino la semana con la clase de Deportes y las dos horas del Club de Fútbol.

Sin embargo, la peor parte del club es que la profesora a cargo es la profesora de la clase de Deportes. Sí, la misma de aquella película de la niña con poderes mentales. ¿Acaso se puede tener tanta mala suerte?

Me dejo caer en la acera, con los hombros flácidos y sin fuerza. Tengo que esperar a mi padre, que me dijo que estaba demorado con una reunión de personal. Cierro los ojos por un instante, deseando quedarme así para siempre. Me tiemblan las piernas. No tengo fuerza ni para atarme los cordones de las zapatillas. Luego de la ducha, me las puse como pude. Lo único que quiero es llegar a mi casa, ponerme ropa cómoda, y encerrarme en mi habitación a tomar una siesta para así poder quedarme despierta toda la noche.

—Ya, Diosito... Solo llévame —pido en voz alta mientras estiro la falda de mi uniforme por inercia.

Quizá tendría que haberme anotado nuevamente como asistente de la bibliotecaria, como hice el año pasado. Creo que hasta podría extrañar las historias de juventud de la señora Dinosaurio —la bibliotecaria de setenta y ocho años— o tener que responder cuando me preguntaban por algún libro que no conozco. Sin embargo, más allá de eso, usé esas horas para leer novelas y mangas.

Los alumnos siguen saliendo del colegio. En un momento, veo al pelotón que forma parte del Club de Natación. Ezra está con ellos, claro. Evito mirarlo, por lo que vuelvo a cerrar los ojos para así evadir cualquier tipo de contacto visual no deseado.

Escucho que se despide de sus nuevos amigos y, pronto, siento la vibración de unos pasos que se acercan a mí. Sigo fingiendo que estoy dormida, mientras el sol de entrada la tarde me cae sobre el rostro y me calienta la piel.

De repente, siento una ligera presión en mis pies. Abro los ojos con cautela y, al bajar la mirada, lo veo a él, arrodillado frente a mí. Mi corazón se acelera al notar cómo sus manos manipulan los cordones de mis zapatillas para atarlos con suavidad. Sin decir una palabra, él aprieta el nudo. El simple contacto con la piel de mis tobillos envía un escalofrío por mi columna.

Él termina y sube la mirada. Me sonríe. Contengo la respiración y me congelo por unos milisegundos. Me obligo a tragar saliva. Mi fortaleza mental se va por el desagüe cuando mis ojos se cruzan con los suyos. Su cabello se ha vuelto negro por el agua. Supongo que acaba de salir de las duchas y no se lo ha secado demasiado porque varias gotas de agua se han quedado impregnadas en su pelo.

—Oye... ¿aún sigue en pie la idea de almorzar juntos? —pregunta, todavía en cuclillas frente a mí.

Carraspeo como maniobra para intentar regularme. Luego, finjo ver la hora en un reloj pulsera imaginario y le digo:

—Nop, ya pasó el mediodía.

—Qué literal eres —responde y creo notar que rueda los ojos. Se lo ve cansado. La profesora de Natación tiene fama de ser brutal en los entrenamientos—. Me refería a que si podíamos almorzar mañana.

—Mañana es sábado —contesto con ademanes con mis manos, como si él fuera un mono y yo le tengo que mostrar cómo se pela una banana.

Pero Ezra no me sigue el juego. Una brisa matutina se levanta y nos envuelve. Los árboles cercanos se agitan y veo cae las primeras hojas amarillentas que marcan que el fin del verano está más cerca de lo que se cree. Mi piel se eriza por el repentino fresco y me froto mis brazos desnudos a causa de estar usando la camisa de verano.

—Sí, ya sé —afirma. Claro, es la cosa más natural del universo que dos compañeros de clases salgan a almorzar un sábado sin ser ni siquiera amigos—. ¿O no puedes? ¿Tienes planes?

—No, no es eso. Sí puedo, pero...

—¿Tienes frío verdad? —me interrumpe, de pronto, y se quita su sudadera del Club de Natación—. Toma. —Me la tiende, esperando que la tome—. Te resfriarás.

No me da tiempo a decirle que no es necesario, que tengo mi propio abrigo en el bolso, pero que al guardar las cosas del baño y la ropa sucia quedó debajo de todo. Simplemente, no lo busqué por floja.

—Gracias —acepto su abrigo. Me lo coloco reticente, sin embargo, algo se afloja dentro de mí cuando siento que está calentito. A mi nariz llegan unas notas intensas de su perfume.

«Ya, Diosito... Solo llévame», vuelvo a pedir. No sé cuánto pueda resistir.

—No es nada. —Sube sus hombros y le resta importancia—. Entonces, ¿mañana?

—Sí, mañana —repito, distraída, tratando de descifrar cuál es el perfume que usa.

«Vibel. Reacciona. Acabas de decir sí. Dijiste que sí. ¡Imbécil!», me avisa la única y pequeña parte consciente de mi cerebro.

—¿¡Mañana!? —pregunto un poco horrorizada.

—Cuando te pedí para almorzar juntos, nunca especifiqué el lugar o la fecha. —Me guiña un ojo con complicidad—. —Además, cuando no sabías que me convertiría en tu compañero, no pensabas que vendría a comer a tu escuela... ¿o sí? —se burla.

—Sí —contesto, pero enseguida me retracto—. No, o sea quiero decir... Será extraño.

—Si te sientes incómoda... —comienza y puedo notar que disfruta de la situación.

—No... no. Está bien —Intento sonar confiada, pero parezco un globo que se desinfla a causa de la aguja gigante llamada Ezra.

Estoy nerviosa. ¿Esto está pasando en serio? ¿Quiere que yo salga con él? No puedo evitar pensar que sería la primera vez que salga a solas en una cita con un chico.

«No, no es una cita», me aclaro.

Me lo repito no una, ni dos, sino cientos de veces para no confundir las cosas... pero mi mente ya es un desastre. Trato de pensar que solo comeremos y nada más, que es un simple almuerzo. No puede llevarme más de una hora. Todo será sencillo y nadie saldrá herido. ¿Cierto? Nadie. Nadie. ¿Nadie? ¿Ni yo?

«No es una cita».

—Pero para que estés más tranquila, quiero agregar algo...

O tal vez me equivoque.

Sus palabras se demoran una eternidad en salir, por lo que me obligo a recordar mi número del seguro social, en caso de necesitarlo. O mejor, debería empezar a llamar a la ambulancia. Las condiciones de Ezra me dan terror.

Todo saldrá mal, habrá heridos. ¡Yo terminaré herida! Quiero huir.

—No quiero salir contigo —asegura y lo observo levemente desconcertada—. Sino con Aisha.

«Okey. Necesito ayuda. Esto está mal».

Por algún motivo, siento que la palabra «almuerzo» quedó en el olvido y pienso que sí será una cita, pero no conmigo, sino con Aisha.

Quiero responderle. Negarme. Decir, aunque sea, algo. Aisha no sale en público a no ser que vaya a eventos oficiales de la comunidad viewtuber. ¡Esto se saldrá de control! Cometeré errores, me descubrirán. No obstante, no puedo. No me sale nada y, para colmo, me interrumpen.

—¡Ezra! Ya me voy... —grita un chico que acaba de salir con su coche desde el estacionamiento de alumnos—. ¿Aún quieres que te lleve hasta el centro?

—¡Seguro, capi! —Ezra se gira a darle el okey con los pulgares—. Enseguida voy. —Me vuelve a mirar—. Entonces, así quedamos. Nos vemos mañana. Tú puedes elegir dónde vamos, donde te sientas cómoda, y eso...

Se levanta, me saluda con la mano y se aleja corriendo. En un momento, antes de subirse al vehículo, me busca con la mirada y me sonríe. Trato de digerir lo sucedido. Cuando se están yendo, el chico que está al volante me toca bocina y ambos me saludan con la mano. Estoy segura de que la poca gente que quedaba dispersa en las cercanías de la entrada me mira.

Mis mejillas enrojecen con brutalidad y me entierro en la sudadera. Pronto, su perfume masculino, con dejo a chocolate y amaderado, me abrasa y siento que podría desmayarme en cualquier momento.

«Bien hecho, Vibel».

No puedo identificar las sensaciones que embargan mi cuerpo. Mi corazón se acelera. ¿Qué me está pasando?

En realidad, sí sé lo que me sucede, pero no quiero pensar en eso. Me niego. No, yo no puedo. No debo. Voy a salir herida si sucede algo. Para Ezra solo soy un juguete. Su entretenimiento. Es cuestión de que se acostumbre a la ciudad y encuentre otra cosa para divertirse. Su apariencia lo delata. No se puede confiar en los chicos como él.

Mi padre aparece oportunamente desde la salida del estacionamiento de profesores. Me llama apretando con fuerza el acelerador. Siempre lo hace, no tengo ni que mirar quién es. Camino hacia él como un zombie que perdió su horda y entro en el coche. Me acomodo en el asiento delantero y ni siquiera hablo.

—Vaya... —menciona con un gran silbido de sorpresa al leer «Club de Natación»—. ¿Y esa sudadera es...? ¡Encima es large!

—Conduce y no preguntes.

Papá me mira y se ríe. Yo no entiendo que es lo gracioso para él. Me quito el abrigo de Ezra y lo arrojo al asiento trasero.

—A la orden, preciosa. ¡Próxima parada: casa!

✨ ¡Nuevo capítulo listo! ✨

En este capítulo 11, Vibel se enfrenta a una realidad que no quiere ver 😲⚡ ¿Qué hará ahora Vibel? 👀

👽 Ezra sigue sumando puntos en el ranking de personajes impredecibles. 🎭 🙌

💬 ¿Te esperabas este giro en la conversación?
¿Cómo reaccionarías si estuvieras en el lugar de Vibel?
💣 ¿Ezra tiene intenciones ocultas o es simplemente así?

¡Comentame todo! Me muero por leer qué opinás  💖

Próximo capítulo: Sí, es una cita. 🙆🏻‍♀️ ¡No te lo pierdas! 🚀

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