Miseria y Desmayo

Dos meses después

Harry pasaba cada vez más tiempo en el trabajo. Se quedaba horas extras, inventaba tareas que no existían, cualquier excusa para no volver a casa con Cho.

Había algo en su vida que simplemente no encajaba, una sensación constante de vacío que lo atormentaba. Aunque intentaba convencerse de que solo estaba estresado, sabía bien qué era lo que lo inquietaba.

Le faltaba ella. Ginny....


La culpa lo carcomía lentamente, cada día un poco más.

No podía negarlo, por mucho que lo intentara. Cho era buena con él, le brindaba cariño y atención, pero no podía llenar el espacio que Ginny había dejado.
 
  Ese amor, tan intenso y real, había quedado atrapado en el pasado, y sin embargo, seguía siendo tan palpable que parecía perseguirlo a cada rincón de su mente.

Harry se sentía atrapado entre lo que era y lo que debía ser.

Hermione, su mejor amiga, siempre había estado a su lado, apoyándolo en los momentos más oscuros. Sin embargo, ahora lo ignoraba la mayor parte del tiempo, y cuando se dignaba a hablarle, solo era para recordarle lo idiota que había sido al dejar a Ginny por alguien como Cho.

-¿Cómo pudiste? Ginny te amaba de verdad, y tú la dejaste por esa tonta.- le reprochaba con dureza cada vez que tenían una conversación.

Ronald, por otro lado... bueno, Ron era otro asunto. Sorprendentemente, lo apoyaba, aunque de una manera que a Harry le revolvía el estómago.

-Tal vez Ginny nunca fue lo suficientemente mujer para ti, Harry. Cho, en cambio, es más madura, más experimentada- le decía, como si con eso pudiera justificar sus decisiones.

Cada vez que escuchaba esas palabras salir de la boca de su mejor amigo, Harry tenía que contenerse.

Quería partirle la cara al estilo muggle, quería lanzarle un hechizo que lo dejara sin habla hasta que se cansara.
¡Por Dios! ¡Estaba hablando de su hermana! ¿Cómo podía Ron decir algo tan horrible y superficial? Era como si no conociera a Ginny en absoluto.

La culpa y el enojo se mezclaban dentro de él, creando un torbellino de emociones difíciles de controlar.








HP/GW








Mientras tanto, Ginny no estaba mucho mejor. Aunque en el campo de Quidditch lo daba todo, siendo una de las mejores jugadoras de las Arpías, su vida personal estaba hecha pedazos.

  Ganar partidos ya no significaba nada cuando, fuera del estadio, se sentía rota. En esos dos meses, la depresión había comenzado a consumirla lentamente.

  Solo salía de la Madriguera para ir a los entrenamientos o los partidos; el resto del tiempo, se encerraba en su habitación.
  

  A veces ni siquiera salía para comer, a menos que Molly la obligara a hacerlo. Había días enteros en los que no tocaba un solo bocado.

El impacto emocional era visible en su apariencia. Su cabello, antes vibrante y rojo como el fuego, estaba enmarañado, como un nido de pájaros, y ya no tenía el brillo de antes.
  

   Su rostro, que solía estar lleno de vida, estaba ahora demacrado, con ojeras profundas y oscuras bajo los ojos.

Sus ojos, rojos e hinchados de tanto llorar, ya no mostraban la chispa de alegría que una vez la caracterizó. Ginny había adelgazado notablemente, su cuerpo reflejaba el sufrimiento que llevaba por dentro.

  Estaba en una espiral de desesperación de la que no podía salir.

Para colmo, la prensa había descubierto el escándalo. Los titulares hablaban de cómo "El Niño Que Vivió" le había puesto los cuernos a la heroína del Quidditch con Cho Chang.
Los tabloides no perdonaban, y las insinuaciones maliciosas y los rumores sobre su relación la atormentaban aún más.

Ginny se sentía expuesta, humillada, como si todo el mundo supiera de su dolor y se regocijara en él. No podía escapar de la sombra de lo que Harry había hecho, ni de la mirada de lástima de quienes sabían lo que estaba atravesando.

Simplemente, no estaba bien, y cada día parecía hundirse un poco más.

Era un día nublado, y la Madriguera estaba tranquila, pero cargada de una tensión silenciosa que todos los Weasley podían sentir.

Molly Weasley se encontraba en la cocina, concentrada en la preparación de un estofado, mientras el aroma familiar llenaba la casa.

En el comedor, Arthur y los gemelos estaban sentados, cada uno sumido en sus propios pensamientos, pero compartiendo la preocupación que rondaba sobre Ginny.

Molly revolvía el estofado con energía, pero su mente claramente estaba en otra parte.

Finalmente, rompiendo el silencio, hizo la pregunta que todos sabían que llegaría.

—¿Alguien puede ir a llamar a Ginny? —preguntó Molly, sin apartar la vista de la olla.

Fred y George intercambiaron una mirada, sabiendo bien que la situación no sería sencilla.

— Mamá, aunque lo intentemos, no nos va a dejar entrar. —respondió fred con un tono apagado, sabiendo que Ginny había estado aislada durante estos meses.

—Es cierto, ma'. No nos ha abierto la puerta desde lo sucedido. —confirmó george, su voz menos bromista de lo habitual, reflejando la seriedad del momento.

Molly soltó un suspiro frustrado, sin dejar de remover el estofado. Sabía que sus hijos tenían razón, pero la preocupación por Ginny se había vuelto demasiado deprimente como para ignorarla.

Arthur, que había estado escuchando en silencio, finalmente intervino, su tono suave pero firme.

—Creo que tienes que ir, Molly. Tal vez ella te escuche. —dijo Arthur con calma, sus ojos llenos de preocupación, pero también con la esperanza de que su esposa pudiera hacer lo que los demás no habían logrado.

Molly dejó el cucharón sobre la encimera y se secó las manos en su delantal, con la mirada decidida.

—Está bien, iré yo. Alguien tiene que sacarla de ese cuarto. No puede seguir así. —responde la mujer, intentando infundir seguridad en sus palabras, aunque la inquietud era evidente.

Molly sube las escaleras de la Madriguera con un suspiro pesado, deteniéndose frente a la puerta de Ginny.

Lleva días observando a su hija deteriorarse lentamente y ya no puede soportarlo más.

Toca la puerta suavemente al principio, pero no hay respuesta. Entonces, golpea un poco más fuerte.

-¡Ginny, abre esta puerta ahora mismo! —su tono es firme, aunque cargado de preocupación. Tras unos segundos de silencio, empuja la puerta y entra.

Ginny está en la cama, completamente cubierta por las mantas, como si eso la protegiera del mundo exterior.

Molly, con determinación, camina hacia las ventanas y abre las cortinas de un tirón, inundando la habitación de luz.

-¡Por Merlín, Ginny! ¿Cuánto tiempo piensas quedarte así? No puedes esconderte bajo las sábanas para siempre.

Ginny murmura algo inaudible desde debajo de las mantas. Molly se acerca y se sienta en el borde de la cama, tirando con fuerza de las mantas.

Ginny, despeinada y con los ojos hinchados, asoma la cabeza con un semblante desorientado y agotado.

-Déjame en paz, mamá. No quiero hablar. —responde  ginny, voz suena débil, casi vacía.

- No, no te voy a dejar en paz.—le dice molly, su tono es más severo, lleno de firmeza— No voy a quedarme aquí viendo cómo te hundes. Sé que estás sufriendo, Ginny, pero no puedes dejar que Harry te destroce. No es el fin del mundo.

Ginny se revuelve, intentando cubrirse nuevamente con las mantas, pero Molly las aparta con decisión. Ginny se sienta bruscamente, furiosa.

-¡Tú no entiendes nada, mamá! ¡Me engañó durante un año! ¡Me vio la cara de estúpida todo ese tiempo!.—La voz  de ginny se quiebra mientras las lágrimas empiezan a brotar nuevamente de sus ojos.

— Me mintió... y se burló de mí. ¡Toda la gente lo sabe! Cada vez que salgo y alguien me mira, sé que se están riendo de mí, pensando en cómo Harry Potter me puso los cuernos con Cho Chang. ¡Soy el chisme del mes! ¡Me siento humillada!-Expresa la pelirroja menor.

Molly suspira, observando a su hija con compasión. Su mirada se suaviza, pero su tono sigue firme.

-Lo sé, Ginny. Sé que te sientes traicionada y herida. Sé que es horrible, pero no puedes dejar que lo que piensen los demás controle tu vida. La gente siempre hablará, pero eso no cambia quién eres. Y, cariño, Harry te hizo daño, pero no puede destruirte.-Le dice su madre.

Ginny aparta la mirada, con los ojos llenos de resentimiento y dolor.

-¿Y qué si lo ha hecho? Me siento rota, mamá... no sé cómo seguir después de esto.

-No lo estás, Ginny. Tal vez ahora sientas que el mundo se te viene encima, pero te prometo que esto pasará. Harry... tal vez él no era el destino que tú creías. Pero eso no significa que tu vida se haya acabado. No eres solo 'la chica a la que dejó Harry Potter'. ¡Eres una Weasley! Eres una mujer fuerte, valiente y capaz. No puedes dejar que esto te defina.

Ginny la mira con los ojos llenos de lágrimas, pero algo en las palabras de su madre parece hacer eco en ella.

-La vida sigue, mi niña, y tú también tienes que seguir. No te dejes doblegar. Porque si te hundes en este dolor, si te dejas vencer, le estarás dando a Harry más poder sobre ti del que merece.-le consuela la pelirroja mayor.

Ginny asiente débilmente a las palabras de su madre, pero mientras lo hace, su rostro palidece aún más. Se tambalea, y antes de que Molly pueda reaccionar, Ginny empieza a respirar con dificultad.

Sus ojos se desenfocan y, de repente, se desploma en los brazos de Molly, completamente inconsciente.

-¡Ginny! ¡Ginny! —grita desesperada, sacudiéndola suavemente, pero no hay respuesta.

El pánico se apodera de ella, y comienza a gritar con todo el aire en sus pulmones.

-¡Arthur! ¡Fred! ¡George! ¡Vengan rápido!-Grita desesperada la mujer.

Se oyen pasos apresurados subiendo las escaleras. Arthur y los gemelos irrumpen en la habitación en cuestión de segundos, con el rostro lleno de preocupación.

-¿Qué sucede, Molly?-pregunta asustado Arthur.

-¡Ginny se desmayó! ¡Tenemos que llevarla a San Mungo, ahora mismo!

Fred, con el rostro lleno de determinación, no pierde tiempo. Se acerca rápidamente y toma a Ginny en brazos, levantándola con cuidado, aunque el miedo es evidente en su mirada.

- Voy a llevarla.¡Vamos! —dice con urgencia mientras corre hacia la chimenea del salón con Ginny desmayada en sus brazos, su cuerpo inerte. Los demás lo siguen rápidamente.

toma un puñado de Polvos Flu, lo lanza al fuego y grita con voz firme y desesperada.

-¡¡San Mungo!!.— entra en la chimenea con Ginny en brazos, desapareciendo en una ráfaga de llamas verdes.

Molly, Arthur y George lo siguen rápidamente, el corazón de Molly latiendo con fuerza en su pecho, su respiración entrecortada por el terror.

En cuanto Fred aparece en el hospital con Ginny inconsciente, grita a todo pulmón.

-¡¡Ayuda! ¡Necesito ayuda, es mi hermana!! —su voz resuena por el vestíbulo, atrayendo la atención de los sanadores y el personal.

Molly y Arthur llegan apenas unos segundos después, con George detrás de ellos. Molly, con lágrimas en los ojos, corre hacia los sanadores que ya empiezan a acercarse.

-¡¡Por favor, ayuden a mi hija! ¡Se desmayó, no responde!! —su voz tiembla de pánico, y su mirada refleja la angustia de una madre desesperada.

Los sanadores se apresuran a tomar a Ginny de los brazos de Fred, colocándola en una camilla mientras uno de ellos lanza varios hechizos de diagnóstico.

Molly apenas puede contener las lágrimas mientras observa a su hija, completamente inmóvil.


Sanador: Llévenla a una sala inmediatamente. Veremos qué sucede.

Mientras empujan la camilla por los pasillos, Fred, George, Arthur y Molly los siguen, el miedo apretando sus corazones con cada paso...

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Hola,Volví! ¿Qué les pareció? Le quise agregar un poco de drama al capítulo, y del como se arrepiente el miope. Que sucederá en el próximo capitulo...

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