❤ Prólogo ➳ El dios del amor y las travesuras ❤


PRÓLOGO

No se puede pensar en el amor sin mencionarlo a él...

  Cuando se piensa en el amor, es inevitable no imaginarse un camino de rosas rojas o las infinitas decoraciones en forma de corazón o, incluso, es inadmisible no rememorar la textura suave y empalagosa de los chocolates recién horneados en el paladar. Del mismo modo, es habitual relacionar al amor con el romanticismo puro, al compromiso perpetuo y a esas promesas ornamentadas de mil y unas fantasías que sabemos que son inverosímiles.

En el instante en el que somos sometidos ante tal despampanante emoción, solemos olvidar que este mismo sentimiento, que asociamos al rosa, es mucho más abrazador, tenaz y bullicioso de lo que la mayoría está dispuesta a admitir.

¿Cómo no iba a ser de esta forma, la mayor creación de uno de los dioses más poderosos y traviesos de la Corte Celestial? ¿Cómo no ser tan atrayente y contradictorio, si fue creado por Cupido, el dios juguetón?

Hablar sobre el amor, es hablar, a su vez, de la primera vez que Cupido apareció en el universo. Cuando el todo estaba colmado de caos, de luz y de la absoluta oscuridad.

Un inconmensurable espacio que ante sus ojos carecía de sentido, de interés.

El pequeño gran dios se negó a pasar su perpetuidad sin nada con qué divertirse y ante la llegada de los humanos, una creación que para él resultó de lo más encantadora, una idea floreció de sus manos. Y fue ahí, en ese instante que le dio forma a las primeras flechas doradas y a su indestructible arco.

Lo que para otros parecían simples armas de cacería, para Cupido fue solo el principio de unas muy divertidas aventuras. Y así, con el pasar de las estaciones, de los cambios y de la evolución, sus flechas atravesaron infinidades de corazones, impregnándolos del más ferviente amor, lo quisiesen o no.

Su gran habilidad con el arco era tan tenaz y tan voraz, que no hicieron falta demasiadas primaveras para que todos en el firmamento, así como en la tierra y en los mares, aprendieran a admirarlo y a desearlo, pero también a temerle y a evitarlo.

Porque sus flechas no solo eran capaces de enamorar a cualquiera, fuesen dioses, mortales o cualquier ser vivo, sino que asimismo, en su arsenal personal, albergaban las flechas de plomo.

Estas, a diferencia de las doradas, tenían el poder de enfriar hasta el más palpitante corazón, volviendo a su receptor un ser nulo del amor y llegando a ennegrecer su alma con el más puro resentimiento y destructor desdén.

Ya no solo se trataba del dios alado que esparcía simpatía a diestra y siniestra, sino que además, tenía el poder de imposibilitar a cualquiera de este mismo.

No obstante, a pesar de su gran influencia, nadie podía suprimirlo, pues la semilla del amor era una que no se podía apagar. Jamás podría desvanecerse en su totalidad. Menos cuando todo ser vivo, mortal o inmortal, escondía en lo más profundo de su ser, el inconmensurable anhelo de sentirse amados, admirados y deseados por otros.

Cupido era, es y seguirá siendo uno de los dioses que permanecerá en el tiempo.

Incluso cuando los humanos ya no creen en su divinidad, nunca podrían existir sin sus flechas resplandecientes.

—Creo que me gusta mucho este Cupido —declara el joven de piel bronceada y cabellos níveos, con sus profundos ojos azul fijos en el libro de cubierta dorada que levita a pocos centímetros de su rostro jovial—. ¡Impresionante! Este autor es tan bueno que, por extraño que parezca, hace que sienta gran devoción y curiosidad por mí mismo. ¡Qué hilarante!

Niega un par de veces riendo, sin dejar de leer, toma una de las galletas que se encuentran en su regazo, donde varios trozos de chocolate a medio comer y pétalos dulces han ensuciado un poco su vestimenta –la cual consiste en una hermosa túnica un poco holgada en su mayoría blanca con decorados en dorados–.

—¡Por mi amor, eso ha sonado tan narcisista de mi parte! —exclama, aun riendo con diversión.

Su comentario llama la atención de los pequeños ángeles de alas rosadas, quienes detienen sus labores para observarlo, muchos de ellos sostienen diversos ramos de flores que cambian de colores constantemente y otros cargan grandes cantidades de cajas de todos los tamaños con la misma forma de corazón. Sus alegres rostros se distorsionan un poco mostrando curiosidad o temor ante las palabras dicha por el dios.

El joven de piel morena alza la vista. Deja de sonreír y hace un ademán con la mano que no sostiene el trozo de galleta, restándole importancia.

—¡Tranquilos, es solo una expresión! ¡No tengo deseos de lanzarme a un río¹! —declara con irritación. La mayoría suspira con alivio y retoman sus tareas en silencio—. ¡Por mi amor! No es necesaria tanta estupefacción por algo que ocurrió hace tantos siglos, ¿es que jamás nadie olvidará eso o qué? —expone Cupido. Resopla y le da vuelta a la página para seguir leyendo—. No es como si hubiese sido yo quién le otorgó tan terrible final a ese iluso mortal...

Una risa suave hace acto de presencia desde el balcón, a espaldas del joven, seguido por una voz profunda y alegre que el moreno reconoce al instante.

—¿Lo dice el mismo dios que ha flechado a cualquier ser viviente, incluso por capricho o venganza, desde el inicio de los tiempos?

El moreno gira sobre la nube rosada donde está sentado con las piernas cruzadas. Mira con el ceño fruncido y un gran puchero a la bruma rojiza oscura que ha llegado a su palco. Los demás ángeles intenta no prestar atención, no obstante, varios de ellos toman cierta distancia.

—¡Oye, no digas esas cosas tan crueles de mí! —Se cruza de brazos Cupido e infla más mejillas—. Cualquiera que te escuche pensará que he sido yo quién le dijo a Némesis² cómo castigar a ese humano. ¡No todos los infortunios amorosos han sido por mi causa! —exclama sacudiendo un poco las gigantescas alas blancas que tiene en la espalda—. Los otros erotes³ han hecho cosa incluso peores.

El recién llegado vuelve a reír, con más ahínco, entre la neblina roja que se condensan y aproximan hacia el moreno, deteniéndose a pocos metros.

Primero un pie enfundado en unas botas con tacón alto de cuero negro y luego otra, resuenan en el reluciente suelo de la estancia. La espesa bruma se desvanece dejando ver a un joven del piel pálida con distintos tatuajes negros que rodean sus brazos y su cuello, los cuales combinan con su oscura vestimenta provocativa –que solo consiste en unos pantalones negros arraigados a su cuerpo como una segunda piel y una diminuta camiseta oscura con diversas aberturas en sus pezones y omoplatos–, su cabello rojo fuego con reflejos en negro cae en cascadas por sobre sus hombros desnudos.

El pelirrojo le sonríe de manera juguetona al dios con apariencia angelical. Relame sus labios con su lengua bífida, sin romper la conexión con los ojos celestes del mayor.

—Quizás. Pero ¿sabes? No me molestaría en lo absoluto que hubieras sido el autor de tal castigo, mi muy estimado, Cupido —responde dejándose caer sobre la misma nube junto al moreno—. Me fascinan ese tipo de finales felices donde la venganza es inundada por la ironía o el capricho.

Cupido arquea una perfecta ceja albina y con un movimiento de su dedo índice cierra el libro, dejándolo a un lado.

—¿Es eso cierto? Y yo creyendo que te fascinaban más los finales donde los amantes terminaban cogiendo como conejos en plena primavera —susurra con sarcasmo el dios.

—Esos son finales orgásmicos, Cup. Pero sip, esos están en mi top cinco de los mejores Cupi-flechazos —explica el pelirrojo tomando uno de los mechones blancos del moreno, lo enrolla en su dedo y jala un poco, travieso.

—Algo me dice que la mayoría en tu top terminan de manera similar —comenta Cupido.

Como respuesta, el pelirrojo le guiña un ojo de forma seductora e inclina su rostro acercándolo al moreno. Sin importar las miradas poco disimuladas de los demás ángeles en la habitación, limpia con el pulgar un rastro de chocolate de los labios ajenos y procede a lamerse el dedo con lentitud. Por un segundo desvía su atención hacia los curiosos asistentes y estos, al haberse descubierto, salen a toda prisa de la estancia.

El pelirrojo ríe por lo bajo y deja caer su frente en el hombro ajeno.

—Tus minimis son cada vez más divertidos, ¿sabías?

—No te burles, Jörg —amonesta el moreno, suspira— Ellos son mucho más inocentes y puros de lo que puedas imaginar y aún no han asimilado el hecho de que entras a mi palacio como si fuese tuyo, cuando se te place —agrega, mientras mueve el hombro deshaciéndose del peso extra y se sacude el resto de migajas de su regazo—. Y mucho menos a verte con esta forma tan...

—¿Tan qué?

—Distinta a la habitual —completa Cupido.

El pelirrojo arquea una ceja y se acuesta estrepitosamente sobre la esponjosa nube, provocando que esta rebote un poco en el aire.

—Creía que no te molestaba que apareciera de esta forma —murmura con un tono quisquilloso.

La melodiosa risa del dios invade la estancia, no es el tipo de risa burlesca, sino más bien una que denota un sincero cariño. Y no solo su risa lo demuestran, también sus ojos azules mirando el rostro de su compañero.

—¿Pero qué dices, Jörg? A mí me encantas como sea que aparezcas —menciona al tiempo que se acomoda sobre el pecho del pelirrojo, abrazándolo con delicadeza—. Ya sea que vengas con mucha o poca ropa, con alas o con cuernos. Aún seguirás siendo mi muy querido y lujurioso Jörguie.

El pelirrojo frunce el ceño ante el apodo y se estremece con exageración.

—¡Ay, no, elimina ese alias de tu memoria! ¡Ahora! ¡Es horrendo, Cup!

—¡No lo es, es tierno!

—¡Por eso mismo! ¡Yo no soy tierno! ¡Yo soy sexy!

Cupido se sienta sobre su compañero, coloca las palmas abiertas sobre su pecho y lo mira directo a los ojos con convicción.

—¡Oh, mi increíblemente sexy y tierno, Jörguie! Creo que no entiendes el maravilloso atractivo que tienes —expone el moreno—. Millones de mortales e inmortales ya desearían ser tan sensuales y tan adorables como lo eres.

—¿Acabas de llamarme «adorable»?

—Claro que lo hice —acepta juguetón, Cupido.

Acto seguido, el pelirrojo agarra de las muñecas a su compañero y lo hace rodar en la nube, se posiciona sobre él, oprimiéndolo con las piernas a cada lado. Lo mira con enojo fingido y hace brotar con lentitud dos cuernos desde su frente.

Más que sentirse amenazado por la nueva apariencia del pelirrojo, Cupido empieza a reírse a todo pulmón. Trata de zafarse del agarre.

—Me parece que alguien quiere ser castigado —dice Jörg en un tono más sugerente.

El moreno niega un par de veces, reteniendo la risa, pero fallando en el intento. Ante esto, su compañero estampa un sonoro y húmedo beso en una de sus mejillas, activando más carcajadas. Dicho acto le da la oportunidad a Cupido de liberar sus manos y pasarlas por la espalda baja contraria y abrazarlo con fuerza.

—¡Basta, basta, detente, Jörg!

—¿Qué dices? Pero si has sido quién ha empezado esta vez, Cup, ¡ahora te la aguantas! —dice Jörg envolviéndolo también. No obstante, sus manos suben por la espalda ajena, por debajo de la túnica, y llegan al inicio de las alas de Cupido y con suavidad las acaricia.

Un escalofrío recorre toda la espina dorsal del dios y este como acto reflejo deja escapar un sonido bajo que los paraliza a ambos apenas dos segundos.

Jörg vuelve a acariciar la misma zona y Cupido esconde el rostro en la conexión de hombro y cuello de su amigo, evitando a toda costa volver a sentir eso. Las caricias del pelirrojo se desliza por la parte interna de las alas hasta lograra que estas se extienda por sobre la nube.

—Oye, Cup...

—¿Hm?

—¿Qué tan normal es que aparezcan extraños corazones negros en tu palacio? —cuestiona Jörg.

Cupido, aun ensimismado, lo mira con incertidumbre y sigue la dirección de aquello que ha llamado la atención de su compañero.

Al otro lado de la habitación, no uno, sino varios corazones negros aparecen, algunos de ellos incluso relampaguean o se empiezan a congelar. El moreno alarmado, hace a un lado al pelirrojo, vuela hasta los corazones y toca uno. Percibe una pequeña, pero poderosa descarga de desprecio y desamor.

—¡¿Pero qué-?!

¹ Deseos de tirarse a un río: Es una referencia a la historia de Narciso, que al ver su propio reflejo en un río se ahogó, enamorado de sí mismo.

² Némesis: En la historia de Narciso, es quién lo castiga para que este se enamore de sí mismo. Se trata de una diosa de la venganza.

³ Erotes: Nombre designado a los dioses alados del amor en la mitología griega, eran los compañeros de Eros/Cupido.

N/A: ¡Hola, dulcecitos!

Primera que nada: gracias por acompañarme en esta nueva aventura de la mano de Cupido. Sepan que he tenido millones de dudas con esta historia, no sabía exactamente cómo iniciarla, pero luego de 4 intentos así ha quedado.

Ahora sí, las preguntas curiosas:

¿Qué les ha parecido este inicio?

¿Qué opinan de nuestro travieso Cupido?

¿Qué opinan de Jörg, el amigo de Cupido?

¿Qué me dicen de la relación de estos dos? ¿Cuál creen que sea? ¿Amigos? ¿Muy buenos amigos? ¿O algo más~?

Tenía mucho que no escribía en tercera persona, así que cualquier error que vean, no duden en avisarme :D

¡Nos vemos en el siguiente capítulo!

¡No se olviden de votar, comentar y compartir si les ha gustado, esta historia se nutre de vuestro apoyo!

Los quiere siempre, Dorian.

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