❤ Capítulo IV ➳ Se podría decir que es el destino ❤
❤ CUARTO ACTO ➳ APOLO ❤
❝Y en ese momento, todo cae en su sitio...❞
Todo lo que podría salir mal, está sucediendo. Apolo no tiene la más remota idea de en qué momento la «Guarida de Cupido» pasó de ser una cafetería apacible y tranquila, con pocos clientes al día, a un campo de guerra con personas amontonándose cada vez más sobre el mostrador, pidiendo bebidas, dulces, panes y hasta comidas que no se venden.
—Disculpe, ¿venden empanadas¹ aquí? —inquiere una señora con aspecto robusto, con exceso de maquillaje y el ceño fruncido—. No veo las empanadas, ¿tiene de carne mechada? ¡Quiero dos para llevar!
—Oh, ¡yo quiero una de pollo! ¿Aún les quedan? —exclama un señor con vestimenta de vigilante—. ¿Tienen batidos? Si no hay, no importa, ¡me gusta más la malta! ¡Deme una bien fría!
—Bienvenidos a la Guarida de Cupido, estimados clientes. En realidad somos una cafetería así que no tenemos de eso —comenta Apolo, apenado, sonriéndole a ambos. Tanto la señora como el señor lo miran con distintos grados de enfado—. Pero les puedo ofrecer cachitos² de jamón o...
—¡Mamá, yo quiero una torta! —chilla un niño de unos siete años, opacando las palabras de Apolo, el menor golpea la repisa donde los dulces se muestran y le vuelve a gritar a su madre—. ¡Quiero este! ¡Mamá! ¡Mamá, cómpramelo, lo quiero! ¡Lo quiero!
Una mujer con ropas humildes y opacas toma de la mano al pequeño e intenta de tranquilizarlo, mira a Apolo y le sonríe con timidez. El rubio le resta importancia hasta que el pequeño estalla en llanto y la pobre madre parece perdida.
Ante los estruendosos gritos del pequeño, las demás personas en el establecimiento se frustran y alzan más la voz, pidiéndole diferentes cosas a Apolo.
—Un café negro y...
—¿En cuento estos pastelitos³?
—¿Pero sí venden empanadas o no?
—Este sándwich de carne ¿cuánto cuesta en bolívares⁴? ¿Cuál es la tasa⁵ del día?
Las diferentes voces se transforman en ruido, Apolo retrocede sosteniendo un pañuelo que ni siquiera recuerda haber agarrado. Mira a los clientes y de un momento a otro su visión se distorsiona, ve cómo todo empieza a dar vuelta y unas extrañas ganas de vomitar se arremolinan en su estómago. La fuerza en las piernas le falla y las manos le sudan más de lo normal.
La atmosfera es más pesada. El joven retrocede un poco, manteniendo la sonrisa en su rostro, una que le da dolor en las mejillas. El anhelo de huir se hace más fuerte.
Parpadea un par de veces y ante la posibilidad de terminar estallando delante de la clientela, retrocede. Primero un paso, luego otro y otro más.
—¡En un momento los atiendo! —exclama y corre hacia la puerta que lleva hasta la cocina.
El ruido del exterior baja de intensidad, lo que es un alivio. Apolo se coloca a espaldas de la puerta y se desliza hasta caer sobre su propio trasero, una vez en el suelo, respira hondo, cruza las piernas en modo indio y repite sus ejercicios de respiración con los ojos cerrados.
«Todo saldrá bien. Tú puedes con esto. Tú puedes. No dejes que te coman vivo, ¡vamos!», piensa entre sus exhalaciones.
—Eso estuvo demasiado cerca, joder —susurra para sí mismo.
Él mejor que nadie se conoce. Sabe que estuvo a nada de sufrir un ataque de pánico ahí afuera. «Es una suerte que Artemisa no estuviera aquí. Sino, segurísimo que me da el sermón del siglo», piensa Apolo abriendo poco a poco los ojos, más calmado. «¡Por un demonio! Se supone que ya había superado esta vaina, ¡este no es un buen momento para esto, Apolo!», se recrimina.
Se levanta del piso, enojado con su debilidad.
Mira el gran mesón de metal de la cocina, donde reposan varias de las galletas fallidas que estuvo realizado esa misma mañana. Se acerca, toma una de las galletas en forma de ala con glaseado blanco y rosa por encima, le da un mordisco y el azúcar lo anima.
Sonríe, toma la bandeja y sale por la puerta a enfrentar a la muchedumbre hambrienta y ansiosa.
O al menos así había sido hacía apenas unos momentos. Porque ahora, los clientes están sumergidos en una especie de trance. Apolo los mira con curiosidad, divisa a la madre con su hijo sentados en una de las mesas, con el pequeño tranquilo comiéndose una paleta rosada y la mujer limpiándole las mejillas con un pañuelo rosado.
Por otro lado, la clienta robusta está posicionada en otra de las mesas, con las mejillas sonrojadas mientras mira con intensidad la fotografía que lleva en las manos. Por un momento alza la mirada y mira hacia el grupo que están sentados en la barra, justo en donde se encuentran el señor vigilante riendo a gusto con algunas jovencitas que antes no estaban.
Sin embargo, Apolo, al detallar mejor, se percata que la mujer grande, el niño lloroso y las jovencitas miran de soslayo o de forma muy descara a cierto par de chicos: la primera pareja que entró a la cafetería, el pelirrojo y el moreno.
El joven de cabellos rojos fuego y vestimenta oscura, les guiña el ojo a los demás y, éstos como si estuviese bajo un extraño hechizo, desvían la mirada con sus mejillas coloreándose de un rosa intenso.
Pero no solo él parece el artífice de aquel interesante comportamiento, sino que el moreno con cara de ángel, lleva entre sus manos un par de paletas muy similares a las que el infante está degustando.
Y en ese momento, todo cae en su sitio.
De alguna forma u otra, ese par de jóvenes han logrado controlar a la multitud mientras él estuvo escondiéndose en la cocina.
Agradecido por la ayuda, Apolo se aproxima al mostrador y coloca la bandeja de galleta sobre la mesa. Ambos jóvenes lo miran, uno con coquetería y el otro con dulzura. Apolo le responde con una sonrisa y coloca un par de galletas en un plato de plástico, lo deja entre ambos jóvenes.
—Cortesía de la casa —menciona Apolo—. Espero que sean de su agrado, están frescas.
—Oh, muchas gracias — responde el moreno, toma una de las galletas en forma de ala y le da un mordisco pequeño—, joven pastelero.
El rubio ignora el apodo en el momento y procede a atender a los demás clientes.
Durante los siguientes cuarenta y cinco minutos, Apolo se encarga de recibir los pedidos, calentar pastelitos de queso o de crema, algunos cachitos y a cortar una rebanada de torta de chocolate, logra servir un par de batidos y otro par más de cafés.
Cuando parece que tantos pedidos se le amontona, el pelirrojo logra entretener a las personas hablándoles sobre su trabajo de... ¿modelo? Sí, algo de eso parece escuchar Apolo en el proceso.
También se percata que el moreno, tiene un gran don para calmar a los más jóvenes, sonriéndoles u ofreciéndoles dulces que saca de su chaqueta, incluso en una ocasión Apolo jura que lo ha visto sacar una rosa y dárselos a una abuelita que estaba por replicarle a Apolo por su tardanza. La señora mayor se le ilumina el rostro y la siguiente vez que la observa la ve riéndose a gusto con el moreno, tratándolo como si lo conociese de toda la vida.
Los mayores contratiempos son solventados y para eso de las once y media de la mañana, la calma vuelve a la cafetería.
Apolo reorganizar los dulces del mostrador, regresa un par de veces a la cocina y saca del horno un par de bandejas más de panes y canillas –las cuales mantenía a temperatura baja para que no perdiese su frescura–.
La tercera vez que sale de la cocina, la cafetería está casi vacía. A excepción de los dos jóvenes que le salvaron el pellejo durante la mañana.
Apolo no ha perdido la cuenta de las cosas que han pedido, en las dos horas y pico que han transcurrido, ese par ya ha pedido dos cafés y el moreno va por su segundo postre.
Al rubio no es que le incomode la presencia de ambos, es más, verlos a ambos ahí, sentados en la barra, hablando en voz baja mientras comparte un mismo dulce o se sonríen, le ha otorgado una inexplicable serenidad.
Pero más que eso, Apolo siente que hay algo más detrás de esos chicos. Además que no parece haberlos visto antes por el vecindario y como uno de los mayores defectos de Apolo, tiene la intención de saciarla.
—Disculpen, chicos —Los dos muchachos se centran en Apolo—. ¿Han disfrutado los postres?
—¡Oh, no tienes idea! Están muy deliciosos —responde con euforia el moreno—. Ya de por sí adoro todo lo dulce, pero estos uff.
—Me alegra que le haya gustado —acepta el cumplido el rubio—. No quiero sonar entrometido, pero ustedes no son de por aquí, ¿cierto? Creo que es la primera vez que los veo.
El pelirrojo enarca una ceja y le dedica una sonrisa coqueta, que según las deducciones de Apolo, esa parece ser su sello personal. Picardía en cada una de sus acciones y gestos.
—Qué buen ojo tienes, catire⁶ —menciona el de cabellos rojos, asiente una vez—. Estás en lo cierto, somos nuevos en la ciudad. Podría decirse que somos turistas.
—Así es —dice el moreno tomando la taza de café a medio terminar entre sus manos, vuelve a sonreír con la emoción descrita en sus ojos marrones—. Hace mucho, mucho, muchísimo tiempo que no pisaba la Tierra, esto ha sido lo más divertido que he hecho en... no sé, ¿siglos? —suelta como si nada. Apolo enarca una ceja, curioso por su manera de hablar, pero se mantiene en silencio—. ¡Oh! Y qué bueno que he podido probar tus dulces.
—Gracias... por el halado, otra vez —responde Apolo, con las mejillas empezando a colorearse de un suave rosa.
A pesar de ser uno de los pasteleros principales de la cafetería, él aún no se ha acostumbrado a recibir tan buenos comentarios sobre sus creaciones.
—Bueno, yo sí he visitado unas cuantas veces estos lares —comenta el pelirrojo, coloca uno de sus codos sobre la barra y reposa su barbilla en su mano—. Puede que nos hayamos cruzado antes. Suelo visitar varios de los moteles o los clubes de la zona.
Apolo ríe bajo y niega.
—No lo creo. Esa cabellera que tienes sería difícil de olvidar, ¿sabes? No es usual ver a pelirrojos por aquí —dice el rubio—. Eso y que yo realmente no salgo mucho, mi vida social es bastante reducida. Solo trabajo o estudio online.
—Pobre cosita preciosa, te estas acabando los cartuchos sin disfrutarlos⁷ —expone el pelirrojo haciendo un puchero e impregnando sus palabras con excesiva dulzura—. Estas en la flor de la juventud, tienes que salir, beber un poco más o coger de vez en cuando, ¿sabes?
El moreno le da un codazo al pelirrojo y este ríe atrapando la mano de su compañero y entrelazando sus dedos.
—Deja a chico tranquilo, Jörg —regaña el moreno, mira a Apolo—. No le hagas caso, su definición de «disfrutar la vida», se resumen en el sexo, las bebidas y el baile de tubo.
—En esencia, sí. Aunque todo tipo de baile y de ejercicio para quemar calorías me fascina —responde el pelirrojo, diciendo la última palabra con un doble sentido que incluso Apolo entendió.
Apolo empieza a reírse bajo con cierto nerviosismo. El calor comienza a sentirse en la cafetería, el joven toma un poco de distancia.
—Una vida sa-saludable es buena o eso dicen —susurra Apolo, sin saber que más decir.
El moreno ríe ante ello, deja la taza a un lado y le ofrece una mano a Apolo.
—Me presento, soy Eros Arco Primero. Y este calenturiento espécimen que está sentado a mi lado es Jorge Lust.
—Un placer, Eros y Jorge, yo soy Apolo Martínez, el pastelero y jefe temporal de la Guarida de Cupido —responde el rubio estrechando la mano de ambos.
—Tengo el presentimiento de que seremos muy buenos amigos —dice Eros con una sonrisa apenas perceptible.
Apolo siente lo mismo. A este par de muchachos solo lleva unas horas conociéndolos, pero ya se siente muy a gusto con ellos.
—Pienso lo mismo. ¿No es gracioso cómo tu nombre y el de mi cafetería tiene relación? —expone el rubio, divertido—. Incluso mi nombre.
—Se podría decir que ha sido el destino el que nos ha unido —susurra el moreno.
¹ Empanadas: Comida típica de Venezuela, son uno de los desayunos predilectos de los venezolanos, hechas de harina PAN y rellenas de una gran variedad (queso, carne, pollo, carne mechada y demás).
² Cachito: Un pan horneado relleno de jamón, queso y/o de crema. Se le llama así por su forma de "cacho".
³ Pastelitos: Un pan horneado de forma triangular, relleno de queso, crema y/o jamón, a veces la masa es de trigo y ajonjolí. ¡Ojo, acá me refiero a los pastelitos de panaderías!
⁴ Bolívares: Es la moneda oficial de Venezuela, aunque en realidad lo que más se mueve es el dólar.
⁵ Tasa: Se refiere a la tasa de cambio del dólar, en Venezuela se maneja dos tasas; La oficial otorgada por el Banco Central de Venezuela y el Dólar Paralelo (este es mucho más costoso).
⁶ Catire: Así le decimos los venezolanos a las personas con el cabello amarillo, o sea en vez de "rubios", le decimos "catires".
⁷ Acabando cartuchos sin usarlos: Hace referencia a que se le acaba la juventud sin disfrutarla.
N/A: ¡Hola, dulcecitos!
Les vengo con nuevo capítulo, aprovechando que ahora estaré a full motores porque...
¡"No más Galletas Cup" ha clasificado en la segunda ronda del ONC y ha ganado en la 2° Ronda!
No podría estar más feliz, emocionado y ansioso... Mi meta actual es escribir todo lo posible para llegar al mínimo (20K) o no pasarme del máximo (40K) de palabras.
Agradezco a todos los que siguen la historia y me apoyan con sus votos y comentarios, sepan que sigo en pie por ustedes <3
Ahora sí, la sección de preguntas curiosas:
¿Qué les ha parecido el capítulo? ¿Les gustó?
Primer gran interacción entres Apolo, Eros y Jörg, ¿qué les ha parecido?
¿Tienen alguna escena favorita?
Apolo parece sufrir de ataques de pánico ¿o será que no está acostumbrado a las multitudes? ¿Qué creen que sea?
¿Ustedes creen que este extraño trío si llegue a llevarse bien o no?
¡Nos vemos en el siguiente capítulo!
¡No se olviden de votar, comentar y compartir si les ha gustado, esta historia se nutre de vuestro apoyo!
Los quiere siempre, Dorian.
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