#1.

Montevideo , Uruguay.
29 de febrero de 2016.
9:30am.


Me levanto al oír el sonido de la alarma. Hace mucho que estoy despierto, pero decido esperar a que esta suene para abandonar mi cama. En esas horas aproveché para idear la manera perfecta de encarar a Glenda y decirle lo que siento por ella.


Glenda Vazquez es mi mejor amiga desde hace cinco años, nos conocimos al iniciar la secundaria y desde entonces somos inseparables; ¿el problema? Ella siempre me ha tratado como a un hermano y yo no he tenido el valor para decirle que siempre la he amado.

Es que me parece demasiado para mí, con su cabellera larga que le cubre las pompis que casi no tiene y más rubia que el sol, ya que ese tono amarillo con el que se tiñe es fuera de este mundo, literal. La naturaleza no supo decidirse así que la premio con un ojo verde y otro azul, y cuando se enfada su ojo azul queda verde y el verde queda rojizo. Su boca de formita de corazón, corazón de verdad no el de fantasía, se me antoja apetecible aunque sea casi amorfa. Es perfecta y hoy haré hasta lo imposible para salir de la friendzone y que me de el sí.

Me dirijo a la ducha mientras canto feliz «Loquita» de Marama, y es que mi intención es -como parte del plan de conquista- hacerle una serenata con esa canción.

Ya bajo el agua tomo el pote del shampoo y...y... ¡maldición, está vacío! No me queda más remedio que lavarme el pelo con el mismo jabón que lavo mi cuerpo, y ante la ausencia de acondicionador el cabello me queda duro como piedra. Luego de bañar todo este cuerpo latino y súper hot -no es que me la crea pero estoy muy bueno- vuelvo a mi habitación en busca de ropa y allí caigo en la cuenta, ¿qué me pondré? No todos los días te le vas a declarar al amor de tu vida.

—Pensá Theo —me digo a mi mismo— ¡Ya sé!

Voy a la habitación de mis padres y está vacía. Mi padre ya se fue a trabajar y mamá debe estar en el gimnasio. Comienzo a hurgar y ¡eureka! Aquí está el traje que mi papá uso el día de su boda. Está un poco pasado de moda, ellos se casaron en el verano de 1986 pero, ¿quién se dará cuenta de tan insignificante detalle?

Al retirar el saco con el mínimo movimiento sale un kilo de polvo y cientos de asquerosos ácaros que me ponen a estornudar; con el pantalón corto la situación no es muy diferente. Entre estornudos, olor a naftalina vencida y polillas logro ponerme el traje donde lo único decente es la camisa, aunque está como amarillenta. ¡Bah!, debajo del saco, ¿quién la verá?

Mi cabello está tan duro y sin brillo que decido arreglarlo con gel, así que me dirijo otra vex a mi cuarto, tomo una gran cantidad de esa sustancia verde y viscosa con un olor bastante peculiar, que pretende ser mentolado, y comienzo a esparcirlo. Con cada movimiento que mis dedos hacen mi cabello luce cada vez peor, ahora no solo está sin movimiento sino que el gel que me quedaba era tan poco que, dependiendo de cómo me de el sol , una parte del pelo se me ve brillante y la otra opaca. Me detengo frente al espejo a observarme y tengo el aspecto de un chico que se escapó de la casa de sus padres en el 1900, subió a una máquina del tiempo y se teletransportó, no sin antes haber permitido que una vaca le lamiera la cabeza. Suspiro y pienso «no está tan mal, después de todo he escuchado decir que a las mujeres les encantan los hombres chapados a la antigua y vos Theo estás siguiendo ese tip al pie de la letra».


Miro el reloj de en mi muñeca derecha para saber cuanto tiempo me queda y respiro al notar que tengo buen tiempo antes de encontrarme con mi amada damisela, y confesarle mi amor eterno para perdernos juntos en la aventura extrema de la pasión, y darle rienda suelta a todos esos sentimientos que tengo guardados. Solo espero no desesperarme en demasía cuando nuestro primer contacto se lleve a cabo, ya que con tanto tiempo reprimiéndome temo no aguantarme y rosarle un seno antes de llegar a besar su boca, o morder sus labios con demasiada fuerza y termine probando el sabor de su sangre antes que el de sus besos.

Salgo de casa luego de desayunar tan solo un café con leche, tres tostadas con queso, una manzana, un vaso de jugo de naranja y medio plato con papas fritas que sobraron de la noche anterior, y voy a buscar mi bicicleta. Al subirme a ella la noto rara, y al fijarme que le ocurre a mi preciado vehículo casi me muero muerto. ¡Está pinchada! Al bode del llanto a causa del trauma que ver a mi bebé en este estado genera en todo mi ser, me decido por la única opción que se me viene a la mente en ese momento, ir en el vehículo de mi mamá. Una moto marca Hero Puch, modelo 2000 y con dos cambios manuales. Tiene un par de detalles; los frenos no le andan muy bien, tiene un solo posa pie, las luces no funcionan y a veces se apaga sin razón...pero nada grave, así que me monto en ella y la enciendo rápidamente cosa que me sorprende, ya que por lo general hay que darle unas veinte patadas para que arranque, y yo logro prenderla a la décimo primera.

Rumbo a mi primer destino, la florería, voy observando sonriente el paisaje y es que el día y la velocidad de la moto se prestan para que así sea.

Hay una pareja en el parque que rondaban los 30 años de edad, y no puedo evitar imaginarme con Glenda en una situación como la suya. El hombre se acerca con dos conos de helados recién comprados al banco donde ella se encuentra sentada, acariciando su gran panza que deja ver su sobrepeso. Al llegar a donde su mujer, él le entrega uno de los helados, ella sonríe y le planta el cucurucho entero en su cabeza gritándole que ese no es el sabor que le había pedido...¡que bello es el amor!

Luego de 47 minutos con 58 segundos llego a la florería «flores, florcitas y florsotas de la sexta avenida para el mundo entero».

Al entrar al local los tres empleados que allí se encuentran, y también los clientes, se queda observándome de una manera un tanto...incomoda. O sea, sé que soy sexy y que este look de caballero galante y de época me queda de infarto, ¡pero podrían disimular! Al fin, luego de varios minutos una chica se me acerca.

—¿En qué podemos ayudarlo señor?— dice entre risas. A leguas se nota que la pongo nerviosa con mi presencia.

—Estoy buscando Calas —respondo seco, pues no quiero que se haga ilusiones conmigo.

—Lamento informarle que no disponemos de esa flor en estos momentos, pero puedo ofrecerle hortensias, rosas de diversos colores, violetas...

—No lo sé, a Glenda solo le gustan las calas —Ya ahí aprovecho para nombrar a mi chica y de esa manera alejar definitivamente a esta pretendiente de una vez. Tal vez sea una acosadora o algo así y me da miedo. Imagínense que se obsesione con mi abdomen plano y mis ojos color marrón. ¡Sería tan escalofriante!

—Estoy segura que también amará las rosas amarillas, son muy originales.

—Gracias, lo pensaré y cualquier cosa vuelvo mas tarde —no la dejo responder temiendo que pretenda algo conmigo, y rápidamente salgo de allí.

—¿Dónde conseguiré calas? —rasco mi nuca mientras pienso— ¡Claro! ¡En el barranco del vecino de mi abuela Ruth!

Salgo rumbo allí feliz por haber recordado el lugar. Demoro en llegar al lugar menos tiempo que el que me ocupó ir desde mi casa a la florería, esta vez fueron 45 minutos con 59 segundos. Bajo de la moto y comienzo a observar.

A lo lejos puedo ver las calas y la felicidad invade mi cuerpo de tal manera que me es inevitable ponerme a bailar la lambada. Después de varios pasitos y una agachadita voy por las flores. Esquivo un sapo y una araña que me mira raro, y a escasos metros de las glamorosas calas resbalo con una cascara de plátano, caigo, me golpeo el coxis, la araña vuelve sonriendo, intento pararme y ruedo terminando de cabeza en un charco que huele a basura acumulada mezclada con caca de gato, pis de renacuajo y las medias del tío del hermano del vecino de la prima de mi mamá.

Sintiéndome un completo desgraciado me pongo en pie y observo feliz a mi lado siete hermosas calas. Como puedo las corto y retorno rumbo a mi vehículo, no sin antes aplastar a la araña que se ha burlado de mí.

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