CAPITULO 32. POV Rámses. ¡BUM! (segunda parte)


Gabriel comenzó a convulsionar a mi lado y le pedí silencio cuando Amelia me regresó el teléfono, atendí tratando de poner mi mejor voz seria.

—Bueno, ya lo oíste, está fantástica.

—¡Me impresiona que Amelia me haya hablado tan directo!. Pero me hizo decidirme, ¡lo haré!.

—Genial, manda fotos y me cuentas.

Le colgué antes de que la carcajada que brotó de mí me delatase. Gabriel terminó desplomado sobre la mesa, ahogado entre las lágrimas y la risa. Por mi parte me apoyé de él sin parar de reír, mi cara comenzaba a dolerme y no lograba respirar bien.

—¿Y ustedes de que se ríen?—preguntó mi papá.

Amelia que no entendía tampoco comenzó a contagiarse de nuestra histeria, sobre todo cuando Gabriel se abanicaba con su mano y las lágrimas mojaban todo su rostro.

—Lo va a hacer. De verdad dijo que lo haría—la voz de Gabriel era rasposa de tanto reírse.

—¡Lo sé! Dijo que estaba decidido—una nueva oleada de risas escaparon de nosotros y empeoraron solo cuando Gabriel se cayó de la silla.

—Por lo menos díganme de que nos reímos—pidió mi papá uniéndose a nuestras risas.

—Mi...Mike lo hará, se perforará.

—¿Se hará un piercing?—las risas de mi papá cesaron—. ¿En dónde?.

—En el mismo lugar que Rámses, el ultimo de Rámses.

—¡¡¡¿En el pene?!!!—el horror en su rostro y voz nos hizo volver a reír.

—Rámses no tiene ningún piercing en el pene—explicó Amelia, quien ahora tampoco se reía.

—¿No lo tiene? ¿Y esa foto que me mandó?.

Mi papá buscó en su teléfono la foto que le mandó Gabriel y se la mostró a Amelia, ella torció el gesto y negó.

Las lágrimas me hacían ver borroso y mi pecho dolía. Morir por un ataque de risa seria jodidamente genial.

—¿Cómo que no es? ¿Estás segura?.

—Claro que sí, conozco muy bien... digo conozco... lo he visto de cerca... es decir... sé que no es ese.

—Paren, por Dios, paren—rogó Gabriel quien ahora miraba la cara de circunstancias de Amelia—, ¡me orinaré encima!.

—Ustedes son...—mi papá nos miró con ira, su dedo índice nos apuntaba—. Como mi amigo se perfore el pene por culpa de ustedes, los dejaré sin herencia.

Papá comenzó a teclear con rapidez el número de Mike, pero al parecer no le contestaba. Así que comenzó a escribir en el grupo para alertarlo de la situación.

Salió hecho una furia de la cocina con el teléfono en su oreja, intentando localizarlo.

—Están locos y ... ¡Ay por Dios! Estaba hablándome de eso ¿verdad? No era sobre mi pierna—Amelia tenia las mejillas encendidas, no sabía si de rabia o de vergüenza, pero en cualquier caso se veía adorable y graciosa.

—"A veces lo siento como raro, pero es cuestión de costumbre"—Gabriel remedó a Amelia y exploté en nuevas carcajadas.

—¿Y lo que dijo de las posiciones?.

—¡Mierda! Se me salió un poquito de pipi—mi hermano se apretaba la entrepierna y sin embargo no dejaba de reírse, y yo iría por el mismo camino si seguía riéndome.

—No me atiende el teléfono. ¿Dijo cuándo lo haría?—mi papá entró en la cocina con su semblante preocupado, negué a su respuesta.

—¡Deja que lo haga!, él dijo que tenía tiempo pensándolo.

—Rámses, no dejaré que se perfore su pene basado en lo que le dijiste cuando es totalmente falso. Si se lo quiere perforar, bien, pero no por el engaño de ustedes.

Su teléfono comenzó a sonar y atendió la llamada.

—Hayd, te digo que no es su pene, Amelia me lo confirmó. Coño, tengo años que no veo el pene de mis hijos, definitivamente sus novias deben identificarlos mejor. ¡¿Cómo que le dijiste que lo hiciera?!.

—¿Por qué Hayden le dijo eso?—preguntó Amelia—. Y ustedes dos ¡ya basta!.

—Bueno porque preguntó por las implicaciones médicas y Hayden no vio ningún contra, pero pensó que hablaba de Rámses, no de él mismo—explicó mi papá, repitiendo lo que de seguro le dijo mi padrino al teléfono.

—Hayden, ayúdame a localizarlo. Están aquí y no dejan de reírse. Pusieron a Amelia a hablarle sobre su pierna y el brazo como si fuese del pene de Rámses. Sí, eso mismo le dijo. ¡Idiota!, no empieces tú también a reírte. Le dijo que se sentía fantástica, sin dolor y que había probado en varias posiciones sin que le doliese. ¡Deja de reírte!. Te voy a colgar Hayden... es en serio. Lo haré.

Y le colgó.

Finalmente y después de casi media hora mi papá logró dar con Mike y lo puso al tanto de nuestra broma. Mike nos borró de sus redes sociales y nos bloqueó del WhatsApp; nos hizo llegar una factura electrónica a nombre de mi hermano y de mí por todos los gastos judiciales de los últimos meses, una cifra bastante abultada.

Espero que Mike crea en Dios... y que Dios se lo pague.

—Mike sigue muy molesto con ustedes. No tiene en este momento su pene perforado porque se le ocurrió que podría estar esperando mucho y decidió cargar el teléfono antes de ir al local. ¡No es nada gracioso, Rámses!.

Era inevitable que tocasen el tema y mi hermano y yo no rompiéramos en risas.

—No más, por favor. Me duele el estómago y ya no quiero volver a vomitar.

Mi hermano terminó vomitando su desayuno de tanta risa.

Estábamos en el centro comercial, donde fuimos a comprar las cosas que necesitaríamos para el viaje. Llevábamos ya algunas bolsas, pero Amelia ni una sola. Todo lo veía, todo le gustaba y cuando lo tomaba para cancelar se arrepentía. Era justamente eso lo que estábamos viendo en la tienda número 8.

Pero fue entonces cuando miré lo que estaba realmente ocurriendo. Amelia miraba los precios y sacaba cuentas mentales.

—Gabriel...

—Lo sé, ya la vi.

—Quédate aquí, dile que fui al baño.

Salí de la tienda y entré en una donde la vi más entusiasmada con la ropa. La dependiente que nos estuvo ayudando aun doblaba la ropa que ella se estuvo probando.

—Hola, hace poco estuve aquí con mi novia y ella se estuvo probando algunas prendas.

—Sí, te recuerdo.

—¿La recuerdas a ella?—era lo que me importaba, apenada, respondió que si—. Necesito toda la ropa que se estuvo probando y que dijo que le quedaba.

—¿Hay algún problema?¿Extravió algo?.

—Ninguno, solo se arrepintió y quiere comprarla.

Los ojos de la chica brillaron mientras su cabeza hacía un cálculo mental de las comisiones que se ganaría. Comenzó a colocar en una cesta las cosas que estaba segura había escogido y cuando tuvo duda con alguna prenda me la mostraba y yo afirmaba o negaba.

—Creo tener todo. Faltaría solo la ropa interior.

—¿Ella estuvo viendo ropa interior?.

—Sí, se las ofrecí y vio algunos modelos pero...—continuó con un tanto de vergüenza— creo que le dio vergüenza comprarla contigo.

—En ese caso dejaré que ella se compre su propia ropa interior, pero veré algunas piezas que serán... mi auto regalo.

La dependienta me acompañó hasta la zona donde se encontraba la lencería y estuve husmeado entre alguna de las piezas que estaban en exhibición. Escogí 6 conjuntos de los cuales tres los escogí pensando en mis gustos, en lo que me gustaría verle puesto y arrancarle, y otros 3 en lo que a ella le gustaría ponerse, por ser cómodos y que yo igual terminaría arrancándole.

Regresé a la tienda donde Gabriel seguía esperando por Amelia y le di las bolsas. Mientras mi chica entró a probarse algunos vestidos llamé al asistente de la tienda.

—Todo lo que ella diga que le gusta y que le quedó bien, póngalo aparte que lo llevaremos, no le digas nada, será un regalo.

—Debería conseguirme un novio como tú—el chico batió sus pestañas postizas en mi dirección, riéndome por su comentario desvergonzado.

—Lo lamento, yo ya tengo a mi pasivo—y señalé a mi hermano a mi lado, Gabriel sonrió pero ni se unió a mi chiste, ni me contradijo.

Él chico lució decepcionado.

—Este me gusta—Amelia salió del vestidor con un vestido de color negro que se ajustaba a su silueta.

—Comprémoslo, te queda perfecto—mi mirada la desvestía, el vestido era perfecto y combinaba con el piso de la habitación.

—Odio ese vestido, muchísimo, así que cómpralo—exclamó mi hermano.

Le di la tarjeta de crédito a Gabriel para que se encargara de pagar todo mientras distraía a Amelia fuera de la tienda.

—Estoy agotada, creo que ya podemos irnos. Llevo dos vestidos, una pijama, tres blusas, dos jeans y dos pares de zapatos.

Me burlé en silencio, en realidad llevábamos en total 5 vestidos, 1 pijama y 1 negligé, 3 jeans, 7 blusas, 2 pantalones cortos, 5 pares de zapatos y 6 juegos de lencería.

—Fernando dijo que compraría las valijas por internet—recordó mientras salíamos del centro comercial.

Lo que ella no sabía es que no solo compraría las valijas, sino también un bolso pequeño para ella, muy parecido al modelo que ya tenía y que mi papá, siendo tan comprador compulsivo como era, incluyó también una cartera de noche, una más grande para el día, una deportiva y un monedero nuevo.

Amelia se volverá loca con todo esto.

—Estoy agradecida, pero es demasiado.

—Mia, lo hicimos con mucho amor.

—Pero no me consultaron.

—Ya deberías saber que en esta familia no consultamos—respondió mi papá.

—Pero...

—No, escucha Amelia, sé que te parece mucho, pero no lo es. No me hagas volver a decirte todo lo que significas para nosotros y la familia. Además, llegaste aquí con una pequeña valija con lo que pudiste meter, no creas que no me doy cuenta de la poca ropa que tienes ni el estado en que se encuentran. Ni siquiera hace falta que Rámses me lo diga—mi papá la tomó por los hombros y se acercó hasta ella—, sé que debes sentirte una extraña a nosotros, pero lo único extraño que tienes es un apellido distinto y eso solamente porque lo dice un papel; así las cosas, disfrutarás de todas las cosas buenas de ser una O'Pherer, porque ya las malas también las vives. Tu ropa actual, bótala, no la quiero volver a ver, lamento tener que recordarte que la compró tú mamá o incluso el mismo Stuart. Si tú no lo botas, lo hará Rámses, y estoy muy seguro de que ejecutará esa orden muy feliz.

—De hecho, ya lo hicimos. Una parte está en la basura y ya el camión pasó, la otra va rumbo a un albergue como donación—me sinceré, Amelia ahogó una exclamación.

Después de que regresamos del centro comercial y mientras Amelia dormía cansada una siesta, Gabriel y yo vaciamos todo su closet y botamos toda la ropa, dejando solo la nueva que habíamos traído. Hace unos días atrás tuve mucho cuidado de apartar las prendas que sabía que le había regalado sus abuelos o las que me contó tenían un valor más significativo. Todo lo demás iba rumbo a un albergue.

—En esta casa hay muy pocas reglas, pero pondré una que espero nunca fallen: No quiero en mi casa ni cerca de mis hijos nada que venga con seguridad o posiblemente, de Stuart; De Rosalía solo aceptaré a sus papás y a lo único bueno que ha hecho en la vida: tú. Más nada. Lo lamento, Amelia, pero entiende que ese hombre me dio el peor susto de mi vida cuando los secuestró y de verdad que no quisiera nada que me recuerde esos fatídicos días.

Amelia lo abrazó con fuerza, llorando e hipando. Mi papá le correspondió el abrazo y acarició su cabello. Quise acercarme pero mi hermano me lo impidió tomándome del brazo.

—¿Yo... yo... se lo recuerdo?—hipó.

—Tú me recuerdas a Mulán.

Ella se separó de él confundida por su respuesta, mi papá sonreía.

—¿Nunca la viste?—preguntó y ella asintió—. Entonces debes recordar lo que le dijo el Emperador a Li Shang: "la flor que crece en la adversidad es la más hermosa de todas".

Mi papá es un fanático enfermizo de Disney y creo que Amelia acaba de descubrir su secreto culposo.

—¿Estás citando a Disney?.

—Puedo citarte cualquier película de Disney Pixar, en realidad a cualquier película animada.

Amelia volvió a abrazarlo esta vez riendo a pesar de que sus lágrimas seguían mojando sus mejillas.

***

Los días con la familia de Amelia se me hicieron eternos, no la estaba pasando mal, hasta que mis ganas hicieron acto de presencia y su abuelo John y su abuela Adele, se encargaron de ser nuestros chaperones.

Despertaba erecto y me acostaba erecto. Me acostumbré a caminar con el bulto entre mis pantalones a dormir así. Era un suplicio. Amelia se negaba rotundamente a que nos escapáramos a cualquier lado a pesar de que sabía que tenía las mismas ganas que yo.

¡Es tan injusto que a las mujeres no se les note la excitación!

Por lo menos sus abuelos eran lo suficientemente despistados para no darse cuenta de mi situación. Amelia en cambio, era una mente perversa y maquiavélica, lo sabía, me miraba y se reía. Me huía entre risas.

Era nuestra última noche en casa de sus abuelos y yo estuve de mal humor todo el día. ¡Me dolían las bolas!, no hay otra forma de decirlo. Hayden se rió cuando le conté de mi martirio y aunque me recomendó "tomar el asunto entre mis manos", es decir que me masturbara, no era lo que mi polla quería.

Lo llegué a intentar aprovechando que Amelia salió con su abuela a conocer a unas amigas de ella y su abuelo se quedó dormido. Me encerré en el baño y mi estúpida polla estaba inerte.

Incluso llamé a Gabriel, el experto en pollas con múltiples personalidades y ni él pudo ayudarme. Esperé frustrado como siempre a que Amelia regresara y entonces la vi entrar con sus pantalones diminutos y apretando su jugoso trasero y ¡Bum! Erecto.

Puta polla.

—Rámses, se una dulzura y ayúdanos con las compras.

Me levanté de inmediato y Amelia se tapó la sonrisa cuando me vio el pantalón apretado. Salí de la casa siguiendo a la abuela hasta el taxi que las había traído a casa, donde aguardaban el resto de las bolsas.

Ella intentó agarrar unas pero me apresuré a tomar el resto y terminé quitándole las que tenía en la mano.

—Pero vaya que tú eres fuerte.

Una pequeña sonrisa salió de mi boca. La abuela de Amelia, Adele, era una señora demasiado dulce y consentidora. En el tiempo que llevábamos aquí nos preparó la comida que nos gustaba a ambos, insistió en lavar nuestras ropas cosa que me generó gran vergüenza. Amelia por suerte intervino por mí y lavó nuestra ropa interior aparte. Nos preparaba galletas de merienda, pasteles, postres. Cuando me levanté a trotar el segundo día, tratando de rebajar las miles de calorías que nos hizo consumir la primera noche, me recibió con un desayuno típico venezolano, es decir, un desayuno de un millón de calorías más.

Yo no era de andar contando calorías, pero considerando lo que esta dulce abuelita, con su cara de ingenua, nos estaba haciendo comer, tenía que preocuparme o llegaría rodando a la casa. Si no la conociera de antes, juraría que está engordándome para matarme en diciembre y servirme de plato principal con una manzana en la boca, a mí y a Amelia.

Imaginarme a Amelia sobre una mesa, desnuda con una manzana en la boca y las piernas en lo alt-

Bien... no es nada correcto que piense de esa manera con Adele a mi lado.

Coloqué las bolsas en la cocina donde Amelia comenzó a sacar todo y guardarlo mientras su abuela anunciaba que se iría a cambiar de ropa.

En cuanto desapareció dentro del cuarto le di una palmada con fuerza a Amelia en su trasero que la hizo soltar la carcajada que estaba conteniendo.

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