CAPITULO 24. POV Familia O'Pherer Oytar. NO LE HAGAN DAÑO (primera parte)
Pov Rámses O'Pherer
¿Y si no reacciona? ¿Y si no abre los ojos?.
La cabeza me dolía de recordar la escena de Gabriel, inconsciente y ensangrentado a manos de Stuart. Amelia manejaba con lentitud, rogándole a Stuart por Gabriel.
—Déjalo revisar que esté bien por favor. Si le pasa algo jamás te lo perdonaré.
—Bien—respondió cansado, fastidiado del capricho de Amelia.
Volé por encima del asiento y me acerqué hasta Gabriel Levanté sus parpados y me pareció ver reacción en sus pupilas. Tenía un pulso suave, como si estuviese durmiendo, parecía tener buena temperatura corporal y por lo que alcancé a ver de la herida en su cabeza, no era profunda.
—C'est bien- está bien.
Dije más para mí, pero Amelia alcanzó a escuchar. Respiré un poco aliviado. Acaricié su cabello y con algunas de las camisetas que siempre quedaban en la camioneta amortigüé su cabeza para que no recibiera mayores golpes.
—Regresa aquí—me ordenó Stuart y volví a saltarme los asientos.
—¿Ahora hablas francés?.
—También portugués.
¿Por qué Amelia?
De todas las cosas que podías aprender de Gabriel, te grabaste su instinto suicida.
—No me importa lo que hables, la verdad es que cuando estés conmigo, es lo menos que haremos... hablar.
Impotencia fue lo que sentí.
Lo mataré. Solo necesito un momento y lo mataré. No tendrá tiempo de tocar a Amelia porque antes acabaré con él.
Impotente.
Mis manos estaban fuertemente atadas y él tenía un arma. Estaría muerto antes de que pudiese acercármele. Mataría a Gabriel con tal de mantenerme al margen.
Las lágrimas de impotencia me nublaron la visión.
Perdí la noción del tiempo, también como de la ruta que llevábamos. Miraba de vez en cuando a mi hermano y veía su pecho subir y bajar, ganándome un poco de tranquilidad.
La ruta cambió a una bastante inhóspita. Las miles de posibilidades se dispararon en mi cabeza, en todas terminábamos mi hermano y yo, muertos bajo algún árbol. Amelia secuestrada sin que nadie la ayudase.
Pero entonces llegamos a una cabaña patética, sucia y abandonada. Amelia detuvo el auto y Stuart me ordenó que bajase a Gabriel. Amelia me ayudó como pudo y lo acostamos en un pequeño catre donde apenas cabía. Parecía la cama de algún niño. Olía a rancio, sucio y moho.
Amelia acariciaba a Gabriel, genuinamente preocupada por su salud, aproveché de entrelazar nuestras manos, transmitirle un poco de confianza y que ella, con su sola esencia, me diese fuerzas para aguantar lo que sea que estuviese por venir.
No puedo verla morir.
Dios, no lo permitas.
Después de que Stuart colocase un candado en la puerta le ordenó a Amelia que entrase al baño a quitarse su dulce color rosa del cabello.
—¿Cuánto dinero quieres?—pregunté en cuanto Amelia entró al baño—. Mi papá puede conseguirlo.
—Esto no es por dinero, no es una tonta película de Hollywood, idiota. ¿Crees que hay dinero capaz de comprar su libertad?.
Su... él solo quería a Amelia y ciertamente no había dinero capaz de pagar lo que ella vale.
—Además, no me hace falta dinero, soy más que capaz de mantenernos sin ningún problema. No tendremos lujos, pero seremos felices.
Maldito loco...
—¿Qué harás con nosotros?.
—Bueno, creo que se me pasó la mano con ese, pero será solo un estorbo menos. Y la verdad no sé, ustedes no formaban parte de la ecuación, pero han servido para mantener las cosas tranquilas con Mia. Pensé en deshacerme de ustedes pero me está funcionando tenerla a ella tan dispuesta a lo que sea por ti y por él.
—No sé cuáles son tus planes, pero no creo que funcionen. Mi papá es diplomático, te estarán buscando en todos lados. No podrás estar tranquilo nunca.
—Todo pasa siempre, Ramsés. La bulla del momento, la angustia, el dolor, todo el mundo con las banderas del país de ustedes en sus perfiles, y luego, todo pasará. Quizás algún famoso le grite a la esposa en un restaurante, un deportista se retire, una pareja se separe o suceda algo más grave, un atentado en medio oriente o en Europa, y entonces se olvidarán del caso. Lo archivarán y pasará a ser un caso más sin resolver, un misterio. Conmemorarán cada año la desaparición y todos seguirán con su vida.
Tragué seco, sé que sus palabras crueles son ciertas, pero solo dejaba en evidencia lo frialdad con que estuvo pensando las cosas.
—Yo jamás lo dejaría pasar. Mi familia tampoco. No tendrías descanso.
Él se encogió de hombros, como si poco le importasen mis palabras.
—En ese caso será mejor que los mate. Una molestia menos.
Amelia salió del baño con su ropa humedecida y manchada con tinte. Sus ojos no brillaban, sus labios temblaban. Su mirada estaba en el piso, atemorizada, nerviosa.
Nunca la había visto así.
Esquivó mi mirada una y otra vez. Fue entonces cuando lo entendí. Se sentía expuesta, vulnerable, Stuart acababa de romperla una vez más.
— Vous avez l'air beau comme Bombón. Je vous ai aimé avant d'avoir les cheveux roses et un perçage - Te ves hermosa como sea Bombón. Me gustabas antes de tener el cabello rosa y ni un solo piercing.
No me importaba si Stuart me miraba como psicópata, necesitaba que ella recobrara su confianza, si no, él haría con ella lo que quisiese.
Incluso cuando Stuart me golpeó no me inmuté, limpié la sangre de mi boca con el dorso de mi mano y mantuve mi mirada fija en Amelia.
Entonces ella me dio una pequeña sonrisa nerviosa y supe que lo había logrado, así que le sonreí como solo ella era capaz de lograrlo.
—¿Por qué no se despierta?
Era la misma pregunta que me hacía, desde hace rato, aferrándome a las pocas cosas que sabía del tema.
—A veces es bueno que luego de un fuerte golpe en la cabeza la persona duerma, para que se recupere más rápido, es como cuando a la persona le inducen al coma.
Y de verdad esperaba que fuese así. Si algo le pasaba a Gabriel...
Él es mi hermano, mi mejor amigo, mi cómplice. El que se quedó a mi lado aunque era un gruñón que no quería hablar, él que siempre buscó la forma de hacerme reír, de generarme alguna reacción a lo que fuese. Era por eso que le encantaba molestarme, porque descubrió que cuando mamá murió la única reacción que conseguía de mi era la molestia, el enojo, la rabia, así que me hacía enojar, rabiar, molestar, para luego terminar sacándome una sonrisa. Y de alguna forma eso se convirtió en nuestra forma de ser, de interactuar.
No había nadie como él. No podía perderlo.
—Hora de dormir.
Era el momento que estuve temiendo. Mis músculos se tensaron y mi corazón se partió en pequeños pedazos. Amelia tendría que acostarse a dormir al lado de él, en el mejor de los casos, y yo no podría ayudarla. En el peor de los casos en la violaría mientras yo escuchaba.
—Estaré bien—me susurró pero no le creí a pesar de que ese tic que tenía cuando mentía no apareció.
Stuart, sin ninguna delicadeza anudó nuestros pies y manos.
—No importa lo que escuches, más te vale que te quedes callado, no querrás que salga y acabe con tú hermano—susurró tan bajo que me costó escucharlo.
Vi como Amelia se perdía dentro de la habitación y luego Stuart siguió sus pasos. Volví a comenzar a llorar de impotencia, aunque no sé si en algún momento había parado de hacerlo.
Permanecí atento a cualquier ruido que pudiese escuchar, temiendo reconocer aquellos que tanto me daban miedo. Si él la tocaba... si él tan solo...
Respiré profundo, no sé cuánto tiempo había pasado pero no escuché ningún ruido, sin embargo no me permití llenarme de esperanzas.
Él también pudo amordazarla, atarla, someterla.
Tragué el cumulo de lagrimas que se agolpaban en mi garganta, que me cortaban la respiración y me hacían querer destruir todo el mundo a mi paso.
Analicé cada espacio de la cabaña donde estábamos, buscando cualquier cosa con la que soltar mis manos. Un borde afilado de la silla me podría servir, pero llegar hasta allá sin hacer ruido sería el problema.
No sé cuánto tiempo pasé analizando mis posibilidades, era una buena forma de despejar mi mente de los horrores que Amelia podía estar sufriendo y funcionó porque en algún momento de la noche o quizás de la madrugada me quedé dormido, sentado en la misma posición en la que estuve desde que llegué; me desperté cuando Gabriel se removió a mi lado.
Abrí los ojos asustado y entonces vi los suyos mirarme confundido.
No podía abrazarlo con mis manos atadas, sin embargo me abalancé sobre él y pasé mis manos atadas por su cabeza para poder abrazarlo. Más de una lágrima se me escapó.
¿Cómo puedo seguir llorando? Ya no debería quedar nada en mí.
—¿Amelia?—susurró con su voz ronca.
—En el cuarto... con..—me voz se entrecortó sin poder terminar la frase.
Gabriel palideció y miró a la puerta horrorizado. Sus ojos volvieron a clavarse con los míos, en una de nuestras comunicaciones silenciosas.
—No he escuchado ni un solo ruido.
Fue su turno de asentir.
—¿Te duele la cabeza?, ¿mareos?, ¿nauseas?.
—Yo se me cuidar, no estoy embarazado, Rámses.
Y allí estaba su humor característico. Una pequeña sonrisa escapó de mí, una de alivio.
Lo puse al día en lo poco que había pasado desde que él cayó inconsciente y después permanecimos en silencio.
—Duerme un poco, yo ya lo he hecho demasiado—me apremió Gabriel.
Mi hermano se rodó todo lo que le permitió la cama y yo me acosté sobre sus piernas, sus brazos me rodearon la cabeza.
—Si escuchas algo...
—Te despertaré.
Y así, en esa extraña posición me quedé dormido.
—Irmão- Hermano— me despertó.
Me reincorporé con rapidez, mi corazón martillaba con fuerza. Los recuerdos del día anterior me aturdieron. Me costó focalizar y tuve que sostenerme la cabeza y apretarme los ojos para poder calmarme.
Stuart salió de la habitación con una sonrisa en su rostro, una que me moría por quitarle, eliminarla de su rostro. Arrancarle todos los dientes, desfigurarlo, destruirlo.
—Buenos días.
Nos saludó con voz cantarina, como si fuese lo más normal para él tener a dos adolescentes amarrados en una cabaña remota.
—¿Qué tal durmieron? De haber sabido que no ocuparíamos las dos camas, les pude haber prestado una para que estuviesen más cómodos.
Gabriel me apretó el brazo con su mano. Él estaba cayendo en sus provocaciones, yo no lo haría. Esperaría a que me Amelia me confirmara o negara lo que pasó anoche y entonces decidiría que hacer.
Solo necesitaba verla, su mirada me diría todo.
Stuart comenzó a hacer el desayuno y me incliné lo más que pude tratando de ver dentro de la habitación.
—Está dormida aún... debe estar muy cansada.
Sus palabras venían con un doble sentido.
—Amelia siempre fue de dormir profundo, aunque poco. No era de las chicas que se despertaban al medio día. Tiene un sueño muy pesado y reparador, que la hace recargar sus energías muy bien. Recuerdo una vez que estando pequeña, quizás de unos 9 años o menos, se quedó dormida en el auto. Rosalía y yo íbamos a la fiesta de un amigo y el camino se hizo tan eterno que ella se durmió. La pobre, estaba emocionada con esa fiesta y no la disfrutó. Llegó dormida y a pesar de la música estruendosa se mantuvo dormida toda la fiesta y el camino de regreso.
Él hizo una pausa para reír de su propio recuerdo. Si las circunstancias fuesen otras y él no fuese un maldito psicópata, probablemente hubiese reído con él y la anécdota. Sobre todo porque yo sabía muy bien lo dormilona que era mi chica. Casi me mata de un infarto un día regresando de la playa, cuando decidió cambiarse la ropa por si sola y delante de mí, completamente dormida.
—Se despertó al día siguiente en su cama y pasó todo el domingo molesta porque se perdió la fiesta. Incluso nos acusó de no haber ido.
¿En qué momento ese hombre se enamoró de Amelia? Sus recuerdos parecían ser de un padre amoroso. No entiendo ¿cómo pudo?, ¿cuando ocurrió?. Como futuro medico conseguía fascinante su desviación... quería sacarle el cerebro y que lo estudiaran. En realidad quería sacarle el cerebro y todos sus órganos, por placeres menos científicos pero ya que lo descuartizaría mejor que no fuese todo un desperdicio.
Amelia salió del cuarto con su cabello enredado, sus ojos abiertos, asustada, nerviosa, pero decidida.
Esa mirada me gustó. Era de fuerza, de carácter, la misma que tanto me atrajo. Esa era mi Amelia.
—Buenos días mi pequeña.
Sus ojos marrones me buscaron con la mirada y cuando me vio tuvo cierto alivio en su rostro. Entonces mi hermano la saludó y el miedo que en ella quedaba desapareció.
Corrió hasta nosotros y con gran torpeza nos abrazó. Olisqueé su cuello y a pesar de todo, su aroma seguía estando allí. No pude evitarlo y la besé, porque quería que supiese que si alguna parte de ella se perdió, yo la recuperaría.
Me regresó el beso y reprendió a Gabriel por asustarla. Se levantó y buscó lo necesario para limpiar la herida de Gabriel y el sucio de su cara, lo hizo con mucha delicadeza, demorándose todo lo que pudiese.
—Es suficiente.
Stuart lanzó los platos del desayuno con más fuerza de la necesaria en la mesa. Amelia se levantó y con su plato en mano se dispuso a compartirla con nosotros.
Stuart la tomó por el brazo con demasiada fuerza, inmediatamente me tensé pero Gabriel me retuvo. Ella se soltó con violencia de su agarre y en su mejor pose rebelde lo desafió.
—No los matarás de hambre. Si ellos no comen, yo tampoco. Tú decide.
Quería sentirme orgulloso por ella, pero también sentí miedo de que ese loco, del que podíamos esperar todo, le hiciera tragar sus palabras. Sin embargo, cuando él no dijo nada más, Amelia ganó la batalla. Se arrodilló frente a nosotros y nos comenzó a dar la comida. Fue un extraño momento de tranquilidad para toda la desgracia que estábamos viviendo, por eso, cuando la comida se acabó nos decepcionamos. Mi angustia regresó.
Era un nuevo día y seguía sin saber los planes de Stuart. Quizás nos llevaría a un lugar apartado del bosque y nos mataría para luego irse con ella. Quizás pretendería quedarnos aquí por más tiempo, como sus prisioneros y nosotros los garantes de que Amelia no se resistiría.
Sería hasta mejor que nos matase, porque si seríamos la razón por la que Amelia podría acceder a estar con él, prefería morir e imaginar que ella seguiría luchando eternamente contra la voluntad de su captor.
Cuando me estaba dando agua me atreví a hacerle la pregunta silenciosa que tan desesperadamente necesitaba que respondiera. Me concentré en transmitirle mi duda, pero ella era tan despistada, que necesitaría un milagro. Y me lo concedieron, porque mi chica me entendió y lo mejor, negó. No había pasado nada con Stuart, ella seguía intacta, mis besos seguían protegiendo cada parte de ella.
Solo en ese momento sentí un peso desaparecer de mi cuerpo.
—No me hizo nada.
—Papá nos conseguirá, solo resiste.
Pero canté victoria muy rápido.
—Vamos a cambiarnos y nos pondremos en marcha pequeña.
Stuart se acercó hasta nosotros y nos amordazó, primero a Gabriel y luego a mí. Cubrió con gran fuerza nuestras bocas, tanto que me fue imposible no gruñir por el dolor.
—Quizás escuchen algunos ruidos, pero no quiero que se alteren y nos interrumpan. No sé ella, pero yo suelo ser muy... ruidoso.
Palmeó con demasiada fuerza mi mejilla y entró al cuarto, cerrando la puerta tras si.
—¡No!. Maldito infeliz. ¡No la toques!, si la tocas te mataré, te mataré. ¡Amelia!.
Grité con todas mis fuerzas pero mis gritos eran contenidos por la mordaza de mi boca. Mi hermano intentó calmarme, incluso contenerme de levantarme.
—Rámses, no le hará daño, pero si te paras te matará. Si te mata a ti, me tendrá que matar a mí y entonces Amelia tendrá que verlo y quedará sola.
Es lo que me decía mi hermano o por lo menos lo que le entendí que decía. Me lo repitió varias veces hasta que comprendí el mensaje completo.
La puerta entonces se abrió y Amelia salió del cuarto convertida en una furia, se paró cerca del baño, su cuerpo temblaba, sus puños estaban apretados con violencia. Pero estaba intacta en apariencia y no pasó mucho tiempo como para creer que se había atrevido a ponerle un dedo encima.
Llevaba puesta la misma camisa con la que la vi la primera vez que fui a su casa. Ella me confesó tiempo después de que se la había colocado porque la hacía sentir fuerte y que estaba tan apenada por las fachas en que Gabriel y yo la habíamos vistos, que necesitaba sentirse fuerte y poderosa. No era casualidad que ella llevase esa misma camisa puesta hoy.
Amelia dará la pelea, no se rendirá ni se dejará someter.
Stuart salió del cuarto con una cara de felicidad que me asqueó. Amelia no lo notó, pero su pantalón...
Maldita sea, él tiene una erección.
Stuart salió de la casa y dejó la puerta abierta, vi a Amelia contemplándola y rogué que lo hiciera, que saliese y huyese, pero no lo hizo. Y no debería sorprenderme, porque ya sabía yo que no nos dejaría.
—Bien, tomaremos las mismas posiciones de ayer. No quiero problemas chicos, me basta con tener a uno solo de ustedes vivo, poco me importa cual—dijo Stuart entrando de nuevo a la casa.
—No—terció Amelia—, ellos no irán a ningún lado con nosotros. ¿Te quieres ir? Bien, nos iremos, los dos. Tú y yo. Ellos se quedarán aquí.
—No, Amelia. ¿Qué haces?. No lo hagas, escúchame, no lo hagas—pero era inútil, ella me ignoraba, no importaba si tuviese o no la mordaza puesta.
—Beleza, podemos salir de esta, no lo hagas—mi hermano también intentaba hacerla entrar en razón.
—No seas absurda, ellos son mi garantía de que te comportarás.
—Te equivocas, ellos son solo el recordatorio del monstro que eres y mientras los tengas cautivos me seguirás pareciendo repulsivo y despreciable. Déjalos ir y yo iré contigo sin pelear, sin rechistar, sin desobedecer.
El lenguaje corporal de ambos era parecido. Ambos con sus brazos cruzados, en un gesto que se me antojo tan similar que me dio rabia. Dejó claro la familiaridad que los unía, una que destruyó Stuart con su desviación.
—¿Y qué garantía me darás de que no huirás de mí, de que harás todo lo que diga?
—Átalas si quieres.
—¡NO!—volvimos a gritar y me volvió a ignorar.
—Te ataré, obedecerás todo lo que te pida, dormiremos en la misma cama y... dejarás que tome lo que es mío, todas las veces que quiera, sin negarte.
—Déjalos ir y tienes un trato.
—¡MALDITA SEA, AMELIA! ¡NO!—grité una y otra vez con mi garganta llameando a fuego, herida, pero no más que mi corazón.
Ella no podía estar haciendo esto. No podía. Está loca, no puedo permitirselo. Mi hermano también gritaba, tratando de llamar su atención. Mis papás nos conseguirían, solo debíamos permanecer juntos, no separarnos.
—Has el trato, dame tu palabra, y los dejaré ir.
—Sin lastimarlos.
Seguía berreando con todas mis fuerzas cuando Amelia se acercó para sellar el trato, entonces Stuart la atrajo hasta él, la inmovilizó con gran facilidad y la besó.
La vi negarse, tratar de soltarse. Grité, mi hermano también. Las lágrimas empañaban mi visión.
Lo mataré, de verdad lo mataré.
Tuve que haberlo hecho el día que me enteré que fue su violador.
Ella lo mordió con fuerza y Stuart tuvo que soltarla, sin embargo lo hizo sonriendo. Su erección era ahora más notoria.
Maldito enfermo de mierda, te cortaré las bolas, te caparé y te taponearé el culo para que ni para homosexual sirvas.
Mi saliva, la que espeté mientras gritaba, humedeció la mordaza.
—Despídete pequeña, porque no volverás a verlos.
En cuanto salió de la casa Amelia se dobló y cayendo al piso vomitó todo lo que acababa de comer. La vi hacerlo sin poder ayudarla, impotente.
Inservible.
Mi chica también lloraba. Cuando terminó de devolver la comida, quedó sentada en el piso, tratando de calmarse.
Se levantó, me miró, se levantó corriendo a mis brazos y colisionó con mi pecho, deslizándose por debajo de mis brazos atados.
La apreté con fuerza, no quería soltarla, no la soltaría. No dejaría que se fuese con él. No me abandonaría, no se sacrificaría por mí.
Gabriel, tan desesperado como yo, nos abrazó como pudo. Amelia sollozaba en mi pecho sin que yo pudiese hacer nada.
—Los matará en cuanto pueda. Lo hará, no puedo permitirlo, no puedo arriesgarme. Les hará daño para que haga lo que quiera y yo lo haría. No puedo... no...
Murmuró contra mí, estaba tratando de explicarme su decisión pero poco me importaba. No quería dejarla, no quería separarme de ella.
Pero ella tomó la decisión sola, decidió por ambos y aunque fuese una locura, era lo más sensato. Ya sabía yo muy bien que mi hermano y yo seríamos los culpables de su violación tanto si nos quedábamos, como si nos dejaban atrás, gracias a ese estúpido acuerdo.
Espero que ella no cumpla su palabra.
Busqué su boca y la besé. Ella se iría, pero no con los labios de él sobre los suyos. Se iría con los míos.
La marqué.
Solo esperaba que no fuese por última vez.
Quería transmitirle fuerza, recordarle por lo que debía luchar, por lo que debía ser fuerte y resistir.
—Te amo.
Yo también te amo, quise poder responderle. No te vayas, quise rogarle.
Pero solo pude negar, tratando de que entendiese todo lo que no podía decir.
Me estaba partiendo el alma en dos. No lo soportaría. Mi hermano tampoco, tenía su rostro inundado en lágrimas, la atrajo hasta sí y le dio un beso en los labios.
Quédate conmigo, no te vayas bombón.
Mis lágrimas me molestaban en un nudo doloroso en mi garganta.
—Te estás tardando demasiado pequeña. Soy un hombre de palabra, así que una vez nos marchemos pueden liberarse. Ni se molesten en buscarnos, no permaneceremos mucho tiempo en esa camioneta.
La tomó de la mano y la obligó a salir de la habitación. Escuché las puertas de la camioneta cerrarse y poco tiempo después el ruido del motor cuando comenzó a alejarse.
Me lancé al piso de la cabaña y saltando llegué hasta donde Stuart dejó la navaja. Con desespero solté mis pies y corrí a donde Gabriel para soltarle sus manos.
Le tendí la navaja e hizo lo mismo con las mías.
Lo ayudé a soltarse las ataduras de las piernas, lo noté, para mi completo horror y angustia, un poco torpe.
Salimos de la casa apresurados, aun el polvo del pasar de la camioneta no se asentaba. Corrí todo lo que mis piernas fueron capaces de dar hasta la carretera principal, pero no vi rastros de la camioneta.
Mi hermano intentó correr a mi lado pero no pudo. Cuando noté que seguía aun a mitad de camino me regresé a buscarlo.
—¿Qué haces? Ve, yo estaré bien.
—No, no sé que dirección tomaron y tampoco podría dejarte solo.
—No me pasa nada.
—Gabriel, estás pálido y obviamente mareado. No te puedo dejar solo.
Él no me negó nada así que lo tomé como una confirmación de sus síntomas.
Caminamos en silencio por unos cuantos minutos. Yo podía ir más rápido, pero no quería forzar a mi hermano.
—Rámses...
Cuando me volteé a mirarlo, él ya estaba doblado sobre su cuerpo devolviendo el desayuno que nos dio Amelia.
Mi mente comenzó a llenarse de toda la información referente a las contusiones y síntomas de angustia.
Él terminó de vomitar y lo llevé hasta la sombra más cercana, donde lo hice sentarse en el piso. Me acuclillé delante de él y con su rostro entre mis manos lo volví a revisar.
Estaba pálido, sudaba frío y...
—Estoy bien, Rámses. Se me revolvió el estómago con la corrida de hace poco. Estamos perdiendo tiempo aquí sentados.
—¿Te duele la cabeza? ¿Estás mareado?.
—No—respondió cansado.
—Gabriel...—le advertí.
—De verdad estoy bien hermano. Podemos seguir caminando. No me duele la cabeza, no estoy mareado, no tengo náuseas y si vomité fue por la corrida que di. Tú sabes que nunca troto con el estómago lleno. Además... ver a Stuart besando a Amelia... estoy aguantando las ganas de vomitar desde hace mucho.
Asentí, no tenía nada más que hacer o decir.
Lo ayudé a levantarse y reemprendimos la marcha, esta vez por la sombra.
—Estará bien—dijo mi hermano rompiendo el silencio.
—Si—acordé tan inseguro como él lo había dicho.
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