CAPITULO 7. POV Rámses. Y LO HICISTE DELANTE DE MÍ (segunda parte)
En este medio una sola persona es quien tiene tanto la droga como la cerveza, tener a dos personas en dos puntos distintos con dos mercancías distintas y valiosas, solo complicaba la situación. Eso también lo aprendí de la peor forma, cuando hicieron una redada sorpresa. Por suerte corrí hacía el sujeto que llevaba las cervezas, era mejor que me detuviesen por alcohol, que por drogas y lo confirmó Mike cuando me sermoneó por teléfono después de que mi papá me fuese a buscar a la comisaria.
—Seis cervezas. Cerradas—le pedí extendiendo un billete de 50, estaba más que seguro que eso cubría el precio y el pase. En estas reuniones aunque no te lo decían, debías pagar entrada.
—En sitios como este, jamás aceptes bebidas ya abiertas—era algo tonto para decirle, porque ni de coña permitiría que ella regresara a un sitio así sin mí, pero también serviría para darle un poco más de susto.
Conduje hasta el acantilado, pudimos caminar, pero no quería estacionar la camioneta tan lejos de nosotros. La tome de la mano con la excusa de ayudarla a bajar por la pequeña colina. Busqué las rocas donde solía a sentarme, a lamentarme constantemente por la pérdida de mi mamá, viendo el ir y venir del mar, esperando que esa serenidad que yo conseguía, pudiera ser también de Amelia.
La vi cerrar los ojos y aspirar el olor marino, relajando sus músculos, esos que mantenía en tensión desde que la vi y seguramente desde antes de eso. Destapé las cervezas y le ofrecí una creyendo que la rechazaría.
Incluso en las cosas más pequeñas, Amelia no dejaba de sorprenderme.
Cuando la noté más calmada me aventuré a retomar el tema de su mamá y su padrastro. Necesitaba saber por qué eran tan espantoso que su mamá lo hubiese perdonado, pero sobre todo quería conocer el por qué Amelia no podía hacerlo.
—No estoy lista para hablar de eso—zanjó el tema y tratando de cambiarlo agregó:—. Este lugar es hermoso, ¿Cómo diste con él? Pensé que tenían poco tiempo en el país.
—Siempre tenemos poco tiempo en los países en los que estamos. Nuestro papá es diplomático, así que hemos vivido en varios países, en distintas oportunidades. En este estuvimos hace tres años, y fue cuando di con este lugar. Cuando llegamos lo primero que hice fue regresar aquí y me encontré con que no era el único en frecuentarlo.
—¿Tu mamá también es diplomática?—preguntó
—Tienes muchas preguntas, pero no respondes las mías—se me hacía fácil comunicarme con ella, pero de verdad necesitaba obtener respuestas, mi cabeza comenzaba a hacerse algunas ideas bastantes escalofriantes alrededor de su mamá y su padrastro.
—Gracias por traerme aquí—susurró, y creí que esquivaría mi pregunta—. No preguntes como lo sé, pero mi padrastro aún va detrás de la mujer con la que engañó a mi mamá
—¿Y ella lo sabe?
—Si. Se lo he dicho y mostrado pero es como si ella prefiriese no escucharme, como siempre. Tu turno de responder—pidió—.
Era una respuesta sensata, entendía que quisiera proteger a su mamá incluso del dolor al que ella misma estaba exponiéndose al volver con un hombre, que continuaba engañándola con la misma mujer. Para mí no era un tabú hablar de mi mamá, solo era doloroso y en la medida de lo posible lo evitaba
—Mi mamá no era diplomática, y la palabra clave aquí es "era". Ella falleció hace poco más de tres años.
—Lo lamento—apretó mi brazo en el mismo gesto que todo el mundo hacía cuando lo contaba, aunque en el caso de ella, realmente sentí el alivio de sus palabras—, de haberlo sabido no te hubiese insistido en la pregunta.
Y aquí es cuando mi verborrea volvía a poseer mi boca...
—Se llamaba Karen, era francesa, y su nombre significa fleur de lotus
Era mucho más de lo que normalmente contaba de mi mamá. La quería solo para mí, aunque eso implicase hacerla un misterio para los demás
—"Flor de Loto". Es un bello nombre—Le sonreí porque no fue necesario la traducción, porque el halago fue sincero y porque a mi mamá le hubiese gustado conocerla.
Permanecí todo ese rato con ella sentada al lado mío, envueltos en un silencio que era reconfortante, solo interrumpido por el sonido del mar y nuestras respiraciones. No fue en ningún momento incómodo y esa paz que la vi reflejar, era lo que buscaba para ella. Recibimos juntos el atardecer, los colores se reflejaban en sus ojos y me brindaban la mejor de las vistas que podría tener en mi vida entera, porque representaba los colores de la tierra misma, naranjas, rosados, violetas, coqueteando en un caleidoscopio de colores con sus ojos café y verde.
Ella miraba embobada el atardecer, y yo estaba idiotizado viéndola sin poder dejar de hacerlo.
Pero la noche cayó y tuvimos que marcharnos. Para cuando llegamos hasta arriba del acantilado, la fiesta se había salido de control, muchas personas borrachas y bastante drogadas pululaban en el lugar. Fue en este momento cuando entendí el error que había sido traerla para acá y me reprendí por haberlo hecho.
Llegamos a la camioneta y solté su mano para que pudiera subirse al auto, pero no bien comencé a rodearlo para llegar a mi puerta, escuché la voz arrastrada de un borracho
—¿Qué tenemos aquí?
Regresé sobre mis pasos con rapidez, maldiciéndome una y otra vez por haberla traído. No debí ponerla en este riesgo.
—¿Qué hace una mojigata como tú por acá? Si buscas acción...
El imbécil no iba a terminar esa frase nunca, porque me interpuse entre él y Amelia, quitando sus garras del brazo de ella. La sangre me hirvió en cuestión de segundos, como desde hace muchos años no me pasaba. Comencé a ver todo rojo y no precisamente por el atardecer, mi corazón me preparaba para lo que estaba por venir, mientras que mi cuerpo instintivamente se colocaba en posición.
—Lárgate—le dije y una parte de mi quería que no lo hiciera.
—Cálmate amigo, no sabíamos que estaba acompañada—su excusa fue falsa
—No soy tu amigo—y él empezó a reírse, me dejó bien claro lo que pasaría.
—Sube al auto—le ordené a Amelia y gracias a Dios me obedeció.
—No quiero problemas hermano, solo pasarla bien...
—No soy tu hermano—insistí
—... con tu amiga—terminó la frase y apreté mis puños con fuerza a mi costado, cada musculo de mi cuerpo se tensó.
Él era solo uno, pero a unos cuantos pasos de ellos se encontraban dos más que no quitaban la vista del que asumía era su amigo. Me superaban en número, pero ellos estaban tomados y yo no, eso lo tenía a mi favor. Él sonreía y yo permanecía serio, atento a cualquier movimiento a mi costado, incluyendo a los movimientos de Amelia que me miraba desde la camioneta.
—Patearé tu culo hasta el próximo estado; tendrán que sacarte mi zapato con cirugía.
La sonrisa socarrona se borró de su rostro y ahora fue mi turno de ladear mis labios.
Él alzó su brazo en un puño y lo estrelló contra mi rostro y me hizo retroceder hasta el auto, donde escuché el grito de Amelia amortiguado por el vidrio, me giré para asegurarme de que no intentaría bajarse, mucho menos intervenir.
Sus ojos reflejaban el terror y mi corazón se encogió porque fue mi estúpida decisión la que la trajo aquí.
El imbécil era rápido, eso debía concedérselo, pero no fue lo que me alertó, sino los dos tipos, que asumí como amigos del borracho, se comenzaban a acercar. No tendría mucho tiempo para salir de aquel lugar y tenía que hacerlo, aunque en otra circunstancia los enfrentaría, pero no pondría en más riesgo a Amelia, ni sería yo el causante de más estrés en su vida.
Separé mis pies afianzando mi posición en el terreno arenoso, alcé mi brazo izquierdo para protegerme el rostro y acorté las distancias entre el maldito y yo. Lo sorprendí cuando estrellé mi primer golpe en su mandíbula, el segundo en la nariz y el tercero en la boca del estómago.
Cuando lo vi caer sosteniéndose la barriga, boqueando por aire, fue el momento que tuve para salir de allí. Amelia intentó abrir la puerta pero la volví a cerrar de un solo golpe que la sorprendió. Rodeé el auto con rapidez y sin perder tiempo encendí el motor y nos saqué del lugar todo lo rápido que era capaz de manejar.
Perdí la cuenta de cuantas veces me maldije y me reprendí a mi mismo por exponerla de esa manera. Si no hubiese sido lo suficientemente rápido, si no hubiese visto a sus amigos, el día pudo haber terminado muy distinto. Amelia continuaba pidiendo que parase el auto, pero necesitaba alejarme de allí, alejarla a ella de allí.
— ¡Rámses he dicho que pares!—gritó y me sorprendió. Le obedecí en cuanto llegué a la carretera principal y confirmé que nadie nos estuvo siguiendo..
Por un momento pensé que se bajaría de la camioneta, y me vi a mi mismo corriendo detrás de ella implorándole que regresase, sin embargo ella rebuscó en la guantera del carro hasta que dio con unas servilletas. Se desabrochó el cinturón mientras yo permanecía impasible, esperando el momento cuando comenzara a gritarme y se bajase del auto huyendo de mí. Tomó mi mando derecha haciendo que soltase el agarre del volante y con gran delicadeza limpió la sangre de mis nudillos. Luego pidió mi otra mano y repitió lo mismo. Pensé que había terminado, pero tomó mi barbilla, con extremo cuidado, y me hizo girar el rostro hasta que el suyo estuvo a centímetros del mio.
Me miraba con detenimiento, revisándome... cuidándome. Limpió la comisura de mi boca con la servilleta, su respiración se mezcló con la mía, jamás había deseado tanto besar a alguien, besarla a ella, pero no quería aprovecharme de este momento, así que una vez más me contuve, concentrándome en sus ojos que tanto me encantaban, cuando terminó de revisarme y su mirada se encontró con la mía noté que no estaba molesta como lo creí y eso me confundió.
—Pensé que estabas molesta, que dirías algo como que no te gusta la violencia y que no debía haberle pegado—ladeé mi sonrisa, porque ella era toda una caja de sorpresa para mí
—Lo estoy—respondió y su respuesta me dolió—, pero no contigo, sino con el idiota borracho que arruinó el día. Y me alegro que le hayas pegado, no me gusta la violencia, pero él se ganó su golpe—y sonrió derritiendo mi corazón. —Por cierto, ¿tú... me subiste hasta mi cuarto anoche?—preguntó ruborizándose.
Sabía a donde quería parar con esa pregunta, de hecho, lo estaba esperando. Para ella tuvo que ser toda una sorpresa conseguirse en su cuarto, con su pijama puesta.
—Si, ¿Por qué?—solo recordar el show de anoche me ponía
—Oh, está bien, es que bueno, solo recuerdo haberme dormido en al auto y desperté en mi cama, con mis pijamas puestos—estaba nerviosa, quizás no estaba preparada para saber la verdad, pero no perdería la oportunidad de sonrojarla un poco
—Y pensaste que había sido yo el que te cambió la ropa—estaba disfrutando enormemente torturándola.
—No, bueno... ehm...—tartamudeó y fue el momento para terminar con su agonía
—Porque déjame decirte que pude haber sido más que capaz de hacerlo—me interrumpió—pero tú insististe que lo harías solita... y lo hiciste delante de mí
Su rostro estalló en escarlata, dejó de respirar y sus ojos se desorbitaron. Esperaba ver esa reacción en ella más seguida, porque me resultaba divertida y bastante sexy.
Ella se volvió a sentar derecha y se ajustó el cinturón de seguridad sin decir ni una palabra más. Sus mejillas seguían rojas incluso cuando llegamos a su casa y estacioné para que bajase.
—Descansa Bombón—le dije haciéndola que su bochorno se reactivara.
Algún día, no muy lejano, la tendría debajo de mí, igual de ruborizada
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top