CAPITULO 6. POV Rámses. Y LO HICISTE DELANTE DE MÍ (primera parte)
Pasé la noche en vela pensando en Amelia y en todo el enjambre de emociones que ella estaba despertando en mí: celos, rabia, necesidad, tristeza, rabia, alegría, felicidad, calidez, frío, vacío, llenura... amor; y todos estos sentimientos me agobiaban. Era mucho en muy poco tiempo y la gran mayoría nunca los había experimentado.
Cuando por fin amaneció me levanté de la cama, me alisté para el Instituto y preparé el desayuno para mi hermano y para mí. Gabriel no volvió a tocar el tema, pero cada vez que podía se me quedaba mirando, como si viéndome fijamente revelaría todo lo que estaba ocurriendo dentro de mí.
—¿Me contarás?—preguntó por fin cuando estuvimos camino al Instituto, era inteligente de su parte preguntarme cuando no tenía lugar a donde escapar.
—No hay nada que contar—respondí, pero sabiendo que seguiría insistiendo continué—, no ha pasado nada entre Amelia y yo.
—¿Y tú quieres que pase?—ladeó su sonrisa
—Si
—¿Qué quieres que pase?—debía darle un premio o un golpe por su insistencia
—Todo—confesé.
Al parecer ahora tengo una maldita boca que no sabe quedarse callada. Yo, que siempre he sido reservado, ahora sufro de verborrea.
Soy un maldito libro abierto
Llegamos al Instituto a la misma hora de siempre, con la única diferencia que hoy más que nunca quería ver a Amelia. Gabriel se entretuvo saludando a algunos chicos que veían clases con nosotros, mientras yo solo caminé al salón de clases teniendo la seguridad de que la conseguiría allí. Pero para mí decepción, ella no estaba. Me senté en mí puesto habitual a esperar que llegase, pero las clases empezaron sin que ella o Marypaz aparecieran. Cuando fue el primer descanso fui al cafetín con la esperanza de conseguirlas allá, pero mientras pasaba mi vista por las mesas mi hermano me interrumpió
—Vamos, Pacita nos necesita—dudé en seguirle, sonaría egoísta, pero no era mi problema. Él notó mi molestia—Pacita dice que Amelia nos necesita.
Lo miré confundido y fue cuando exasperado me mostró la pantalla de su teléfono, donde un mensaje de Pacita decía exactamente lo mismo que acababa de decirme. Me salté algunos puestos en la fila y pedí algo de comida, si no tenían intenciones de ir al cafetín a comer, le llevaría algo para que lo hiciese.
—Gracias por venir chicos—la seguridad de la voz de Pacita me sorprendió. Gabriel se acercó a saludar a las chicas, yo me mantuve al margen viendo a Amelia.
Su rostro estaba enrojecido como solo podía estarlo por horas de llanto, grandes ojeras se dibujaban debajo de sus ojos, dejando en evidencia la falta de sueño, lo que me extrañó, considerando que la dejé prácticamente en un coma la noche anterior.
—Uno de ustedes deberá quedarse con Amelia, ¿Quién será?—Pacita clavó su mirada en mí, era obvio que esperaba que fuese yo y no Gabriel.
—Yo lo haré—me ofrecí de inmediato antes de que Gabriel abriese su boca.
—Eu posso ficar com ela- Yo me puedo quedar con ella—insistió mi hermano
— Je vais rester avec elle dit – Yo me quedaré con ella dije—como volviese a insistir lo sacaría de allí a patadas. Su tonta actitud comenzaba a poner en riesgo su salud.
—Odio que hablen en otro idioma, sobre todo cuando no los entiendo—La voz de Amelia dejaba en evidencia todo lo que había llorado recientemente.
—Solo le decía que se portara bien contigo—Gabriel intentó explicarle—. No sé por qué estas llorando, pero nada que te haga llorar vale la pena.
Rodé los ojos por su comentario trillado digno de una tarjeta de pésame, y no pude evitar la incomodidad que me invadió cuando se despidió de ella con un beso en la mejilla.
¿Por qué tiene que hacerlo? ¿No puede decir "Adiós" y ya?
Apenas nos dejaron a solas me senté a su lado y le ofrecí la comida, que ella rechazó con mucha educación, pero en cuanto el dulce aroma de la comida le llegó intentó tomar la bolsa que traje para ella, así que le pegué en la mano para que la retirara.
Ella me miró sorprendida, resaltando lo obvio, que le había pegado.
—Son mis papitas y tú dijiste que no querías—expliqué
Cuando su cara amenazó con quedarse pasmada en esa mueca de estupefacción, no pude evitar sonreírle y ella, aunque intentó reprimirla, terminó sonriendo y tomando la bolsa que le ofrecí con su comida.
Con el ambiente menos tenso me atreví a preguntarle lo ocurrido, no quería presionarla a contarme nada que no quisiera, pero a ella al parecer se le hacía fácil hablar con cualquiera.
—Entonces lo perdonó y tú aún no—concluí.
—Yo no pienso perdonarlo nunca y ella tampoco debería hacerlo.
Era un tema muy delicado para ella, porque se volvió a molestar y se bajó del mesón donde estábamos sentados. Quería saber más, preguntarle. Quería saber todo de ella, pero no me atreví a presionarla. Ella caminó hasta la ventana elevada del salón y se subió a un pupitre para mirar a través de ella.
Me paré a su lado buscando aún la forma de que continuara con el tema, estaba seguro de que si conversaba lo que le angustiaba y molestaba se sentiría mejor, pero ella me tendió su mano, invitándome a subirme a su lado.
Me sujeté a su cintura, como único pretexto para no caerme, manteniendo mi cuerpo muy pegado al suyo, aspirando el olor floral de su cabello.
—Así que vienen aquí a espiar a los chicos sudorosos, pervers— quise quitarle tensión a la situación, aunque encontraba genuinamente cómico que espiaran a los chicos.
—No somos ningunas pervertidas—sonó ofendida y me reí con más fuerza—. Nos asomamos aquí cuando queremos tomar aire fresco
Amelia era una pésima mentirosa, no se daba cuenta, pero mordisqueaba la comisura interna de su boca cuando lo hacía, y no sería yo quien se lo dijese. Decidido a tomar todas las ventanas que me diera para acercarme a ella, le seguí el juego
—¿Quieres aire fresco? Ven conmigo—me bajé del pupitre y le tendí mi mano. Ella me miró a los ojos antes de hacerlo, pero finalmente lo hizo.
La sujeté con fuerza, nervioso, me acababa de dar permiso para pasarme el día con ella, lejos del instituto, y no pensaba desaprovecharlo. La saqué del salón, no sin antes tomar nuestras cosas y sin soltarla, tenía días queriendo saber cómo se sentirían nuestras manos entrelazadas y lo pensaba averiguar hoy.
Encajábamos a la perfección
El principal problema con los impulsos que Amelia me provocaba es que tendía a olvidarme del mundo, y eso incluía a mi hermano, que comenzó a llamarme con insistencia cuando salió de clases y no me consiguió. No le di detalles, solo que tomase un taxi a la casa y a pesar de que insistió en mayor respuesta, solo terminé colgando y desconectando el GPS del celular.
Hace algún tiempo, en una breve temporada que estuvimos viviendo aquí, conseguí este lugar, un pequeño claro cercano de un acantilado, donde grupos de chicos se reunían a tontear. En aquel entonces todos eran mayor a mí, pero yo tenía el dinero que ellos querían cobrar. Era un lugar un tanto exclusivo entre niños ricos de papá y mamá que querían sentirse rebeldes en su vida. Los precios de lo que vendían eran exorbitantes, pero garantizaban su calidad y que no estuvieran adulterados.
Más de una vez terminé aquí tomando con unos desconocidos, drogándome con algunos otros. Siempre solo, me negaba a traer a este mundo a Gabriel, después de todo, le gustase a él o no, era mi hermano menor, mi hermanito, y no lo quería en los mismos pasos que yo estaba dando en aquel momento.
Pero la única razón por la que traje a Amelia a este sitio, fue porque era el mismo lugar donde yo conseguía paz
—¿Qué es este lugar?—preguntó apenas nos bajamos, y asustada se colocó a mi lado, tratando de seguir el ritmo de mis pisadas. Rodeé su cintura con mi brazo, de verdad no desaprovecharía ninguna oportunidad.
—Un lugar donde pasar el rato y del que no debe saber mi hermano—le aclaré, esperando que tampoco le diera detalles a Pacita.
Caminé con seguridad hasta el mismo chico que siempre cuidaba la zona, me quedaba claro que era el distribuidor. Lo conocí desde mis primeras incursiones; se mantenía igual a aquellos días, salvo que ahora lucía con problemas de esteroides y bastantes graves.
—¿Quién tiene?—pregunté con rudeza. Para sobrevivir aquí hay que ser tan duro como ellos, si no, te devoran vivo, lo aprendí de la peor forma.
—El Mazda verde—me informó mirando a Amelia como presa. Ella se acercó a mí y le dediqué una sonrisa al distribuidor, era una invitación no grata a meterse con lo mío.
Y él era un tipo inteligente, porque entendió mi mirada y continuó conversando con su séquito.
—Dime que no comprarás drogas—susurró cuando estábamos a pasos del Mazda.
—Jamás te dejaría consumir drogas Bombón—aclaré cuando la vi fijarse en unos tipos fumando porros
—No fue lo que pregunté
Me encogí de hombros, no pasaría la tarde con ella hablando sobre mi paso por las drogas.
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