CAPITULO 47. POV Gabriel O'Pherer. ¿POR QUÉ DIOS, POR QUÉ? (primera parte)
¿Por qué tiene que verse tan bella? ¿Era mucho pedir que se viese fea, quizás con muchísimo acné o que por lo menos que ese vestido no dejase ver sus curvas?. ¡Dios! Lo que le haría con ese vestido... y sin el.
La vi mientras saludaba a todos, fingiendo que atendía a la conversación de Rámses y Amelia. Su sonrisa seguía encantándome, sus gestos delicados como cuando se apartaba un mechón de su cabello del rostro o se acomodaba el vestido que amenazaba con alzarse más de la cuenta, me comenzaban a volver un poco loco. ¿Por qué ella no podía entender que si la expuse con su familia era solo para protegerla?. Marypaz me miró de soslayo y sonrió.
¿Será posible que ella aún sienta algo por mí?.
—Hola chicos—saludó con cariño cuando llegó hasta donde estábamos. No la dejé ni siquiera dudar, me acerqué hasta ella y con mi mano en su baja espalda la atraje hasta mí para darle un beso en la mejilla, uno que duró más de la cuenta y que llevaba como única misión averiguar lo que ella sentía por mí.
Sus mejillas sonrojadas la delataron y me dieron la esperanza que necesitaba.
—Estás preciosa Marypaz—comencé con algo básico.
—Gracias, tú también luces muy bien Gabriel.
—Deja eso, yo te ayudo con tu bolso Pacita.
—Te dije que no me gusta que me digan Pacita—susurró.
—Y yo te dije que a mí me gusta Pacita.
Se volvió a sonrojar: —Por favor.
—Te diré qué. Delante de todos te diré Marypaz, y dejaré para nuestros momentos íntimos a Pacita.
—¿Y cómo debo llamarte yo en nuestros momentos íntimos?.
—Tú me puedes llamar como quieras, acabas de acceder a tenerlos...
Fui con mi hermano a entregar los bolsos. No le pondría las cosas tan fácil a Marypaz, bastante que me rechazó, por lo que no quería que me viese volviéndome loco por ella al primer coqueteo que compartíamos. Por esa razón cuando subí al autobús me senté al lado de Amelia hasta que Rámses me hizo levantar con molestia y quedé sentado a su lado.
El autobús se puso en marcha y respiré con frustración. Sentada, el vestido floreado de Marypaz dejaba expuesta mucha piel, y mi pierna rozando constantemente con la de ella no ayudaba en nada.
—Estas muy preciosa—le repetí queriendo desesperadamente romper el silencio entre nosotros.
—Gracias—y cruzó su pierna dejando a mi vista más piel de la que mi corazón o mi pene podía soportar.
Y como si estuviese imantado a su piel no pude resistirme a recorrer la suavidad de sus sedosas piernas con la punta de mi dedo índice. La vi sonrojarse y no perder la sonrisa coqueta que me daba a pesar de que su corazón martillaba con fuerza, tanto como el mío. Y cuando estuve a punto de perder mi mano por debajo de su falda...
—¿Sabrás como distribuirán las habitaciones?—preguntó Amelia arrodillada sobre su asiento.
A penas tuve tiempo de retirar mi mano y recomponer mi semblante.
—Según escuché será al azar, espero que quedemos juntas—dijo Marypaz.
—¿Dónde estábamos?—pregunté cuando Amelia se volvió a girar
—A punto de recordarte que es un autobús lleno de personas.
Bufé por primera vez molesto con Amelia, si ella no hubiese interrumpido, tendría a Pacita en estos momentos retorciéndose para mí con mis dedos adentro de ella.
—Esta noche te pasaré buscando.
—No lo creo Gabriel. Ya tengo otros planes...
—Oye Marypaz, ese color de uñas es fantástico—Ana Maria apareció con su cabeza en medio de la nuestra, parada sobre su asiento.
—Te lo presto si quieres, lo traje para retocarme.
Y después de una muy aburrida conversación que solo sirvió para enterarme que el turquesa está de moda en las uñas y que ese tema de conversación es especialmente fructífero para bajar una calentura, llegamos al hotel.
—¿Puedes dormirte de una vez?—Gustavo gritó cuando Rámses se levantó por tercera vez al baño.
—Ya te dije que no puedo dormir.
—¿Quieres una pastilla? También traje valeriana, no puedo dormir si no es en mi cuarto—Rafael estaba igual de desesperado como todos.
No solo se había parado 3 veces para ir al baño, lo que implicaba encender la luz, también lo hizo para buscar su cargador, luego para buscar los audífonos, luego para guardarlos, luego para leer un libro, luego para guardarlo, una vez porque creyó escuchar un animal, otra vez porque se le cayó el celular en el piso, una vez para cambiar sus almohadas con las mías, otra vez para cambiar la sabana, y una vez más para cambiarnos de cama por completo.
A menos que esa pastilla y esas góticas de Valeriana estuviesen hechas de Amelia, mi hermano no nos dejaría dormir en toda la puta noche.
—Vístete—le ordené mientras yo comenzaba a hacer lo mismo.
No es que fuese todo un ser desinteresado, en la idea que pensaba sugerirle también estaban mis deseos propios. Yo tampoco podía dormir pensando en Marypaz y esos "planes" que tenía.
—¿A dónde vamos?—preguntó pero comenzó a vestirse.
—A buscar tu medicina para el sueño.
Él sonrió, no hizo falta explicarle más.
—Por Dios santo, tráetela si es necesario, toma, dale la valeriana de Rafael a ella por si se resiste, pero ¡necesito dormir!.
Salir de la habitación no fue difícil, lo complicado sería llegar a la de las chicas. Sabía en donde se encontraban porque escuché a Rafael conversarlo con Ana Maria. Así que caminamos por las áreas del hotel hasta que estuvimos debajo de la ventana. Usando un tubo de desagüe y las mismas ventanas, escalé hasta la habitación iluminada y de donde provenían muchos gritos de chicas, en una conversación que fui incapaz de entender.
La ventana estaba parcialmente cerrada, por lo que cuando empujé para abrirla por completo las chicas gritaron con fuerza del susto. Entré a la habitación sonriendo mientras escaneaba en busca de nuestras presas.
—Chicas les sugiero que cubran todo lo que no quieran que veamos—Roxana rió cuando le sonreí.
Amelia estaba sentada en su cama pero Pacita no estaba por toda la habitación. Mi decepción fue instantánea. ¿Acaso se encontró con otro? ¿Dónde podía estar a esta hora? ¿Me equivoqué de habitación?. Estaba muy seguro de que le había tocado con Amelia, Rámses me lo confirmó.
Mi hermano apareció en la ventana arrancando nuevos gritos, debo reconocer que los de él no eran tanto por el susto.
—Lo lamento chicas, pero el día de hoy estoy en una misión importante y mi hermano aquí se ofreció a ayudarme—habló Rámses.
Tomé la sabana de la cama de Ana Maria y la extendí todo lo largo que daban mis brazos, Rámses pasó a mi lado y besó a Amelia como si no hubiese mañana sin ella, lo cual probablemente sería cierto si no lograba dormir y dejarnos dormir a los demás.
Quería preguntarles a las chicas, que ahora me miraban, por Marypaz pero no quería descubrirme. Todo el instituto se había enterado de que terminamos y lo mucho que ella me rechazaba. Ignoraba todos los comentarios, incluso me reía con amargura de ellos, pero no era inmune al golpe que eso significaba para mi corazón y también para mi ego. Aunque hubiese cambiado todo mi ego y dignidad porque volviese conmigo.
—Se você pretende tirar aquele beijo a um outro nível, eu preciso de um cobertor maior e se virar, porque eu não vou perder este show- Si pretenden llevar ese beso a otro nivel, necesito una cobija más grande y voltearme, porque no me perderé ese show.
Rámses por fin se levantó, no sin antes darle una nueva ronda de besos a Amelia. Caminamos hasta la ventana y él fue el primero en salir. Cuando estuve colgado esperando que él me avisase para bajar vi a Amelia mirándome con una pequeña sonrisa aun en su rostro. ¿Por qué ella tenía que despertar estos sentimientos en mí? Siempre intentaba evitarlos, pero fracasaba, desde donde estaba lucía adorable y yo me sentía como algún príncipe en la torre de la princesa. Traté una vez más de escapar de esos pensamientos y noté que Roxana me miraba con atención, le guiñé un ojo que la hizo ruborizar y girar su cara.
—¿Y de mí no te despides. Si no fuese por mí, tu chico seguiría atormentándome en la habitación, quejándose de que te extraña.
Ella sonrió con más fuerza y se inclinó para darme un beso. Mi mente seguía en Marypaz cuando escuché la puerta del baño abrirse, giré para ver si era ella, pero no pude ver por completo porque en ese momento los labios de Amelia se encontraban en la comisura de mi boca, más cerca que nunca antes de besarme. Pensé por un ilógico momento que había sido ella pero cuando vi el terror en sus ojos y su mano alzada para cachetearme, Rámses silbó y me apresuré en bajar.
¿Y ahora que mierda le digo a Rámses? ¿Me creerá si le digo que fue accidental? Si considero mi pasado, ni yo me creería. Además de que me preguntaría si lo disfruté y para mi pesar, lo había hecho. ¿Por qué no puedo ser normal? Como si ya enamorarme de Marypaz no fuese un enredo, me tiene que gustar Amelia, mi cuñada. Mi piel cosquillaba allí donde Amelia me besó, era una sensación que confrontaba mis sentimientos: los que tenía y que no debería tener con los que no quería tener y los nuevos que me provocaba esa sensación.
Mi hermano ahora caminaba feliz, incluso llegué a verlo bostezar un par de veces. Caminamos en silencio para no ser descubiertos, aunque en realidad yo caminaba en silencio por qué no sabía que decirle. Poco antes de entrar a nuestra habitación decidí que no le diría en este momento, lo menos que quería era desatar al huracán en pleno paseo.
Él se acostó feliz y aunque le costó dormirse, logró hacerlo, mientras que yo me quedé pensando en la ausencia de Pacita y el casi beso accidental con Amelia.
Quizás si pudiera hablar con Amelia con sinceridad, decirle todo lo que pasaba por mi cabeza y mi corazón... quizás si incluso pudiera besarla... sacar todo de mi organismo con ella... quizás pudiera ponerle fin a todo esto. Pero creo que una conversación de ese estilo era más de lo que Rámses me concedería, y no me debía ningún favor que pudiese intercambiarle.
Y cuando por fin Rámses logró dormirse la puerta de la habitación sonó con insistencia despertándonos a todos.
Gustavo fue el que se levantó a abrir y la luz del pasillo iluminó toda la habitación.
—Hola... ¿Y Rámses? —reconocería esa voz donde fuese.
Mi hermano se levantó con cierta alegría. Creo que seguía dormido porque sabía muy bien que el también reconocería una voz que tanto le molestaba. Gustavo se apartó de la puerta y Rámses tomó su lugar abriendo más la puerta.
—Que decepción. Pensé que eras mi novia.
Y cerró la puerta en las narices de Kariannis con evidente molestia.
Se volvió a tumbar en la cama y comenzó de nuevo su ansiedad.
—Mataré a Kariannis, lo juro—Marcos volvió a desesperarse cuando Rámses se levantó por segunda vez para buscar sus audífonos—. Gabriel ¡has algo!.
Me levanté molesto, tomé mi almohada, mi cobija y arrastré los pasos hasta la cama del francés malhumorado y sonámbulo.
—Como alguno de ustedes diga algo, juro que me vengaré.
Me tumbé al lado de mi hermano y lo dejé abrazarme, poco rato después escuché la respiración de los chicos dormirse, incluyendo la de Rámses.
Me niego a ser el pasivo aquí.
Rámses fue el primero en levantarse y salió apresurado para encontrarse con Amelia. Yo me tomé un poco más de tiempo, aunque igual los profesores ya habían anunciado que era hora de salir.
Los conseguí en el pasillo cuando iban caminando tomados de la mano. Amelia lucía un vestido azul marino que no dejaba a mi imaginación sus curvas y hasta era mejor que no dejara nada a mi pervertida imaginación. El escote pronunciado que tenía ayer me hizo merecedor de varios golpes por parte de Rámses, estaba muy seguro de que este también sería así. Mientras caminaba hacia ellos buscaba a Marypaz, pero no había rastro de ella, solo de Roxana. Me saludó con cierta confianza renovada y solo entonces pude ver a Marypaz, venía caminando con algún idiota detrás de ella y la sonrisa que tenía desapareció en cuanto me notó al lado de Roxana.
—Hola Gabriel. ¿Desayunas con nosotros?—su mirada estaba cargada con un mandato, el mismo que me hacía hacer lo que ella quisiera.
—Lo lamento, Roxy y yo tenemos planes ¿no es así?—la aludida sonrió satisfecha y agradecí que me siguiese el juego.
Lancé mi brazo por encima de sus hombros y adelanté nuestros pasos bajo la atenta mirada de molestia de Marypaz.
—Gracias por seguirme la corriente... no quise ponerte en una situación incómoda—le susurré con la suficiente picardía en mis gestos para que Marypaz sufriera un poco.
—Puedes ponerme todo lo incómoda que quieras—respondió la muy tímida Roxana para mi sorpresa.
Terminé de alcanzar a Amelia y a mi hermano y solté mi brazo de Roxana. Ella se fue a saludar a otros compañeros mientras yo recibía el primer golpe del día por mirar el escote de Amelia.
— A ce rythme, je vais atrophier votre cerveau, plus que vous ne l'avez déjà fait. Arrête de regarder le décolleté de ma copine - A este paso te atrofiaré el cerebro, más de lo que ya tienes. Deja de mirarle el escote a mi novia.
Me encogí de hombros sin nada más que decirle, su escote era digno de admiración y valía el golpe que me dio.
Roxana me hizo una seña bastante obvia para que la siguiese por uno de los pasillos del hotel y aunque pensaba solo decirle que no, vi a Marypaz con sus puños apretados con fuerza a punto de lanzarse a la yugular de Roxana.
Celos. Un poderoso sentimiento.
Le hice señas a Roxana para que me esperase y apresuré el paso una vez más para alcanzar a mi hermano. Me colgué de los hombros de ambos.
—Déjalo Beleza, le hizo un favor a Desiré, le acaba de dar material suficiente para sus caricias nocturnas.
—¡Gabriel!—exclamó horrorizada, pero solo nos hizo reír.
— Irmão, eu preciso de um favor. Me salve comida por dois - Necesito un favor tuyo hermano. Guárdame comida para dos.
Como siempre mi hermano asintió, jamás me decía que no, tanto como yo jamás le decía que no a cualquier cosa que él me pidiese. No importaba el castigo que nos fuesen a imponer.
Cosas de hermanos.
Me despedí de ambos con besos en sus mejillas y me di media vuelta para encontrarme con Roxana a mitad del pasillo.
Ella no esperó ni un segundo y me tomó de la mano entre risas nerviosas halándome por uno de los pasillos del hotel. Dimos varios giros hasta que llegamos a la puerta de un pequeño cuarto de mantenimiento. Mi mano estaba en el pomo de la puerta cuando escuché su voz.
—La profesora Olga te anda buscando.
—¿A mí?— preguntó horrorizada Roxana.
—Dice que necesita ayuda para el desayuno—su voz era tan calmada que por un momento realmente lo creí.
Entonces Roxana se disculpó conmigo y corrió por el mismo camino por donde habíamos llegado. Su mano fue la que abrió el pomo y la que me tomó por la camisa con violencia y me hizo entrar con ella en aquel cuarto que olía a desinfectante, cloro y trapos sucios.
—Tenemos poco menos de quince minutos ¿Crees que podrás hacerlo?
Sus manos desabrochaban con rapidez la correa de mi pantalón.
—Con ese escote tuyo...—Pacita rio y frenó su misión de desnudarme para bajarse el vestido y el sostén y dejar al descubierto sus pechos para mí.
—No perdamos tiempo entonces—susurró contra mis labios.
Su lengua se abrió paso dentro de mi boca con rapidez y le respondí con el mismo deseo que ella me estaba necesitando a mí. Mis manos juguetearon con sus senos mientras ella con la suya masajeaba mi entrepierna, una que estuvo lista desde el momento en que entendí sus intenciones.
Pasé de sus labios a su cuello dándole pequeños mordiscos que la hicieron suspirar; y de su cuello atrapé sus pezones mientras mis manos se colaban por debajo de su falda y descubrían la humedad que mojaba su ropa interior.
Enredé mis dedos en los costados de sus pantis y halé con fuerza hasta que las escuché romperse. Ella ni siquiera protestó, por el contrario atrajo mi boca hasta la suya para devorarla con renovadas ganas.
Alcé sus piernas obligándola a que me envolviese con ellas y fue Pacita la que condujo mi erección hasta la entrada de su humedad.
—No he estado con nadie más—susurró antes de permitirme la entrada.
—Yo tampoco—le confesé.
Entonces la sentí deslizarse sobre mí, su humedad envolviéndome, su piel caliente incitándome.
Gruñí en su hombro cuando ella mordió el mío.
—¿Me extrañaste?
—Sabes que si—el contoneo de sus caderas me estaban volviendo loco.
—Demuéstramelo. Estás siendo muy delicado conmigo.
Una sonrisa escapó de mí cuando terminó esa frase. La sujeté con fuerza para que su cuerpo no resbalara del mío con cada embestida. El mueble de madera donde estábamos recostado vibraba con violencia, algunos de los envases cayeron al piso y ni así paré. Sus uñas se clavaban en mi piel mientras mordía mi oreja y escuchaba su respiración acelerada y sus gemidos pidiéndome más. "Más rápido", "más fuerte", "más duro". Y yo obedecía a cada exigencia que me hacía.
Por un momento solo se escuchaban nuestras respiraciones mezcladas con los gemidos, el crepitar del mueble aguantando mis movimientos y el chocar de nuestros sexos.
Sentí el clímax trepar por mis piernas y mi espalda; y ella me anunció la llegada del suyo. Me atrapó con su boca una vez más donde ahogó un potente grito que hubiese alertado a todo el hotel de lo que estábamos haciendo, y pequeñas convulsiones me confirmaron su orgasmo. Gimió mi nombre con desespero, ansias y necesidad, y solo entonces me aparté de ella y me dejé llevar por mi propio orgasmo, dejándome vacío de todas las ganas que le tenía desde hace tanto tiempo. Ella acarició mi cabello con sus uñas mientras mi éxtasis remetía, causándome escalofríos que sabía muy bien que me agradaban.
Y allí, con mi frente pegada a la suya permanecí el tiempo necesario para recordar lo que habíamos hecho, quien era yo y donde estaba.
Porque así era cuando estaba con Pacita, el mundo se desdibujaba, se volvía borroso y solo existíamos nosotros.
—Tengo que asearme—me recordó y reí contra su cuello, ese que tanto había extrañado, mientras veía el pequeño desastre que dejé en su pierna.
—De seguro conseguimos algo por acá. Rebusqué entre los estantes y conseguí un paquete nuevo de servilletas. Se las tendí mientras limpiábamos el producto de nuestra travesura y acomodábamos nuestra ropa.
Cuando estuvimos vestido la atraje hasta mí para besarla con suavidad, con cariño... con amor.
—Mantengamos esto entre nosotros, ¿si?—me dijo antes de salir del cuarto.
—¿Por qué?
—Estamos en un viaje escolar, no quiero estar en boca de todos—algo en su voz fría y lejana no me convenció pero tampoco podía decirle que era una locura—. Además, lo prohibido resultaba ser bastante excitante.
Eso no podía negárselo. Llegamos con pocos segundos de diferencia al grupo que esperaba por abordar el autobús. Mi hermano me dio lo el desayuno y me senté al lado de Marypaz a comerlo.
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