Amelia intentaba no reírse, pero fallaba, y eso solo la hacía más adorable. Recuerdo cuando llegamos al Instituto la vi al lado de Pacita entrando al salón, mientras la directora hablaba con mi papá y nos conducía a su despacho. Me pareció linda en aquel momento, pero fue Pacita quien se llevó toda mi atención.
Cuando mi hermano puso la vista en ella, me hizo también detallarla. Él rara vez se fijaba de una chica, por lo general eran ellas las que se morían por llamar su atención, sin embargo, él la miró aunque para ella, él ni existía.
Al principio temí que solo quisiera algo pasajero. Amelia no se veía una mala chica, por el contrario era bastante dulce e inocente, y mi hermano, todo lo contrario. Así que comencé a observar esa "amistad" desde cerca, cuidando de que ni Amelia se metiese en una situación que no pudiese manejar, ni que mi hermano la convirtiese en una nueva Andrea.
Molestar a Rámses con Amelia era más divertido que cualquier otra cosa. Él se ponía histérico aunque intentaba disimularlo patéticamente. Y mientras más se empeñaba en mantenerme alejado, más me gustaba molestarlo. Amelia lo quería en la friendzone como diese lugar, y eso lo desesperaba, era una zona donde nunca había estado. Vi como día a día Amelia lo volvía más loco y exasperado, como su forma meticulosa de actuar y mantenerse al margen del mundo se desquebrajaba en su afán de ganarse a Amelia.
Lo vi desesperarse y hasta más de una vez intervine para que pudiera avanzar. Era claro que Amelia no entendía indirectas, así que le recomendé que fuese directo con ella, pero el francesito no sabía cómo hacerlo, las chicas se le lanzaban encima, así que solo sabía quitárselas para que no molestaran, pero hacer que una que lo ignoraba se le lanzase encima lo hiciera, era otra cosa.
Pensé que me mentía cuando decía que le gustaba, que le pasaba de "todo" con ella. «Se le pasará cuando se la folle» me dije más de una vez, y para mí incomprensión, él no lograba ni siquiera hablarle como era debido.
Así que Rámses sabía nadar, pero no tenía idea de cómo lanzarse a la piscina y le daba miedo que la piscina, una bastante profunda, lo ahogara.
Amelia no era como las chicas con las que él acostumbraba a salir: directas y bastante zorras. Ella era delicada, despistada, sencilla, pura, honesta, divertida...
Y me hacía reír; cuando se molestaba era sumamente graciosa y esa boquita contestona que tenía... mmmm ¿Cómo no vi esa boquita antes?. Vi el escote de Kariannis, las piernas de Verónica, el trasero de Marypaz, la cintura de Ana Maria... pero no vi esos labios de Amelia, sino hasta que fue muy tarde.
No sé cuándo pasó, tampoco el cómo, pero me gusta Amelia, es linda, inteligente y simpática. Pasaba demasiado tiempo al lado de ella; era normal que me atrajese, pero fue Rámses quien se dio cuenta que era algo más que atracción, incluso se dio cuenta antes que yo me atreviese a reconocerlo...
Acabábamos de dejar a Amelia en su casa y regresar a la nuestra. Papá terminaba de trabajar en su despacho, después de tener que irse del almuerzo que el mismo organizó para conocer a Amelia y a Marypaz en la playa, aunque Marypaz no quiso ir.
—Te gusta Amelia—no era una pregunta, solo una afirmación.
Lo miré sin saber que responderle.
—Me gusta Pacita, por eso la hice mi novia—respondí, no era una mentira.
—Pero no la quieres—insistió Rámses desde la puerta de mi cuarto, mientras yo me desvestía para darme un baño— y a Amelia sí.
No quiero a Pacita, es muy pronto para eso. Me gusta mucho y estoy seguro que llegaré fácilmente a quererla y más pronto de lo que creo porque la deseaba cerca de mí en todo momento, la extrañaba cuando no está a mi lado, me hacía reír, me divertía, no había silencios incómodos entre nosotros y era muy bien mandada y desenvuelta en la cama. Sin embargo por alguna razón siempre pensaba en Amelia, y tenía que recordar que era de Rámses. Además, Amelia, a mí nunca llegó ni a mirarme; por lo menos puedo decir que a Rámses, a pesar de que insistía en llamarlo amigo, lo quería para algo mucho más. Yo mismo llegué a ver las miradas que a veces le daba, las sonrisas que se contenían, las mejillas sonrosadas.
—No, no la quiero. No hemos llegado a eso todavía
—¿Y a Amelia?—insistió, no estaba dispuesto a dejarme evadir su pregunta.
—Nah...—negué con una mueca—, ya se me pasó. Sabes que siempre me han gustado más tus juguetes que los míos.
—No te creo—y yo tampoco me creía a mí mismo, pero no se lo diría.
—¿Harás algo?— Rámses me miraba con fijeza, sus ojos llameaban—.
—¿Qué quieres decir?—pregunté manteniéndole la mirada—.
—Pregunto si será un problema entre Amelia y yo que ella te guste—sus brazos estaban cruzados sobre su pecho, pero me atrevía a asegurar de que quería tenerlos cruzados sobre mi cuello a juzgar por su mirada asesina— Estou amando Amelia. Eu a amo. Você entende?- Estoy enamorado de Amelia. Yo la amo. ¿Entiendes?
Entendí. Su declaración me dolió y comprendí claramente la amenaza oculta en sus palabras en portugués.
—Wow, felicidades—aunque no lo creyó, fui sincero—, tranquilo hermano, yo tengo mi novia y aunque aún no puedo decir lo mismo que tú en estos momentos, sé que la puedo llegar a querer.
—Ya vengo, voy al baño. Tomé demasiado jugo—Marypaz me sacó de mis recuerdos. En cuanto la escuché cerrar la puerta del baño corrí detrás de ella.
No estaba seguro que hacer ahora, así que me recosté de la pared, atento a cualquier ruido. Y entonces lo escuché, el sonido inconfundible de una arcada.
Abrí la puerta y la conseguí aun inclinada sobre la taza del baño, con una paleta de madera en las manos con restos de vomito.
Una pequeña victoria se alzó en mi interior al saber que tuve la razón. Si había algo mal con su peso, no fue solo paranoia mía. Pero entonces, llegó la tristeza de que ella tuviese pasando por eso, que no acudiera a mí o a su mejor amiga. Me entristeció enormemente verla en esa posición, era una chica preciosa tal como era, no entiendo por qué no podía verlo. Ojala ella pudiese verse con mis ojos, y no con los suyos. Vería lo hermosa y deseable que se me hace, no le cambiaría nada.
—Pacita... —susurré tratando de acercarme a ella
—Me cayó mal la comida—mintió descaradamente levantándose del piso.
No aceptaría su problema fácilmente, era algo para lo que estaba preparado. Cuando la idea de que tuviese problemas con su peso se formó en mi cabeza, comencé a investigar. Los pacientes no suelen reconocer sus problemas alimenticios, todo es normal o son medios para llegar a lo que consideran que es saludablemente normal para ellos.
Le quité la paleta de las manos, antes de que pudiera lavar la evidencia.
—Vamos Pacita, no me mientas.
—No sé de qué hablas Gabriel.
—¿Vomitas después de todas las comidas o solo de las cenas?
—¡Estás loco!
—¿Has hablado con tus papás?
—No tengo nada que decirles—ella se lavaba las manos, dispuesta a actuar como si no pasara nada.
—Sufres de anorexia—por fin dije lo que tenía demasiado tiempo conteniendo— y por favor, no me mientas. Además de novios también somos amigos, puedes confiar en mí. Lo he notado, has bajado demasiado de peso y muy rápido. Casi no comes y cuando lo haces terminas en un baño. No me digas que es falso porque he seguido tus pasos demasiado tiempo para que tengas una excusa o coartada para todas las veces.
Ella palideció y sus ojos se cristalizaron. Acababa de descubrirla y no había nada que pudiese decirme que refutase lo que le dije. Pero segundos después cambió su semblante.
—¡Estás equivocado!—gritó a la defensiva.
—Tenemos que hablar Marypaz. Habla conmigo o hablaré con tus papás.
—¡Ni se te ocurra Gabriel! Si lo haces... hasta aquí llegamos.
Me dolieron sus palabras, no pensé que me fuesen a doler, pero lo hicieron. Quizás me gustaba mucho más de lo que le daba crédito. Me asustó tanto esa posibilidad que hasta reconsideré su amenaza, pero entonces sonrió y vi sus pómulos marcados, unos que no tenía antes.
—Estoy preocupado por ti, ¿no lo ves?. No dejaré que te mates de hambre. Podemos ir a un especialista, yo te acompañaré...
Mis palabras la enfurecieron mucho más. Salió del pequeño cuarto de baño azotando la puerta con fuerza detrás de sí, casi aplastando mi nariz en el proceso. Corrí detrás de ella
—¡Te digo que no es lo que crees!—gritó, yo me encontraba detrás de ella, no quería que se fuese, necesitaba ayuda y yo quería dársela.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top