CAPITULO 13. POV Rámses. NO PODRÁ MENTIRSE A SI MISMA (segunda parte)


Me coloqué el short tratando de concentrarme en el respeto, paciencia y perseverancia, cuando solo pensaba en sexo desenfrenado y en amor...

Porque Amelia me hace pensar en el amor, y el sexo con ella sería hacer el amor, algo que nunca he hecho.

—No te pusiste ropa interior— señaló un poco sorprendida

—Tú tampoco llevas. Solo quiero igualar las cosas—le sonreí con picardía, sabía muy bien que era una tentación para ambos.

—Yo podría ponerme uno de tus bóxer, como ropa interior— indicó.

Ilusa, como si la fuese a dejar hacerlo.

—La cosa Amelia, que yo estoy muy cómodo con que vayas... libre por mi cuarto. No tengo intenciones de que eso cambie, aunque sea un poco tortuoso. En cambio, y a juzgar por las miradas lascivas que me dabas, tu niña pervertida, sufrirás.

—Lo dudo—me retó, pero cuando se mordió la comisura interna de su boca supe que mentía. Yo podría pasar una noche más con mi polla atormentada, pero creo que ella no estaba acostumbrada a estarlo. Yo haría que se acostumbrara, hasta que por fin reconociera que le gustaba.

—Ya veremos—dije entre risas.

Con deliberada lentitud me dispuse a preparar todo para acostarme, una vez más, me estaba mirando y lo sabía porque sus ojos encima de mí me daban escalofríos. Con el silencio entre nosotros quise preguntarle por su pesadilla, quería poder ayudarla y solo podría hacerlo si ella se abría a mí, pero no quería invadirla.

Y empezó a hablar por fin cuando nos acostamos, y cuando la sentí que se rompería en llanto la estreché contra mi cuerpo, queriendo mantener todas sus partes unidas, que supiera que contaba conmigo, que no la dejaría sola, ni hoy ni nunca. Las palabras a veces se me daban tan torpes, así que ésta fue la única manera que tuve que demostrarle mi incondicionalidad.

Entonces me dijo que era una pesadilla recurrente, pero me mintió, no sé en que parte, pero me mintió. Tal vez era más que una pesadilla recurrente, o fue la primera vez que la tuvo, o... fue más de lo que me dijo.

Me quedé pensando hasta que escuché su respiración acompasarse y la abracé con fuerza, aprovechándome de su sueño profundo. Olisqueé su cabello, ese aroma floral que tanto me gustaba ya no estaba, ahora olía a mi shampo y a mi jabón. No quería que oliese a mí, sino a ella.

Desperté primero que ella, pero no quise soltarla, así que cuando por fin abrió sus ojos y me regaló una mirada café y verde de buenos días, le sonreí. Me hizo sentir feliz despertar así con ella. Bajé a preparar el desayuno con ayuda de Gabriel y cuando ella entró a la cocina, mi corazón se calentó con la familiaridad del momento. Le enseñé donde estaban todas las cosas, porque trataría de que este momento se repitiera todas las veces que pudiera.

Después del instituto la llevamos a su casa como único pretexto de pasar con ella un poco más de tiempo, es que nunca me era suficiente y por esa misma razón estaba matándome haciendo ejercicios, tratando de sacarla de mi cuerpo, de mi mente pensando en ella en mi cama, en ella en mi carro, en ella en clases, en ella...

—Te desgarrarás un musculo si sigues así—Gabriel me advirtió por segunda vez, tratando de que bajase el ritmo de los abdominales que estaba haciendo. Me levanté del piso y sequé mi sudor.

—¿Qué harás esta noche?—le pregunté

—Hablar con Pacita, ver una película y morir de aburrimiento—él levantaba pesas con cara de molestia.

Ambos intentábamos llevar una vida tranquila en nuestro último año, queríamos ir a la universidad y no podíamos darnos el lujo de meternos en ningún problema. Una situación que nos desesperaba a ambos.

—Cólton tiene un toque hoy en la noche. ¿Quieres venir?

—Aww, ¿me invitas a una cita?—se burló

—Idiota—y le lancé la toalla húmeda de sudor a la cara, haciendo que soltase las pesas al piso.

—Paso—me dijo lanzándome su toalla sudorosa—, no estoy de humor para lidiar con ellos.

Cuando salí de la ducha mi ansiedad no había mejorado. Gabriel estaba acostado en mi cama.

—Podrías invitar a Amelia—me dijo despreocupado

No era tan fácil como él creía, pero quería hacerlo. Encendí la laptop y el programa de rastreo me avisó que Amelia estaba en movimiento. Después de su incursión al parque nocturno, no quería conseguirme con una nueva sorpresita, así que lo programé para que me avisase cuando estuviese fuera de sus sitios habituales: su casa, el instituto y mi casa. Revisé lo indicado en la pantalla y la localizaba a unas cuantas cuadras de la casa, en el supermercado, vi la hora de mi reloj y aunque no era tan tarde, tampoco parecía lo más sensato salir a esa hora de la noche. ¿Qué era tan urgente que necesitaba salir a un supermercado a esta hora?. Pero debía ver esto como lo que en realidad era: Una excusa perfecta. No tendría que llamarla por teléfono o mandarle un mensaje, sintiéndome como tonto, podía toparme con ella y casualmente invitarla.

Tomé lo primero que conseguí en mi clóset y comencé a vestirme.

—Iré al supermercado ¿quieres algo?

—Si, unas cervezas, doritos y... no sé, ¡sorpréndeme nene!

—Si no fueses mi hermano, pensaría que eres gay.

—Existe el incesto nene, pero tu no eres mi tipo, me gustan con senos, piernas, trasero y... vagina

Me reí y salí de la habitación con el pisándome los talones.

—¿Cómo vas con Pacita?—me atreví a preguntarle, él tenía razón cuando decía que solíamos hablar mucho más antes y quería retomar nuestra amistad.

—Lento, pero espero que seguro

—Ella es una buena chica—le recordé

—Y yo también soy un buen chico—me recalcó

—¿Te portarás bien con ella?—mi tono fue serio, no quería que fuese el mismo idiota que era con las otras chicas, Pacita no se lo merecía.

—Si lo haré. La verdad es que ella me gusta mucho—se confesó

La vi en cuanto bajé del auto y me apresuré para chocarme con ella cuando salía del supermercado, venía distraída revisando sus compras y no me notó sino hasta que la tuve en mis brazos.

—Ahora haces visitas nocturnas al supermercado— dije a modo de saludo.

—¿Sigues rastreando mi teléfono?—me acusó y para no mentirle solo me reí.

La giré con la única excusa de volver a tocarla y tomé un carrito de compras antes de comenzar a recorrer los pasillos. Caminamos charlando nada significativo, pero solo tenerla a mi lado, escuchar su voz y su sonrisa me daba tranquilidad. Su rostro lucía cansado, demacrado incluso, supe que seguía con los problemas de insomnio y aunque intentó negarlo, fue imposible, así que hice lo único que podía, dejarle claro que podía confiar en mí.

—Escucha, ya te lo dije, cuando necesites salir de tu casa solo llámame. Y si lo que necesitas es un lugar donde dormir...mi cama siempre será tu cama

Se sonrojó y canté victoria, no era un no, y me conformaba con eso por los momentos. Tomé otra tanda de cosas que ni siquiera sabia si necesitábamos en la casa, solo para que este momento no acabase.

—¿Qué harás esta noche?—me animé a preguntar finalmente—. Voy al toque de una banda con unos conocidos, ¿quieres venir?.

Y su respuesta llegó tan inmediatamente que me hizo sonreír y esperanzarme de que tuviese las mismas ganas de estar a mi lado, como yo del de ella.

La dejé en la puerta de su casa para que se cambiara y regresaría con ella, esperándola en el semáforo cercano a su casa, para no causarle problemas con su familia.

—Así que lo hiciste después de todo. Debo reconocer que no pensé que te atreverías, no eres del tipo de invitar a citas—Gabriel me miraba mientras me colocaba los piercings.

—Soy de ir a citas—le tercié—, pero no con chicas como Amelia, con ella no sé como comportarme, por lo que termino siempre siendo un tonto o un idiota.

—Eres un tonto y un idiota—se rió—, normalmente a ti te invitan a las citas, no te ha tocado ser quien invitaba a una chica, solo basta con que seas tu mismo, cuando no eres un amargado resultas ser agradable.

—Gracias por el consejo—me reí pero fui sincero.

—Y piensa en voz alta—me gritó mientras salía de la casa, haciendo que me frenase extrañado—, siempre reprimes tus mejores palabras, con Amelia no lo hagas. Ella al parecer no entiende indirectas.

Con sus palabras en mi mente me fui a buscarla y llegué antes de lo acordado. Estaba nervioso como nunca antes, con mis manos sudadas ante la expectativa de lo que para mi era una cita. Me revisé varias veces en el espejo retrovisor, solo para sentirme más tonto todavía. Un mensaje de Amelia me sacó de mi nerviosismo: "En mi casa, ¡ahora!" y no dudé un segundo en encender la camioneta y apresurarme hasta su casa, asustado.

No bien frené ella se subió y me apremió a que arrancase con urgencia, su padrastro salió a la calle luciendo furioso, como si él fuese un depredador y estuviese viendo como su presa se escapa sin remedio.

Tenía una marca rojiza en su brazo que se me antojaba fluorescente y que combinaba perfectamente con sus nudillos enrojecidos. Apreté con fuerza el volante y respiré profundo para no cometer ninguna locura, ni decir nada de lo cual me arrepintiese luego.

—Tengo miedo de preguntar—fue lo único que me atreví a decir.

—Entonces no preguntes—me dijo y mis sospechas se incrementaron

—Tienes los nudillos enrojecidos tanto como la marca que tienes en el brazo. Tengo miedo de preguntar, porque como me digas que te puso una mano encima...—tenía que contenerme, no quería asustarla con un brote violento de mi parte, me repetí a mi mismo que tenía que dejar que ella me contase, no adelantarme a los hechos.

—No lo hizo—me respondió con rapidez, no mentía y eso me dio alivio—, intentó retenerme por el brazo, pero estampé mi puño en su pecho. Corrí apenas me soltó.

Quise devolverme y ser yo quien estrellara mis nudillos en su pecho, en su cara. Quería quebrarle todos los huesos de los dedos, las manos y del puto brazo, con el cual se atrevió a tocarla. Pero no podía hacerlo, porque solo empeoraría la situación de ella, la única forma que tenía de ayudarla era mantenerla a mi lado.

—No tengo ningún problema en buscarte todas las veces que quieras, las necesites o no, solo no quiero estar empeorando la situación para ti.

—Las cosas empeorarán, pero no porque salgamos, sino porque me cuesta... no rebelarme ante la situación. Si tú no me buscases, igual saldría de la casa, aunque sea a terminar sentada en un parque en la madrugada.

—¿Salgamos?—me reí, quizás si estábamos en la misma pagina después de todo.

—Salgamos como amigos—aclaró y una pequeña punzada de dolor me atravesó, pero entonces se mordió la comisura de su boca y no pude evitar carcajearme.

Podría mentirme a mi, pero no podrá mentirse a si misma.

—Claro...—le seguí la corriente.

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