CAPITULO 9. Universos

Las tardes y noches en la casa casi siempre eran tranquilas. Solíamos jugar en el cuarto de juego donde Ameth tenía una mesa de pool, juegos de videos y un enorme televisor. Algunas veces paseábamos por la granja, era muy reconfortante ver el cielo con tantas estrellas, y la paz que reinaba y casi se palpaba en el ambiente. A veces las cenas las hacíamos a orillas del lago, otras veces eran los desayunos.

Pero esa tarde estaba lloviendo un poco, así que optamos por quedarnos dentro de la casa cuando llegó Fernando. Me emocioné tanto cuando lo vi que corrí a abrazarlo. Mi papá me estrechó entre sus brazos y me besó en la cabeza, era mucho más alto que yo, y ese abrazo me hizo sentir segura, como aquella primera vez, cuando me recibió en su casa, abrió sus brazos y me protegió de Stuart.

—No te puedo dejar un segundo asolas, te pasa de todo. ¿Estás bien?.

—Si, no fue tan fuerte el golpe aunque si me quedó un pequeño chichón—pero cuando lo miré vi que no se refería a mi accidente en el lago—. Si, de eso también me siento bien.

—¿Física y emocionalmente?.

Quería decirle que físicamente estaba bien pero que emocionalmente no. Que me costaba a veces entender que todo había acabado y que había desarrollado esta consciencia de cualquier movimiento que ocurría en mi estómago, que me hacía creer que quizás no había salido bien todo, que quizás seguía allí, pero no respondí porque los chicos también se acercaron a saludar a su papá y hasta mi abuela se apresuró en recibirlo, lo acompañó hasta la mesa y le sirvió un enorme plato de comida que estuvo reservando desde que sabía que venía en camino desde el aeropuerto.

—Tus abuelos, llegaran mañana a primera hora—me anunció y fui nuevamente muy feliz.

Estaba ansiosa por verlos, sentía que había pasado muchísimo tiempo desde la última vez que los vi, pero en realidad habían pasado muchas cosas que me daban esa sensación de no haberlos visto en años.

La casa era inmensa y era algo que nunca me dejaba de sorprender. Con los días que llevábamos allí había aprendido que mi abuela tenía un área de la casa prácticamente para ella sola, entrar allí era un viaje al pasado, porque mantenía muchas cosas que habían sido suyas y de mi abuelo, una decoración muy linda, pero que era bastante diferente a la modernidad que destacaba en el resto de la casa. Resultaba tan acogedora, que me gustaba pasar tiempo en su habitación, hablando con ella, viendo televisión juntas o escuchando cuentos. Mi hermano y todos mis primos también adoraban pasar tiempo allí, así que no me sorprendía ni un poco que Jeremy, curioso como era, frecuentara a mi abuela buscando todos esos cuentos antiguos que tanto le gustaban.

Acompañé a Fernando hasta su habitación, dándole un pequeño tour de la casa. Él estaría durmiendo en una de las habitaciones de huéspedes, justo al lado de la habitación de Hayden y Ulises.

—Creo que esta la compartirás con Mike—fui precavida en decírselo, temía que en cualquier momento volviese a surgir la enemistad de todos estos meses.

Era un miedo que me había quedado, un trauma.

—No tengo ningún problema. Duermo con él desde antes de la universidad, dormí más noches con él que con Karen. Aprovecharé que es temprano y buscaré a Hayden, tenemos mucho de qué hablar.

Sonreí como tonta cuando lo dijo y él se dio cuenta.

—Te pusimos en una situación bien difícil. Se que los chicos también la pasaron mal, pero ellos estaban concentrados en sus propios rencores, pero tu no. De verdad que lo lamento mucho Amelia. Te puedo asegurar de que no volverá a pasar. Hoy arreglaré este asunto, y sé que Mike tiene las mismas intenciones cuando llegue.




Pov Fernando

—¿Están presentables o debo taparme los ojos?—bromeé y entré sin esperar respuesta.

—¿Y si hubiese estado desnudo?—Hayden tenía puesto unos pantalón de hacer ejercicios, sin camiseta y estaba acostado en su cama. Ulises se secaba el cabello, acababa de salir de la ducha.

—No tienes nada que no haya visto antes—le recordé y lo hice sonrojar.

Eso era nuevo, solo al principio de nuestra amistad él se sonrojaba, era tímido y bastante penoso con su cuerpo, pero con el pasar del tiempo, esa confianza creció. Mike, él y yo nos íbamos de viajes juntos, de campamentos, y vivimos apretados los tres en nuestra pequeña habitación de la universidad.

Esperé que Ulises saliese de la habitación antes de hablar de lo que me traía hasta acá.

— No quiero que le demos muchas vueltas a esto, ¿te parece si vamos al grano?—no quería sobre analizar las cosas demasiado, lo había hecho en todo el tiempo en que me alejé de mis amigos.

—Me enteré de que era Johana mucho después de haberte dicho que la conquistaras. ¡Y lo golpeé por eso!—Hayden me contó cómo se había enterado y como también se había enojado con Mike. Le había dejado de hablar pero ambos lograron disimular muy bien delante del resto—. No sabía tampoco que iría a esa fiesta, me había prometido que te lo iba a decir y le creí, por eso fui a la inauguración, nuestro problema se acabaría en el momento en que te lo dijese. Me enteré muy tarde de que no irías, sino, yo también hubiese cancelado. También me enteré que Johana iba a estar, en el momento en que llegué a la fiesta. No me fui porque quería hablar con él cuando terminara la presentación. Obviamente no pude hacerlo.

—Me sentí traicionado por partida doble. Nunca nos tuvimos secretos, lo sabes, y enterarme de que mis hermanos no solo me guardaban un secreto, sino que además ambos lo guardaban de mi, fue demasiado.

—Lo lamento, tuve que haberte contado en cuanto me enteré.

—No, si. No sé, no sé qué hubiese sido lo mejor, lo correcto. No sé si tu decírmelo en vez de Mike hubiese sido mejor. No sé si obligarlo a decirme algo, tampoco. No lo sé. Pero tampoco quiero pensar en todo lo que se hizo mal y todas las opciones para hacerlo bien. Ya no importa. Perdimos todo ese tiempo, y eso no tiene perdón por parte de ninguno.

—Igual necesito decirte que lo lamento.

—Gracias. Yo también lamento haberme alejado de ti, no haber estado cuando más me necesitaste. Hayden, no puedes volver a hacerlo o intentarlo, ni siquiera pensarlo. Tu vida es valiosa para todos.

—Lo sé, pensé que ya no tenía nada valioso en ella para conservarla. Perdí a mis hermanos, a mis hijos, nunca estuve listo para eso, por eso nunca le dije a nadie lo que era, bueno de mis inclinaciones—había vergüenza en su voz, en sus palabras y sentí pena por él, porque no tenía porque sentirse de esa manera y definitivamente si él había creído que mi problema con él había sido su homosexualidad, había materializado lo que describía como su peor miedo, su pesadilla recurrente.

—Eres gay, puedes decirlo. No me importa que lo seas, nunca me ha importado.

Hayden lució confundido, y me reí.

—Eres muy inocente si crees que no sabía que eras gay. Lo sé desde la universidad. Al principio tenía algunas dudas porque tenías novia, salías con muchas chicas, y eras muy bueno ocultando las cosas, pero luego me quedó muy claro cuáles eran tus preferencias y jamás me importó.

—¿Cómo? ¿Qué...?—balbuceaba.

—Relájate, no era algo que pudiese alguien notar, pero tu vivías con nosotros, somos hermanos, era imposible que no nos diéramos cuenta. Pero si no te dijimos nada fue porque esperábamos que tú lo hicieras cuando estuvieses listo, pero ahora creo que quizás si te hubiese dicho algo, no hubieses creído que te dejé de hablar porque te gustan los hombres. Que por cierto, demuestra es lo poco que me conoces hermano, ¿Cuándo he sido homofóbico?.

—Sé que no, una parte de mi sabía que no estabas siendo homofóbico, que nunca lo habías sido, pero cuando estaba en ese estado tan depresivo, no podía pensar con claridad.

—Tu me sostuviste la mano el día que Karen falleció, me diste la comida cuando no podía pensar en mi. Cuidaste de mi y de mis hijos, dejaste tu vida en pausa, para ayudarme, para encargarte de Rámses y Gabriel cuando yo no podía ni siquiera levantarme de la cama, y ahora cuando tu más me necesitaste yo no estuve allí para ti. Eso es algo, que yo, no podré perdonarme.

Hayden golpeó mi hombro, pero fui yo quien lo atraje para abrazarlo.

—Si no estás listo para salir del closet, está bien, seguiré guardando tus secretos, pero no podrás seguir fingiendo delante de nosotros, tanto como yo no fingiré que no sé de los chicos de la universidad con quien salías o de ese eterno crush tuyo, de quien quiero saber toda la historia muy pronto.

—¿Cómo que sabías quién era mi crush?—preguntó un poco nervioso y bastante incrédulo.

No le respondí, pero mi cara lo hizo palidecer. Fue lo que sentía por su crush lo que terminó de confirmarnos las inclinaciones de nuestro amigo, porque ese brillo en sus ojos cuando hablaba de él no se lo había visto con nadie, nunca, ni siquiera hoy en día.

—Relájate, tu secreto esta guardado conmigo.



POV HAYDEN:

Después de cenar y ver una película con todos reunidos, fue el momento por fin de acostarnos. Había sido un día largo, muy positivo, pero largo y el cansancio comenzaba a pasarme factura. Me recosté en la cama, suspirando mientras recordaba la conversación que tuve con Fernando. Tantos meses de sufrimiento se pudieron evitar si hubiésemos sido lo suficientemente maduros como lo fuimos hoy.

—Regreso más tarde.

Ulises se levantó de la cama, donde estaba acostado leyendo y se colocó la camiseta.

—¿A dónde irás?—levanté la vista de mi libro y lo miré confundido, pero él no me respondió, solo sonrió y salió. Tenía otros planes para esta noche y que él se vistiera los dañaba considerablemente.

Y antes de que pudiera insistir que se quedara, mis recién recuperados hijos, entraron. Gabriel me enseñó la botella de Ron que traía en la mano, Rámses en cambio traía los vasos y lo que parecía ser una cubeta con hielo.

—Jugaremos. Una pregunta por cada trago y no se vale no responder—explicó Gabriel.

Cerré mi libro, lo puse en la mesa de noche y me enderecé en la cama.

Sabía que llegaría el día y la hora en que tuviese que responder sus preguntas, a veces se acercaban a saludarme y me helaba pensando que ese momento había llegado, tanta anticipación había hecho disminuir mi miedo.

—Llegó el momento de que hablemos—Rámses rodó una de las butacas hasta el borde de la cama, se tiró despreocupadamente en ella y subió sus largas piernas sobre la cama. Estaba demasiado cómodo y relajado.

Colocó sus zapatos sucios sobre la cama, algo que él sabía muy bien que odiaba que hiciera, tomé por un segundo su actitud como un desafío, sin embargo, se quitó los zapatos y volvió a subir las piernas.

—Lindos calcetines—me burlé.

—Son apoyo contra el cáncer de mama—giró su pie y pude ver el lazo blanco resaltando sobre la tela rosa del calcetín.

Era algo que me encantaba de mis chicos, su masculinidad nunca se veía afectada, estaban muy claros en quienes eran y que les gustaba. Los admiraba por eso, envidiaba incluso.

—¿En qué consiste el juego?—pregunté.

—Servimos tragos para los 3 por cada ronda de preguntas, pero solo nosotros te preguntamos. Todas las respuestas son de desarrollo, así que no se valen monosílabos o respuestas inconclusas. Si tienes algún tema que no quieras hablar hoy, es tu momento de decirlo—Gabriel colocó en una mesa de desayuno en cama, la botella que había traído consigo y los tres vasos diminutos con los que jugaríamos, y se subió a la cama sentándose cerca de mis pies, cruzando sus piernas por debajo de su cuerpo, justo como lo hacía cuando era pequeño.

—¿Misma tienda?—pregunté cuando vi sus calcetines.

—Dos por uno, tenemos tu par en el bolso.

Rámses sirvió los primeros tragos, no quería negarme a jugar, podía decirles que no pues al final de cuentas es mi vida y no le debo explicación a nadie, pero no quería hacerlo, porque ellos eran mis hijos, mi familia y quería saber cómo les había afectado mi mentira. Hasta que punto aceptaban mi orientación sexual y hasta que punto no.

Así que me acomodé en la cama y dejé el libro sobre la mesa, era uno que me recomendó Alexa, estaba basado en la vida de un este hombre, que después de pasar su vida viviendo como heterosexual, con tres divorcios y un hijo, descubre que es gay. Yo no estaba descubriendo mi preferencia, pero comenzaba a sentirme identificado con el hombre, sobre todo cuando decide hacer conocida su preferencia sexual.

—Comencemos entonces.

Me animó ver que sus caras reflejaron cierto alivio y emoción. Creo que estaban tan asustados por mi disposición, como yo por este momento.

Gabriel repartió los tragos y sin querer dilatar más el asunto, tomamos al mismo tiempo el contenido de los pequeños vasos. El calor del licor dulce quemó un poco mi garganta, pero lo encontré reconfortante porque me transportó a mi adolescencia haciéndome recordar todas las veces que me emborraché con mis amigos tomando ron, este mismo ron.

—¿Quién más cree que Ameth tiene más dinero del que nos ha dicho?—Gabriel alzó la mano y los demás lo apoyamos.

—Busqué este sitio en Google maps, no cabía ni siquiera en la pantalla de mi teléfono. Debería tener su propio himno y bandera—comenté.

—Y su propio gentilicio—agregó Rámses—, aunque creo que ya lo tienen. Ameth, Amith, Amath. Mientras más complicado es el nombre, es como mejor.

—Si así son las cosas, tus hijos deberían llamarse Ralia y Amses—me burlé—, ni en Venezuela nos atrevimos a tanto.

Rámses no se rio y de inmediato entendí mi error, fue muy pronto para un chiste sobre hijos, pero cuando fui a disculparme, él habló...

—Ramelia no suena tan mal, o Ramelio

—¿En serio? A mí me suena muy cerca de Ramadán y su diminutivo Rame, demasiado sugerente para Ramera o Ramero, y si yo puedo pensar eso, esa criatura sufrirá bullying seguro. No le pondrás así a ninguna sobrina o sobrino mío.

—Ya que estamos en eso, vetemos todos los nombres combinados—agregué— y por precaución haré que Mike inclusa en el fondo de ustedes una partida para tramites de cambio de nombre, aunque ya existe pero por otros fines que no vienen al caso.

Nos reímos como tontos, como muchas veces lo hicimos en el pasado, pero que el día de hoy era una prueba irrefutable que los tres tragos habían hecho su trabajo, nos relajaron.

—¿Cuándo supiste que eras gay?—preguntó Gabriel, sin previa, sin anestesia.

Y entonces recordé, y a medida que las imágenes venían a mi cabeza se las conté.

—Cuando tenía 13 años creía estar enamorado de María Teresa, una compañera de clases. Suspiraba con ella a cada momento y moría por besarla. Una tarde William, uno de mis mejores amigos, consiguió seis cervezas robadas de su papá y me fui hasta su casa para beberlas. Nos sentíamos grandes, adultos, importantes, interesantes. Fue después de esas cervezas que él me besó. Me aparté atontado por el alcohol, riéndonos por la estupidez que acabábamos de cometer, pero William despertó una curiosidad que no tenía, una que nunca logré satisfacer ni siquiera cuando besé a María Teresa en nuestra primera cita.

Tomé mi trago con calma, muy pocas personas sabían esa historia y definitivamente pensé que ninguno de ellos la conocería nunca.

—Eso fue cuando te empezaste a dudar, ¿Cuándo de verdad, verdad, te diste cuenta que eras gay y que no había vuelta atrás?—presionó Rámses alzando una de sus cejas.

—A los 16—y a juzgar por sus rostros, esperaban el resto de la historia, así que respiré profundo, me tomé un trago directo de la botella para agarrar fuerzas y continué—. Ese fue el único beso que me di con William, nunca volvió a pasar y nunca lo hablamos, seguimos siendo mejores amigos y pasábamos muchísimo tiempo juntos, pero solo eso, por lo que creí y estaba muy seguro de que eso que sentía por él, era solo de amistad, pero estaba muy equivocado y ahora lo entiendo. Me gustaba, y yo a él y quizás él estaba mucho más claro de su sexualidad en aquel entonces que yo. Pasábamos tanto tiempo juntos que cuando me dio varicela, a él también y nuestras mamás que se hicieron muy amigas, se turnaban nuestro cuidado y encierro. Estábamos en mi habitación una tarde, aburridos a mas no poder, cuando Miguel, un compañero de clases, nos trajo una cosa de contrabando, una película porno en el estuche de Los Gonnies.

Me callé para evaluar como estaban tomando el cuento, estaba a tiempo de callarme y quizás continuar cuando estuviesen muy borrachos para recordarlo.

—¿Y qué paso? ¡Habla! No puedes quedarte callado en la mejor parte—dijo Gabriel y Rámses me tendió la botella.

—Vamos padrino, nosotros nunca te dejamos un cuento a medias.

Le quité la botella y volví a tomar.

—Pusimos la porno, estábamos curiosos nunca habíamos visto una, pero muy pronto estuvimos también excitados. Fue algo tan inconsciente que cuando me di cuenta de que me estaba tocando, volteé apenado a verlo, y él estaba haciendo lo mismo.

—¿Tuvieron relaciones?—interrumpió Gabriel.

—¡No!. No hicimos nada. Yo lo miré, él me miró y no hizo falta que dijésemos algo, solo nos masturbamos, el uno al lado del otro, incluso nos pusimos cómodos sentados en la cama y recostados de la pared. Yo no volteaba a verlo, y creo que él a mí tampoco, pero en algún momento nuestros pies se rozaron y no los apartamos, incluso movíamos los dedos de forma intencional, buscando ese mínimo contacto...—me callé, decirles que eso me generó por muchos años cosquillas directas a mi entrepierna, causándome las erecciones más duras que había experimentado, y que a veces aun fantaseaba con eso, era demasiado—. Nunca hablamos de lo ocurrido, y aunque no lo planificábamos, lo repetimos varias veces a lo largo de los años. Solo llegábamos con una porno de contrabando y ya sabíamos que significaba—También omití la parte donde fue tanta la confianza entre nosotros, que nos desvestíamos por completo y nos sentábamos muy cerca, tanto que no solo se rozaban nuestros pies, sino las piernas, y que acompasábamos los movimientos de nuestros brazos a un punto que aprendimos cuando ir más lento, más rápido o incluso a anticipar cuando estábamos por acabar—. No importaba con cuantas mujeres me acostase, esos momentos fueron los más sexys que tenía en mi memoria.

—Y con mejores orgasmos—agregó por mi Rámses y asentí un poco apenado.

Nos tomamos los tragos que correspondían por haber respondido su pregunta. No lucían incómodos, asqueados ni disgustados. Eso hizo que mi cuerpo se relajase un poco más.

—¿Y si sentías todo eso, por qué no saliste del closet?—era el turno de Rámses de preguntar.

—Ser homosexual no estaba bien visto, ni por la sociedad ni por mi familia. Y el sida estaba tan nuevo que las personas creían que era exclusiva de los homosexuales y que se contagia con tan siquiera tocarse, así que salir de closet era convertirse en una paria inmediatamente. Rechazado por la familia, los amigos, los vecinos, por todos. Yo no quería eso, me daba temor. Y preferí callarme. Además, no era que no disfrutase estar con una mujer o que no me gustaran las mujeres. En aquella época, todo era una depravación e incluso a veces también era considerado una enfermedad.

—Pero te gustaban más los hombres...

—Podía vivir conformándome con menos—interrumpí a Rámses—, mi vida no se complicaría y eso era muchísima más ganancia que cualquier relación.

—¿Cuándo tuviste tus primeras relaciones sexuales con un hombre?—Gabriel, como siempre, directo.

—En la universidad. Allí fue cuando comencé a vivir una doble vida.

—¿Entonces eres bisexual?—Rámses se tomaba un trago mientras esperaba mi respuesta.

—Por muchos años creí que tan solo era bicurioso, luego creí que era bisexual y que podía vivir con una parte de mi solamente, por eso me casé con Dania, la amaba sinceramente. Pero ella no fue suficiente para mí. La estaba haciendo miserable y no se lo merecía.

Por eso le fallé a Dania, por no poder seguir viviendo una mentira y por amar a William, por nunca dejar de amarlo.

—¿Y por qué aun así no saliste del closet, padrino? Era otro país, otra época, otra cultura.

—Porque después de construir una mentira por tantos años, no sabía cómo destruirla. Estaba cómodo viviéndola, había aprendido a hacerlo, no quería arriesgarme a complicar las cosas. Escogí el camino fácil, el que representaba para mi, más tranquilidad.

—Ya no te hace falta seguir viviendo un secreto, puedes vivir tu realidad con nosotros—Gabriel se inclinó hacía mi y apretó mi hombro—. No nos vuelvas a mentir, eso fue lo que nos molestó.

—Me sentí engañado. Como un imbécil por no darme cuenta y como un tonto al creer que te reías cada vez que nos contabas alguna historia con alguna chica y que nosotros te creíamos. Que todo había sido falso y que, siendo todo falso, ya no sabíamos quien eras.

—Pero todas esas historias eran ciertas, quizás con algunas exageraciones para hacerlas más divertidas, pero ciertas. Solo omití los cuentos con hombres.

—¡Espera! ¿Significa que eres más promiscuo que mi padrino? Esto lo va a matar—burló Gabriel.

Me reí, porque cada vez que Mike hablaba de sus conquistas y presumía de su promiscuidad, yo si me reía sabiendo que no se acercaba a mis talones. Que mis números eran muchos más altos que los de él y que si él lo sabía desataría su peor espíritu competitivo.

—Ese doctor fue tu pareja, vivieron juntos y no sabíamos de él—Rámses se tomó lo último que quedaba de la botella.

—Él lo hace sonar más formal de lo que realmente fue, vivimos juntos por una serie de eventos desafortunados, pero de eso hablaremos después, y cuando se marchó me sentí aliviado porque cada día sentía que nuestra convivencia me exponía mas y mas.

—También dijo que fue el culpable de una de tus depresiones—agregó Gabriel.

—¡Ja! Sigue siendo el mismo egocéntrico de siempre. Si me deprimí, pero no por él.

—¿Por qué, entonces?.

—Fue un quién, y antes de que hagan otra pregunta, este es un tema que quiero saltar.

—¿El tema de tu depresión o...

—El tema del quién—aclaré—. Creo que por esta noche terminamos, la habitación comienza a darme vueltas y mañana Ameth quiere llevarme a cabalgar. No quiero estar vomitando en cada metro de la granja.

Los chicos se levantaron y me dieron un beso y un abrazo antes de marcharse. Eran casi las 4 de la mañana y Ulises se había quedado dormido en la habitación de Gabriel así que no quise despertarlo. Mi corazón ahora volvía a latir con muchísima fuerza, sentía que una parte de mi vida, esa parte inmensa que ocupaban Rámses y Gabriel, había regresado a mí.

Me acurruqué en la cama, extrañando a Ulises a mi lado, pero a la vez disfrutando la noche a solas, porque quería perderme por un momento en los recuerdos con William, algo que evitaba hacer porque recordarlo era doloroso.

Por muchos años mantuvimos esa complicidad entre nosotros y siendo mejores amigos, con nuestras familias siendo amigas, era sencillo conseguir muchos momentos a solas, con o sin porno. Mientras más entrabamos en la adolescencia, las hormonas necesitaban menos estímulos, a veces solo con estar en la misma habitación, solos, sabiendo que nadie nos interrumpiría, era más que suficiente. Nuestra complicidad ya no necesitaba palabras ni gestos, aunque muchas veces la entonación en "¿Qué harás hoy?" dejaba muy claro lo que queríamos que pasara.

Despedirme de él fue de las cosas más difíciles que tuve que hacer en mi vida. Quería decirle todo lo que sentía por él, todo lo que me producía, y sé que él quiso hacer lo mismo, pero tuvimos que conformarnos con un abrazo de esos que rara vez nos dábamos, y unas lágrimas silenciosas cuando nos despedimos en el aeropuerto. Pero no acabó allí, porque con cada viaje que hice a Venezuela retomábamos nuestros encuentros, como si no hubiese existido el tiempo, ni la distancia entre nosotros. Nunca pregunté si estaba con alguien y él nunca preguntó si las novia que tenía eran importantes, tenía que saber que no lo eran porque él siempre fue primero para mí. Luego en la universidad cuando él también se vino a vivir para acá retomamos la amistad como si nunca me hubiese ido. Nunca dejamos de vernos por más de seis meses, no podíamos. No importaba si teníamos parejas, novias o esposos incluso.

William se había declarado abiertamente gay, algo que no tuvo que confesarme porque bastó cuando me presentó a su primer novio. Él sabía que yo no quería escoger ese camino difícil, aunque disfrutara la compañía de hombres y lo respetó, y yo respeté su decisión de querer vivir sin ocultarle a nadie quién era. Fui su mejor amigo y me convertí en su familia cuando sus padres y tíos lo repudiaron. Lo vi enamorarse varias veces y estuve a su lado cuando las cosas terminaban, emborrachándonos cada vez que una de nuestras relaciones fracasaba.

Fui padrino se su boda a pesar de que tuvimos uno de nuestros encuentros la noche anterior en su despedida de soltero. Y a pesar de que su esposo era un gran hombre, que me caía muy bien y a quién William amaba muchísimo, nuestros encuentros no pararon, siempre que estábamos en la misma ciudad, siempre que podíamos, siempre que queríamos, como si nada hubiese cambiado y él no llevase un anillo de bodas en su mano.

Cuando me mudé a España, viajé a verlo varias veces, incluso estando comprometido con Dania, y un par de días antes de la boda viajé nuevamente para mi despedida de soltero, una distinta a la que me celebrarían Fernando y Mike, quienes creían que estaba en un congreso de medicina. Les metí sin problemas, no era la primera vez, no sería la última, estaba muy acostumbrado a llevar una doble vida.

Esperé a William en el bar del hotel donde me hospedaba y recuerdo lo mucho que me sorprendió verlo en esa oportunidad, se había quitado la barba y lucía otra vez como aquel chico del liceo con algunas arrugas, y aunque yo iba a casarme con una mujer que amaba, las mariposas en mi estomago solo las producía él.

Y fue cuando decidí que ya no quería que él siguiese siendo una fantasía para mí, quería saber si era todo lo bueno que mi mente me decía. Y él también quiso descubrirlo, creo que llegamos a una madurez en nuestras vidas cuando ya sabíamos la importancia de no dejar de hacer las cosas por miedo, cuando la valentía nos impulsaba a no dejar escapar oportunidades. Esa edad cuando comprendemos que lo que más pesa al final del día son las cosas que no hicimos. Me prometí a mí mismo que no se iba a repetir, que respetaría a Dania y que quizás si acaba con la fantasía, no me haría falta tener esos orgasmos a su lado.

Así que después de más de 15 años de amistad y de solo masturbarnos uno al lado del otro, por fin nos volvimos a besar esa noche en mi habitación. El beso llevó a las caricias, a nuestras pieles hirviendo con el contacto, a una erección tan dolorosa para ambos que acabamos, aunque apenas nos habíamos rozado por sobre la ropa.

Nos desvestimos, como si fuésemos aquellos mismos niños de 15 años, pero con nuestros cuerpos maduros, formados. No era el tipo de hombre con el que solía estar, y sabía cuando veía a su esposo que yo tampoco era su tipo, pero tenerlo allí desnudo delante de mí, viendo lo que producía en mí y lo que yo producía en él, entendí que no es que no era éramos nuestros tipos, sino todo lo contrario, y que habíamos pasado todo este tiempo alejándonos de ese "tipo" que solo éramos el uno para el otro.

Así que hicimos el amor, en una maravillosa danza perfeccionada por los años de amistad, de complicidad y de silencioso entendimiento. Como si lo hubiésemos hecho siempre, mas allá de nuestra imaginación. Era nuestra primera vez, pero para ambos tomó sentido todos estos sentimientos de tantos años.

Pero luego de esas noches, porque fue imposible que no se repitiera todos los demás días que estuve en el país, seguí con la boda, aunque el entendimiento de saber que ahora sería imposible alejarme de él, llegó algunas semanas después, cuando mi cuerpo se reveló contra mi, para el ya no era suficiente un encuentro esporádico, ya no se satisfacía con menos, ya no quería funcionar a menos que evocara en mi memoria a William.

Con ese panorama, con mi frustración creciendo día a día, mi relación con Dania fue cada vez a peor, porque ella era miserable aunque no entendí cual era el peso que estaba arrastrando, y yo era miserable por no estar al lado de William. Cada uno llevaba sus propias cargas, las mías fueron las que nos impidieron mejorar.

Y esa necesidad no era solamente mía, William también la padecía. Saber que al otro lado del mundo su matrimonio también sufría las consecuencias de nuestro amor, era reconfortante. Ya no había una complicidad silenciosa entre nosotros, ya existían palabras para lo que sentíamos, aprendimos a comunicarnos con letras en correos, en teléfonos, con imágenes, con fotos furtivas, con llamadas. Erotismo nos habíamos profesado siempre, erotismo nunca faltó en nuestros encuentros, pero era el amor lo que habíamos callado y lo que ahora sobraba en nuestras conversaciones.

Y por no querer borrar esos mensajes que tanto bien me hacían, que aceleraban mi corazón, que me reconfortaban, fue que dejé un camino de migajas de mi realidad hasta mi secreto mejor guardado.

Y entonces Dania, siguiendo el camino de mis migajas, descubrió mi infidelidad. Creyó que William era el nombre clave para una mujer, pero cuando supo que era un hombre y cuando le reconocí que no era un amor pasajero, que teníamos años amándonos, la destruí. Lo reconocí porque fui acorralado, sin posibilidad de mantener mi mentira pero sobre todo porque le debía la verdad.

Años después Dania me agradeció que le hubiese dicho la verdad y aprendimos a llevar una amistad sana, donde ella siempre me aconsejaba a vivir mi vida sin miedo al qué dirán, pero hasta el sol de hoy aun me pesa haberle causado ese daño.

William es mi eterno amor y aun lo sigue siendo, aunque no lo haya visto desde que comencé una relación con Ulises.

"Vaya, esta vez si es en serio, ¿no?" fue lo que William me dijo cuando le expliqué por qué ya no podíamos seguir con nuestra relación, quería hacer las cosas bien esta vez, no quería repetir en Ulises el dolor que le causé a Dania. Él seguía con su esposo, quien nunca se había enterado de nosotros, y a quien amaba a su manera.

"Tú y yo somos eternos aunque nos conocimos en universos distintos, en él mío ser homosexual está bien, en el tuyo sigue siendo algo de lo que avergonzarse, y yo no quiero vivir avergonzado de quien soy ni de a quien amo. Sabía que algún día conseguirías a una persona que quisiera vivir en ese mismo universo tuyo, tanto como yo encontré con quién compartir mi universo. Respetaré tu decisión, tu sensatez es de las cosas que amo y odio al mismo tiempo, pero quiero que sepas que te amo en todos los universos, el tuyo, el mío".

Terminamos con nuestra relación, nunca con nuestra amistad, guardamos bajo llave todos esos días, esas noches, esos momentos y esas palabras, en un baúl atrapado en un universo donde ambos podíamos coexistir. Seguimos adelante con nuestras vidas, en los universos que escogimos vivir, esperando que un día él quisiera vivir en mi universo, o que yo me atreviese a vivir en el suyo. 

Hasta el día donde nuestros universos coexistieran.


~  ~   ~   ~  ~  ~  ~

Nota de Autora:

La historia del amor de Hayden, es algo que me encantó escribir, sentía que también le faltaba un amor así a nuestro guapo doctor, así que espero que les haya gustado.

Suscríbanse al grupo de FB, se llama NO JUZGUES LA PORTADA.

Baisers et Abraços  

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