CAPÍTULO 44. Brasas en el corazón
2 años después
Y confié en él y no me defraudó.
Le costó, pero no me defraudó.
Me lo demostró con sus hechos, con todas las veces que llegó corriendo, pero que llegó, cuando ya no tuve más sillas vacías donde él debía estar, ahora cuando volteaba a mi lado, él estaba allí.
Las únicas veces que faltó su presencia o que llegó tarde fueron justificadas. Ya no nos vimos desplazados por cortaduras menores. Sus horas extras voluntarias desaparecieron y Rámses comprendió que su enseñanza no se vio comprometida por ofrecerse, cual tributo, a cualquier actividad menor.
Siguió trabajando horas extras cuando se lo pedían o cuando era realmente necesario, pero aún así eso nos dejó tiempo suficiente para ambos, para la familia; por mi parte moví todas las actividades que podían moverse, traté de ser más comprensiva con sus horarios locos, porque noté su esfuerzo, no me volví a sentir en segundo lugar, ni prescindible, él no me volvió a colocar en ese lugar del que no importaba si fallaba o faltaba. Volví a ser su prioridad.
Luego de que Marypaz y Gabriel se mudaron juntos, nosotros hicimos lo mismo para un departamento más pequeño, aunque con dos habitaciones extras para las visitas. Rámses no volvió a dejar que nuestra comida se enfriase esperando por él, pude volver a confiar en su presencia, dejé de sentirme sola; él no volvió a fallarme, cuando lo necesitaba estaba a mi lado, no volvió a perderse un cumpleaños, un aniversario, ni una graduación.
Porque hoy, que es mi día, estuvo conmigo desde la primera hora del día, sin importar lo poco que durmió la noche anterior.
Llegar a este punto, sentada con mis compañeros y amigos de la universidad, después de tanto que me costó escoger la carrera y culminarla, era realmente renovador. Sentía orgullo de mi misma.
Miré hacía el público donde mi familia y amigos esperaban tan ansiosos como yo.
—Tú te trajiste a todo un pelotón, ¿no?—Evi se reía—. No creí que pudieses lograr conseguir tantos asientos.
Evi había sido mi compañera de clases desde el día uno, y se había convertido en una gran amiga.
—Mis papás puedes ser bastantes convincentes—traté de restarle importancia.
—Y con convincente quiere decir que realizarán una ampliación del edificio C—Rely, mi otra compañera y amiga nunca perdía la oportunidad de hacerme sonrojar—. No me quejo, ni un poco, pagaron sus entradas, prefiero eso a que se las dieran por excesivamente atractivos.
—Necesito un sugar daddy así, ¡Dios, por favor escúchame!—Mariann le rezaba a cualquiera, estaba enamorada de mis papás desde el primer día que los vio y no temía decírmelo cada vez que podía.
Evi, Rely y Mariann, tres nuevas adquisiciones que me hacían enormemente feliz. Alexa estaba encantada con que yo tuviese más amistades, fue en lo que trabajamos por mucho tiempo.
Aun me reunía con Alexa, pero como amiga y como colaboradora. Miro hacía mi pasado, cuando comencé este viaje, huyendo de Stuart, ocultando lo que hizo, llevando mi vergüenza, y me parece una locura que ahora pueda pararme en un escenario y hablar sobre mi experiencia como sobreviviente de violación. Yo escucho a las chicas y a algunos chicos, cuando me hablan de sus experiencias y ellos me dicen que yo los ayudo, pero yo siento que solo los escucho, que no hago nada más que eso.
Pensé que escuchar y psicoanalizar las cosas era algo con lo que debíamos nacer y que no tenía material para eso, después de todo había sido una persona con muy malas decisiones en mi vida, que no pude decidir sobre mi hijo, sobre mi hermano, sobre mi carrera.
Y aquí estoy, graduándome de terapeuta.
¿Quién diría?.
Todo comenzó con ese curso de coach de vida que me sugirió tomar Alexa, pero fue cuando logró convencerme de compartir mi historia de violación en una de sus conferencias de violencia contra la mujer, que supe que ese era el camino que quería recorrer.
Y no comencé a caminar por los pasillos de la universidad pensando en que psicoanalizaría al mundo y lo salvaría, pensé que me ayudaría a superar mis traumas, mis problemas, mi indecisión algo que particularmente me pesó por demasiado tiempo. Con los primeros semestres vi la oportunidad de ayudar a mi familia, de canalizar los sentimientos que muchas veces se veían desbordados. De ayudar a Hayden en ese nuevo episodio de depresión donde casi cae.
A la frustración de Mike luego de su infarto, a Fernando para que pudiera enamorarse de otra persona sin esperar conseguir a Karen en cada chica.
Aunque ninguno de ellos me pidió ayuda y finalmente la ayuda que necesitaban no era la que yo podía darle.
Y terminé la carrera sabiendo que puedo ayudar a muchas personas, que es lo que realmente quiero hacer, lo que me apasiona.
En mi camino también comprendí muchísimas cosas que como adolescente no vi, como por ejemplo que ese enamoramiento de Gabriel conmigo era una forma de auto sabotearse, asegurarse de nunca salir lastimado al estar enamorado de alguien imposible; casi lo mismo que me pasaba a mí con él. Era mejor enamorarme de Gabriel, quien no me amaba, porque la última persona a la que había amado me había engañado y destruido. Eso por su puesto hizo que dejara a Rámses en la friendzone hasta que no pude seguir negándole a mi lado consciente lo mucho que me gustaba. No quería amar y salir lastimada.
Y entendí que mi indecisión con mi carrera, no era una carga, era una bendición. Amo los números, la organización empresarial, tanto como amo la psicoterapia. Y amaba el puesto de trabajo que tenía dentro de la corporación de mi familia, porque podía hacer las dos cosas que me apasionan.
A veces tenía mucho trabajo, pero amando lo que hago, no cuesta, no pesa. Era muy estricta con mi horario, eso si, porque no podía exigirle a Rámses que respetara sus horarios y los nuestros, si yo no era capaz de hacer lo mismo.
Estudiar y trabajar, no fue fácil, pero agradezco a estas tres loquitas amigas que conseguí, porque sin ellas, sin su apoyo, no creo que hubiese podido terminar la carrera a tiempo, quizás hubiese tardado un poco más, tomando menos materias por año como alguna vez lo pensé.
La ceremonia comenzó y estaba tan nerviosa que no escuché nada de lo que las autoridades dijeron, tampoco entendí los discursos. Aplaudí cuando aplaudieron y sonreí cuando lo hicieron. Ya me enteraría después, cuando viese el video de la graduación. Y entonces llegó el mejor momento, ese cuando te llaman por tu nombre para avisarte que es hora de graduarte, de ser adulto, de trabajar en la carrera que amas.
Esperé levantada mientras decían mi nombre, tal como dictaba el protocolo, mientras mi familia gritaba como loca.
¡Es que eran muchos, muchos!.
Mi corazón estaba repleto del amor de todos ellos, de mi familia de sangre, mi familia adoptiva, mi familia de vida, mis amigos. Estaban todos presente y a la mierda si a alguien no le gustaba que ocupáramos tantos asientos, es mi día y quiero ser egoísta, merezco que me celebren mi logro, merezco ser amada y merezco disfrutarlo.
Cuando llegó mi momento, subí casi flotando los escalones, estaba en el paraíso de la felicidad. Fernando me colocaría mi medalla, no fue algo que tuve que decidir aunque él lo creyó así, mi papá me había recibido con sus brazos abiertos cuando más perdida estaba, cuando más lo necesité. Tomó mis problemas como suyos, me ayudó con mis cargas, me amó y me protegió. Esto iba más allá de quien había pagado mi carrera, que lo hizo Ameth, una discusión que perdió contra mis tres padres, esto era en agradecimiento y reconocimiento a Fernando, por no juzgarme nunca, por tenderme su mano, por no dejarme sola jamás. Recuerdo que cuando le di la noticia lloró de alegría
—Teníamos tus papeles de adopción listos, por segunda vez, pero apareció Ameth—hizo un gesto gracioso, como si mi papá Ameth hubiese arruinado sus planes—. La primera vez fue cuando nos convertimos en tus custodios.
—Yo los hubiese firmado, incluso hoy lo haría—fui sincera y eso no implicaba que no amase a mi familia Maggio.
—Pero sé que terminarás tarde o temprano siendo una O'Pherer
Con mi diploma en mano volteé al público para saludar a mi familia y pude jurar, que allí, junto a mi abuela estaba mi abuelo. Fue una fracción de segundo, fue un pequeño instante, un parpadeo. Pero estaba allí.
Rámses, Gabriel, Marypaz, Jeremy, Enrique, Unam, Donovan, Isaack, Ryan, Mikaela, Megan, Alejandro y mi pequeño Liam hicieron unos sonidos extraños, como de perros ladrando al mismo ritmo, esos que se hacían en los juegos, de seguro lo aprendieron de Donovan. Mis papás no se quedaron atrás, gritaban y aplaudían.
—Esa es mi esposa—gritó mi francés—, toda ella y su culito redondo son míos.
—Mia Beleza, hagamos cucharita—mi cuñado, siempre tan suicida.
—Trio, trio—corearon Marypaz y Mikaela, estaban muy al tanto de la petición loca de Karen con sus hijos, algo que quisieron recrear hoy para mí, como lo habían hecho con Gabriel en su graduación.
—Eres mi favorita—gritó Hayden.
—La más económica de todos—se unió Mike.
—¡Hazme un hijo y te mantengo!—el grito de Rámses hizo que todos explotaran en carcajadas, incluso mi abuela.
No quise fiesta de graduación, pero lo celebramos en grande en la casa de mi papá Ameth. Encontrarme con todos allá fue mucho más especial, era compartir con mis abuelas, con mis tíos. Era presentarle a mis amigas una etapa de mi vida que nunca habían conocido en persona.
Fue un fin de semana de ensueño, mejor que cualquier fiesta, aunque durase toda la noche.
Mis papás me regalaron un viaje por varios países de América, para que conociera lugares que ambientaban mucho de sus cuentos y anécdotas. Serian casi dos meses y medio viajando con Rámses. No podía pedir más. Bueno, quizás sí, había algunos sitios a los que aun el francés aun no podía entrar por acuerdos confidenciales de los cuales se negaba aun a contarme.
—Te tengo una sorpresa—me dijo Rámses, cuando estuvimos frente a la puerta de nuestro departamento, los dos meses y medio pasaron en un pequeño suspiro—. Cierra los ojos.
Le hice caso emocionada, pero el tapó mis ojos con una cinta, desconfiando que fuese a espiar. Cuando se aseguró que no podía ver lo escuché abrir la puerta.
—¿Puedes ver algo?.
—No—respondí.
Entonces las voces de mi familia llegaron hasta mis oídos.
—¿Y escuchar?.
—Si, pero se escuchan raro—reconocí, no estaban presentes.
—Se escuchan lejano—y yo asentí a su afirmación.
—Así era mi vida antes de que tu llegaras a ella: oscura, lejana, distante. rara. Me sentía perdido en un mundo negro, sin colores. No era un mundo donde quisiera caminar, donde quisiera estar, no podía ver nada más que tristeza, soledad. Se me iban los días sin que me importasen. Pero...
Rámses me quitó la venda y me dejó abrir los ojos, solo para ahogar la sorpresa en mi garganta.
—Así es mi vida desde que tu llegaste. ¿Notas la diferencia?.
Nuestro departamento estaba inundado de flores. Eran miles, tantas que no podía contarlas, tantas que no se veía el piso, tantas que no había espacio ni siquiera para mi sorpresa. Tantas flores distintas, tantos colores. Demasiados colores, algunos no parecían ni siquiera reales. Mi familia estaba entre ellos, no todos, pero él que no estaba presente, sostenía un teléfono con el rostro de algún otro en video llamada. Estaban con ropa colorida, en medio de las flores y alumbrados por las luces de navidad que iluminaban toda la escena.
—Veo colores, veo vida, veo alegrías, veo emoción. Siento, respiro, vivo esta vida porque contigo en ella vale la pena vivirla, disfrutarla. Mi corazón late por ti, Amelia; mis pulmones respiran gracias a ti, bombón; mi sangre calienta mi cuerpo porque tu existes en mi mundo, mi amor. Déjame hacer tu vida tan especial como tú haces la mía. Déjame llenarte de colores, de risas, de emociones, de amor, de esperanza. Quitaré todas tus nubes, no dejaré grises, ni tristezas.
¿Cómo no llorar con sus palabras? Pude haber roto en llanto con solo mirar todas las flores.
—Déjame ponerte mi apellido, déjame ser tu esposo, bombón. ¿Quieres casarte conmigo?
—Si, claro que quiero casarme contigo, mi vida, mi mecánico.
Un año después.
Mi anillo no era lo único que brillaba ese día, era una gema rosada preciosa, demasiado grande, que me había fascinado desde el día en que Rámses la puso en mi dedo cuando acepté casarme con él. De eso, hace casi un año. Nuestro departamento había olido a flores por meses con su propuesta, ese recuerdo siempre me robaba sonrisas, pero hoy no.
Mis gotas de lágrimas también brillaban, mientras caían sobre mi regazo. Es irónico como las lágrimas son capaces de reflejar tantos colores bellos, cuando la mayoría de las veces son gotas de tristeza.
—Tenemos que irnos, Bombón—no fue una pregunta y sin embargo, me negué nuevamente.
Pero tenía que levantarme y eso fue lo que hice, como un autómata, sin decisión propia. Él tomó mi mano y la besó mientras me acompañaba entre el terreno un tanto fangoso del cementerio. Mis papás me esperaban cerca de los autos mientras miraban como mi hermano Liam jugaba con Ally, la hija de Mike, sentados en el césped.
Ellos disfrutaban la vida donde muchos habían terminado la suya.
—¿Cómo te sientes?—me preguntó mi papá Fernando, sosteniéndome por los hombros y mirándome a los ojos, no quería mentiras, no quería verdades a media.
—Una parte de mi aun no puede creerlo. Tengo miedo del momento en que por fin comprenda que mi abuela Adele ya no está conmigo. Es difícil, es doloroso.
—Un día a la vez mi niña, no será fácil, pero con el tiempo aprenderás a vivir con ese dolor—me respondió mientras me abrazaba.
—Le hubiese encantado verme en la boda—sollocé.
La habíamos pospuesto hasta que Rámses se graduase, pero me arrepentía de esa decisión, porque ahora ella no podría verme caminar hasta el altar.
—No tenías como saberlo, ninguno lo imaginó—Ameth acariciaba mi espalda.
Mi abuela se había acostado a dormir una noche, luego de hablar conmigo, conversar con mi abuela Amara y reírse con Liam. Y no volvió a levantarse.
—Se fue dormida, como siempre quiso—Hayden besó mi cabeza—. Creo que es la mejor forma, sin dolor, sin angustia. En paz.
—Está ahora con tu abuelo, Beleza, descansando a su lado.
Me limpié las lágrimas y me solté del abrazo de Fernando.
—Podemos quedarnos todo el tiempo que necesites—Mike tenía en brazos a Ally, pero la pequeña se lanzó a los brazos de Fernando en cuanto los vio libres.
Les avisé que necesitaba despedirme nuevamente y volví a caminar hasta su tumba. Su nombre Adele Martínez Gatica, estaba escrito en letras doradas, en la tumba al lado de la de mi abuelo John Gatica.
—Abuela, yo... no tengo palabras. No alcanzo a entender todo lo que voy a extrañarte, no alcanzo a dimensionar mi vida sin ti en ella. Es más fácil pretender que no te has ido, que sigues en este mundo, que tu esencia está a mi lado. Quiero vivir eternamente con el fantasma de tu presencia que con el vacío que me dejas.
Y volví a llorar, porque su ausencia me quemaba desde adentro, me dolía como brasas en el corazón.
Caminé hasta el auto donde seguían esperándome, Liam, muy aburrido corrió hacía mí y me tomó de la mano.
—Mi papá dice que podemos ir por helados si tú quieres. ¿Quieres?
Él no alcanzaba a entender la dimensión de la muerte. Lo vi llorar a nuestra abuela, lo vi estar triste y lo vi recuperarse. No quería su tristeza, así que, si quería un helado, lo llevaría.
—Claro, ¿Por qué no? Podemos ir a la heladería favorita de la abuela.
—¡Si! Yo sé cuál es su helado favorito, lo podemos comer todos—y entonces la tristeza lo tomó por un momento y suspiró—. Voy a extrañarla mucho también.
No le respondí, porque delante de mi estaba un rostro que tenía muchísimo tiempo sin ver.
Rosalía.
Estaba vestida de negro, con unos lentes oscuros muy grandes para su cara. Nuestro encuentro fue fortuito, porque noté su sorpresa cuando me tuvo al frente. Rápidamente se quitó los lentes, como si temiese que ellos la estuviesen engañando.
Me miró con sus ojos rojos e hinchados, había estado llorando, y luego a Liam. No decía ni una palabra.
—Ve al auto, avisa que si iremos por helados—le murmuré a mi hermano y él corrió a avisar.
Ninguno de mis papás, ni Rámses o Gabriel, apartaron la mirada de mí. Creo que esperaban algún gesto de mi parte para irme a rescatar.
—Lo lamento, pensé que a esta hora ya no estarían acá, no quería importunar.
—¿Estuviste en el entierro?
Ella asintió y agachó la cabeza: —Quería unos momentos más con ella.
Me aparté de su camino, pero ella no se movió. En este tiempo mi abuela y ella habían retomado una relación relativamente cercana, era su hija después de todo y es lo que hacen las verdaderas madres, amar incondicionalmente a sus hijas, aunque mi abuela jamás fue una ciega sobre quien era su prole, como una vez mi mamá me dijo el día que me fui de la casa a vivir con los O'Pherer.
—Liam está muy grande y tú muy hermosa. Felicidades por el compromiso, no sé si has recibido mis cartas—habló un poco apurada, creo que temía que la dejase hablando sola.
Mi mamá había a empezado a enviarme cartas desde el primer cumpleaños de Liam. Mandaba cartas en su cumpleaños, en el mío, para navidad y algunas otras fechas. Siempre acompañadas de algún detalle para él o para mí. Me había pedido perdón no sé cuántas veces, me había contado su evolución con el psiquiatra y me contaba detalles de su vida, aunque nunca llegue a responder ninguna carta.
Así fue como me enteré que tenía desde hace cuatro años una pareja, un hombre un poco mayor que ella, que la ayudaba con su pequeño restaurante, al cual ahora le iba bastante bien. Ya no juntaba las monedas para pagar las cuentas. Vivian juntos, en paz y armonía, rodeado de algunos perros y gatos.
Y me alegraba, que por fin hubiese tenido la paz y el amor que tanto buscó.
También supe por ella, y por Mike, que Stuart si había pedido casa por cárcel en lo que pudo hacerlo, y el Tribunal se lo acordó, pero cuando solicitó que su casa fuese la de Rosalía, ella se negó. No estaba con su pareja para ese entonces, pero igual se negó, incluso pidió una orden de alejamiento para evitar que él continuase enviándole cartas ya que él no tenía el número de ella.
Sin tener quién lo recibiese y con su antigua casa declarada inhabitable, Stuart terminó viviendo en el mismo psiquiátrico, viendo a pacientes entrar y salir, mientras él solo miraba por la ventana día y noche.
—Las he recibido, también todos los regalos. A Liam siempre le gustan.
—¿Quién le dicen que se los envía?.
—Nadie en particular.
Vi cierto dolor en su rostro y después de todos los años y lo que ella había cambiado, pude sentir pesar por ella.
—Él aún no sabe que es adoptado, es muy pequeño apenas tiene 8 años, quizás en un par de años más podamos decírselo. Entiendo que tenemos un acuerdo de adopción...
Pero Rosalía me interrumpió.
—No, pregunté por curiosidad y quizás un poco de autoflagelación. No quiero que le digan todavía que es adoptado... no sé si quiero que sepa que soy su madre. No estoy lista para eso aún. Yo siento una gran vergüenza de mí, no puedo lidiar con la vergüenza de él cuando sepa todo lo que hice.
Su dolor era genuino y si algo había aprendido en mi carrera y en el poco tiempo que llevaba ejerciéndola, era a reconocer quién mentía con sus sentimientos.
—Tenemos un acuerdo, si llega el momento sabremos respetarlo.
—Quizás más adelante, cuando también aprenda a lidiar con la vergüenza por lo que te hice, por la violación de Stuart, por volverlo a aceptar en la casa, por no defenderte, por no ayudarte.
No me sorprendí de sus palabras, hace mucho que ella había escrito sobre su arrepentimiento en sus cartas, pidiéndome perdón, las primeras las sentí vacías, pero luego, sentí sinceridad en sus palabras, como en este momento lo sentía. En el pasado, ella no había podido reconocer que yo había sido violada, el que ahora pudiera reconocerlo, aceptarlo y entender en que había fallado, era un gran paso para ella.
Me quedé mirándola, se notaba que moría por decirme algo más.
—Me divorcié de Stuart, poco tiempo después del nacimiento de Liam. Le pedí ayuda a Mike, no sé si te lo dijo—Mike me lo había contado, me sorprendió más que ella lo contactara a él, que el divorcio en sí.
No le respondí, no sé qué respuesta esperaba y tampoco sabía que responderle.
—Podemos comenzar quizás...—era yo la que no me sentía del todo lista para alguna relación de algún tipo con mi mamá, pero una parte de mi si necesitaba alguna cercanía con ella, algo que tenía algún tiempo revoloteando en mi cabeza.
—Hermana, vamos, se hará tarde, empezará el juego de Donovan—gritó Liam.
Donovan hoy tendría el juego más importante de su carrera, nos había enviado entradas en primera fila a toda la familia, pero no podíamos asistir, él lo sabía.
— Quizás pueda comenzar respondiéndote cuando me escribas.
Ella sonrió y asintió.
Pasé a su lado, sin despedirme, no sabía cómo hacerlo. Algo me decía que su carta llegaría más pronto de lo esperado y sería terapéutico para mi colocar en papel todas las cosas que sentía por ella.
Era parte de las terapias que me gustaba que mis pacientes pusieran en práctica. Eran cartas por lo general escritas a nadie en particular, pero quizás si yo lograba hablar con mi victimaría, con mi mamá, podría terminar de sanar esas heridas, que su maternidad, me habían causado.
—Lamento mucho no haber podido estar contigo—el bullicio del fondo me hacía difícil escuchar a Donovan.
—Gracias, y yo también lamento mucho no poder estar contigo hoy.
—Te dedicaré uno de los muchos Touchdown que haré—gritó para que lo escuchase—. Mia, ya tengo que colgar, comenzaremos la última reunión.
—Estaremos viendo el partido—grité para que pudiese escucharme y colgué la llamada.
Una parte de mi quería solamente acostarme a dormir, despertar mañana y que doliera menos y repetir esa misma rutina tantos días como fuese necesario hasta que el dolor de su ausencia no quemara mi alma, pero no podía hacerlo, mi abuela no hubiese querido que lo hiciera.
Mi abuela no hubiese querido que me perdiera este momento de Donovan, ella había estado bastante atenta a su carrera, a sus logros, a sus avances. Era imposible que después de todo lo que él hablaba de como llegaría a este momento, con tanta confianza y seguridad, que nos lo perdiéramos.
Era un partido que definiría su carrera profesional, que lo catapultaría a un nuevo nivel, donde destacaría entre los mejores, que lograría que los equipos se pelearan por él.
No podía perdérmelo, aunque la tristeza quisiera que lo hiciera.
Así que me senté en el medio del sofá, entre Rámses y Marypaz, mientras comenzaba el partido. Guardé en un baúl la tristeza y traté de llenar mi vacío con toda la comida que habían ordenado.
Los mismos que estuvimos en el funeral de mi abuela, eran los mismos que ahora estábamos reunidos, deseosos de ver el gran momento de Donovan.
El partido comenzó y a medida que avanzaron los minutos se me hizo más fácil olvidarme por un momento de la tristeza del día. Aplaudí las jugadas, me enojé con las faltas, me emocioné cuando aparecía Donovan brillando y lloré cuando hizo ese touchdown y con sus manos hizo una A hacía la cámara que lo enfocaba. Cumplió su promesa.
Los comentaristas hablaban maravillas de Donovan, de su carrera; hacían proyecciones profesionales que lo auguraban entre los mejores equipos. Lo visualizaban con gran seguridad con un enorme anillo de ganador de Super Bowl en su mano. Había tenido un gran desempeño en todo lo que iba de partido, tanto que ya no importaba si el equipo ganaba o no, él ya había brillado, ya se había destacado. Ya había triunfado.
Y entonces, apenas se dio inicio al último cuarto del juego y luego de que se diera inicio a la primera jugada, Donovan fue tecleado por el equipo contrario. Lo vimos volar por los aires y caer en una posición bastante complicada en el piso. Sin moverse.
El juego se paralizó y el árbitro ordenó al equipo médico que se acercara con rapidez.
Mis ojos se llenaron de lágrimas en cuestión de segundos. En la casa reinó el silencio, todos atentos a lo que reportaran los comentaristas, aunque ellos no sabían mucho más que los televidentes. El equipo médico rodeaba a Donovan en el piso, sus compañeros de equipo lucían preocupados, la cámara enfocaba la cara de muchos de ellos.
Y entonces lo ví y clavé mis uñas en el brazo de Rámses y en el de Marypaz, ahogando un suspiro.
La cámara enfocó a un chico, corriendo entre el campo, había saltado desde las gradas y corría con gran velocidad. Nadie hacía nada para detenerlo, ni el equipo, ni la seguridad. Se deslizó sobre la grama justo cuando llegó al lado de Donovan, quedando arrodillado a su lado.
Solo entonces los compañeros de Donovan quisieron alejarlo, pero Isaack se negaba a apartarse de su lado. Los paramédicos retiraron el casco de la cabeza de Donovan, algo que según dijo Hayden era un buen indicativo, porque no lo hubiesen hecho si les hubiese preocupado alguna contusión cerebral. Rámses agregó que el mayor impacto lo había recibido su cuerpo no la cabeza, que, si le quitaron el casco, era porque su cabeza estaba fuera de peligros evidentes, pero que lo retirarían del juego.
Sabia las lesiones que podían arruinar no solo el juego de esta noche, sino la temporada, incluso la carrera completa. Sabía que era lo que más le preocupaba a Donovan, a sus conocidos, a sus compañeros, a todos.
Subieron a Donovan en la camilla para sacarlo del partido, tal como dijo Rámses, con Isaack caminando a su lado.
Y grité. Grité con fuerzas porque Donovan había alzado su mano, con su dedo pulgar alzado, estaba bien, estaba consciente.
Y luego grité, lloré, salté y reí porque Isaack tomó su rostro, en medio del público presente, del publico televisado, en medio de la inmortalidad del internet, y lo besó. Pegó su frente con la de él y le dio un segundo beso, menos impulsivo, más sensato.
Lo vi en cámara lenta, lo vi con la misma sorpresa de todos en la sala, pero de ninguno de los televidentes. Donovan era abiertamente gay, así que nadie se sorprendió cuando un hombre lo besó, la revelación era que tuviese una pareja, porque hasta donde los medios sabían estaba soltero.
Pero yo sabía lo que significaba ese beso.
Sabía que era el sueño de mi amigo cumplido.
Sabía lo que significaba para Donovan, lo que significaba para Isaack.
En la sala ahora aplaudíamos y celebrábamos, no por el juego, ni siquiera por la salud de Donovan, sino por estos dos chicos que por fin decidían vivir su vida.
Donovan salió del campo no sin antes alzar nuevamente su mano, esta vez con un puño cerrado. Celebraba una victoria, la mejor de todas.
Marqué rápidamente el número de Isaack en mi teléfono, mientras me alejaba del ruido del televisor y el partido que se reanudaría, quería saber cómo estaba Donovan, como estaba él.
—¡Esta bien!—Isaack emocionado, aliviado—. Le harán algunos estudios, pero está bien. Tiene dolor en su antebrazo, pero no luce fracturado. No llegó a perder el conocimiento, pero si estaba bastante aturdido, fue un gran golpe.
—Pensé que estaba inconsciente.
—Que va, soy muy cabeza dura para eso—me respondió Donovan, tomando control de la situación—. Aunque no más cabeza dura que este, le tomó varios años pero por fin cayó rendido a mis pies. ¿Vieron ese beso?
—Todo el mundo lo vio—reí junto con él, compartía cada migaja de su felicidad—. Fue un excelente beso.
—¡Y lo que me dijo!—Donovan no se burlaba, estaba pletórico de felicidad así que ignoró a Isaack que intentaba hacerlo callar—. Que siempre me había amado y que nunca había estado borracho. ¡Lo sabía! Sabía que todas las veces que me había besado, jamás había estado ebrio.
En la televisión escuchaba como identificaban a Isaack, la noticia de como dos grandes jugadores profesionales, uno de futbol americano abiertamente gay, y uno de béisbol, además abogado deportivo, y del que nadie sabía su orientación sexual, acababan de dejar en evidencia su relación. Mencionaban como sabían de la amistad entre los dos deportistas, amistad que se remontaba a los años universitarios, pero que nunca sospecharon que pudieran tener una relación. Las conjeturas sobre cuánto tiempo tenían juntos explotaron en las redes sociales, en cuanto terminó el partido, con una gran avalancha de apoyo de la comunidad LGBTQI+ y de sus respectivos compañeros de equipo y marcas patrocinantes.
Estaban juntos, estaban felices, se amaban. No podía pedir más para ellos.
* * * * * * * *
Nota de Autora:
Sé que los llevé a todos por una gran montaña rusa de emociones.
El compromiso, fue perfecto, y hasta que por fin Amelia dijo que si.
Pero la muerte de la abuela, fue inesperada, dolorosa
La reaparición de Rosalía también es un giro inesperado porque vemos su propio camino al perdón.
Y el beso por fin de Isaack y Donovan, tal como él lo había querido, pedido e imaginado, fue el mejor cierre para este amor!
Les recomiendo leer JUEVES CURIOSOS de NJLP, creo que muchas/os aun no lo conocen!.
Suscríbanse al grupo de FB, se llama NO JUZGUES LA PORTADA.
Baisers et Abraços mis Bombones
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