CAPÍTULO 36. ¿Quería el camino fácil o quería el camino difícil?
—Vamos Beleza, cálmate un poco.
—¿Qué me calme? —estaba hipando aunque intenté disimularlo. Creo que mi mirada evitó que Gabriel me insistiese.
Rámses seguía sin aparecer.
Nadie sabía dónde estaba, a dónde pudo ir.
Tratamos de recrear cada uno de sus pasos y quedamos en el mismo punto muerto donde ya había estado yo. Rámses no entró a clases y se esfumó. Nadie más lo había visto, nadie sabía de él.
Con ayuda de Gabriel y su compañera de clases, llamamos a todos los de su salón, pero ninguno pudo ayudarnos.
Nuestra casa parecía una vez más una escena deplorable donde estábamos otra vez todos reunidos esperando noticias alentadoras y no nefastas. No ayudaba que afuera estuviese lloviendo a cantaros. Era un gran diluvio, lo que hizo que me preocupase más, las vías estaban mojadas, los accidentes eran más frecuentes con este clima.
El ambiente de preocupación era el mismo que cuando estuvimos preocupados por Hayden, así estuvimos cuando Gabriel tuvo su accidente, cuando estuvieron en medio del robo. Y sé de todas las veces que, aunque no fui testigo también le sumamos años de vida a los adultos de esta familia.
Mike paseaba de un lado al otro de la habitación, llamando a Nacho cada pocos minutos y cobrando cuantos favores policiales podía cobrar. Hayden en cambio estaba sentado en el mueble, taciturno, preocupado. Vigilándonos calladamente, monitoreando nuestra salud a distancia como si su mirada se hubiese convertido en un súper poder que medía las pulsaciones y la presión.
Gabriel no se separaba de mi lado, así como Jeremy. Johana conversaba con Fernando, repasando cada sitio al que pudiera ir Rámses, pero para este punto solo daban ideas un poco disparatadas que sabía yo que no serían el actuar de este Rámses. Quizás del anterior, del francés pedante y petulante que organizaba toques de la banda de Cólton y se juntaba con personas de muy dudosa reputación. Pero él había cambiado tanto que la probabilidad de que volviese a fugarse a otro estado para asistir a una fiesta, sin avisarle a nadie ni siquiera a su hermano, eran inexistentes.
—Tengo que hacer algo, siento que estar aquí sentada esperando no sirve de nada—murmuré a Jeremy cuando Gabriel se levantó a buscarme un poco de agua.
—¿Qué quieres hacer? ¿Rastreo su teléfono una vez más?.
—Eso es lo que me parece sin sentido. Esta familia tiene una extraña obsesión con rastrearnos y reglas muy claras sobre no apagar en ningún momento los dispositivos de rastreo. ¿Por qué solo podemos rastrear a Rámses hasta la universidad?
—Quizás se le apagó el teléfono, lo perdió—Jer quería restarle un poco de importancia, pero esa actitud me hacía enfurecer.
—¡No!—grité tan fuerte que todos voltearon a mirarme y no me quedó de otra que hacerlos parte de mi conversación.
—Rámses jamás apaga su teléfono, ¡jamás! Y primero pierde una pierna que ese aparato, lo saben.
—Quizás lo prestó...—insistió Jer.
—No, no, no—comenzaba a desesperarme, agité con tanta fuerza mi cabeza para negar esas ideas, que me mareé—. ¿Quieres saber por qué nunca se desprendería de su teléfono? Porque tiene fotos y videos míos, nuestros allí. Lo tuvieron que robar—concluí con horror.
—Demasiada información e imprudencia en una sola frase—exclamó Mike.
—Está la posibilidad de que él no quiera ser encontrado—mataría a Jeremy en ese momento y creo que todos leyeron mi pensamiento porque lo apartaron de mi lado.
—¿Por qué no querría ser encontrado? ¿Crees que anda con otra? ¿Qué nos haría pasar a todos por esto, a su familia entera, por un polvo?—grité furibunda—. ¿Te dijo algo a ti?—miré a Gabriel y el portugués retrocedió negando.
—Claro que no, no se lo hubiese permitido. Él no es así, lo sabes.
—Entonces dejen de actuar como si esto fuese algo normal en él o como si restándole importancia yo no estaría angustiada. No puedo quedarme ni un segundo más acá.
Tomé mi bolso, las llaves y caminé hasta la puerta.
—¿A dónde irás? Amelia, no es sensato salir menos con este clima—Mike se había interpuesto en mi camino.
—A un lado Mike. Sensato no es quedarse aquí sin hacer nada.
Lo esquivé y fue el turno de Fernando y Hayden de bloquearme la salida.
Creo que nunca los había visto con tanto odio como los vi en ese momento.
—Déjenme salir—grité enojada—. No puedo estar aquí sentada sin hacer nada, no puedo, cuando sé que si fuese yo la desaparecida él estuviese buscándome en todos los rincones. Voy a salir bien sea que se quiten o los tenga que quitar yo mismo.
—No podrás movernos, Mía—Hayden lucía muy seguro de sí y aunque me triplicaban en tamaño, fuerza y peso, furiosa y desesperada como estaba, ellos no serían un problema para mí.
Sin embargo, a su mirada me rendí, me rendí en medio de mi molestia y pisando con fuerza caminé hacia el piso de arriba. Marypaz se puso en mi camino y me forzó a un abrazo, pero sentí como deslizaba algo en mi bolso.
Lancé la puerta de la habitación con fuerza y respiré, contando, tratando de pensar un poco más calmada. Ahora entendía por qué Rámses decía que miraba todo rojo cuando estaba enfurecido, porque toda la habitación estaba enrojecida a mi mirada, borrosa. Dentro de mi bolso estaban las llaves de la camioneta y mentalmente agradecí a mi amiga. Abrí la ventana de la habitación y asomé mi cabeza para estar segura de donde debía pisar.
Rámses había escalado más de una vez a mi habitación para estar a mi lado, y más de una vez yo también escapé por una venta bastante parecida; así que por supuesto que con esos recuerdos ya había visualizado desde el primer día como hubiese podido hacer aquella hazaña si la casa donde hubiese vivido hubiese sido esta.
No planeaba huir de Rámses, pero nunca sabía cuándo necesitaría salir por la ventana. Y ahora pondría en práctica ese plan.
El techo del piso inferior era bastante más inclinado de lo que pensaba, así que tuve miedo de resbalarme hasta el suelo, la lluvia no cesaba y no parecía que fuese a calmarse en poco tiempo. Me agaché para ayudarme con las manos y poder llegar hasta el borde y no rodar hasta el piso. Cuando estuve en la orilla me giré y comencé a deslizarme boca abajo hasta que mi estómago estuvo en el borde del techo. Distaba mucho de alcanzar el suelo, pero esperé que la caída no fuese tan grande.
No sé cómo hacían en las películas para hacer que esta acrobacia luciese tan sencilla y nada dolorosa, cuando en realidad toqué el piso con mucho dolor en mi estómago y en uno de mis pies. En pocos momentos estuve empapada.
El mismo pie que me había lastimado aquella vez que Stuart se coló en mi habitación y había intentado abusar de mi por segunda vez. Aquel día había corrido zigzagueando entre las calles, escondida en un pequeño mal oliente callejón hasta que vi una patrulla de policía y le pedí llevarme a casa de los O'Pherer; pero esta vez no sería así.
Caminé agachada, no sé por qué, quizás era porque era lo que hacían en las películas, hasta que llegué a la camioneta que habían comprado para nosotros. Me subí al auto, me puse el cinturón de seguridad y puse mis manos en el volante.
Desde el accidente de auto con Stuart, subirme a un auto me trajo traumas que terminaban en ataques de pánico y ansiedad. Me costó superarlos y poder subirme al auto sin sentir nuevamente que iba en aquel que creí que me costaría la vida, pero de allí a manejar uno, sentía que era un paso demasiado grande.
Pero no podía esperar por respuesta de Nacho ni de los policías, quería salir yo misma a buscar respuestas. A dar vuelvas por la ciudad creyendo que quizás podría encontrarlo, aunque fuese una aguja en un pajar.
Introduje la llave en el arranque y sostuve la respiración cuando giré la llave y el motor rugió. Era una camioneta muy grande, quizás debió darme las llaves del auto pequeño, pero ya no había vuelta atrás.
—¡Amelia!—la voz autoritaria de Fernando al lado de la ventanilla, me hizo sobresaltar. Él intentó abrir la puerta, pero los seguros se habían cerrado automáticamente cuando arranqué el motor—. ¿Qué estás haciendo? Bájate en este mismo momento.
—¿A dónde crees que irás? Ya fui a todos los sitios que él podía haber frecuentado y no lo conseguí—Hayden intentó hacerme entrar en razón, pero no lo lograría, me marcharía a buscarlo a donde fuese que tuviese que ir.
—Beleza...—Gabriel apareció por la puerta del copiloto, su cabello pegado a su rostro, mojado—, abre la puerta.
Saqué el freno de mano y presioné con suavidad el acelerador. La respuesta del vehículo me asustó tanto a mi como a los que estaban afuera tratando de convencerme de no irme, así que frené por reflejo del miedo. No me creían capaz, pero estaban equivocados y el que me creyesen incapaz de hacerlo me motivó a probarles que si podía.
Mike apareció en mi campo de visión, frente a la camioneta.
—Muñeca, no lograrás nada que todas las patrullas que están buscando no han logrado hasta el momento.
Volví a pisar el acelerador y Mike se quitó.
—¿Por qué te quitas?—gritó enojado Fernando.
—Párate tú, pues, que te pise a ti.
—Coño, no te va a atropellar—respondió el doctor.
Mi aceleración era suave, temerosa, como si nunca hubiese conducido antes.
Gabriel insistió en la ventanilla del copiloto, mientras nuestros padres se debatían en quién se pondría frente al auto para evitar que avanzara.
—No nos atropellará a los tres—Fernando los tomó por los brazos y los colocó frente al auto.
Y tenía razón, ellos estaban decididos a evitar que me fuese. Frené y evalué mis opciones. Bajarme en estos momentos no era una opción. Irme era la única.
—Beleza...
Miré a Gabriel y entonces noté su mirada, no me estaba impidiendo irme, estaba pidiéndome venir conmigo.
Abrí el seguro de su puerta y se subió con rapidez.
—Espero que sepas lo que haces—me dijo mientras se abrochaba el cinturón.
—No tengo ni puta idea—confesé.
—Está todo bien, ya Gabriel se subió, hará que entre en razón—Hayden sonaba aliviado, pero Mike leía a Gabriel como un libro abierto.
—Hermanos, creo que hemos sido traicionados—Fernando comenzó a acercarse hasta el auto, creo que quería evitar que tuviera margen de maniobra y eso lo lograría si estaba muy cerca del auto.
—¿Te pusiste el cinturón?—quise confirmar, aunque en realidad quise fue advertirle.
Gabriel colocó una de sus manos en el tablero del auto y con la otra se sujetó de la puerta.
Solté el pie del freno y apreté el acelerador al tiempo que giraba el volante para esquivar a nuestros padres.
La camioneta se deslizó por encima del césped de la entrada, destruyó el buzón de correspondencia y cayó con poca elegancia en la carretera, haciéndome saltar en el asiento.
No miré hacia atrás, solo seguí conduciendo mientras Gabriel estaba enmudecido.
—¿Nos están siguiendo?—le pregunté cuando giré en la última calle, dispuesta a perderme en la autopista.
—No lo creo, no los veo. ¿Quieres que yo maneje?. Él camino es peligroso, hay mucho viento y deben haber escombros.
Negué.
—No podía estar allí un momento más sin hacer nada.
—Primero, eso fue jodidamente sexy, no le digas a Marypaz ni a Rámses que lo dije; y segundo, estoy orgulloso de ti, eres toda una O'Pherer. Ninguno antes había hecho algo parecido: atentar contra la vida de nuestros padres, casi atropellarlos, desafiarlos, robarlos en su cara y destruir propiedad privada. ¡Eres mi ídola!.
Estaba genuinamente orgulloso de mi y francamente yo también lo estaba.
—¿Puedes encargarte del Gps?
—¿Sabes a dónde iremos?.
Y tenía algunas ideas, sitios a los que Rámses y yo habíamos ido, lugares que él conocía de la ciudad y que no habían sido revisados por Hayden. No me había reservado ninguna información especial, no era nada probable que él estuviese en alguno de esos sitios, pero yo quería intentarlo.
—También podemos probar con la estación de autobuses—agregó y asentí.
Buscar en esos sitios improbables era hacer algo y eso era mejor que hacer nada.
—Pero por Dios, Beleza, acelera un poco porque a esta velocidad nos frenará la policía. No tanto, ¡no tanto! Recuerda la lluvia, mantente apartada del canal rápido, las personas no suelen ser prudentes cuando llueve
—Estoy nerviosa, la última vez que manejé tú también estabas de copiloto y fue cuando Stuart nos abordó en el estacionamiento del supermercado, ¿recuerdas?
Gabriel me miró extrañado y cuando se disponía a responderme, su teléfono comenzó a repicar.
—Estamos bien, solo daremos algunas vueltas por algunos sitios. Cálmense—dijo Gabriel antes de colocar su teléfono en altavoz y que los gritos de nuestros padres inundaran la camioneta.
—¿Se volvió loca o qué coño?—gritó Hayd—. ¿Está en drogas? Espero que esté en drogas porque si hizo esto buena y sana...
—¿En qué drogas va a estar Amelia? No seas irracional—Mike intervinó—, la única sustancia dañina que ella consume es ese café que prepara y a ti no te ha matado.
—Amelia, no es seguro estar en la calle, si esto se tratase de un atentado, dispersamos las fuerzas de búsqueda, para que vayan a buscarlos a ustedes—Fernando siempre era más racional para hablar, sin embargo, ya no me intimidaba con su voz de diplomático importante.
—No tienen que buscarnos—tercié—. Si Rámses está en peligro por algún nuevo atentado créeme que ya saben que estamos en alerta y no se acercarán, además, para este momento deben saber que Stuart no me quiere a mí, porque ya me hubiesen secuestrado hace mucho.
—Esta no es la forma—el diplomático estaba enojado.
—¿Y cuál es la forma?—bramé—. ¿Sentarme y seguir llorando sin poder hacer más nada? No, me niego a eso. Algo malo está pasando, lo sé, lo siento. Rámses no es así, ya no lo es. Ni siquiera puedo creer que esté secuestrado o algo peor, pero no está bien.
—Amelia—el doctor estaba también muy molesto—, él no te hará daño a ti, pero le podría hacer daño a Gabriel, ya lo ha hecho. Es un maldito psicópata coño de su madre que no le importa nadie más.
Frené de golpe, sus palabras no me gustaron, pero eran ciertas.
—Bájate—pero Gabriel no se movió—. Que te bajes, es un peligro que estés conmigo. Soy un peligro para cualquiera mientras ese enfermo siga con vida.
—Beleza...
—No—aparté con brusquedad su mano de mi hombro—. Esta familia solo ha tenido desgracias por ese enfermo. Lo quiero fuera de mi vida, lo quiero muerto.
Estaba llorando pero ya no era de preocupación, sino de frustración.
—No eres un peligro, no es lo que quise decirte, no eres responsable de lo que él haga.
—Mejor cállate Hayden—le respondió Fernando y no volví a escucharlo.
— Sors de la voiture Gabriel, s'il te plait, je ne veux pas te mettre en danger et j'ai besoin de le faire, j'ai besoin de le chercher, j'ai besoin de l'aider - Baja del auto Gabriel, por favor, no quiero ponerte en peligro y necesito hacer esto, necesito buscarlo, necesito ayudarlo.
—¿Qué dijo?—escuché a Mike preguntar por lo bajo.
— Eu não vou sair, vou com você. Você tem duas opções, ou ficamos estacionados aqui ou vamos encontrar meu irmão. De qualquer forma, não vou deixá-lo em paz porque não quero e porque Rámses me mataria se eu o fizesse. - No me voy a bajar, iré contigo. Tienes dos opciones, o nos quedamos aquí estacionados, o vamos a buscar a mi hermano. En cualquier caso, no te dejaré sola porque no quiero y porque Rámses me mataría si lo hago.
—¿Y ahora qué coño dijo? De verdad que necesito un puto curso para aprender sus idiomas.
Fernando les tradujo lo que estábamos conversando. Yo seguía llorando pero esta vez si dejé que Gabriel me consolara.
—Ha mejorado mucho tu francés, te falta pronunciación. A Rámses lo debe estar matando que se te de mejor el portugués, ¿verdad?.
Me hizo sonreír, porque en verdad Rámses odiaba que mi portugués fuese mejor que el francés, por más que él intentara de todo para enseñarme.
—Vuelve a casa, muñeca y no levantaré cargos por intento de atropello.
Me limpié la cara y respiré profundo. Estaba más calmada, pero igual quería ir a buscar a Rámses.
—Por mi puedes levantarme los cargos que quieras, tu eres mi abogado, pero no volveré a la casa, necesito hacer esto para no volverme loca, necesito hacer algo más que esperar, necesito buscarlo porque cuando aparezca necesito poder decirle que hice todo lo posible por encontrarlo.
—¿Para no volverte loca? ¿Hiciste esto completamente cuerda? Destruiste el buzón, el jardín y parte de la acera de la calle, ni hablar de que estas mojando los asientos de cuero de una camioneta excesivamente costosa y nueva. Acabo de perder una gran apuesta contigo chica; y espero por Dios que no le pase nada a la camioneta, un solo rasguño y los sacaré del testamento.
Colgamos la llamada y comencé nuevamente a conducir, concentrándome en el camino, en encontrar a Rámses aunque sabía que no estaría en ninguno de esos sitios.
—No fue esa vez tu ultima vez manejando—Gabriel estaba mirando el camino, con su mirada perdida y sombría—. Manejaste una vez más después de ese día.
—El accidente—murmuré comprendiendo que me había olvidado por completo.
Había sido el día del accidente que tuve donde casi muero con Stuart, la última vez que manejé. No lo había olvidado, aun lo recordaba. Ya no me perseguía en las noches, ya no me acosaba, ya podía subirme a un auto sin un ataque de pánico. Ya no era esa misma chica, ya había madurado, todos lo habíamos hecho.
Ya Rámses no era el chico mal humorado, impulsivo de antes. Ya no había este odio y resentimiento acumulado en él. Gabriel también había cambiado, su competitividad con su hermano había desaparecido, no tenía esos instintos suicidas para llamar la atención. Las historias de Terremoto y Huracán ya eran eso, historias, porque pocas veces ahora salían a relucir. Ya no explotaban, ya pensaban, analizaban y luego actuaban.
Eso me confirmaba que Rámses no estaba en cualquier sitio siendo voluntariamente imprudente, que no sabíamos de él por algo mayor. No lo iba a conseguir en ningún bar, en ninguna disco.
Aproveché la luz roja del semáforo para marcar mi teléfono y esperar que Mikaela me atendiese.
—¿A dónde vamos?—Gabriel estaba curioso.
—Buscaremos a Rámses en otros sitios.
—Mia, ¿Cómo estás?—no importaba si yo llamaba a Mikaela en la madrugada o a mitad del día, siempre me atendía con la misma chispa alegre en su voz.
—Necesito una ayuda de Ryan, pero no podré convencerlo de hacerlo.
—Tu dime y yo lo logro, tengo mis métodos.
—Necesito que acceda al expediente de Stuart y que consiga su antigua dirección. La de su primer matrimonio.
—Oh... ya veo por qué dices que Ryan no querría ayudarte. ¿Para qué lo necesitas?.
—Porque Rámses está desaparecido y aunque Stuart está en la cárcel creemos que tiene que ver en todo esto y quiero entender su pensamiento.
—Lo llamaré, dame cinco minutos.
—¿Solo 5 minutos?—me sorprendí.
—Chica, tengo métodos muy poderosos. Que poca fe me tienes.
No tardó cinco minutos, tardó siete, pero me consiguió la dirección. La puse rápidamente en el GPS y seguí las indicaciones.
—No sé qué esperas conseguir acá—Gabriel miraba por la ventana el sitio donde estábamos—. Stuart está en prisión y si alguien tiene a mi hermano, no estará en los sitios más obvios.
—Sé que aquí no conseguiremos a Rámses, pero...—suspiré porque no estaba clara de cómo darme a entender. Mis pensamientos eran un remolino y me costaba a mí misma entenderlos—. Stuart nos sigue jodiendo una y otra vez, siempre consigue la forma de hacerlo y él no es tan inteligente, no más que no nosotros por lo menos. Creo... creo que, si entendemos su pensamiento, si logramos entenderlo, quizás podamos ir un paso adelante, quizás... mierda quizás no le demos la oportunidad de jodernos.
Vi la duda en los ojos de Gabriel, pero no me cuestionó y lo agradecí porque tampoco sabía muy bien lo que hacía en ese sitio o lo que esperaba conseguir o entender.
Frené frente una estructura cerrada. Era una cerca inmensa de tablas de madera diseñadas para que nadie entrase, pero tampoco para que nadie viese lo que estaba adentro.
Nos bajamos del auto, la lluvia en esta parte de la ciudad no había causado tantos estragos, sin embargo, seguía siendo muy fuerte, pequeños ríos corrían por las orillas de las calles. Ni siquiera intenté no pisarlos, después de todo ya estaba empapada.
Había un gran candado en lo que marcaba la entrada, pero no quería que eso me detuviese. Rodeé la edificación, sin conseguir un sitio por donde poder entrar, pero estando más escondidos de los vecinos que pudieran estar viéndonos, le pedí a Gabriel que me ayudase a subir.
Apoyada en sus manos y sujetándome con fuerza del borde de la cerca pude asomarme y ver lo que ocultaba.
No creía lo que estaba mirando y en mi afán de querer saber más, de querer ver todo, puse mi pie sobre el hombro de Gabriel a pesar de su refunfuño, y luego otro sobre su cabeza, esperando que eso no lo dejara más idiota de lo que a veces era.
Lo escuché quejarse, también trató de evitarlo, pero con ese último impulso pude levantar mi pierna sobre la cerca y dejarme caer del otro lado.
Me quejé de dolor cuando caí sobre mi trasero y mi codo derecho. Me había raspado y sangraba un poco, pero viviría. Me limpié el lodo de las manos, aunque no sirvió de mucho, más me ayudó la lluvia para lavar un poco mis manos
—Amelia—Gabriel intentaba gritar en susurros, estaba enojado y preocupado.
—Estoy bien, voy a investigar.
—No, no, espera... Mierda, me van a matar entre todos.
Escuché un golpe en la madera de la cerca y vi sus manos aferrarse al borde superior. Gabriel se lanzó por encima de la cerca y cayó a mi lado con la gracia de un superhéroe, como si acabase de saltar un pequeño escalón y no una cerca más grande que él.
Yo estaba sucia y él impecable. Me dolía el cuerpo por ese esfuerzo y la caída, y él parecía una lechuga fresca. Giré los ojos y con ayuda de la linterna de mi teléfono apunté al piso, tratando de no caerme o tropezarme.
Gracias a Dios que Rámses insistió en comprarme un teléfono aprueba de agua.
Gabriel hizo lo mismo, pero creo que para ayudarme a mí, el desgraciado parecía tener visión nocturna entre todos los súper poderes O'Pherer.
El sitio era bastante deprimente y lúgubre. Había muchos escombros en el suelo, quizás del paso apresurado de los bomberos cuando quisieron apagar las llamas.
La casa estaba ennegrecida por completo, quizás fue blanca o de algún otro color, pero ahora era negra, gris, sucia y apagada. Se perdía en la oscuridad de la noche, haciéndola lucir más escalofriante.
—Ni cagando entraremos allí, ¿entiendes?
No le contesté, si las respuestas que estaba buscando estaban allá adentro, claro que entraría.
Rodeamos la casa, tratando de asomarnos por las ventanas que veíamos. Adentro el panorama era tan desolador como se veía desde afuera. Cuando estuvimos en la entrada principal, Gabriel estaba más nervioso que nunca y aunque intentó evitar que entrara me zafé decidida a conseguir respuestas.
La puerta chirrió cuando la empujé, no era la puerta que se había calcinado, había sido reemplazada por una nueva, aunque en la oscuridad de la noche igual se veía negra y marchita.
La casa estaba vacía y bastante limpia, quizás los escombros de afuera eran los restos de las cosas que estuvieron aquí. En las paredes habían marcas de los sitios donde se quemaron los cuadros, quizás un televisor. Las llamas habían acabado con todo, sin perdonar a nada ni a nadie.
—No podemos subir, las escaleras no creo que soporten el peso—y asentí la verdad es que no creía que pudiéramos llegar a la segunda planta sin tener un accidente, porque en la escalera faltaban varios escalones.
Pasamos por lo que sería la cocina y llegamos al sitio donde estaba el comedor. Había restos de sillas en un rincón y una tabla inmensa de lo que parecía ser la mesa.
Y entonces llegamos a una habitación cerrada, con una puerta completamente nueva, blanca y con flores de colores dibujadas en el frente. Miré a Gabriel, estaba tan extrañado como yo.
Abrí la puerta con cuidado, con miedo de lo que pudiese encontrar, aunque jamás hubiese podido imaginarlo por mi propia cuenta.
La habitación fue remodelada, no había duda de eso, una casa que yacía casi que en sus propias cenizas no podía tener una habitación que lucía intacta ante el pasar de las llamas.
Estaba pintada de lila y varios stickers adhesivos con formas de distintas hadas de colores adornaban las paredes. La parte inferior asemejaba un pasto recrecido y la parte superior nubes. Una lámpara estaba en la esquina y Gabriel la encendió. La luz iluminó la habitación produciendo un efecto cautivador. En el techo había estrellas que brillaron tenuemente y un pequeño móvil de nuestro sistema solar flotaba como parte de la decoración de la lámpara. Gabriel haló la cuerda que lo encendía y finalmente el cuarto quedó completamente iluminado
Fue entonces cuando vimos en la esquina de la habitación un altar.
Había un pequeño mueble cambiador, de esos donde se acuestan a los niños para poder asearlos. Era blanco, brillante, literalmente con pintura brillante, y sobre él estaban algunos peluches, osos, unicornios, caballos, monos. Algunos tenían más polvo que otros.
—Los ha venido trayendo de a poco, este se ve más viejo que estos otros—Gabriel los examinaba de cerca—. Quizás estuvo viniendo hasta antes de caer preso.
—Estuvo viniendo por años, estoy segura.
Y entonces Gabriel quedó enmudecido, me tomó por los hombros y me giró.
En la pared detrás de mí, donde estaba la puerta por donde entramos estaba una enorme imagen de una niña de cabello rojizo, de ojos grandes y redondos, mejillas rosadas, en un vestido de tul amarillo y verde, con enormes alas que salían detrás de ella. Era una hada bebe, una hada bebé real, una pintura que abarcaba toda la pared, que se completaba con la puerta que habíamos cruzado.
Era una niña bella, feliz, sana.
Era la hija de Stuart, pude reconocer algunas de sus facciones en ella.
Y entonces sentí dolor por esa pobre niña que no tuvo la culpa de su muerte, por su mamá que murió con ella sin poder salvarla y también por Stuart, que se encontró con esa escena cuando regresó a su casa, que se quedó sin nada.
—Beleza... se parece a ti—murmuró Gabriel, sorprendido y ligeramente asqueado.
Miré con más detalle el rostro del bebé y no lograba conseguirle el parecido que decía que tenía, pero era difícil que nosotros mismos consigamos nuestros parecidos en otros. Gabriel le tomó una foto y se giró para inspeccionar nuevamente el único mueble presente en la habitación.
Yo seguía mirando la imagen, pensando en todas las veces que esa bebé había sido amada, querida, consentida. La casa de seguro había sido blanca, con muchas flores por los lados, quizás la habitación en si tenía flores y las busqué por las paredes y noté que estaban dibujadas en la pared.
Esa imagen de la niña había sido en vida, no era meramente un mural, quizás algún fotógrafo profesional había ideado el concepto, pero no se había equivocado, porque la niña encajaba en un mundo de hadas, un mundo feliz y con mucha luz. No en esta oscuridad en la que la casa se había convertido.
Entendí porque Stuart había renovado este cuarto, el cuarto de ella, para que no tuviese que estar en la oscuridad; sabía que él creía en el alma, quizás creía que el alma de su hija se había quedado acá atrapada y que, si debía vagar por estas paredes, lo haría en un sitio lindo, no en un sitio calcinado.
—Mierda...—me giré para mirar a Gabriel. Había estado revisando las gavetas de aquel mueble y ahora tenía en sus manos un pequeño álbum de fotos, abierto en una de sus páginas. Me miró y miró la foto, algo que hizo varias veces, hasta que mi curiosidad me superó y me acerqué para ver la foto.
Y allí estaba Stuart, con su hija en brazos. No parecía él hace algunos años, parecía él hace varias vidas, más joven, más sano, más feliz, con más cabello del que nunca había tenido. Fue atractivo en algún momento, quizás así fue como mi mamá se enamoró de él. Actualmente era una sombra marchita de quien estaba en esa foto.
Y al lado de él estaba su esposa, tenía que ser ella, nadie más. Era tan alta como él, con el cabello negro, los ojos apenas se le veían por la enorme sonrisa que tenía. Era blanca, muy blanca, y llevaba puesto un vestido color azul que resaltaba su cabello largo y ondulado, combinaba con el traje de Stuart y el vestido de tul azul cielo que llevaba la bebé.
—Mierda—exclamé.
Gabriel pasó las fotos del álbum y pude verlas una a una. Fotos de su esposa embarazada, fotos del nacimiento, fotos con su hija, muchísimas fotos con su hija.
Era yo.
Mi parecido con su esposa me sorprendió, no éramos hermanas perdidas, tampoco gemelas separadas, pero éramos muy parecidas, y por eso Gabriel podía mirar el parecido en la bebé, porque definitivamente había heredado muchos rasgos de ella.
—De pequeña eras muy parecida a su hija—murmuró mientras seguíamos mirando las fotos—, y creciste y te comenzaste a parecer a su esposa.
Tragué la bilis, me crió como su hija, me amó como su hija y luego me amó como mujer.
—Para una mente enferma como la de él, esto lo tuvo que volver más loco de lo que ya había quedado.
Gabriel comenzó a tomarle fotos con su teléfono a todo eso, incluyendo la habitación, según me dijo podía ser pruebas de su locura en el juicio.
—Vámonos de acá, no hay nada más que ver—me dijo y cuando comenzó a caminar hacia la puerta, tomé el álbum de fotos.
—¿Qué haces?
—No lo sé—pero algo me hizo agarrarlo, algo me decía que me lo llevara.
La lluvía había cedido un poco, ya no era un diluvio aunque el patio era un gran pantano fangoso. Usamos algunos de los escombros para ayudarme a subir, Gabriel no quiso volver a prestarme su cabeza para apoyarme. Quedé sentada en la parte superior de la cerca y entonces Gabriel retrocedió algunos pasos, tomó impulso y se subió a la cerca, se dejó caer del otro lado y me ayudó a bajar.
—No entiendo cómo puedes ser tan ágil—le dije mientras caminábamos a la camioneta.
—No es la primera cerca que salto, esta vez lo hice sin nadie persiguiéndome.
—¿Quién te perseguía?
—Yo manejo—me pidió las llaves, ignorando mi pregunta y sonriéndome con picardía, así que no insistí, sabía que no me respondería.
—- ¡¿Que porra eles estão fazendo aí?!- ¡¿Qué mierdas hacen allí?! —Fernando llamó fuera de si—. Quero-os em casa imediatamente porque juro pelas cinzas de sua mãe que irei eu mesmo procurá-los e eles não vão querer saber o que vou fazer- Los quiero en la casa inmediatamente porque juro por las cenizas de tu madre que iré a buscarlos yo mismo y no querrán saber lo que haré.
Nos pusimos en camino, Fernando estaba enojadísimo, tanto que se le enredaba la lengua cuando habló. Gabriel le aseguró que llegaríamos pronto, igual no tenía ningún otro sitio al que quisiera visitar, tenía alguna idea ahora mucho más clara de lo que pasaba por la cabeza de Stuart, no me gustaba nada, pero comprenderlo me hizo entender muchas cosas.
Seguía odiándolo, seguía aborreciéndolo, pero ahora comprendía que no iba a tener ningún atentado contra Rámses, ni nadie de nosotros. Si iba a gastar sus recursos sería en mí. Por eso me buscó en el instituto, pudo haber atacado a los chicos, pero no lo hizo, fue un daño colateral y por eso los abandonó apenas se lo pedí. Él me quería para mí, no quería a mas nadie. Así que ¿Por qué atentaba contra Fernando, contra Mike? No tenía sentido eso. Él no podía ser el autor de esos atentados, no tenía un motivo.
Tenía más sentido de que quisiera atentar contra Rámses, aunque como el siempre albergaba esa esperanza de que yo lo amase, sabía bien que si le hacía daño jamás caería a sus pies como esperaba. Pero ¿Por qué atentar contra Fernando y Mike?. Una simple venganza tampoco tenía sentido.
Entender que su obsesión era con tenerme a su lado, yo representaba esa dualidad de esposa e hija, me hizo comprender que la desaparición de Rámses no podía tener que ver con Stuart. ¿Por qué secuestrarlo a él, si me podía secuestrar a mi?
Llegamos a la casa cuando el amanecer comenzaba a espantar la oscuridad de la noche. Ninguno había dormido y como se enteraron donde estuvimos, el recibimiento fue bastante conflictivo. Nuestros papás habían colocado un rastreador a la camioneta, no me sorprendió para nada, pero en mi huida se me había olvidado por completo. Aceptamos el regaño sobre todo por la angustia adicional que les habíamos dado.
Me di una ducha rápida y me cambié de ropa, no había querido hacerlo pero Marypaz insistió y tenía razón, estaba cubierta de lodo de pies a cabeza.
Gabriel no tanto.
Lo odio.
No había ninguna novedad de Rámses y la búsqueda que emprendí no me dio ningún resultado, no ayudó para nada en encontrarlo, por el contrario, me dejó angustias nuevas. Les dije lo que creía, de cómo los atentados no podían estar conectados con Stuart porque él estaba obsesionado conmigo desde pequeña, desde ese día que me vio en el parque con mi mamá. Pero no logré convencerlos, estaban absolutamente seguros de que Stuart era el culpable, después de todo ellos si tenían algunas evidencias en su contra, yo solo tenía mis creencias personales.
Lo que vimos en ese sitio Mike pensaba usarlo como pruebas, no se había equivocado Gabriel, pero yo planeaba usarlo a mi favor.
Marypaz me estaba limpiando el raspón que tenía en el codo cuando tocaron la puerta de la entrada principal.
Fernando dio tres grandes zancadas y abrió con tanto ímpetu que la puerta pegó de la pared haciendo un ruido que nos hizo saltar a todos.
Rámses atravesó la puerta y no bien lo vio, Fernando lo abrazó y todos se levantaron a recibirlo.
Yo en cambio, no podía creerlo, estuve paralizada unos segundos en la silla donde estuve sentada, antes de saltar y correr a su encuentro.
Me recibió con un gran abrazo, calmando mi llanto. Olía a sudor y otros olores desagradables que no pude identificar.
—Perdón Bombón, perdí mi teléfono y....
—¿Estás herido?—Hayden me quitó de los brazos mientras revisaba a Rámses.
Entonces me di cuenta que no solo estaba despeinado, también estaba sucio, con su camisa parcialmente ropa, manchada de sangre en distintos puntos, al igual que sus manos, oscurecidas por esa sangre seca.
Ahogué un grito y retrocedí para que Hayden pudiera revisarlo mejor, aunque el francés seguía insistiendo que estaba bien, que no era su sangre.
Hayden lo dejó sin camisa y pudo haberlo dejado sin pantalón, si Rámses no hubiese tomado sus manos con fuerza y le hubiese asegurado mirándolo a los ojos que estaba bien.
Me pidió la mano y caminó hasta el sofá, haciéndome que me sentase en sus piernas. Recostó la cabeza del mueble y cerró los ojos. Todos esperábamos que hablase, que explicase qué había pasado. Mike tenía en el teléfono a Nacho, diciéndole que había llegado, pero sin poder decir que más había pasado. Johana se apresuró a buscarle un poco de agua y Marypaz le dio a Gabriel las toallas húmedas que estaba usando para limpiarme el sucio de los brazos, para que hiciera lo mismo con su hermano.
—Irmão...—Gabriel estaba pálido, preocupado.
—Je vais bien, sérieusement – Estoy bien, en serio—respondió el francés mientras frotaba su nariz con el dorso de su mano.
Gabriel asintió y Rámses entonces comenzó a contarnos lo ocurrido.
—Me fui a beber con un chico de la universidad, iba a ser solo una cerveza o dos, pero se armó una riña en el bar y comenzaron a lanzarse botellas por todos lados, una de ellas cortó a uno de mis compañeros y no pude irme. Llamaron a una ambulancia y lo acompañé hasta el hospital. En la riña nuestros teléfonos se extraviaron y no tenía como avisarle a nadie. Me dejaron detenido junto con los otros del bar.
—¿No te dejaron llamar a nadie?—Mike de seguro hacía una lista mental de todos los derechos que le habían violado a Rámses.
—A ninguno. Nos tuvieron detenidos sin decirnos nada más.
—Eso es una violación del debido proceso. ¿Cuál comisaría fue?—Mike estaba furioso.
—Estoy cansado, en serio.
Quise bajarme de sus piernas, pero me agarró con fuerzas y no quise insistir, en ese mismo sitio es donde quería estar.
—¿Podrías prepararme un baño?—me murmuró y aunque era un pedido extraño, me apresuré a complacerlo.
Corrí escaleras arriba con Marypaz a mi lado, que se ofreció a ayudarme.
Ella comenzó a llenar la bañera, mientras yo arreglaba rápidamente la cama y le buscaba ropa limpia. Quería que se diera una ducha y se acostara a descansar.
En el baño vacié algunas de los productos que tenía, sería un baño reconfortante y relajante.
—Este es muy bueno, es como un relajante muscular, le va a ayudar—dijo Marypaz mientras agregaba un gran chorro de ese jabón.
—Nunca antes me había pedido que le preparara un baño, así de cansado debe estar—medité en voz alta.
—Quizás tampoco durmió en toda la noche, quien sabe con qué otros delincuentes lo tenían.
Era cierto, quizás estuvo con matones, de esos que vemos en la tv y que se quieren aprovechar del primero que luzca más débil. Tampoco había comido, así que mientras él se bañaba le prepararía algo rápido, teníamos comida que había sobrado de la cena y que le calentaría.
Con el baño listo, bajé a buscarlo. Seguía sentado en el mueble donde lo había dejado, con sus papás sentados en la mesa de centro, cerca de él. Me vieron llegar y animaron a Rámses a levantarse para que pudiera descansar.
—Tenemos que irnos—anunció Mike y me sorprendí, pensé que se quedarían más tiempo—. Iré a la comisaría esa, me van a escuchar.
—Yo lo acompañaré para asegurarme que no genere un conflicto internacional, además el de la inmunidad diplomática soy yo.
—Yo iré a mi casa, no traje mi recetario y quiero comprarle algunas cosas a Rámses para que pueda descansar bien.
Nuestros papás se levantaron con rapidez y se despidieron, Johana se marchó con ellos, no sin antes avisarnos que nos había ordenado comida para todos, para que estuviésemos pendiente del repartidor. Me alegré, Rámses podría comer mejor.
Rámses salió del baño, luciendo bastante renovado y oliendo a lavanda y gardenias, algo que me dio bastante risa, se puso la ropa limpia que seleccioné para él y se dejó caer en la cama, atrayéndome con fuerza a su lado, acurrucándose en mi cuello, rodeándome por completo, envolviéndome con sus piernas, inmovilizándome. Le ofrecí comida, pero tenía más cansancio que hambre, yo me sentía igual.
Antes éramos más cansancio que hormonas.
—Lamento mucho la angustia que te hice pasar.
—No te preocupes, lo importante es que estás bien.
—Perdí mi teléfono, pero Gabriel se está encargando de bloquearlo y de respaldar todo en la nube.
—¿Incluso nuestros videos?—pregunté divertida.
—Esos no, están en la nube en una carpeta aparte.
—Estuve preocupada por ti. Pensé lo peor.
—Lo lamento—respondió adormilado, así que no quise seguir hablándole, quería que descansara.
Me quedé dormida a su lado, también el cansancio me había jugado en contra. Cuando desperté comenzaba a aclarar el día. Me atreví a levantarme, dejándolo que descansara todo lo que necesitara, mientras me encargaría de hacerle un buen desayuno.
Hayden nunca regresó, me escribió diciéndome que acompañaría a Mike y a Fernando, si Rámses ya estaba durmiendo no vendría a despertarlo para darle algo que lo hiciera dormir.
Tenía razón.
Me preparé un café y comí algunos trozos de pizza de la cena que había ordenado Johana. Estaba sentada frente a la TV, tratando de buscar algo que llamase mi atención cuando Gabriel y Marypaz se despertaron.
Ninguno estaba de humor o fuerzas para cocinar, así que ordenamos desayunos para todos, siguiendo la idea de Jeremy. Poco antes de que llegase la comida, Rámses bajó las escaleras, más dormido que despierto y se tumbó a mi lado. Comimos en silencio, con el ruido del televisor de fondo, ninguno le estaba prestando atención realmente.
Entonces Gabriel se levantó, recogió nuestros platos y se dispuso a lavarlos.
—Mike llamó—dijo Gabriel al cabo de un rato, su voz me dejó claro que no eran buenas noticias—. Rosalía esta en labores de parto.
Mi alma cayó hasta el suelo, ¿daría a luz al bebé?
Y entonces todo se hizo muy real, como si lo demás hubiese sido un sueño lejano o difuso.
Y recordé esa casa donde Stuart había hecho un altar a su hija difunta. ¿Y si pasaba algo parecido con este ser? ¿Y si era niña y él volvía a enamorarse? ¿Y si era niño y lo odiaba por eso?.
Mi corazón se apretó con fuerza.
—No me sorprende, por las semanas que tiene estaba ya muy cerca—comentó Rámses, su voz era de preocupación.
—Pensé que le faltaban más semanas—Marypaz sacaba una cuenta de la cual no tenía idea.
—Se adelantó el parto. Amelia, está en una situación delicada tanto ella como el bebé.
Me sentía confundida y ligeramente mareada.
Mi mamá estaba dando a luz.
Nacería un ser que compartiría parte de mi sangre, de mis genes, de mi familia.
Se me revolvió el estómago cuando recordé que eran genes mezclados con los de Stuart.
Recordé cada palabra que me habían dicho mis padres, cada situación que me hicieron imaginar. Mi corazón se sentía más dividido que nunca: una parte quería salir corriendo de esta casa, de esa situación, una parte quería volver a la tranquilidad de meses atrás donde tenía una carrera que me gustaba y mi mayor preocupación eran los exámenes, no adoptar a un bebé; y la otra parte se sentía triste, enojada, decepcionada de esa parte que quería huir.
—Hayden se acercará hasta el hospital para tener más información y nos estará avisando—Gabriel me miraba, esperando alguna reacción de mi parte, algún comentario.
Lo hacían todos en realidad y quizás, vista desde afuera, mi actitud era inquebrantable, calmada, cuando en realidad sentía a dos partes de mi gritarse mutuamente, pelearse, enojarse. Revolcarse en el piso de mi consciencia, en el trasfondo de mi cerebro.
Había sentido esa lucha encarnizada antes, pero hoy era distinto, hoy sentía que romperían mi ser, que me fraccionaría en un divorcio completo de dos partes de mí.
—Amelia ¿me escuchaste?—preguntó mi cuñado y Rámses apretó mi mano como para traerme de regreso al mundo, como si en verdad estuviese ajena a todo, cuando en realidad la hipersensibilidad era la que me tenía congelada.
Parpadeé varias veces, tratando de enfocarme, como si así pudiera calmar la pelea interna de mi corazón, pero mi mente también se encontraba luchando con esas partes, mi estómago revuelto, mi piel erizada, mis pulmones híper trabajando.
—¿Creen que deba ir a la clínica?—no me sentía capaz de tomar una decisión por mí misma, porque ni siquiera lograba saber si quería levantarme y correr; levantarme y vomitar; levantarme y dormir.
Levantarme y despertar de la pesadilla que sentía que estaba viviendo en estos momentos.
¿Me equivoqué?
Creo que hice lo correcto, pero ¿y si no?
¿Debí hacer algo por ese bebé?
No hacer algo por ese bebé también es hacer algo por mí, por mi futuro
¿Qué futuro si no tengo ni idea de que carrera estudiar?
¿Y si ese bebé ni siquiera tiene la posibilidad de estudiar algo?
Esa no puede ser mi responsabilidad.
Pero lleva parte de mi sangre.
¿Le arrebaté el futuro?
¿Y mi futuro qué?
Mi cabeza y mi corazón estaban llenos de dudas, de miedos. Miedo a haberme equivocado.
Miedo de que una parte de mi seguía segura de que no quería ser madre de ese bebé, pero esa misma parte ahora sentía...
Remordimiento.
¿Eso era lo que estaba sintiendo, remordimiento de conciencia?
—¿Qué quieres hacer?—me preguntó mi mejor amiga.
La miré, gritando en silencio que me rescatara, pidiéndole a cualquiera de los presentes en esa sala que se llevaran mis problemas o mejor que decidieran por mí.
Nadie me escuchó, obviamente, mi voz no salió.
Rámses apretó mi mano una vez más, estaba siendo mi ancla a la sensatez en este camino a la locura que estaba recorriendo, aunque puede que él no lo supiese la importancia de su gesto.
—Quiero subirme a un pupitre viejo, pararme de puntitas y asomarme por la ventana.
Ella sonrió, entendió mi referencia, era lo que hacíamos en el instituto, cuando la vida era mucho más sencilla y no se nos había enredado tanto el camino con tantas decisiones difíciles y hasta mal tomadas.
Quería que entendiera todo lo que yo sentía con esa palabra.
Sus ojos se humedecieron, miró a los chicos y se acercó hasta mí.
¿Me había entendido?
Quería retroceder el tiempo a un momento donde no hubiese nada de preocupaciones.
Dicen que un día somos jóvenes y al otro momento somos adultos, que no nos damos cuenta el instante en que eso ocurre, porque son muchas experiencias las que te hacen crecer, las que te hacen madurar.
Yo si sabía cuales habían sido esos momentos, esas intersecciones de la vida en las que tuve que escoger ir por el camino difícil y que me llevaron a un nuevo nivel de madurez. Mi violación, mi mamá sin poder valerse por sí misma, Stuart volviendo a la casa, yo marchándome con los O'Pherer, el secuestro, el accidente, el juicio de Stuart, mi aborto, la muerte de mi abuelo y ahora este momento.
Este momento donde mi mamá estaba dando a luz a quien sería mi medio hermano o media hermana.
Era una intersección que tenía demasiado tiempo evitando, donde había decidido no tomar el camino lleno de piedras, de problemas, de complicaciones. Porque cuando llegué a este punto y miré hacia atrás, a todas las demás intersecciones donde no me quedó de otra que el camino difícil para avanzar, quise esta vez tomar el camino fácil. Esta vez yo podía decidir.
No pude decidir si quería ser o no ser violada, si ayudaba o no a mi mamá cuando ella no podía ni comer por sí misma, no tuve voz de decisión cuando Stuart volvió a vivir bajo mi propio techo, ni siquiera decidí irme de la casa, los O'Pherer me rescataron, no iban a permitir que me quedase allí. No escogí ser secuestrada y aunque decidí chocar aquella camioneta, no decidí terminar en esa situación. Enjuiciar a Stuart fue obra del fiscal, el juicio pasaría quisiera yo o no, después de todo cometió delitos. Mi aborto tampoco fue mi decisión, aunque mi indecisión pudo haber sido la causal, la muerte de mi abuelo definitivamente no la escogí; pero esto... adoptar a mi hermanastro o hermanastra, era una decisión mía.
Podía escoger el camino que quería recorrer en esta intersección y después de todo lo que había vivido, quería el camino fácil, no quería más preocupaciones, más problemas, más angustias.
Quería.
O eso creía
¿Quería el camino fácil o quería el camino difícil?
—Creo que podrías espiar por una ventana, sin que te viesen—me respondió Marypaz.
Quizás ver ese camino me ayudase.
¿Ayudarme a qué?. Yo ya había tomado una decisión.
También podría arrepentirme, ¿Por qué no?.
Asentí y me levanté del mueble.
* * * * * * * * * *
Nota de Autora:
Creo que es valido que queramos a veces escoger el camino fácil, porque la vida ya nos ha llevado por el difícil!
Suscríbanse al grupo de FB, se llama NO JUZGUES LA PORTADA.
Baisers et Abraços mis Bombones
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