CAPITULO 12.Dormido
—Vamos con buen tiempo, el tour sale en una hora. ¿Tienen todo?—preguntó mi hermano.
Iríamos a la NASA. ¡La NASA!
Tan solo de pensarlo, gritaba de emoción.
Enero comenzó llenó de muchas actividades. Desde el 02 de Enero estábamos saliendo a diario de la granja para conocer todos los alrededores. Ya habíamos ido al zoológico, al museo de ciencias naturales, conocimos el distrito de museos y recorrimos la ciudad en un autobús rojo como el autobús noctambulo, donde Rámses prometió llevarme a Londres para vivir la verdadera experiencia Potter. Conocimos también la ciudad de Austin y Galveston.
Pero hoy iríamos al Centro Espacial de Houston y a la NASA.
—¡Me asustaste!—volvió a quejarse Unam—. Francamente Amelia, si vas a gritar cada vez que recuerdes que vamos a la NASA, espero que puedan atenderme por un infarto.
Acababa de gritar emocionada, sin darme cuenta.
Otra vez.
—No sabía que te gustaría tanto, hubiésemos ido de primero—Ameth entró a la cocina acompañado de Mike.
—No creí que hicieran tours, pensé que solo se podía llegar al edificio y verlo desde afuera—expliqué.
—Muero de hambre, comeré si sé que ninguno de ustedes estuvo cerca de mi comida—Hayden esperó que negáramos para agarrar un plato y comenzar a servirse.
—¿Crees que nos dejen usar un traje espacial?—le murmuré a Rámses y lo hice reír.
—Debería llevarte a un vuelo de gravedad cero.
Mis ojos se abrieron tanto que me dolieron. Nunca había pensado en la cantidad de dinero que podían tener los O'Pherer, ni tampoco los Maggio, pero si hubiese algo que pudiera pedir, completamente frívolo y en contra de todos mis principios ahorrativos, sería eso, porque siempre he soñado con...
Algunos gritos me sacaron de mi estado de emoción.
Rámses se levantó con rapidez de la silla y junto con Hayden comenzaron a correr. Los seguí de cerca, así como todos.
Mientras más me acercaba reconocía la voz de los gritos y los llantos.
Entré en la habitación de mis abuelos, que ya se encontraba llena de todos los que corrimos a su lado.
Hayden tomaba su pulso, escuchaba su corazón. Rámses arrodillado sobre la cama, del otro lado opuesto a Hayden, lo miraba como esperando instrucciones de que hacer. El rubio doctor respiró profundo y negó con lentitud, y fue entonces cuando Rámses alzó su rostro y me miró.
Me acerqué hasta la cama mientras Hayden y Rámses se apartaban.
Mi abuelo yacía sobre la cama.
Tenía aun puesta su pijama y si no fuese porque Hayden lo había revisado, diría que estaba dormido y no muerto.
Mi abuela lo abrazaba por la cabeza, llorando sobre su cabello, besándole la frente y diciendo cuanto lo amaba.
Tomé su mano, ahora fría y sin vida, recordando que la noche anterior estaba tibia, cuando lo abracé para darle las buenas noches. Me había abrazado con fuerza y recuerdo que me alegró sentir esa energía en su cuerpo, lo había visto renovarse en la granja con el pasar de todos los días, pero ahora, estaba inerte, dormido para siempre, para nunca despertar.
¿Por qué el tiempo tiene que transcurrir tan lentamente cuando más dolor se está experimentando? ¿Por qué cuando una desgracia se nos presenta debemos verlo todo en cámara lenta? Debería ser lo contrario, que no pudiéramos ser capaces de recordar ese dolor o ese miedo. Yo sabía la respuesta, porque es lo que nos hace aprender, pero no podía entender en este momento, porque no quería vivirlo, no quería concebir que mi abuelo acababa de morir, que nunca más escucharía su risa, su voz, sus chistes malos.
Me tendría que quedar con sus recuerdos, atesorando cada uno de ellos.
Con su mano aun entre la mía, rogué en silencio que no se me olvidara nuca la sensación de su piel tibia, de su corazón latiendo, el sonido de su voz, el olor de su perfume, sus ojos abiertos y brillantes cuando se reía.
Su risa, Dios no permitas que olvide su risa.
No permitas que olvide ningún detalle.
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No sé cuánto tiempo estuvimos mi abuela y yo con él, pero debió ser mucho, porque llegaron unas personas para llevárselo. Ameth y Fernando ayudaron a mi abuela a levantarse. Ya ella no lloraba tanto, quizás no le quedaban lagrimas ni voz.
Rámses puso su mano en mi hombro y apretó con suavidad.
Lo miré y asentí con lentitud.
Volví a ver a mi abuelo, seguía pareciéndome dormido, más grisáceo, pero dormido. Le di un beso en la mano y la dejé con delicadeza en la cama.
Lo miré por unos segundos más, con el brazo de Rámses abrazándome por la cintura. Agradecí que no me tocase las manos, porque aún guardaba la sensación de haber tenido la de mi abuelo entre ellas.
No quise darle un beso en la frente, porque me asustaba sentirlo frio y que eso fuese lo que recordase, y la sensación tibia de la noche anterior se reemplazara.
Dejé que Rámses me condujese fuera de la habitación. Detrás de nosotros caminaban Gabriel y Enrique. Caminamos hasta la sala, donde mi abuela estaba sentada, la enfermera Nancy a su lado, medía su presión, frente a ellas estaba un vaso de agua y una inyectadora ya usada.
—Le dieron un calmante, nada fuerte, pero la relajará un poco. Tiene la presión un poco alta, pero dadas las circunstancias, es de esperarse—me explicó Hayden—. Lo lamento demasiado Amelia.
—Como es de esperarse—respondí como robot.
Caminé hasta donde estaba mi abuela y Ameth me cedió el asiento, no sin antes darme un abrazo y susurrarme sus condolencias. La abracé como si pudiera protegerla, como si pueda mantener sus piezas unidas, pero eso era imposible, ella ya no estaba completa.
Una de sus piezas falleció.
—Quédate conmigo—le murmuré y ella asintió.
—Él estaba cansado todo el tiempo. Murió como siempre dijo que quería hacerlo, dormido, sin dolor, sin darse cuenta, sin sufrir. No quería ser un viejo senil, no quería ser una carga para nadie y nunca lo fue. Se fue muy pronto, pero se fue como quería—mi abuela estaba llorando aunque ya no tenía ni una sola lagrima—. No sé ahora como seguir, seguiré, pero no sé cómo. Siempre dijimos que sabíamos vivir sin el otro, pero que no queríamos hacerlo. Sigo sin querer hacerlo, pero ahora tengo que. Y no sé cómo.
—Abuela, vamos a acostarte un rato...—y me callé abruptamente, porque ¿en donde la acostaría? En su habitación había muerto mi abuelo.
—Ven a mi habitación, siempre he dicho que es muy grande, vamos, la vista al lago quizás te relaje un poco—ofreció mi abuela Amara.
Prácticamente la obligamos a levantarse, ella no se negó pero creo que no tenía fuerzas para eso.
La ayudé con cada paso hasta que la acosté en la cama. Ella cerró los ojos y mi pecho comenzó a desinflarse asustado. ¿Y si ella tampoco los volvía a abrir?.
No había llorado, pero en ese momento mis ojos se llenaron de lágrimas. ¿Y si no despertaba? ¿Y si también moría dormida?.
—Yo me quedaré—Hayden apareció a mi lado, susurrándome—. No me apartaré de su lado, la vigilaré y te llamaré de inmediato si algo pasa.
—Gracias—y mi susurro fue tan bajo que temí que él no lo escuchara.
—Pero Amelia, ella es fuerte, estará bien.
—Yo tampoco la dejaré sola—mi abuela Amara se recostó a su lado—. Sé por lo que está pasando.
Salí de la habitación y Rámses, que al parecer estuvo todo ese tiempo esperándome, se separó de la pared y me miró a los ojos. Negué, porque no había nada que pudiera hacer, nada que pudiera decir, nada que lo devolviera a la vida.
Me volvió a sujetar por la cintura y caminé hasta la sala una vez más, solo para llegar a tiempo de ver como las personas que habían venido, sacaban el cuerpo de mi abuelo de la casa. Caminé detrás de él y vi como lo subían a la carroza fúnebre. Cuando el auto arrancó, el alma se fue de mi cuerpo.
Una pieza mía también había muerto.
Y entonces corrí, corrí y corrí con toda la fuerza que pude. Todo lo rápido que mis piernas me permitían. Escuchaba detrás de mí varias pisadas, pero no me importaba, seguí corriendo y corriendo sin parar. No sabía a donde iba, pero sabía dónde no quería estar.
Me tropecé varias veces, pero no me detuve, pero cuando me caí la primera vez, con mis rodillas y manos en la tierra, las manos de Rámses aparecieron de la nada y me ayudaron a levantarme. Cuando estuve en pie, no me contuvo, me dejó seguir corriendo, sin lógica ni sentido. Y me levantó todas las veces que me caí, sin decir ni una palabra, sin preguntar, sin pedirme que parase.
Me levantaría todas las demás veces que cayese.
Y entonces ya no me quedaron más fuerzas, y cuando las piernas volvieron a fallarme no pude ni levantarme, me quedé allí arrodillada, mirando el suelo bajo mis manos, la tierra en mis dedos, la mugre bajo mis uñas.
Y comencé a llorar. Lloré y grité y volví a llorar. Lloré con tantas fuerzas que sentí como la cara estallaba de calor, como la presión se acumulaba en mi piel, doliendo, quemando.
Rámses se arrodilló a mi lado, con su brazo sobre mis hombros me atrajo hasta él, dejándome que ahora llorase en su pecho.
Gabriel y Enrique se arrodillaron frente a mí.
Mi hermano intentó tomarme la mano pero se la retiré con rapidez y más violentamente de lo que pensé.
—No se la toques, es con la que sostuvo a su abuelo—le explicó Gabriel y Enrique se disculpó. ¿Cómo lo sabía Gabriel? No tenía idea.
No podía dejar de llorar, ni siquiera cuando ya no me quedaron lágrimas.
—Comienza a hacer frio—Gabriel frotaba mis piernas, estaban entumecidas de estar tanto tiempo en la misma posición.
Sin contar con el esfuerzo físico al que no estaban acostumbradas.
—Bombón, tenemos que irnos.
Me separé de él, limpiando mi nariz sin nada de delicadeza. Gabriel me ayudó a levantarme, tomándome por los codos. Cuando estuve en pie me abrazó con fuerza, no hacía falta que dijese palabra alguna para saber que entendía mi dolor.
—No me di cuenta, lo lamento hermana— Enrique también había perdido a su abuelo, también sabía por lo que estaba pasando—. Cuando mi abuelo falleció no pude sentarme en su silla por un mes, tampoco pude volver a usar la ropa que llevaba cuando falleció. Sigue en mi closet colgada, sin lavarse. No sabía que lo habías tomado de la mano.
Lo dejé abrazarme, pero no pude decir ni una sola palabra.
Caminamos de regreso, en silencio. Rámses me ofreció varias veces llevarme, pero quería seguir caminando, sentirme en movimiento. Incluso el dolor en mis piernas era agradable.
—¿Cómo est...—Fernando se calló abruptamente—. ¿Qué te pasó?.
Se giró para mirar a Hayden, quien se acercó a mí con una rapidez alarmante, seguido por Mike y Ulises, con la misma cara de susto y sorpresa que todos pusieron cuando entré. Hayden me tomó el rostro y miró de cerca. En pocos segundos los ojos de todos estaban sobre mí, sin yo entender. Los de dedos de Rámses apretaron varios sitios de mi rostro y a pesar de que pedí una explicación, no me daban respuesta.
—Creo que estará bien, se quitará con las horas, cuando se le baje la inflamación de los vasos—dijo finalmente Hayden.
Rámses me condujo hasta el baño de invitados y me hizo reflejarme en el espejo.
Una enorme mancha rojiza cubría la mitad de mi rostro. Me acerqué lo más que pude al espejo y pude ver pequeños puntitos rojos, cientos de ellos que formaban en conjunto el más grande lunar que había visto.
—Se te quitará. Con todo lo que lloraste, probablemente los vasos sanguíneos se te dilataron por el esfuerzo. No te preocupes.
—Es... demasiado. Muy grande—murmuré viéndome en el espejo como la mancha color vino me cubría toda la mejilla izquierda y parte de la nariz y la frente.
—Se quitará, para mañana quizás no la tengas.
Cuando salimos del baño mi abuela estaba sentada en la sala, no se sorprendió cuando me vio, quizás la habían prevenido. Me senté a su lado y sostuve sus manos.
—Tu abuelo estaba enfermo, no te lo quiso decir para no preocuparte. Sus riñones estaban fallando y tenía que hacerse diálisis.
—Pero, ¿Por qué no me dijeron? tienen muchos días acá ¿Cuándo se las ha hecho?.
—No quisimos preocuparte, tú bien sabes cómo es, era, de terco. Se hizo dos diálisis, la última hace 2 meses, pero no quiso hacérselas más. Decía que lo ponían peor y no exageraba, el malestar le duraba varios días, lo debilitaba demasiado y él no quería vivir así. Así que probábamos con algunos medicamentos naturales, paliativos, que le mantenían bien sus niveles de creatinina. Estaban funcionando y él se sentía mejor aunque habían días malos. Cambiamos la dieta, redescubriendo que le hacía mal y que le hacía bien.
No podía creer todo lo que me contaba, hablábamos a diario y sin embargo nunca se filtró nada que me hiciera pensar que no estaban bien.
—Tú lo sabías—le reproché a Ameth—, por eso buscaste a una enfermera.
Mi papá bajó la cabeza y mirando el piso respondió: — Cuando comencé a organizar su traslado, me lo contaron, bajo el juramento de que no te dirían nada, pero también bajo la promesa de que ellos te lo dirían.
—Vino acá a morir—murmuré llorando—, es lo que vino a hacer.
—No fue así. Vino acá a disfrutar los días contigo, con todos, a conocer al resto de tu familia, a divertirse, y eso fue exactamente lo que hizo—me corrigió mi abuela—. Si bien sabíamos que sin el tratamiento correcto su vida se iría acortando poco a poco, no creíamos que sería tan rápido. Este no era su lecho de muerte, no lo hubiese querido, él quería quedarse en su tierra, cerca de su familia...
—Lo hará—la interrumpió Ameth—. Si esos eran sus últimos deseos, entonces se los cumpliremos. Yo me encargaré de todo, no quiero que se preocupen por absolutamente nada.
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La familia de mi abuelo era numerosa y muy unida. Eran alegres, divertidos y la casa siempre estaba llena de bulla, gritos, risas e incluso discusiones. Pero no en esta oportunidad.
Mi abuelo, el abuelo de todos, había fallecido, y el dolor era palpable en el ambiente. Todos sabían que estaba quebrantado de salud, todos le habían discutido e insistido para que se hiciera las diálisis, pero mi abuelo como terco que era, como el mayor de todos, había tomado una decisión y ellos no pudieron hacer más que respetarla. Y aunque me costase debía entenderlo, porque no era posible que lo obligaran a hacerse la diálisis, a arrastrarlo hasta el hospital, a someterlo para que accediera. Si él ya había tomado su decisión, solo quedaba respetársela
Recorrí la casa centímetro a centímetro, viendo todos los recuerdos que habían de él por la casa, imaginando conversaciones, acciones y hechos, cosas que nunca presencié pero que me hubiese encantado. Tratando de ver esas cosas con los mismos ojos que mi abuelo. Revivirlo en mi cabeza, seguir creando recuerdos con él, aunque fuesen imaginarios.
Era una casa pequeña para todos los que habíamos llegado: Fernando, Hayden, Mike, Gabriel, Rámses, Ameth y yo; y sin embargo nos hicieron espacio, con muchos colchones en el piso. No aceptaron que pagásemos un hotel y yo no quería alejarme de mi abuela y mi familia. Y ellos no quisieron alejarse de mí. Ulises, Jeremy y Enrique se quedaron en la granja aunque no por gusto.
—Mañana a primera hora será el velorio—Ameth y Fernando se estaban haciendo cargo de todo, algo que admiraba y agradecía inmensamente, apenas aterrizamos se habían dirigido a la funeraria para organizar todo—. Tardamos más de la cuenta porque algunas calles estaban cerradas.
—Si, hoy cumplimos dos semanas de protestas y manifestaciones. Nuestro estado cuenta con un número considerable de extranjeros, la mayoría con emprendimientos y empresas pequeñas, el gobernador decidió darle algunos beneficios fiscales porque están ayudando al crecimiento de zonas pequeñas y despobladas, generando empleos, pero lamentablemente los nacionales no están de acuerdo con esas medidas a pesar de que a ellos también se le dieron beneficios económicos, aunque no fiscales—explicó uno de mis tíos, que era administrador tributario.
—Suena un poco xenofóbico—respondió Gabriel y todos coincidimos.
—Es la ruta que ha ido tomando las manifestaciones. Hace unos días quemaron una tintorería de un amigo, porque es árabe.
—Mohamed no es árabe, nació aquí, sus papás si llegaron como emigrantes—explicó su esposa.
—Si, pero así de ciegos están. Cuando los entrevistas, no tienen ni idea de que van las medidas fiscales ni las económicas. Y se han ido polarizando y extremando. Todo lo que forme parte del gobierno es visto como el enemigo a menos que salga a protestar. Yo, que trabajo en el servicio de impuestos, he tenido que mantener un perfil bajo. Te recomiendo Fernando, que hagas lo mismo. Además de ser embajador, eres extranjero.
Eso me asustó, pero Fernando me tranquilizó, después de todo las manifestaciones en contra de un gobierno o cualquiera, eran cotidianas en cualquier país y en cualquier época.
No pude dormir esa primera noche, no porque estuviésemos incómodos, sino porque no paraba de pensar en mi abuelo y en todas las cosas que ahora no podría hacer con él, que no podría revivir, que con su muerte se habían perdido para siempre, viviendo solamente en mis recuerdos.
Así que cuando amaneció, yo fui la primera en levantarme, la primera en estar lista y la primera en subir al taxi que nos llevaría hasta la funeraria. Me asomé en la urna, con temor y mi pecho martillando con fuerza, no quería que esa imagen de mi abuelo fuese a reemplazar sus recuerdos en vida, pero más me pudo la curiosidad.
Seguía dormido.
Se veía apacible, en paz, grisáceo. Detallé algo del maquillaje que habían usado y todos esos detalles que no eran naturales en él, pero debajo de todo eso seguía siendo mi abuelo, dormido.
Ahora entendía la frase "un sueño eterno".
Los amigos de la ciudad vinieron a presentar sus respetos, para saber cómo se encontraba la familia y en especial mi abuela. A todos los saludé, aunque no conocía ni a la mitad, aunque ellos a mí me conocían muy bien. Mi abuelo hablaba tanto de mí, que se sintieron familiarizados en mi presencia.
La cremación debía hacerse ese mismo día, habían transcurrido demasiadas horas desde que falleció. Así que seguimos la carroza fúnebre hasta el crematorio y caminé junto con mi abuela detrás del féretro, sin despegar la mirada de donde estaba descansando, hasta que llegamos al punto donde no podíamos avanzar.
Abrieron el féretro una vez más, mi abuela lloró y acarició el vidrio con tanto amor que casi lo derrite. Me volví a asomar, con el pecho apretado porque sabía que eran los últimos segundos con él, con su cuerpo. Ya no lo podría ver más, y su rostro quedaría solo en mi memoria, en mi recuerdo.
Él seguía dormido.
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Fui la última en irme del crematorio. Miré el sitio donde él se quedaba y donde yo debía seguir con mi vida sin su presencia. Detrás de mi estaba mi familia esperando, dándome todo el tiempo y el espacio que podían.
Una figura se movió en la distancia y pude captar el movimiento. Me sorprendió verla allí, no sabía cómo se había enterado, no sabía cómo tuvo la desfachatez de presentarse, pero allí estaba, Rosalía. Vestía de negro y a pesar de eso, su barriga de embarazada se notaba muchísimo. ¿Cuánto tiempo estuvo allí sin que yo lo notase? ¿La habrá visto mi abuela?.
Ella se secó las lágrimas y alzó el rostro para mirarme. No aparté la mirada, pero la endurecí tanto que sentí mis músculos faciales contraerse, y ella tuvo que notarlo, porque bajó la mirada, se giró y comenzó a alejarse, sujetándose la barriga, como si de verdad a ella le importara una vida que no fuese la de ella y la de Stuart.
—No se acercará—susurró Rámses a mi lado—. Tu tío se lo advirtió desde que la vio llegar, no quería que tu abuela se alterase más.
—¿La vio?—pregunté y él asintió.
—¿Estás lista para irte?—me preguntó Fernando.
—A esta hora me llama, llamaba, todos los días mi abuelo. Tengo esta sensación, donde espero que el teléfono suene para atender y escuchar su voz. Y no llegará la llamada y esperaré el mensaje de buenas noches, que tampoco recibiré.
—Esperaremos todo el tiempo que quieras, muñeca.
—No te estamos apurando, Mia—Hayden me abrazó y me acurruqué en su pecho—. Haremos lo que tú quieras.
—Mi abuela se marchó, ¿Cómo yo no puedo?.
—Ella estaba mas preparada para enfrentar este momento, ambas perdieron, ambas enfrentarán su duelo de forma distinta.
—No sé cómo irme sabiendo que se quedará acá.
—Él estará donde tu estés, Beleza.
—Mi mamá siempre está conmigo, aunque ya haya cruzado el continente y haya estado en sitios que ella nunca vio.
—No estoy lista para irme, pero tengo que hacerlo, porque él ya se marchó.
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—Te preparé un té—dijo mi abuela, con una taza humeante en sus manos. Me levanté apurada para ayudarla y ella se sentó a mi lado—. ¿Cómo te sientes?.
—¿No debería ser yo la que te pregunte eso a ti?—sorbí el té y el líquido caliente me reconfortó inmediatamente.
—Yo tuve más tiempo para aceptar lo que llegaría, pero para ti fue una sorpresa. ¿Viste a Rosalía?.
Asentí y volví a tomar té. No quería hablar de eso, pero no tenía fuerzas para negarle nada a mi abuela.
—Sé que no es el momento, pero hubo muchas cosas que no pudimos hablar contigo, así que ahora debo hacerlo sola. Tu abuelo y yo no quisiéramos esa responsabilidad en tus hombros, eres una niña, nuestra niñita, pero Rosalía, tu mamá, está embarazada de tu hermano o hermana. Ese bebe lleva tu sangre, nuestra sangre. No podemos ocultarlo, olvidarlo, ni negarlo aunque quisiéramos. Es una realidad y debemos enfrentarla. Ese bebé nos preocupa. Queremos que nos prometas que no lo dejarás solo con Rosalía.
Bajé la taza de té y la dejé en la mesa. ¿Qué me estaba pidiendo mi abuela?. Y ella comenzó a llorar silenciosamente, sus lágrimas resbalaban por sus mejillas.
—Queremos que nos prometas que siempre estarás en la vida de tu hermano. Es importante que él o ella cuente contigo, que seas un lugar seguro. Porque si un día ese bebé necesita huir, debe saber que puede contar contigo, que tú estarás allí para ayudarlo.
Recordé cuando quise huir de mi casa y como mis abuelos eran el lugar seguro al que llegaría, eran mi esperanza cuando debía acabar con lo poco que quedaba en mi vida; y aunque no llegué al lado de ellos, conté con Rámses, con Gabriel, con nuestros papás, para cuidarme y protegerme cuando lo necesitaba. Nunca me sentí realmente sola, porque sabía que, aunque lejos, mis abuelos estaban allí para mí.
Mi abuela quería que yo fuese capaz de rescatar a ese bebé si lo necesitaba.
—Lo prometo, siempre podrá contar conmigo cuando lo necesite.
Ahora la verdadera decisión era saber de qué formaestaría presente en su vida.
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Nota de Autora:
Este capitulo se lo dedico a mi abuelo Enrique y a mi abuela Damelys, porque el día que fallecieron una parte mía también lo hizo, y porque no importa donde yo esté, siempre están a mi lado. Porque en mis recuerdos viven, los escucho reír, hablarme. Porque sigo creando recuerdos con ellos aunque sean imaginarios.
Este capitulo va para todos los que hemos perdido un ser querido.
Suscríbanse al grupo de FB, se llama NO JUZGUES LA PORTADA.
Baisers et Abraços
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