CAPITULO 40. Ayuda

Y la paciencia desaparecía cada vez más. O quizás nunca la tuve.

El tribunal no dictaba sentencia aun. Mike me había explicado que la defensa solicitó una prórroga, por lo que mi esperanza de que ese fuese el momento para que mis papás pudieran hablar, se esfumaba de mis manos.

Por lo menos Mike aun no fijaba una fecha para la boda. Deseaba que no lo hiciera porque esperaba que primero se arreglaran las cosas entre todos.

Hayden por lo menos apareció, pero sigo sin creerme el cuento de su viaje de improviso. Creo que estaba huyendo también de este problema y de su reciente soltería, algo de lo que no había querido hablarme. Estaba "despechado" como él mismo me había dicho.

—¿Voy bajando con el pastel?—me preguntó Gabriel.

—No, espérame. Estoy lista.

Hoy era el cumpleaños de Hayden y planeamos darle una visita sorpresa. Rámses tomó de mi mano cuando salimos al pasillo, Gabriel llevaba la torta y yo el regalo.

Mi primera intención fue organizarle una fiesta de cumpleaños pero Fernando y Mike se negaron a participar. La ausencia de ellos sería un recordatorio constante de la pelea, así que cambié de idea.

—Hey, no te pongas así—me animó Rámses una vez más.

No era la primera vez que se me notaba la tristeza en cuanto pensaba en mi familia que no se hablaba. Sonreí tratando de recomponerme y subí al auto.

—Hola cumpleañero—lo saludé en cuanto me atendió.

—Hola Mía, ¿Cómo estás?—su voz sonaba rasposa, quizás estaba recién levantado.

—¿Yo? ¿Cómo estás tú? ¡Feliz cumpleaños!.

—¡Muchas gracias!. ¿Los veré hoy?

¿Acaso lo dudaba?.

—Claro que sí. ¿Estarás todo el día en tu casa? Para saber a que hora te funciona mejor que pasemos.

—Estaré todo el día acá, si quieren pasen en la tarde—respondió.

Aguanté la risa, porque ya estábamos en camino. El factor sorpresa iba a funcionar.

—Allí estaremos entonces—y colgamos.

—Hay mucho tráfico, menos mal que no compramos un pastel de helado—dijo Rámses al volante.

—No sospecha nada y suena como si acabara de despertarse—les informé.

—Le dieron su regalo matutino—dijeron los hermanos al unísono.

—¿Le enviaron algo?.

—No bombón, digo que le dieron su regalo matutino. Un mañanero.

Me ruboricé de inmediato y no les dije que Hayden tenía ya un mes soltero.

—Quizás por fin conoceremos a esa novia. Escuché decir a mi padrino que era menor que él. Bastante menor.

Rámses aceleró: —Entonces apurémonos, quiero conocer a mi nueva tía.

Rámses comenzó a sortear los autos de la vía, pero avanzaba muy poco, el tráfico estaba difícil. Gabriel recibió una llamada de Donovan. Hacía algún tiempo que no compartíamos con él y con Isaack, entre la universidad, sus juegos y prácticas, y nuestras actividades, era difícil que coincidiéramos tanto como antes; sin embargo tratábamos de comer una vez al mes juntos, aunque este mes no pudimos.

Así mi círculo de amistad, que nunca fue tan extenso, sólo se limitó a Mika, quién se convirtió en mi paño de lágrimas. Era con quién me desahogaba toda la frustración de esta separación, bueno con ella y con Alexa, porque seguía asistiendo a sus terapias, pero Mikaela era más divertida y sus planes para reconciliar a Mike, Fernando y Hayden, eran tan divertidos como locos.




—¿Listos? Toca fuerte, quizás no escuche—me dijo Gabriel en cuanto estuvimos frente a la puerta de Hayden.

Rámses y Gabriel estaban deseosos de irrumpir en la casa del doctor y descubrir a su novia, parecía que eso les daba mas ilusión que celebrarle un año mas de vida.

Así que no esperaron y golpearon a la puerta insistentemente hasta que escuchamos las pisadas apresuradas que se acercaban a la puerta.

Hayden abrió la puerta, envuelto en una toalla, húmedo aun de la ducha de donde lo sacamos.

—Chicos...—titubeó con una sonrisa nerviosa.

Rámses y Gabriel entraron en el departamento, colocaron la torta en la mesa del comedor y abrazaron con fuerza al doctor. Lo palmearon en la espalda y hasta bromearon por como andaba no vestido.

Solo entonces vi la cara de terror de Hayden.

No estaba solo en el departamento

—Chicos, tengo que... ehm, ir al restaurante porque no logro confirmar la reservación.

Ya que no haríamos fiesta, habíamos acordado una cena.

—Tranquila, yo confirmé ayer—dijo Gabriel.

—Entonces ¿con quién estás acá?—preguntó Rámses queriendo husmear en la habitación.

—En serio chicos, vamos al restaurante...—intenté halar al francés, pero no hubo caso.

—Nadie, nada... —Hayden caminó hasta la puerta de la habitación, evitando que Rámses siguiese hurgando.

—Creo que fue una noche loca...—Gabriel sostenía un envoltorio roto de condón que estaba en el mostrador de la cocina.

Los hermanos reían, Hayden no. Yo tampoco.

—Vaya, vaya. Así que ya te dieron tu primer regalo—Rámses se alejó de la puerta de la habitación y Hayden se relajó un poco.

—Chicos, vayámonos, obviamente estamos interrumpiendo.

—Ah, no, yo de aquí no me voy—dijo Gabriel cruzando sus brazos y recostándose de la pared.

—Ni yo. Es hora de conocer a tu novia padrino, lamento decirlo pero por un secreto muy parecido a este, mi papá y Mike se divorciaron.

—¡Odio que lo digas así! Suena tan definitivo—me quejé.

—Bien, están en un receso—burló y eso me enfureció más y cuando lo miré con odio, guardamos todos silencio.

Frases como esas habían comenzado numerosas discusiones entre Rámses, Gabriel y yo.

Pero en el medio de ese silencio que hicimos, evaluando quien atacaría primero hubo un silencio mayor, porque no nos dimos cuenta del ruido de la ducha hasta que cesó.

Unas pisadas comenzaron a acercarse y miré a Hayden.

Estaba pálido, aterrado y me contagió sus emociones.

—Tenemos que irnos—murmuré comenzando a tirar a Rámses por la camiseta.

Ese fue mi error, haberlo murmurado, porque si lo hubiese dicho alto y fuerte, si lo hubiese gritado quizás nada hubiese pasado. Hayden alargó sus zancadas hasta la puerta de la habitación para cerrarla, pero no fue lo suficientemente rápido.

Su cuerpo apareció en la entrada de la habitación, tan húmedo como estuvo el de Hayden minutos atrás. Se estaba secando el cabello con una toalla que tapaba parcialmente su visión.

—¿Era la pizza? Porque me muero de hambre—habló.

Mi corazón se saldría del pecho de lo fuerte que martillaba y podría jurar que el corazón de todos los presentes también.

—Rubio, ¿Qué si era la piz...—pero no pudo terminar la frase, porque en cuanto bajó la toalla y vio a todos mirándonos enmudeció.

Hayden tenía los ojos enrojecidos, miraba alternamente a Gabriel y a Rámses, quienes estaban paralizados.

Nadie decía nada.

Nadie se movía.

Nadie respiraba.



—¿Qué haces aquí?—preguntó Rámses.

—Rámses...yo...—tenia la voz entrecortada. Me miró con la misma cara de terror que Hayden y entonces el francés lo entendió.

—¡Tu sabías!—me recriminó—. ¿Desde cuándo?.

Fue mi turno de balbucear.

—¿Lo saben mi papá y Mike?—Gabriel dio un paso hacia Hayden, molesto como pocas veces lo había visto.

Pero Hayden no lograba responder, no reaccionaba. Su respiración se aceleró, podía notarlo porque seguía aun sin camiseta.

—Nos vamos...—dijo Rámses mientras abría la puerta de la casa.

Gabriel lo siguió sin mirar atrás, pero yo no me moví.

—Amelia. ¿Vienes?—los labios de Rámses casi no se separaron, estaba tan enojado que su mandíbula parecía trabada.

—Me quedaré—respondí con toda la firmeza que pude tener.

Los hermanos salieron de la casa y azotaron la puerta con tanta fuerza que los cuadros se movieron.

Entonces Hayden soltó la respiración, su cara se inundó de lágrimas y cayó arrodillado en el piso.

—No quería... yo no quería.

Me apresuré a llegar a su lado y lo abracé como pude.

—No sabía que se habían reconciliado, yo creí que estabas solo. No sabía, no sabía...—lloraba junto con él, porque su desespero me partía el corazón. Me sentía avergonzada y definitivamente culpable.

—Calma Hayden, por favor, mi amor, respira. No es tan grave, ellos entenderán.

—No, no, no, no.

No sabía que decirle para calmarlo, su dolor traspasaba directo a mi corazón. Intenté decirle palabras vagas de animo, porque como estaban las cosas no sabía si Rámses y Gabriel, hablarían con él. Escucharían su versión de la historia. Pasaron muchos minutos antes de que nos levantáramos del suelo.

Quizás si Gabriel y Rámses se regresaran, Hayden pudiera salir del estado de pánico donde había caído, pero ni siquiera me atendían, y eso viniendo de mi francés acosador también me preocupó muchísimo.

No era mi secreto para yo haberle contado, ni a él ni a nadie.




No sé cuantos minutos estuvo Hayden en ese estado, pero eventualmente logramos calmarlo. Incluso lo convencimos de que se vistiese.

—¿Quieres que llame a Alexa?—le pregunté, no sabía que más hacer y quizás ella pudiera ayudarlo.

Pensé que me diría que no, así que me sorprendí cuando asintió.

Me alejé al balcón para hacer la llamada. Llamé a su teléfono varias veces pero no me atendió y dado el estado de Hayden, llamé al consultorio y lo reporté como una emergencia. No sabía si estaba exagerando, pero mi instinto me decía que hacía lo correcto.

—Amelia ¿estás bien?—Alexa atendió angustiada.

—Hola Alexa, sí, estoy bien. Escucha, es Hayden. Él está muy mal...

Le conté con rapidez lo que había ocurrido y describí el estado de Hayden, quien ahora estaba teniendo un ataque de pánico.

—Está bien, que bueno que llamaste. Iré para allá.

Regresé al salón donde Hayden aun estaba en estado de pánico, le costaba respirar. Decía que no lograba ver bien, pero no sabía si hablaba literal o figurativamente, porque hablaba de que todo se habia acabado y no era así. No lo creía así.

Rámses seguía sin atenderme las llamadas, Gabriel tampoco.

Le preparé un té, pensando que eso podía ayudarlo, pero se negó a tomárselo. No sabía qué hacer, así que cuando llegó Alexa, respiré aliviada, como si ella pudiese hacer magia para calmarlo.

Y no fue tan fácil como lo creí, pero lo logró después de hablarle mucho y darle una pastilla que lo hizo dormir. Nos reunimos con Alexa en la sala.

—Hiciste muy bien en llamarme Amelia. Hayden tiene tiempo en terapia, y conmigo más de un año y medio. Tiene diagnostico de depresión. No lo había visto de esta forma en muchísimo tiempo, pensé que lo había aprendido a controlar, a controlarse, pero esto ha sido un retroceso muy grande.

—Pero, no es para tanto...—quería entender lo que lo llevó a esa situación.

—Lo sabemos, pero él no lo ve así. Hoy tuvo un ataque de pánico. Lo primero que debemos hacer para controlar estos estados de ánimo, es no perder la calma nosotros; debemos hablarle de forma calmada hasta que logre respirar mejor y cuando lo logre, cuando tengan su atención comienzan a explicarle lo que él no logra ver.

Alexa anotó el nombre de una medicina en su recetario medico: —Una sola al día, solo para que pueda dormir en las noches. No la dejes a su alcance. Le conseguiré un reposo médico. No le daré uno yo, sé que eso le dará más angustia. Vendré mañana temprano a verlo y te lo entregaré. ¿Puedes quedarte con él mañana?. Perfecto, te conseguiré uno a ti también, no quiero que se quede solo.

—No hay problema, puedo faltar toda la semana a la facultad.

—Yo te ayudaré. Podemos turnarnos—me ofrecí.

—Amelia, ¿quieres que te lleve?—Asentí. Sus indicaciones me asustaron mas que cualquier otra cosa—. Bien, te espero abajo, tengo que hacer unas llamadas.

Alexa salió del departamento, teléfono en mano, así que le di tiempo para que pudiera ocuparse de sus asuntos, después de todo la había sacado de su consultorio y de seguro canceló algunas citas.

—Lo lamento tanto—me sentía espantosamente culpable por esta sorpresa.

—No te preocupes Amelia, no había forma de que supieras que estaba aquí. Volvimos oficialmente hace unos días, así que tranquila.

—Hablaré con los chicos, creo que están solamente sorprendidos—y recé para que así fuese.

—Los entiendo.

Caminé hasta la puerta, era el momento de irme. Emocionalmente estaba agotada y de verdad necesitaba hablar con Rámses y Gabriel urgentemente.

—Este era mi mayor miedo ¿sabes?. Se lo dije muchas veces a Hayd—se lamentó—. Me cuentas como te va con ellos ¿si?, Hayd querrá saberlo y quisiera poder darle las noticias y prepararlo si es el caso.

—Lo haré. Avísame cualquier cosa por favor, me quedo muy preocupada. No lo dejes solo, si necesitas salir o algo, yo vendré. Te llamaré mas tarde para que podamos organizar la semana, asi no pierdes tantas clases.

—Gracias, Amelia. Lo haré.

—No, gracias a ti. De verdad lamento todo esto Ulises.

Él negó con la cabeza para quitarle importancia, pero no me hacía sentir mejor, así que cuando llegué al auto donde Alexa me esperaba, lloré por todo lo que había aguantado.




Llegué a la casa con los ojos hinchados, terminé haciendo una sesión de terapia improvisada con Alexa, en su auto. Estaba pasando por la crisis que pasaban todos los hijos de papás divorciados y como si eso no fuese poco empeoraba todo con la situación de Hayden.

Pero el departamento estaba vacío. Ni Rámses ni Gabriel me atendían el teléfono o respondían los mensajes y con miedo a empeorar todo con Hayden, no quise llamar a Fernando ni a Mike.

Esperé impacientemente por tres horas hasta que por fin tuve las primeras noticias de los chicos.

—Amelia, corazón, ¿puedes subir un momento? Tenemos algo que te pertenece—Donovan estaba aguantando la risa y no quiso decirme nada más.

Subí los pisos que me separaban de los chicos y toqué la puerta. Abracé a mis amigos, a los que tenía mucho tiempo sin verlos.

Las maletas de su viaje aún estaban regadas por la sala. Y habían restos de lo que fue su rápida partida.

—¿Qué tal el juego?.

—Muy bien, estuvo reñido pero ganamos—respondió Isaack—, pero en fútbol perdimos.

Donovan se encogió de hombros, tratando de quitarle importancia: —A veces es cuestión de suerte, y tuvimos un lesionado a los quince minutos del partido. Pero aun no nos descalifican.

—¿Y cuál es la próxima ciudad?—los chicos estaban participando en un torneo entre universidades, por lo que tenían que viajar para algunos de los juegos.

—La próxima semana yo juego acá—me explicó Donovan—, pero Isaack viajará a Florida.

—Y aprovecharé de ir a la playa con los chicos porque como premio de nuestro invicto, nos dejarán el fin de semana en Miami.

Donovan arrugó el ceño, no estaba nada feliz con esa idea.

—Ojalá llueva—murmuró entre dientes y me preguntó:—, ¿Cuándo es la temporada de huracanes?.

—¿Y las clases?—pregunté tratando de cambiar el tema y dejando que Donovan consultara el clima de Florida para la próxima semana.

La maldición que soltó por lo bajo, me dejó claro que no era favorable para él.

—Una lata, tenemos a profesores que nos acompañan en el viaje y vemos algunas clases por videoconferencia. Como si ya no fuesen lo suficientemente aburridas, verlas por vídeo es un martirio—se quejó Isaack—. Pero los promedios se mantienen y es lo que nos permite seguir jugando.

—¿Y bueno, que me trajeron de regalo?.

—Bueno, si te trajimos algunas cosas aunque aun no las hemos sacado de las maletas. Te hicimos subir por otra cosa—Donovan me tomó por los hombros y me condujo hasta su habitación—. Tengo dos ricitos de oro durmiendo en mi cama, que te pertenecen.

Y en efecto, allí estaban Gabriel y Rámses durmiendo en la cama de Donovan. Iban vestidos, los zapatos en el piso y el olor a alcohol impregnaba la habitación.

—Debieron entrar con su llave y se tumbaron en mi habitación porque la de Isaack está cerrada con llave. La pregunta aquí es ¿Por qué?. No creo que estén tan borrachos como para no darse cuenta de que no estaban en su casa.

Suspiré profundamente e intenté despertarlos, pero ni los movimientos ni los llamados, funcionaron.

—Déjalos, puedo quedarme en la habitación con Isaack. Yo no soy experto, pero esto no parece una borrachera de celebración, parece de despecho. ¿Ustedes pelearon?.

—Estamos bien—afirmé—, pero...—suspiré profundamente antes de proseguir y salí de la habitación—. Fuimos a casa de Hayden a celebrar su cumpleaños, y lo sorprendimos accidentalmente con alguien, su novio, y ellos no lo han sabido tomar.

—¡Oh, no, ¿Hayden es Gay?—exclamó Donovan con excesiva sorpresa y burla.

—¿Lo sabías?.

—La verdad es que lo sospechaba, algunos gestos o quizás expresiones, pero como sea no me sorprende.

—¡A mi si me sorprende!—agregó Isaack—, y definitivamente también a Gabo y Rámses. Pero ellos no son mente cerrada, deja que asimilen las cosas y listo.

—¿Y cómo está Hayden?

Salimos de la habitación y les conté resumidamente lo que habían sido esas largas horas con Hayden. Los dejé tan preocupados como lo estaba yo.




Pasé la noche a duras penas, no logré dormir con la angustia. Estaba tomándome un café cuando Rámses y Gabriel entraron al departamento. El segundo corrió al sanitario y lo escuché devolver lo que sea que se haya tomado en la taza del baño. Esperaba que fuese en la taza.

—¿Cómo estás?—me preguntó Rámses y el olor a alcohol me hizo arrugar la nariz—. Lo lamento, nosotros salimos de casa de... y fuimos a bebernos algo.

—De casa de Hayden, Hayden. Puedes decir su nombre. No seas, sean—pluralicé cuando Gabriel salió del baño— tontos.

—Necesito café—se quejó el portugués y me quitó la taza de las manos—. Si este brebaje no me ayuda, no me ayudará nada.

Y Arrugó peor la cara cuando se tomó mi café.

—No entiendes, Amelia—se defendió el francés.

—Explícame entonces. Y espero que seas muy claro, porque el tema he estado meditándolo por largo rato y muchas horas sin dormir, y francamente no lo entiendo.

—Es una persona distinta a la que hemos conocido todo este tiempo. No es que sea gay o bisexual, lo que él quiera, es que no nos lo dijo—Rámses tenía algo de razón en sentirse traicionado, pero su razón no tenía el peso suficiente.

—Beleza, pudo habernos dicho, no esperar que nos enteráramos. Lo que nos lleva a la gran pregunta: ¿tú cómo lo sabías?.

—Porque un día llegué a casa de Hayden y lo sorprendí tan idéntico como ustedes lo hicieron ayer. Y no dije nada porque no me correspondía a mi decirlo.

—Yo soy tu esposo.

—Eres mi novio, no mi esposo...

—Solo por un papel—respondió rodando los ojos.

—Y aunque lo fueses, sigue sin ser mi derecho decir nada de Hayden. ¿Cuál es el secreto que tienes tú?

Y Rámses cerró sus labios con fuerzas, no diría nada y eso para mí fue un triunfo.

—Pero esto es un caso distinto—agregó Gabriel.

—No, no es distinto. Tú sabías quien era la novia de Mike y no dijiste nada. ¿Por qué?.

—Touché—Gabriel se sirvió un poco más del café que preparé y nuevamente con el ceño fruncido se lo tomó—. Aunque no tengamos derecho de molestarnos contigo, si tenemos el derecho de molestarnos con él.

—¿Por qué? ¿Por qué con él si y con Mike no?.

—Estuvimos molestos con Mike—me recordó Rámses.

—Como por 1 día.

—Entonces danos tiempo—terció Rámses y entró en nuestra habitación.

Bufé enojada y miré a Gabriel con ganas de seguir peleando.

—Ah, no, hoy no. Me duele demasiado la cabeza. Nos tomamos todo lo que conseguimos, incluso compramos floreros, flores y le pusimos agua y luego nos tomamos el agua del florero también. Hoy no seguiré discutiendo contigo ni con nadie, ni de este tema ni de ningún otro.

El portugués se sirvió un nuevo café y entró a su habitación.




—¿Cómo pasó la noche?—le pregunté a Ulises, ayer no pude pasar a visitarlo y hoy una evaluación reprogramada me lo impedía, pero los otros 2 días corrí desde la universidad hasta su casa.

Nunca lo había visto así, no había dejado de llorar, a duras penas quería comer. Nos decía que se sentía perdido y así lo parecía físicamente. La mayor parte del tiempo estaba callado y distante.

—Bien, anoche si logró dormir un poco. Acabamos de llegar de la consulta de Alexa—escuché como Ulises se alejaba algunos pasos antes de seguir hablando—. Se está dando una ducha después de mucho insistirle, hoy no quería ni siquiera levantarse de la cama y si fuese por él se ahogaría con alcohol. Amelia, estoy preocupado.

—He querido llamar a Fernando y a Mike, para que hablen con él, pero no sé si sea una buena idea.

—A menos que tenga resultados positivos, no será buena idea, podría empeorar todo. No creo que Hayden soporte más rechazos, por lo menos no hoy. Alexa le consiguió un nuevo reposo médico por más tiempo. No sé cuánto más pueda ocultarlo. Hayden siempre se ha preocupado por sus pacientes y ahora ni con eso logro motivarlo a salir de la casa. Jeremy vino hoy. Tuve que contarle todo.

—¿Y cómo lo tomó?—recé para que Jeremy no lo hubiese rechazado.

—Bastante bien en realidad, eso fue lo que lo motivo a levantarse, comer y ducharse. Yo tengo que reintegrarme a clases, así que Jeremy se vendrá para acá para estar más cerca de él.

—Yo puedo ir todas las tardes, cuando salga de la universidad.

—Eso sería excelente. Le diré a Jeremy para que podamos organizarnos. Esto no será eterno.

—Es cierto, no lo será. Debemos ayudarlo a que salga adelante. Seremos su red de apoyo, le daremos perspectiva de las cosas como dijo Alexa. No lo dejaremos solo, Ulises.

—Ese es el mayor problema, él cree que está solo.

—Pero no lo está. Nos tiene a nosotros, a su familia.

—Pero no es así, Amelia. No tiene a su familia. Mike y Fernando no le hablan, Rámses y Gabriel ignoran sus mensajes.

—¿Qué ellos que?—la sorpresa mutó rápidamente a rabia.

—Si, bueno, no digas que te lo dije, lo sé porque revisé el teléfono de Hayden. Así que si les reclamas, pues...

—Entiendo. Está bien.

—Te dejo, ya salió de la ducha, quiero insistirle para que coma.

Colgué con la preocupación asolando mi corazón. Esta no era la familia que yo había conocido, no lo era. Y ese pensamiento se repetía mil veces en mi cabeza




Al día siguiente fui al departamento de Hayden y era peor de lo que podía imaginar porque la apariencia desaliñada y entristecida de él me marcó, de por vida. Tenía apenas dos días sin verlo y lucía fatal, desaliñado, con ojeras inmensas y decaído. Entendí el por qué Ulises estaba tan preocupado. En cuanto llegué, Jeremy pudo irse a su casa, se despidió con tanto cariño de Hayden que me conmovió. Pasé esas horas con el rubio, viendo televisión, porque no logré que hablase más de tres palabras juntas.

Así que comenté todo lo que veíamos, hice mil preguntas que no tuvieron respuestas, me reí exageradamente sola y hablé de todo lo que pude hablarle.

Ni siquiera estaba segura de que me hubiese escuchado, pero cuando se quedó dormido, suspiré aliviada.

Quizás en sus sueños, su vida tuviese colores alegres.

Me quedé sentada a su lado dejando que la televisión me observara, cuando Ulises me llamó para saber de Hayden. Venía retrasado, pero le pedí que no se preocupara, y fue entonces cuando entendí que no había sabido nada de Rámses, lo cual era bastante raro.

Marqué su número y esperé que atendiera.

—Bombón, ¿sigues allá?.

—Si, ¿y tú dónde estás?.

—Avísame cuando tenga que ir a buscarte.

—Rámses, ¿Qué pasa?—no lo dejaría escaparse. Me levanté y salí al balcón, no quería despertar a Hayden—. ¿Me evitarás cada vez que esté con Hayden?.

—No quiero hablar del tema, Amelia. Avísame cuando tenga que irte a buscar.

Y me colgó

¡Me colgó!

Pues espero que él tenga quién le avise para que me busque, porque yo no lo haré.

Ulises llegó y pedimos una pizza para cenar. Hayden cambiaba ligeramente cuando él llegaba, despertaba un poco del letargo donde estaba sumido y se esforzaba un poco más, pero solo un poco.

Después de comer pedí el taxi, era bastante tarde en la noche cuando llegué a la casa. Rámses estaba sentado en el sofá de la sala, con la mirada fija en la puerta por la que yo acababa de entrar. Gabriel jugaba en la consola con Isaack y Donovan, quienes hicieron distintos ruidos molestos cuando me vieron llegar, como si yo fuese una niña que llega tarde a la casa y estuviese a punto de ser regañada por su papá.

—¿Te costaba mucho avisarme?—me preguntó el muy enojado francés.

—Si—respondí y saludé a los chicos.

—Apagaste el celular—insistió levantándose del sillón.

—Si. Así no podías estar rastreándome.

—Pero estabas donde Ulises...

—Donde Hayden—corregí.

—Eso quise decir.

Solté un bufido junto con mis cosas y entré a la cocina.

—Pudiste avisarme que planeabas quedarte más tiempo.

—¿En donde?

—Con Ulises.

—Me quedé con Ulises y HAYDEN—corregí nuevamente mientras me sentaba en una de las sillas del comedor, fingiendo que veía jugar a los chicos con la consola.

—Eso. ¿Por qué no me avisaste? Si hubiese salido a la hora que me dijiste, hubiese estado esperándote abajo por horas.

—¿Por qué?

—Porque tu no hubieses bajado.

—No, ¿por qué hubieses esperado abajo, por qué no subirías?.

Rámses se mordió el labio para no responder. Su piercing brillaba peligrosamente tanto como su mirada. Estaba conteniendo la rabia, pero yo quería que explotara.

El francés se sentó nuevamente, sin apartar la mirada de mi, podía sentir taladrándome la piel en una mezcla de rabia y... de deseo, que por alguna razón me molestaba mucho más.

—¿Y cómo está Ulises?—preguntó Gabriel y me giré con gran rapidez.

—¿En serio? ¿Me preguntas por Ulises?—repliqué indignada.

—¿No era con él con quién estabas?—Rámses escupió sus palabras con una mezcla de celos y desconfianza que me hizo hervir la sangre.

—¿Con quién dices Rámses, o mejor dicho en dónde?—insistí poniéndome en pie, él me imitó.

—Donde Ulises.

Y eso fue lo que me hizo estallar. Avancé hasta él y quedé atravesada entre los chicos y la consola, evitando que pudieran seguir jugando.

—¡Nooo!—gritaron los chicos a mi espalda—. Guarda la partida, ¡Guarda!—Isaack estaba histérico.

—No, no estaba donde Ulises, estaba donde Hayden, TU PADRINO, Hay-den. H.A.Y.D.E.N.

Deletreé su nombre con rabia y mucho dolor, el dolor que sentía de ver a Hayden en ese estado y con la rabia de saber que su familia le daba la espalda.

Así que estaba furiosa. No era la familia que yo había conocido, ellos no daban la espalda a quien lo necesitaba. No juzgaban y ahora, con Hayden lo hacían. Y exploté todo lo que estuve conteniendo por tanto tiempo, incluso desde la situación de Mike y de Fernando.

—No pueden pretender olvidar todo lo que Hayden ha sido por ustedes solo porque es gay.

Beleza nos ocultó eso por muchísimo tiempo.

—¡No me interesa!.

—Tu no entiendes... —Rámses dio la vuelta para marcharse pero me apresuré a interponerme en su camino.

—¿Qué no entiendo? ¿Qué importa si Hayden es Gay? Puede ser bisexual, transexual, pansexual y lo que le dé la gana de ser. Me sabe a mierda si quiere ser zoofilico, no es problema mío ni de ninguno de ustedes lo que él hace con su vida sexual.

—No es su vida sexual, es el secreto...—insistió Gabriel, pero no tenía convicción en sus palabras.

—¿Acaso tu no guardas secretos?—lo miré retándolo a que me contradijese— Porque te recuerdo que no sabemos quién es tu novia, ni todo lo que eso rodea. Eso es un gran secreto y no es el primero que ustedes se tienen.

—Pero no tenemos secretos sobre quienes somos—Rámses estaba alterado y formó filas al lado de su hermano.

—¿Ah no?—y crucé los brazos sobre mi pecho— Ambos llegaron a consumir drogas, ¿Cuánto tiempo lo ocultaron?.

—No es lo mismo—se defendieron al unísono.

—¿No lo entienden, verdad?. No se los dijo porque temía que ustedes lo rechazaran ¡exactamente como lo están haciendo ahora!.

Hayden los necesitaba con urgencia y su maldito orgullo no dejaba que ellos lo pudieran ayudar. Están siendo egoístas como nunca antes.

—No lo estamos rechazando. Amelia, es una gran noticia, demasiada información que procesar, que entender. Él se tomó todo su tiempo, es justo que nosotros también lo hagamos—el francés se controlaba para no alzarme la voz.

—Para nosotros es una persona distinta. Las cosas que conversábamos de chicas, las cosas que nos contó. ¿Qué es mentira y que es verdad?.

—Él es verdad, es más verdad que nunca antes, los sentimientos son los mismos. Rámses, Gabriel, los necesita. Hayden los necesita—las lágrimas me picaban en los ojos, urgidas por salir.

—Tendrá que esperar que ahora nosotros estemos listos— Rámses, erguido cuan alto era, dio fin a la conversación cuando se dio media vuelta y se marchó.

Me quedé mirando la espalda de ambos, cuando salieron del departamento. Detrás de mí, Donovan e Isaack, apenas si respiraban. No sé cuánto tiempo permanecí allí parada, pero fue lo suficiente para comenzar a llorar.

Donovan me sostuvo en sus brazos y me llevó hasta el sofá.

—Dales algo de tiempo Amelia—dijo Isaack.

—Aunque el mundo no gira en torno a esos imbéciles y quién los necesita en este momento es Hayden, cada persona es distinta y deben llevar su luto de la forma que mejor puedan—Donovan me dejaba llenarle su camiseta de lágrimas y mocos.

—Nadie murió—hipé.

—Hayden heterosexual, sí. Ellos admiran a sus papás, y entre las muchas cosas que admiran, también lo hacen por heterosexuales. ¿Por qué crees que se divertían tanto pensando que Hayden estaba con una chica menor? Puro ego de machos.

—Es cierto, sentían hasta orgullo de decirlo. Y de la noche a la mañana se decepcionan de Mike y ahora Hayden Hetero muere—Isaack hablaba bajito, tratando de que me calmara y de cierta forma funcionaba porque si quería escucharlo, debía controlar mi llanto.

—Se va a morir de verdad si no lo ayudamos.

—No lo hará, no exageremos—Donovan me estrechó con fuerza en sus brazos pero ellos no sabían por lo que estaba pasando Hayden—. Cuando le dije a mi papá que era gay, el guardó luto y yo no entendía, porque yo seguía vivito y coleando, pero él me lo explicó, que ese niño hetero que el había creado en su mente, al que imaginó con su primera novia, su esposa, sus hijos, acababa de morir y debía sacarlo de su cabeza, reemplazarlo por uno que le presentaría su primer novio, prepararse para pelear contra quien se atreviese a juzgarlo, casarse con otro hombre donde esté permitido, adoptar hijos. Y cuando hizo ese ejercicio mental se dio cuenta que era lo mismo, porque el quería que yo me enamorara, me casara, fuese padre y fuese feliz y todo eso podía seguir haciéndolo.

Me sequé las lágrimas porque su historia me conmovió y me regresó un poco de la esperanza que creía perdida.

—¿Podrían hablar con ellos?—rogué

—Claro que sí, pero no hoy. Deja que se calmen, mañana lo haremos—Isaack respondió por ambos.

Cuando ellos se fueron me di una ducha y me acosté. Seguía enojada con Rámses y su actitud, necesitaba castigarlo, que entendiese que no aprobaba lo que estaba haciendo. Así que no dejé que me abrazara cuando por fin regresó de donde sea que estaba y se metió en la cama.

En la mañana me levanté más temprano que ellos, me alisté todo lo silenciosa que pude y salí de la casa.

Rámses tardó 5 minutos en llamarme.

—¿En dónde estás?

—Salí, iré temprano a la universidad.

—Son las 6 de la mañana.

—Tengo cosas que hacer.

—¿Cómo cuáles? Te llevo.

—No es necesario.

—No estaba preguntando. Te llevo

—No, puedo ir sola. Tomaré un taxi.

—Bombón, te llevaré a donde vayas y si no me dices...— Rámses estaba parado delante de mi, estaba descalzo y aun en pijamas. Era una mañana helada, así que él debía estar muriéndose de frío, pero no lo aparentaba—, te llevaré de regreso a la casa.

—Me tengo que ir ya, y no estás vestido.

Sonrió con malicia y caminó hasta la puerta del edificio que nos llevaba al estacionamiento, la abrió y sostuvo para que yo pasara. Un aire gélido me hizo temblar, sin embargo él no se inmutó.

Pude haber parado en ese momento mi huida fracasada, pero quería saber hasta donde sería capaz de llegar, así que pasé a su lado, agradeciéndole, y caminé hasta el auto.

Subí al asiento y cuando el puso el auto en marcha con la calefacción al máximo, le pedí que me llevara a la universidad.

Salió del estacionamiento sin decir ni una palabra, mientras yo me contenía las ganas de reír. Cuando estuvimos a unas tres cuadras me atreví a presionarlo un poco más.

—Tengo hambre. ¿Puedes parar por aquí para comer algo?.

—Claro. Te espero acá.

—No tardaré, Arturo es muy amable y siempre me deja pasar sin hacer fila—bajé del auto con rapidez para que no viese mi sonrisa.

—¿Qué comeremos?—preguntó situándose a mi lado.

Solo por confirmar miré sus pies y seguían desnudos en el suelo helado. Apreté mis labios con fuerza.

Entramos en la cafetería y Vivian, la chica del mostrador me saludó con cierta familiaridad antes de tomar mi orden. No lo pedí para llevar, quería sentarme a comer.

Rámses suspiró cuando tomó la bandeja y caminó detrás de mí hasta la mesa en el centro del local. Era una zona universitaria, por lo que el lugar a esta hora ya se encontraba repleto.

—¿Arturo no ha llegado?—me preguntó mientras abrazaba su taza de café tratando de entrar en calor.

—¿Dije Arturo? Quise decir Vivian—y la sonrisa se me escapó justo cuando sorbía mi café.

—Me estás castigando—afirmó.

—¿Y por qué crees que será?—pregunté con indiferencia.

—Por lo de anoche

—¿Qué fue lo de anoche?

—Por lo de Hayden—respondió con un enorme suspiro.

—Hablarás con él.

—Cuando esté listo...

—No, no te lo estaba preguntando Rámses, te lo estoy diciendo. Hablarás con él.

—Amelia, te amo, pero no fuerces a algo que no estoy listo. Ve a mi ritmo.

Y recordé que cuando yo necesité mi tiempo, él lo respetó. Y aunque no fuese lo mismo en este caso, no tenía de otra que darle un tiempo.

—¿Cuánto?

—No lo sé.

—No Rámses, esto no se trata de ti, se trata de Hayden que está sufriendo, no puede esperar. Has lo que tengas que hacer pero que sea rápido. ¿Cuánto?.

—3 meses.

—¡Ja! Te daré un mes...

—¿O si no...?

—O si no me decepcionarás tanto que no sé cómo eso afectará nuestra relación. Esta no es la familia que conocí y que me enamoró. Si ustedes se hubiesen comportado así conmigo, yo no estaría aquí con ustedes, no estaría contigo.

Rámses me miró evaluando la seriedad de mis palabras y con un corto asentimiento aceptó.

—¿Podemos irnos? Tengo los huevos congelados.

—¡Rámses!—lo reprendí asombrada y divertida por su expresión tan vulgar.

—Es en serio, bombón, si nos vamos ahora, conozco un sitio donde podrás ayudarme a descongelarlos.

—¿Y cómo conoces ese sitio?—mis celos comenzaron a hacer acto de presencia, pero Rámses me levantó de la mesa y me llevó hasta el auto.

Por donde pasaba las chicas lo miraban, pero no era el único que iba en pijama, pero si el único que no llevaba suficiente abrigo.

—Porque he pasado por allí cuando voy camino a mi universidad y he fantaseado con esa idea.

Me subió en el auto y condujo con rapidez, la calefacción estaba al máximo y bajó los conductos por donde salía el aire caliente para que pegaran en su entrepierna.

—Lo lamento, no debí dejar que salieras así.

—No, yo no lo lamento porque haré que me resarzas.

Estacionó entre dos edificios de la universidad, que estaban en remodelación, era una zona lo suficientemente apartada como para no viesen el auto y Rámses me tranquilizó explicándome que los obreros no entraban a trabajar sino hasta las 8 de la mañana, era un gran margen de tiempo.

Rodó el asiento hasta atrás y me hizo señas para que me sentase sobre él. Estábamos vestidos, y yo con un exceso de abrigos propios del clima matutino con el que desperté. Comencé a besarlo, sosteniendo su rostro en mis manos, mientras sus manos heladas se colaron debajo de las muchas capas de ropa que llevaba puesta.

Llené de besos su cara y su cuello, acaricié su figura agradeciendo que no tuviesen tantas capas como la mía.

Él forcejeada con toda mi ropa, tratando de llegar a mi piel y suspirando de frustración continuamente.

—Será mas difícil de lo que pensábamos—terminé susurrándole cuándo entendí que quitarme la ropa se haría imposible.

—Eres una mujer de poca fe—respondió mientras soltaba el botón de mi pantalón y colaba con gran dificultad su mano hasta mi entrepierna.

Comenzó a juguetear con mi intimidad, arrancándome suspiros y acelerando de a poco mi respiración. Su aliento tibio calentaba mi cuello, contrastando con el frío del ambiente. Tenía escalofríos por todo mi cuerpo, despertando cada uno de mis poros, de mis sentidos.

Acceder hasta él no fue tan difícil, y arrancarle los suspiros tampoco. Su corazón se aceleró al mismo tiempo que los movimientos de sus dedos en mi, me quería llevar al borde del placer porque era allí donde él estaba.

—Pásate para atrás—murmuró y lo obedecí. Rámses arrimó los asientos delanteros todo lo que pudo hasta adelante y luego salió del auto, alzó la vista por los alrededores y se coló en el asiento trasero al lado mio.

Se abalanzó encima de mi, con cuidado de no pisarme, retomando los besos para que el calor entre nosotros volviese a subir de temperatura. Su piel ardía, febril, la mía también, nuestras respiraciones aceleradas empañaron rápidamente las ventanas, protegiéndonos de la vista de cualquier curioso.

Rámses se reincorporó sobre sus rodillas, desató mi pantalón y tiró de él hasta que los tuve en los talones. Quitó los zapatos y finalmente me tuvo desnuda de la cintura para abajo. Colocó con una de mis piernas sobre el asiento trasero y la otra sobre el delantero, y no sé como lo hizo, ni que contorsión rara tuvo que hacer, pero devoró mi intimidad, desesperado, como si estuviese sediento y yo fuese agua. O hambriento y yo fuese su comida.

Traté de mantener mis gemidos controlados, no quería ser la causante de que nos descubrieran, peor era tan difícil de hacer, que opté por tapar mi boca con una de mis manos, mientras que con la otra halaba el cabello de Rámses, manteniéndolo en el lugar exacto donde me enloquecería.

—Divina—exclamó cuando se volvió a incorporar en sus rodillas, bajó sus pantalones y se acostó sobre mi, deslizándose lentamente en mi interior—. Deliciosa—ronroneó en medio de un gemido y mientras comenzaba una danza que me llevaba al frenesí.

Tuvimos que ser rápidos, así que nos dejamos caer en el abismo de nuestros orgasmos, apenas sentimos las primeras cosquillas que lo anticipaban.


—Lo lamento, bombón, pero tenemos que vestirnos rápido.

—Tu lo tienes fácil—me quejé mientras forcejeaba para subir mi pantalón—. Tengo. Que. Rebajar—exclamé con cada tirón que daba—. Esto me queda demasiado ajustado.

—Así estás perfecta, bombón.

—Claro, parezco un bombón, por lo redondo.

—Me harás molestar Amelia—me advirtió el francés con su mirada fija en mi—. No me gusta que hables así de ti— salió del auto y se cambió al asiento delantero—. Si quieres rebajar te ayudaré, pero no porque te veas mal ni porque crea que lo necesites. Me gusta que tengas donde morderte y donde agarrar.

—¡Pues ya tengo espacio de sobra! El que me ayudes no suena mal, pero yo no puedo ni de cerca con una rutina de ejercicio como la tuya.

—No seré rudo contigo, a menos que lo pidas, claro—me guiñó el ojo, me dio un beso en los labios y encendió el auto—. Hay muchos ejercicios que podrás hacer y te ayudará con ese kilito de más.

—10 kilos.

—Exagerada.

—Bueno, casi. Pero es lo que quiero rebajar.

El francés refunfuñó pero no se atrevió a llevarme la contraria.

Rámses, en represalia, me acompañó hasta el salón de clases. Las mujeres lo devoraban con la vista al mismo tiempo que se reían.

Cuando llegamos al salón de clases, se recostó de la pared junto a la puerta y saludaba excesivamente amable a todo el que pasaba.

—La próxima vez que quieras escapar de mi, saldré en boxers y así mismo pasaré el día contigo en clases. Será muy entretenido verte tratar de matar a todas con tu mirada.

—No es divertido—me quedé mirando a unas chicas mayores que se comían a mi novio descaradamente. Lo agarré por la pijama y lo acerqué a mi—. ¡Y ni se te ocurra hacerlo!.

—No vuelvas a escaparte de mi, bombón—y su amplia sonrisa escondía una amenaza que morbosamente quería cumplir.

Me dio un beso que me robó lo que me quedaba de aliento, su mano apretó mi baja cintura y condujo mi mano libre hasta una de sus nalgas. Se sonrió contra mi boca y aunque él quitó su mano, yo no lo hice. Quería marcarlo, ¿ que mejor manera que pellizcarle un cachete?.

—¿Estamos bien?—me susurró con su frente apoyada en la mía.

—Si, no rompas tu promesa—le recordé y él asintió.

Megan pasó a nuestro lado y se aclaró la garganta con excesiva fuerza.

—Así se hace, chica, pero tu profesor viene en camino.

Le sonreí avergonzada y vi como Rámses se marchaba con un andar demasiado confiado para estar en pijamas. Yo ni vestida con algún diseñador famoso, tendría tanta confianza en mi misma y no porque no tuviese buena autoestima, es que la de Rámses estaba por las nubes.




La semana se me había hecho eterna, así que esperaba con ansias el fin de mi día de clases. Estaba en la parada, esperando a Gabriel porque Rámses hoy saldría más tarde, cuando recibí un mensaje de Ulises.

—Mia, no quiero preocuparte, pero es que yo lo estoy. No veo mejorías en Hayden. Estoy llegando a su casa y está completamente ebrio, casi inconsciente. Él no es así. No desayunó y considerando lo ebrio que está tampoco almorzará. Amelia, se me acaban las opciones, no sé que hacer.

—Iré para allá, se que estará dormido por varias horas, pero tu también me necesitas. Avísale a Alexa. Necesitamos que nos ayude.

Suspiré profundo, con las lágrimas de angustia quemándome la garganta. Sentía que Hayden se me escapa de las manos, que su vida, tan valiosa para mi, no valía nada para él y eso me asustaba, me aterraba.

La primera llamada la hice con las esperanzas intactas, creyendo fervientemente que era posible, que había solución.

—Hola Mike, tengo que hablar contigo.

—Hola muñeca, claro que si. ¿Por teléfono o en persona?. Podemos cenar esta noche si quieres.

—No, no puedo esperar. Mike, es sobre Hayden. Está muy mal, los necesita, en serio los necesita...

—Amelia—su tono dulce y amoroso de hace unos minutos, se habia transformado por completo—. No puedo lidiar ahora con Hayden, lo lamento, es hora de que él asuma las responsabilidades de sus actuaciones. Yo no puedo hacerlo por él. Son las consecuencias de las mentiras y debe lidiar con ellas.

—Pero está solo...

—Todos lo estamos, es parte de la adultes. Si no tienes nada más que decirme, tengo asuntos que atender.

Y me colgó, rompiendo una parte de mi corazón.

Con las manos temblorosas marqué el segundo numero.

—Mia, ¿Cómo estás?. Planeaba pasar en la noche por el departamento, ordenar pizza, ver alguna serie.

—Bien ¿y tú?. Eso suena genial. Fernando, escucha, te llamo por Hayden. Él está muy mal, necesita de ustedes, de todos...

Intenté un acercamiento más directo, quizás funcionara.

—Oh, Amelia, me preguntaba cuanto tardarías en llamarme por Hayden. Si hubiese habido una apuesta, quizás yo hubiese ganado—su voz sonó melancólica—. Pero Amelia, ese no es un tema que quiero hablar contigo, ni con Rámses o Gabriel. Lo lamento.

—Pero Fernando, por favor, escúchame. Él está muy mal, en serio, ya no sabemos que hacer. Se siente abandonado por ustedes y tiene esta lucha interna...—trataba de explicarle la situación tan complicada en la que se encontraba Hayden, pero no sabía como hacerlo, no la entendía del todo y expresar en palabras mis verdaderos miedos con la situación de Hayden, era demasiado difícil—. Ulises, Jeremy y yo no somos suficientes. Él los necesita a ustedes, a sus hermanos, su familia. Fernando te lo estoy rogando...

—Escucha Amelia, en estos momentos no puedo, tengo muchas cosas que hacer y quería visitarlos en la noche también para desestresarme un poco. Pensaré en lo que me dijiste. Nos vemos en la noche.

Y la llamada terminó.

Sin embargo, conocía muy bien a Fernando, y sabía que esa respuesta que me había dado era la forma mas diplomática que tenía para decirme que no.

No contaría con ellos para salvar a Hayden, ya no más.

Así que hice una tercera llamada.

—Papá, necesito de tu ayuda...

~ ~ ~ ~ ~ ~

Nota de Autora:

Dejen aquí sus reacciones.

Confesaré que el secreto de Hayden fue el más dificil de disimular en el libro, probablemente ya muchos lo intuyera, pero creo que logré sorprender a la mayoría.

Suscríbanse al grupo de FB, se llama NO JUZGUES LA PORTADA.

Baisers et Abraços  

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