Capítulo 30. Manita
—Buenos días manita, ¿Qué tal esos nervios?.
El mensaje de Enrique me hizo reír. No habíamos dejado de escribirnos en ningún momento, en una eterna conversación que tenía bastante celoso a Rámses. Era divertido hablar con él. Al principio me pidió mil veces disculpas por la forma como terminó nuestra improvisada salida, me dijo que no quería presionarme pero que sinceramente esperaba que aceptara su invitación. Su sinceridad me gustaba, aun no me sentía del todo cómoda con la idea de un "hermano", era algo nuevo y muy sorpresivo para mí, pero Enrique era persistente y estaba decidido a que me acostumbrase a él y a la idea de un hermano, una familia y un viaje para encontrarme con todos.
Así que desde ese día hablábamos por mensajes, me preguntaba de todo, en un interrogatorio que a veces se tornaba incómodo. Era como tener un fan, si es que yo supiese lo que es eso, pero en esa misma medida también conocía de él porque no solo preguntaba, sino que también él respondía sus propias preguntas.
Fue así como supe que tuvo una infancia bastante difícil por la sobreprotección de Ameth, nuestro papá, que el guardaespaldas que tenía actualmente era el que más tiempo había permanecido con él y solo por ese tiempo acumulado es que Ameth no lo despidió, porque después de todo, no era la primera vez que Enrique burlaba la seguridad, aunque si la primera vez que llegaba tan lejos, pero el buen humor de Ameth por haberse encontrado conmigo le resultó beneficioso a Enrique y a su guardaespaldas.
Claro que tampoco salió ileso por completo de su escapada porque lo castigó por un mes, pero considerando en donde vivía y las cosas que tenía en su habitación, no entendía cuál era el castigo. Si así lo castigan a él, ya quisiera yo estar castigada.
Era como cuando castigaban a Gabriel y a Rámses, que los mandaban a encerrarse en sus habitaciones donde tenían computadoras, tablets, teléfonos, videojuegos.
No hay castigo en eso.
Era mandarlos de vacaciones.
—Bastante ansiosa en realidad. Buenos días—le respondí—. ¿Qué tal tu día?.
—¿Y el hermanito? ¿manito? ¿nito? ¿brother?. No importa, hoy intentaré con manita. Mi día será un total aburrimiento, mi papá quiere que lo acompañe a una reunión en la empresa, así que quiero morir.
Yo ya había sido Mia, Amelia, hermana mayor, hermana, hermanita, nita, sister, sistersita y pare de contar. Hoy era manita. Enrique estaba decidido a dar con un apodo con el cual ambos nos sintiéramos cómodos.
—No me gusta manita. ¿Qué tan mala puede ser esa reunión?. Voy a desayunar, ya Gabriel y Rámses se están desesperando.
Enrique me mandó un audio riéndose, no sé por qué le daba tanta risa saber que los hacía enojar, y poco después me escribió: —Buen provecho hermana. Yo iré también a comer. ¿Te gusta el chocolate blanco? No a todos les gusta, particularmente a mí no, prefiero el chocolate oscuro.
Y de esa forma es que sabía tanto de Enrique.
Su color favorito era el naranja, aunque decía que el verde porque era más masculino. Era amante de los helados, le gustaban más los sabores ácidos que los dulces y por una razón que ni el mismo sabía odiaba la pasta larga, prefería la pasta corta.
Así también me enteré de muchas cosas mías y de Ameth. Yo aún no me acostumbraba a llamarlo papá o padre en ninguna de sus versiones, pero Enrique se refería a él como papá, a Mike, Fernando y Hayden como mis padres y a Ameth como nuestro papá. Creo que intentaba que se me escapase en algún momento, aunque dudaba que ocurriese.
Entre las cosas que me enteré es que mi desaparición lo volvió muy loco y paranoico, llevaba a todos los integrantes de la familia, que era inmensa, bastante molestos con sus medidas de seguridad. También entendí por qué me gustaba tanto tomar el café con nuez moscada, porque al parecer mi mamá estando embarazada de mi le dio por tomarse el café como mi papá lo tomaba, con nuez moscada. Esos detalles me gustaban saberlo, tanto como cuando me envió una foto del escritorio de Ameth en su casa, donde estaba una foto mía recién nacida.
—No le digas que te dije, pero mira...—me escribió Enrique.
Mientras el video cargaba comencé a comer bajo la atenta mirada de los hermanos O'Pherer.
—¿De verdad solo te estas escribiendo con Enrique? Porque si es con alguien más yo...
—¿Tú qué?—pregunté curiosa y divertida.
—Yo lo mato, por supuesto. Solo dime un nombre y me encargo del resto.
Ese francés siempre me sacaba una sonrisa aunque no quisiera.
—¿Ese niño no estudia, trabaja, algo? Se la pasan todo el día hablando. ¿No tiene más amigos?—a Gabriel tampoco le causaba mucha gracia.
—Comienzan a sonar muy raro ustedes dos. Y no tengo porque darle razones a ninguno de lo que hablo con mi hermano.
Me sorprendí tanto como ellos mismos por haberlo llamado hermano. Sin embargo ningún dijo nada y lo agradecí, me sentí un poco avergonzada y hasta torpe.
—Si ya terminaste, podemos irnos, debemos hacer una parada antes de llegar a clases, ahora llevamos un pasajero adicional.
Gabriel tomó su bolso y cuando se disponía a tomar el mío, Rámses se le adelantó. Una vez sentados en el auto me dispuse a ver el video que me había enviado Enrique. Sentí cuando el curioso francés se asomó por encima de mi hombro para ver, pero no me incomodó.
En el pequeño video se veía a Ameth, caminando de un lado a otro de lo que parecía ser su oficina, con el teléfono en mano, escribiendo algo y luego al parecer arrepintiéndose de lo que estaba escribiendo.
—Es gracioso verlo así de nervioso. No seas muy duro con él, tiene una hora redactando el mensaje que te mandará.
Y en efecto el mensaje estaba allí en mi teléfono, esperando para que lo abriese.
—Anda, bombón, hazlo. Sabemos que mueres de curiosidad.
Solo entonces noté que Gabriel también estuvo curioseando mi conversación.
Era un mensaje largo, el único que existía entre nosotros porque no nos hablábamos a pesar de tener nuestros números.
—Hola hija, espero que tengas un excelente inicio de clases. Si necesitas cualquier cosa avísame, estaré atento para lo que quieras. Sé que quizás sea muy pronto y puedes decir no sin ningún problema, pero quisiera visitarte la próxima semana. ¿Me aceptas una cena?.
Lo leí varias veces, pensando detalladamente que escribir.
—No lo pienses tanto Beleza.
Escribí antes de que pudiese arrepentirme o sobre pensar las cosas.
—Hola, feliz inicio de semana para ti también. Acepto la cena, ¿qué día?.
Ameth me colocó varias caritas alegres y me dio a escoger el día y la hora, porque él pasaría varios días en la ciudad.
—Muy bien, bombón. ¿Cómo te sientes?.
—Bien, en un poco raro, pero no me siento tan incómoda como la última vez.
Entonces Enrique me envió un nuevo video de Ameth sonriendo, diciéndole algo que no lograba entender a la que Enrique identificó como su mamá y que también la hacía sonreír.
—Se puso muy feliz. Me quitó hasta el castigo.
—¿Tú también vendrás?—escribí emocionada, algo que me tomó de sorpresa otra vez.
—No, tengo clases hermanita, pero otro día si viajo... o me escapo.
Llegamos al edificio donde estudiaría Rámses. Su facultad era impresionante y causaba bastante pánico. Muchos nuevos estudiantes caminaban hacia el edificio, otros se saludaban entre sí.
Rámses se bajó del auto y se quedó parado al lado de mi ventana, con palabras que no sabía pronunciar.
—¡Rámses!—gritó la voz familiar de Ulises quien también comenzaba las clases hoy.
Se acercó a saludarnos a todos y apresuró a Rámses para que se despidiese.
— Vamos irmão, termine de beijá-la para sair, vamos nos atrasar - Vamos hermano, termina de besarla para irnos, llegaremos tarde.
Una pequeña sonrisa surcó su rostro, antes de tomar el mío entre sus manos y unir nuestros labios. Fue un beso corto, pero intenso porque acarició con la punta de su lengua mis labios y mordisqueó un poco antes de separarse. Me dejó sin aliento y con ganas de mucho más.
Cuando salí de mi primer día de clases estaba exhausta y muriéndome de hambre. Gabriel me avisó que esperaba en el mismo sitio donde me dejó en la mañana, así que caminaba para allá cuando vi un oso ridículamente grande sentado en uno de los bancos, con un ramo de flores tan grande como él. Las mujeres que pasaban tomaban fotos y buscan por los alrededores la dueña o el responsable de ese regalo. Comenzaron a congregarse alrededor del regalo y mi curiosidad pudo más que el apuro que tenía Gabriel con que llegase hasta el punto de encuentro.
—Te digo que no, tengo aquí como media hora y nadie se ha acercado—decía una chica a la otra.
—Quizás rechazaron el regalo y lo dejaron aquí para que cualquiera se lo llevase.
—¿Quién rechazaría algo así?.
—¿Tú no tienes hambre? Porque yo sí, y tu francesito está muy gruñón—me dijo Gabriel apenas atendí el teléfono.
—¡Ya voy!—y me giré para caminar hacia el auto. Rámses hambriento era bastante insoportable—. Me entretuve con una cosa aquí.
—¿El oso gigante?—preguntó curioso.
—¡Si! ¿Lo viste?.
—Lo veo desde dónde estamos.
—¿Y en dónde están?.
Sorteé a algunas curiosas que llegaban a ver el oso.
Gabriel rio, pero no me respondió.
—Voltea, Beleza.
Mi sangre se heló y un frío congeló mi espina dorsal, lo que contrarrestaba con mi corazón bombeando sangre con gran fuerza a todo mi organismo.
Me giré buscando a Rámses, incluso a Gabriel, pero sin éxito. Ahora algunas chicas se abanicaban y otras murmurabas entre sí, sin dejar de batir sus pestañas, una señal inequívoca de que los O'Pherer estaban cerca. Caminé entre las personas y llegué nuevamente a donde el oso estaba sentado y allí entre él y el ramo de flores estaba Rámses.
Estaba sentado en el respaldo del banco, con sus pies apoyados en el asiento, su cuerpo descansando sobre sus codos apoyados en sus rodillas. Su cabello húmedo caía sobre su cara, sus piercing como siempre adornaban su rostro. Tenía una sonrisa arrogante a los comentarios que escuchaba que las chicas daban. Pero en cuanto me vio su sonrisa se transformó en sincera, se levantó con rapidez y agilidad.
—Son un poco grandes.
—¿Tú crees? Ni siquiera sé cómo haremos para llevárnoslo.
—Gabriel está buscando un uber. ¿Te gustaron?.
Sus ojos brillaron esperanzados y fue cuando me di cuenta que no le había expresado mi gratitud como correspondía. Me acerqué hasta Rámses y lo envolví en un abrazo, apoyando mi cabeza en su pecho.
—Gracias. Me encantan—lo apreté con fuerza y respiré el olor de su perfume.
—Mereces que te llene de flores, detalles, todo, bombón—me estrechó con fuerza.
—Pero no más peluches gigantes...—Gabriel nos interrumpió—. Tú le das los regalos pero yo resuelvo el transporte.
Gabriel alzó el ramo de flores con gran esfuerzo, Rámses desprendió uno de los tulipanes y me lo entregó. Con el oso sobre la espalda del francés caminamos hasta el estacionamiento donde el uber esperaba a su particular pasajero.
Se necesitó ayuda para poder meter el oso en el asiento de atrás, pero el ramo de flores lo llevó Rámses en el auto, sosteniéndolo para que no se fuese a caer.
—Escuché que tenía allí más de media hora—recordé.
—Mi intención era llevarlo hasta la entrada pero Gabriel se negó a seguir cargándolo.
—A mí ni un besito. Nada. Me siento usado.
Aprovechando el semáforo en rojo, me reí y le di un beso en la mejilla.
—Gracias, Beleza, pero no me refería a ti—le guiñó el ojo a su hermano con demasiada coquetería a través del espejo retrovisor.
Cuando por fin nos sentamos en los muebles de la sala, estábamos agotados. El ascensor no funcionaba por lo que tuvimos que subir el oso y el ramo de flores por las escaleras. La puerta se abrió, pero estábamos tan cansados que ni siquiera nos volteamos a ver quiénes habían llegado.
—Ooook—exclamó Donovan en cuanto vio al oso.
Lo habíamos sentado en el sillón de la casa y por la posición en que quedó pareciera que recibiera a todo el que llegara con los brazos abiertos.
—No es el tipo de osos que me gustan...—exclamó terminando de entrar.
—No te gustan los osos—aclaró Isaack entrando detrás de él.
—Cierto...—pero lo que Isaack no vio, fue que Donovan lo miró de arriba abajo, inclinó su cabeza y se mordió los labios con descaro.
Me reí al igual que los demás.
La tensión entre Rámses e Isaack, seguía latente, pero con los días iba disminuyendo. Y a pesar de eso Isaack me saludaba con más distancia de la que estábamos acostumbrados y lucía siempre nervioso. Le había comentado que a Rámses no le había dado ni una pizca de gracia enterarse del beso que me dio y que aunque le expliqué los motivos, a él poco le habían importado. Isaack tenía buen porte, definitivamente era un contrincante para Rámses, pero el castaño odiaba la violencia.
Donovan había traído comida para todos, por lo que nos encontrábamos comiendo cuando Ulises tocó la puerta de la casa y lo invitamos a pasar.
—Llegué en el mejor momento entonces—exclamó divertido y después de ofrecerle se unió a nosotros en la comida.
Intercambiamos nuestras experiencias del primer día. Los horarios de todos eran desastrosos porque no coincidíamos mucho. Gabriel se había acostumbrado a estudiar con el pelirrojo pero ya no era así; y yo aunque no compartía clases con Isaack, nos cruzábamos por los pasillos.
Cuando cayó la noche me encontraba cansadísima así que después de darme un baño con agua caliente estuve lista para acostarme, sin embargo Rámses tenía otros planes.
—¿Y tu pijama?—le pregunté cuando lo vi sin camiseta.
—No tengo.
—Si tienes
—Pero no quiero usarla. Hace calor.
—Hay casi 11 grados—le informé.
—Yo estoy caliente.
Y cuando se quitó la mísera sabana que lo cubría vi su erección. Vaya que estaba caliente y me contagió inmediatamente.
—¿Qué pasó, bombón, tienes miedo?.
—No. Ni un poco—mentí y me acosté a su lado.
Se arrodilló en la cama, casi a mi lado, alejé mi mirada de su miembro para no delatar las ganas que me embargaron.
—¿Te gustó el oso y el ramo?
—Sí, me encantaron. Muchas gracias.
—Te tengo un regalo más.
Y trague secó porque su voz sonó ronca, profunda, reflejando toda la excitación que lo invadía.
Me cobrará el regalo.
Tendré que pagar esa factura.
Y la pagaría con gusto.
¡Cóbrame francés!
Con intereses y todo.
Quedé paralizada, mi mirada anclada en la suya, sin poder ni querer moverme. Me tenía en su red y lo sabía. Camino arrodillado por la cama, me tomó por los tobillos y me abrió las piernas solo para posicionarse en el medio de ellas. Tomó el pantalón de mi pijama y sin dejar de mirarme los deslizó por mis piernas. Sus manos subieron acariciándolas, enviándome descargas tibias por todo el cuerpo. Con sus pulgares acarició mi intimidad por encima de la ropa, haciéndome suspirar y cuando presionó, mi espalda se curveó para liberar el gemido que me produjo.
—Estás toda mojadita—y se saboreó los labios.
La cama se movió cuando se acostó entre mis piernas pero yo me estremecí por su aliento tibio y sus labios húmedos en la parte interna de mis muslos, pero cuando llegó hasta mi intimidad, me besó con fuerza por encima de mis húmedas bragas. Mordisqueó y hasta lamió, desesperándome, deseando que arrancase la estúpida prenda y me devorase.
Y como si me hubiese leído el pensamiento movió la tela hacia un lado y me acarició con su aliento tibio. Me estremecí una vez más, causándole una risa que tenía mucho tiempo que no escuchaba. Su lengua comenzó explorando con timidez, reconociendo cada rincón de mí, saboreándome, marcándome. Aumentó el ritmo con rapidez, llevándome a la locura y frenesí. Introdujo dos de sus dedos, haciéndome emitir un grito tan profundo que me hizo llevar mis manos a la boca para acallarlo. Pero su mano libre tomó de las mías y me las quitó.
—Déjame escucharte.
Y arremetió otra vez con sus dedos, haciendo que me aferrara a la sabana, como si mi vida dependiera de ello. Mis labios apretados con fuerza, mis ojos difícilmente abiertos, viendo el techo de mi habitación mientras Rámses me hacía suya una vez más.
Su lengua, sus labios, sus dedos, me guiaban por un camino de escalofríos tibios que me volvían loca; reprimiendo los gemidos y gritos que pujaban por salir con cada ola de placer que Rámses me causaba. Sentí mi propia lubricación empaparme, el ruido que hacía Rámses me lo confirmaba. No recordaba haber estado tan húmeda antes, tan entregada a la necesidad de ese orgasmo que Rámses prometía que sería glorioso.
Y entonces noté que no era la única que me estaba moviendo.
Utilicé mis codos para levantarme y ver el espectáculo digno de una película de porno, que Rámses me brindaba, porque no solo se estaba encargando de mí, su mano libre masajeaba su miembro, con desespero y fuerza. Sus propios gruñidos de placer ronronearon contra mis labios y la nueva oleada de morbo que me invadió me puso al borde del orgasmo, jadeando por aire y finalmente sosteniendo la respiración cuando caí en el clímax más intenso que había tenido hasta los momentos.
Cansada, noté cuando Rámses se reincorporó, y aun arrodillado entre mis piernas, terminó de tocarse para mí, bajo mi atenta mirada, dejando que su placer cayese en mi vientre y calentase la piel donde caía y chorreaba, mezclándose con el sudor que perlaba toda mi piel.
Desde arriba, Rámses contempló su obra de arte y se acercó hasta mi boca donde susurró que me amaba y me besó con intensidad, agradeciéndome en silencio, tanto como yo a él, por el maravilloso momento que acabábamos de tener.
A mitad de semana, en clase de matemáticas, coincidí con un rostro conocido y me alegré tanto como ella. Mikaela Hott entró al salón de clases y en cuanto me vio se apresuró a sentarse a mi lado.
—Tenía la esperanza de que coincidiéramos en por lo menos una clase—me confesó y yo asentí coincidiendo.
Intercambiamos información sobre los horarios, pero sería la única clase que llevaríamos juntas lamentablemente. Me contó sobre su último año en el instituto y las vacaciones que hizo en familia cuando lo terminó. También sobre aquella fiesta donde la lesionaron y hasta me enseñó algunas fotos donde lucía su parche negro de pirata.
No hizo falta que le contase el final del mío, porque estaba enterada por las noticias, así como también todo del juicio. No fue nada discreta en preguntar, pero sé que lo hizo sin ninguna intención de ser una metiche, su preocupación e interés me parecieron sinceras y genuinas.
Cuando la clase terminó compramos unas bebidas en uno de los cafetines de la universidad mientras esperábamos que nos viniesen a buscar, sin embargo Gabriel me envió un mensaje diciendo que saldría tarde y que a Rámses aún le quedaban dos materias más por ver. Mikaela se ofreció a llevarme a la casa, pero estaba bastante cerca del departamento de Fernando, Mike y Hayden, donde se encontraba este último. Estaba tan cerca que decidí ir caminando. Me despedí de Mikaela y prometí conocer otro día a su hermano.
Era un edificio bastante lujoso, cosa que no me extrañó, me identifiqué en la recepción como Amelia Maggio y para mi sorpresa estaba anotada como "hija" de "los señores" por lo que no debió anunciar mi ingreso.
Subí en el ascensor tarareando la canción que se reproducía en mis audífonos y toqué la puerta varias veces.
Hayden abrió llevando solo puestos unos pantalones cortos de deporte y se sorprendió inmensamente cuando me vio, en cuestión de segundos no supo articular palabras y lo vi palidecer, en especial cuando una voz detrás de él preguntó por si era la pizza que al parecer estaban esperando.
Y entonces puse rostro, y dicho sea de paso cuerpo desnudo, a la voz que había preguntado por la pizza.
El trayecto a mi departamento no fue incomodo, pero sí bastante silencioso. Hayden estaba un poco aprensivo y diría que hasta a la defensiva. Para tratar de calmarlo comencé a contarle mi día y como me reencontré con una conocida. Cuando por fin llegamos al departamento, Hayden parecía a punto de desmayarse y vi el momento exacto en que dejó de respirar cuando abrí la puerta y el resto de nuestra familia nos recibió.
—Llegan a buena hora, acaba de llegar la pizza—anunció Fernando, invitándonos a tomar asiento.
Después de saludarlos a todos, me senté donde el acosador francés decidió.
—¿Por qué no tomaste un taxi hasta la casa, bombón?
—Estaba cerca del departamento de tus papás, así que caminé.
—Tardaron mucho en llegar hasta acá. ¿Mucho tráfico?.
Hayden estaba enmudecido, nunca lo había visto así. Creo que estaba seguro de que revelaría su secreto y si creía que era ese tipo de chica, estaba bastante equivocado.
—No mucho, en realidad. Solo nos entretuvimos hablando.
—¿Y tú que hacías en medio de la tarde en la casa?. Dijiste que no podías almorzar con nosotros porque tenías unas diligencias—preguntó Mike mientras comenzaba a morder uno de los trozos de pizza.
Pero Hayden me miró, en vez de responder, su rostro en pánico me suplicaba que no lo delatara.
—Yo era la diligencia—aclaré—, quería hablar un rato con él.
—Comienzo a sentir celos de esa amistad—agregó Mike y todos se unieron con asentimiento.
—¿Y cómo va la oficina?—pregunté cambiando el tema y vi como los músculos de Hayden se comenzaban a relajar.
Tendré que dejarle claro que no revelaré su secreto, ya se lo había dicho, pero como que no me creía capaz de lograrlo.
—Mike, entonces, ¿es definitivo? ¿Cuándo te mudas a Boston?.
—Mandaré a buscar mis cosas, no volveré. El departamento nuevo estará listo en unos días, así que me mudaré.
—¿Y tu novia?—Fernando iba por el tercer trozo de pizza. Era impresionante como comían estos hombres.
—A donde yo vaya, ella vendrá; y a donde ella se marche, yo la seguiré—respondió el abogado, tan natural y seguro como si dijese que el cielo es azul.
—¿Y cuando la conoceremos, padrino?.
—Cuando sea el momento, es más ahijado, la conoceremos cuando nos digas con quien te mandas tantos mensajes que te ponen a sonreír tan idiotamente como tu hermano.
Gabriel guardó con rapidez y nada de disimulo su teléfono y sonrió.
—Bien, no hay apuros entonces—dijo el portugués levantándose para tomar un trozo de pizza.
La puerta sonó y Ulises entró junto con Jeremy. Pocos minutos después se unieron Donovan e Isaack.
Me encanta tener la casa llena de amigos y familiares aunque eran noches que terminaban muy tardes y siempre el cansancio me vencía.
Cuando salí del baño Rámses estaba acostado en mi cama. Mis sentimientos por él y sobre todo por lo que pasó con Elisa me resultaban confusos, lo que era positivo porque ya no sentía la misma rabia de antes, sin embargo no podía perdonar a Rámses tan sencillamente, era una cuestión de principios más allá de ego. Recordaba siempre las palabras de Hayden cuando me contó de la separación que tuvieron sus papás y de verdad creía que si perdonaba a Rámses era no solo porque se lo mereciera, sino también porque se lo había ganado y porque había aprendido la lección. Una situación como esa, igual, parecida, mayor o menor, no podía repetirse.
Así que tomé mi almohada y mi cobija y me fui a dormir al sofá. Me acurruqué lo mejor que pude y dejé que el cansancio me ganara. Desperté a mitad de la noche durmiendo en la cama, con Rámses a mi lado.
Y lo hubiese pasado por alto si no se hubiese repetido las otras noches. Me cansaba despertarme desorientada sin estar segura si cuando abriese los ojos estaría en el mismo lugar donde me acosté.
El domingo, estaba agotada, fuimos al juego de Isaack, y luego al de Donovan. Mis pies no daban para un paso más, mi garganta apenas sobrevivió los gritos que pegué, me acosté en el sofá y sentí cuando Rámses me tomó en brazos para llevarme a la cama.
—¡No! Rámses, es suficiente. Deja de cargarme para la cama.
—Dormiré donde tu duermas y odio dormir en ese sofá.
El cansancio fue el culpable de que me hirviese tan rápidamente la sangre, pero seguramente fueron las dos cervezas que me tomé las que me hicieron entrar en la habitación de Gabriel y pedirle que se arrimara.
—Dormiré aquí hoy—le anuncié a Rámses, quién me miraba con la boca abierta, sorprendido por lo que estaba haciendo.
Gabriel tampoco entendía mucho lo que ocurría, pero suicida como era, se arrimó para que me acostase.
—Siempre eres bienvenida en mi cama, Beleza.
Rámses apretó los puños con fuerza, su mirada disparaba solo malos deseos en contra de su hermano.
—Bien, se te cumplió el sueño hermanito, te dejaré hacerme cucharita.
Gabriel se rio con fuerza y traicionándome por completo le abrió paso a Rámses quien se acostó en medio de los dos.
Los escuché reírse un buen rato, mientras yo estaba enojada y refunfuñaba. No tenía caso levantarme, porque a donde fuese Rámses me seguiría, y mientras continuaba enojada con el francés acosador que no conoce de limites personales, me quedé dormida.
Y desperté en mi cama con Rámses acurrucándome.
Quizás deba dejar de pelear esta batalla.
No podía dormir, así que me levanté por un poco de agua y para ir al baño, cuando regresé el teléfono de Rámses estaba iluminado. A veces el instinto es una mierda y a veces el mío es el doble de peor. El puto instinto me dijo que lo viese aunque no quería hacerlo, pero más pudo mi curiosidad y esa parte femenina que ansiaba el conflicto por encima de la vida tranquila. Esa parte que busca la verdad cuando no debería ser encontrada.
Me acerqué hasta la mesa de noche y me asomé con mucho cuidado de no despertar a Rámses. Apreté el botón que encendió la pantalla y las primeras ventanas emergentes con las notificaciones más recientes llenaron la pantalla. Algunas redes sociales anunciaban me gustas y me encantas, otras actualizaciones de páginas, pero fue una la que me paralizó en el lugar. Una burbuja verde whatsapp anunciaba a Elisa con un mensaje que solo decía "yo también te extraño".
~ ~ ~ ~ ~ ~
Nota de Autora:
No estoy muerta ni tampoco los he olvidado. Mi vida es una locura y caos que poco a poco comienza a cobrar sentido. Por fin me mudé de departamento, pero como estoy recién mudada aun no tengo internet en la casa, por lo que no puedo escribir en las noches que es cuando más tiempo tengo. Sin embargo, logré traerles este capítulo medio corregido.
¡Así que Amelia ya sabe el secreto de Hayden!
Mike completamente enamorado y Gabriel con la misma cara de idiota que el hermano.
Y por supuesto... Elisa y su "yo también te extraño".
Gracias a todas y todos por el apoyo, ya superamos los 80K! WOW gracias.
Estúpido Nerd Amor saldrá (ahora si) a la venta el 22 de Enero (no salió antes por un retraso en la edición). Estoy emocionada y creo que no lo creeré hasta que lo vea!
Suscríbanse al grupo de FB, se llama NO JUZGUES LA PORTADA.
Baisers et Abraços
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