Pov. Rámses.¡QUE PASO AYER? 1/2
—Nada de drogas. ¿Quién es el conductor designado?— preguntó mi papá, Gabriel alzó la mano—Bien, tú no tomas y los demás háganlo con prudencia. Nada de sexo sin protección, y de acuerdo a las últimas declaraciones: nada de sexo en lugares públicos—me reí mientras Amelia intentaba taladrar mi cerebro con su mirada—, cualquier duda le preguntan a Amelia que sabe colocar condones en todo tipo de bananas y con distintas técnicas.
Y fue cuando me terminé de carcajear con fuerza. Amelia tenía que acostumbrarse a como era nuestra familia, formaba parte de nosotros reírnos del otro.
Llegamos algo temprano, Cólton aun hacía una prueba de sonido. No me sentía a gusto aquí, nuestros encuentros en el pasado con este mismo grupo fueron bastante desagradables, por decir poco, pero como el idiota enamorado que soy, mi chica me pide algo y yo accedo de inmediato.
El encargado del local me vio entre las mesas y se acercó a saludar.
—Rámses, ya casi empezamos. He estado teniendo problemas con las instalaciones. Una putada definitivamente, me ha dado dolores de cabeza toda la semana. Tus chicos practicaron ayer aquí y son geniales.
—Lo sé, te dije que no te arrepentirías. Este es mi hermano Gabriel, mi novia Amelia y su amiga Marypaz.
Él estrechó la mano de todos y me molestó la forma como se le quedó mirando a Marypaz, fue demasiado baboso, agarré a Amelia por la cintura y la atraje hasta mí.
—Jamás lo dude. De hecho, más tarde les avisaré a la banda que se van de gira. Me bastó verlos ayer para saber que el dueño los querrá en los demás locales. Bueno... eso si resultan ser tan buenos en vivo como en una práctica.
—Ve comprando los pasajes, porque son realmente buenos.
Se despidió al poco rato y nos invitó una botella de vodka cortesía de la casa.
Contra todo pronóstico la estábamos pasando muy bien. El toque fue excelente así que terminamos celebrando con los chicos su inminente gira.
Veía a Amelia bailar y divertirse, mientras yo hacía lo mismo. Gabriel reía de alguna anécdota de Franco, Cólton bailaba con una chica, Marié estaba sentada en las piernas del que presentó como su amigo y Aztor conversaba con algunas chicas que lo rodeaban.
Y eso fue lo último que recuerdo.
Escuché ruido de pasos que me hicieron reaccionar. Mi espalda me dolía por la incómoda posición en la que estaba. Su cabello me hizo cosquilla en la nariz y no me gustó su olor, solo olía a cigarro. Zafé mi mano que estaba apresada entre el mueble y la moví para que regresase la circulación. Su espalda estaba helada a mi contacto. Tanteé en busca de su camiseta pero no estaba.
¿Estaba desnuda encima de mi... en el mueble de la casa?.
Tenía nauseas pero el estómago me dolía, estaba dolorosamente vacío. Mi boca estaba seca y cuando tomé consciencia de eso me dio sed.
—Amelia, espera—la voz de Gabriel taladró mi cabeza, agobiándome con el dolor que sentí.
Abrí los ojos y frente a mi estaba Amelia parada, sus ojos cristalizados, su ceño fruncido, su cara... asqueada.
Fue entonces cuando miré a la persona que creí que era ella. Sobre mi pecho estaba Marié, desnuda hasta donde alcanzaba a ver.
Quité sus manos de mi cuerpo y me deslicé de su agarre horrorizado. Amelia frente a mí miraba la escena paralizada, con grandes lagrimas corriendo por su rostro.
No. No. No. No pude... no creo... no es posible que yo... No. No. No. Mierda. Maldición.
—Amelia—la llamé con la voz entrecortada en apenas un susurro.
Y ella hizo lo que nunca pensé que haría, corrió, huyó de mí.
Me levanté descalzo como estaba y corrí detrás de ella, escuché unos pasos seguir los míos pero no tenía tiempo de nada. No quería que se fuese, no podía perderla. Tenía que explicarle que yo no... no recordaba nada de lo ocurrido, aunque me hacía una idea bien clara de lo que pasó.
Abrí la puerta principal y la conseguí saltando en un solo pie tratando de calzarse con desespero sus zapatos.
—Amelia espera—le rogué desesperado, pero no fue la única voz que escuché. Mi hermano, parado al lado mío también la llamaba.
Amelia se giró con su cara contraída en el dolor y el desespero. Lucía aterrada y confundida. Destruida. Y era mi culpa que se sintiese así.
Pero entonces la vi mirar a Gabriel con pánico y fue cuando noté que mi hermano iba solo en camisa y bóxer y que estaba tan contrariado como yo lo estaba.
¿Por qué Gabriel la buscaba? ¿Por qué la estaba siguiendo? ¿Quería evitar que Amelia huyera después de como me consiguió?...
La mirada de Gabriel estaba fija en ella, ya no había nada que ocultase los sentimientos que sentía por ella. Es como si por fin pudiese verlo completamente expuesto. ¿Por qué?.
Miré a Amelia y ella bajó el rostro avergonzada.
Oh no... no. No. No.
—Amelia—susurró mi hermano como si yo no estuviese a su lado, como si fuese normal que su voz se quebrara de dolor llamando a mi novia.
Y fue cuando lo entendí. La ropa de Amelia estaba arrugada, su cabello enmarañado y ella no estuvo precisamente a mi lado durmiendo. Gabriel llevaba muy poca ropa encima y tenía marcas de sabanas en su rostro. No tenía que ser un genio para darme cuenta de lo que pasaba, pero hubiese querido ser un idiota y no saberlo.
¿Cómo pudo? Me dijo que nunca interferiría, que no se vengaría por lo de Andrea, me lo dijo y le creí. Me giré hacía él mientras clavaba mis uñas en los puños, sintiéndolos vibrar con las olas de cólera que se apoderaban de mí.
Gabriel me miró sin poder decir una palabra, en sus ojos brilló la vergüenza, el arrepentimiento y finalmente la aceptación. Alzó ligeramente su mentón, como preparado a recibir lo que le correspondía, confirmándome en silencio mi mayor temor, la pesadilla que estaba viviendo.
—¿Est-ce que vous dormez chez elle?!-¿te acostaste con ella?—mi voz fue un siseó que no logré ni siquiera reconocer como mío.
—Hermano, escúchame por favor.
—Responde maldito traicionero.
—No lo recuerdo, no lo sé... creo...
—¿Crees, cabrón?
Él bajó la cabeza y le grité exasperado, perdiendo el poco control que tenía, olvidando poco a poco que era mi hermano y que su sangre era la misma que la mía.
—¡Répondez-moi. ¿Est-ce que vous dormez chez elle?!- ¡Respóndeme ¿te acostaste con ella?.
Volvió a poner esa actitud de quien confiesa un crimen y espera el castigo y no pude más. Mi visión se volvió nublosa y mi corazón martillaba con tanta fuerza que no era capaz de escuchar a nadie más, ni siquiera a lo que quedaba de mi sensatez.
Estrellé mi puño con toda la fuerza de que era capaz, su sorpresa duró un segundo y me respondió el golpe.
Mi sangre hervía en mi torrente sanguíneo, quemando todo rastros del ADN que compartíamos a su paso. Aticé otro golpe con la misma necesidad de lastimarlo que el primero y sé que el me respondía con el mismo instinto primitivo.
Caímos al piso y mi puño dio de lleno en su mandíbula, mientras que Gabriel golpeaba mis costillas con la gran fuerza que sabía que tenía. Pero nada me dolía, solo el corazón, y era un dolor tan intenso que superaba cualquiera que él pudiera ocasionarme.
Ni siquiera cuando rodé sobre mi espalda y Gabriel golpeó mi nariz.
Franco me tomó por la cintura y me hizo retroceder lo suficiente como para quedar en el medio de los dos, pero eso solo causó que recibiera uno de mis golpes dirigido a Gabriel. Intenté apartarlo pero me volvió a empujar con fuerza y luego hizo lo mismo con el portugués traicionero de mierda.
Mi respiración estaba frenética pero las ganas de matarlo disminuyeron. Su cara estaba ensangrentada y me alegré. Nunca fue mejor peleando que yo, aunque era bueno. Recordé las veces que de pequeños nos peleábamos y como solía terminar con alguno mordiendo al otro. Creo que si hoy ocurriese eso, le arrancaría un pedazo de piel, quizás de una oreja. Pero no podía, era mi hermano y se lo debía a mi papá.
Con respecto a Amelia, no podía ni verla, era demasiado doloroso. Me lo negó tantas veces, me dijo que no le gustaba que me amaba a mí y sin embargo... se acostó con él. Verla era recordar cada una de sus mentiras y que me partieran el corazón mil veces.
Entré en la casa para ir por mis cosas. Marié seguía inconsciente en el mueble, en la misma posición rara en que la dejé
No quería permanecer en esa casa un segundo más, me puse mi camisa que conseguí sobre la mesa, tomé mi cartera, el celular, las llaves de la camioneta y me agaché a tomar los zapatos.
Gabriel había permanecido afuera con Amelia y no quería ni imaginar lo que podía estar diciéndole. Quizás tranquilizándola, diciéndole que todo estaría bien entre ellos, que las cosas se arreglarían.
No sé como pudo... cómo...
El ronquido de Marié me sacó de mis pensamientos. Ella nunca roncaba... solo cuando...
¡Maldita hija de la grandísima puta!.
Salí de la casa antes de que se convirtiese en una masacre. Amelia seguía parada en el mismo lugar donde la dejé igual que Gabriel. Eso me alegró, no sé que hubiese hecho si los hubiese visto juntos.
Caminé a la camioneta y vi cuando Gabriel corrió a la casa. No entiendo como puede saber lo que haré lo que pienso, lo que quiero y haberme hecho esto...
Mi garganta estaba cerrada con todas las lágrimas que quería derramar. Lagrimas de tristeza, de coraje, de traición... y ni siquiera eso podía describir lo que sentía.
Aceleré queriendo dejar todo este maldito día tan nefasto, arrepintiéndome en cada minuto haber aceptado venir. Frené justo al lado de ella y abrí la puerta para que se subiera, no podía hablarle sin estar seguro de que rompería a llorar.
Ella dudó en subirse. ¿Acaso pensaba que la dejaría abandonada?. ¿Tan poco creía que la quería?. Esperé a que Gabriel saliese de la casa. El silencio en el auto era sofocante, incómodo como nunca.
—Franco llevará a Marypaz—dijo el puto portugués y arranqué con fuerza.
Manejé desesperado por llegar a la casa, tratando de mantener mi concentración en la vía. Marié roncando... ella solo roncaba cuando se drogaba. A medida que la rabia se apartaba momentáneamente de mi organismo pude recordar algunas cosas, estaba seguro de no haberme acostado con ella, de hecho recordaba haberla visto desnudarse delante de mí y haberla empujado con fuerza para alejarla. En el segundo intento que dio, estaba fuera de mí y la estampé contra la pared, su cabeza rebotando contra el muro.
Arrugué el ceño asqueado por mi propio comportamiento. La violencia que nacía en mí cuando me drogaba fue lo que me hizo dejar de hacerlo. Un día desperté con las manos ensangrentadas, mi ropa sucia y rasgada y sin un recuerdo del día anterior. Temí por muchas horas que hubiese lastimado a alguien, hasta que Marié me confirmó, como si fuese una gracia, que tuve una pelea salvaje con un tipo que dejé inconsciente y a quien seguí golpeando hasta que las fuerzas me fallaron.
El temor de que pude haberlo matado y ni siquiera recordarlo fue lo que me hizo dejar de consumir. Y el recuerdo de estar empujando a Marié contra la pared y su gesto de dolor y sorpresa cuando se golpeó la cabeza me produjo una arcada seca.
Estaba drogado anoche y esperaba que Amelia y Gabriel también. Esa posibilidad me dio una pequeña esperanza de que esa traición entre ellos, no haya sido controlada ni buscada por ellos. Aunque eso no implicaba que no sus sentimientos ahora no se viesen alterados.
Me bajé del auto y vi otra vez a Gabriel delante de mí, mi rabia volvió a bullir sin control y cuando quise evitar que entrase todo se volvió a ir a la mierda.
—Suéltame Rámses, ya has hecho suficiente.
—¿Yo? Eres un puto cara dura. Te acostaste con Amelia ¿y yo soy el que ha hecho suficiente?.
—Te acostaste con Marié... no vengas ahora a actuar como un santo.
—No me acosté con ella maldito imbécil. Marié me drogó.
—Claro... ¿es lo que le dirás a Amelia?. ¿O le dirás que no sabes lo que pasó, que "solo pasó"?.
Gabriel escupió las palabras que una vez le dije para excusarme lo que hice con Andrea. Maldita tipa que después de tantos años seguía jodiéndonos. Pensé que este tema estaba cerrado, pero creo que Gabriel jamás podría hacerlo.
Le di un fuerte empujón estrellándolo contra la camioneta, dejando que la ira volviese a fluir de mi cuerpo, libre. Gabriel gritó enfurecido y se lanzó encima, estrellándome con la pared a mi espalda. Sacó parte del aire de mis pulmones pero no me importó cuando alcé mi puño y lo golpeé.
Cada vez que lo hacía me sentía bien, el dolor de mi pecho desaparecía por un momento, sustituido por uno que era más fácil de sanar. La sangre que emanaba de mi ceja cuando su gancho izquierdo me la partió, me dificultaba la visión pero logré atinarle a su nariz.
—¡Me partiste la nariz, imbécil!
—¡Bien! quizás así no la metes donde no corresponde, puto.
Él se abalanzó una vez más sobre mí, manchando mi camisa con su sangre y en el proceso también con la mía cuando me partió el labio.
—¿Cómo pudiste? Te dije que la amaba.
—¿No fue lo mismo que te dije de Andrea?
—¿Lo hiciste por venganza? ¡Supéralo de una vez!. Andrea era una puta que nos usó... Y fue malísima en la cama.
Gabriel golpeaba mis costillas y yo su espalda. Caímos en el piso y rodamos hasta que logré posicionarme encima de él, Gabriel usó sus piernas para empujarme lejos y antes de que pudiese lanzármele encima Amelia apareció entre nosotros, con sus manos poniendo distancia, evitando que siguiera con la pelea.
Era la primera vez que la veía en este tiempo, su cara estaba hinchada y enrojecida. Seguía siendo bella y eso me dolía, me asfixiaba. La vergüenza que vi en ella cuando entendí lo ocurrido se recreaba en mi memoria una y otra vez. ¿Habrá Gabriel besado el lunar de su cadera?, ¿Habrá descubierto esa pequeña vena violeta detrás de su rodilla?. ¿Y la marca de nacimiento que tenía en su entrepierna?.
Ya ella no era mía, ya no eran mis besos los que la marcaban... yo ya no era suyo.
—Por favor, paren.
Lloraba con desespero, con el mismo que yo quería sentarme a llorar por perderla. Gabriel me miró con odio y pasando por su lado entró a la casa. Lo seguí porque no podía permanecer a solas con ella. No podía hablarle, no quería reconocerle lo que había hecho ni preguntarle lo que había pasado entre ellos. Apenas respiraba y estaba tratando de mantener mi imaginación entretenida, para no darle rienda suelta de crear en mi mente la noche apasionada que ella vivió con mi hermano.
Mi hermano...
Si hubiese sido otro... pero con mi hermano. Nunca podría olvidar esto, nunca podría verlo otra vez sin querer asesinarlo. Entonces entendí lo que tuvo que ser para él, Andrea y por qué aun no logra superarla. No era Andrea, era yo... yo le recordaba que siendo hermanos aún así nos lastimamos. No estaba molesto conmigo por sus sentimientos por Andrea, estaba molesto conmigo porque mientras me amara le dolería mi traición. Y es lo que me pasaría con él, mientras amase a Gabriel jamás podría perdonar lo que hizo con Amelia.
Entré a mi cuarto y aventé la puerta. El pecho me dolía con tanta fuerza... no me importaba si moría en este momento, ese dolor sería menor, acabaría con todo. No tendría que estar debatiéndome entre hablar con Amelia o hablar con Gabriel. No tendría que recordarme que era mi hermano para no querer matarlo y tratar de olvidar de que era mi sangre para que no me doliese de tal manera. Caminé como loco en mi habitación hasta que la adrenalina remitió lo suficiente para darle paso al dolor. Me tumbé en el piso a llorar, perdido, desecho.
Me levanté y bajé a la cocina por tres pruebas de drogas. Regresé a mi cuarto e hice la mía y esperé por los resultados. Suspiré de alivio cuando vi el positivo, pero menos podía ir a hablar con Amelia aunque lo necesitaba como el aire para vivir, temía que los restos de droga que quedasen en mí y la rabia que sentía me llevaran a lastimarla. El sonido de la cabeza de Marié rebotando en la pared inundó mi mente y más decidido que nunca decidí alejarme de ella.
Me paré frente a la puerta del cuarto de Gabriel y entré sin si quiera tocar.
A penas lo vi estrellé mi mano cerrada contra su cara y él me devolvió un golpe en mi ojo. Lo empujé con fuerza para alejarlo de mí y del estado de cólera en que me encontraba. Salí del cuarto y esperé en el pasillo hasta que me calmé. No había ido allí para seguir la pelea, pero me costaba evitarlo.
Volví a entrar a su cuarto y me costó conseguirlo, escuchaba sus sollozos, pero no lo veía. Caminé hasta el otro lado de la cama y lo encontré sentado en el piso entre la mesa de noche y el escritorio, llorando. No se dio cuenta que estaba parado frente a él, pero en el momento en que lo hizo se levantó con rapidez, limpió sus lágrimas regando la sangre de su cara en el proceso y alzó sus puños aun rotos y goteando sangre.
Vi tantas emociones en su cara que no me importaban en ese momento... salvo una... miedo. Vi miedo y no supe si era miedo por lo que había ocurrido, miedo por lo que tendría que enfrentar o miedo a mí.
Retrocedí unos pasos y metí mis manos en los bolsillos, solo entonces él bajó sus puños.
—Estoy drogado. Me hice la prueba y está en mi baño.
—Eso explica por qué quisiste matarme.
—No, quise matarte porque te acostaste con Amelia, eso lo hubiese intentado drogado o no.
—Yo no me acosté con Amelia.
Una parte del calor de mi cuerpo me abandonó y me hizo sentir repentinamente frio. Lo miré pidiendo que explicase más. Respiró profundo y mantuvo su distancia de mí.
—Cuando me lo preguntaste en casa de Cólton, no estaba seguro, hay muchas cosas que aún no recuerdo porque me están llegando a la memoria de a poco, por eso no sabía que responderte... pero ahora recuerdo lo suficiente para saber que no me acosté con ella.
—¿Qué fue lo que pasó entonces entre ustedes?
—Recuerdo... besos y... caricias.
La bilis subió por mi garganta y tuve que sujetarme a la pared para no caerme. La había besado, la había acariciado, tocado su cuerpo, que era mío.
—... y yo también la besé y acaricié.
La vida se fue de mi cuerpo, mi alma decidió huir cuando mi corazón se rompió. Ella lo había besado, ella lo había acariciado a él. No sabía cómo lidiar con esto... no puedo... yo...
Salí de la habitación antes de que la ira se volviese a mezclar con los residuos de la droga y terminara malográndolo.
—Mantente alejado de mí Gabriel... no puedo asegurar tu integridad física en estos momentos... ni siquiera puedo asegurar la mía. No estoy cuerdo...
La puerta de mi cuarto estaba abierta y supe que Amelia estaba allí. La idea de ella recogiendo sus cosas para marcharse me hizo sentir terror. No estaba listo para verla partir, no quería que se fuese. No podía...
Entonces comprendí en ese momento que no importase cuan molesto estuviese con él, con ella, con la vida, no importaba lo que hubiese pasado entre ellos... tendría que superarlo. Si ella quería estar con él... tendría que aceptarlo, si ella quisiese seguir a mi lado... tendría que superar lo que pasó, porque no podía perderla.
No estar con ella es más doloroso que tenerla a mi lado recordando todo lo que duele.
Duré unos cuantos minutos, quizás diez o más, tomando fuerzas para entrar. Asustado por lo que tendría que decirle, por lo que ella tendría que contarme, por la decisión que tendríamos que tomar; pero finalmente entré.
Estaba sentada a orillas de nuestra cama, limpiándose las lágrimas cada cierto tiempo. Terminé de abrir la puerta y la asusté sin querer, se levantó apresurada, temerosa, y eso me dolió más si es que era posible que pudiese sentir más dolor en este momento.
Me dolía verla y más pensar que me tuviese miedo. Otra vez el ruido de la cabeza de Marié pegando de la pared me hizo sentir nauseas, así que puse distancia entre Amelia y yo, temeroso de lo que la droga podía causar en mi psiquis.
Me quité la camisa que estaba sucia, llena de tierra y sangre mía y de mi hermano. La arrojé directamente a la basura, no importaba cuanto me gustase. Desabroché el pantalón y casi me lo quito pero no quise incomodar a Amelia, quizás había venido aquí a decirme que descubrió que esos sentimientos que tuvo por Gabriel florecieron, que nunca se fueron.
No podía con esa posibilidad, Amelia dejándome por Gabriel, era más de lo que podía soportar, Amelia dejándome era demasiado doloroso. Entonces recordé los ronquidos de Marié... tenía que saber si Amelia también estaba drogada. Quizás si fue todo producto de la droga... quizás, solo quizás...
Entré al baño y tomé una de las pruebas de droga y se la tendí.
—Orina aquí.
Su cara era de pura confusión.
—Me comencé a sentir... raro en el local, pero creí que era la combinación de las bebidas que tomamos. Amelia, antes me he drogado, pasé por esa fase, así que sé muy bien cómo se siente cuando despiertas con ganas de vomitar y nada en el estómago, mareada pero estable, ligero pero pesado. Anoche me drogaron, quiero confirmar si fuiste drogada también. Tengo mi propia prueba en el baño que marca positivo, no quiero que pienses que elaboré todo esto para no reconocer lo que pasó anoche.
Ella solo asintió, me pareció haber visto un pequeño atisbo de alivio en su rostro, pero con tantas emociones que ambos desbordábamos en ese momento era difícil estar seguro. Entró al baño y salió al poco tiempo.
—Creo que lo hice bien... no sé cuánto orine tenía que caer... no tenía muchas ganas de hacer y apunté bien, yo creo que... bueno me mojé la mano pero no tanto y me la lavé... solo.. que... yo...—suspiró profundo y se calló.
Si la situación no fuese tan bizarra me hubiese reído por su verborrea nerviosa y del exceso de información que acababa de salir de su boca.
—Mi papá siempre tiene pruebas de droga caseras, de cuando solíamos drogarnos—expliqué y ella solo asintió.
Miré mi reloj para contar los minutos, mientras permanecíamos en silencio. Me senté en la silla del escritorio y dejé la cama para ella. Quise en más de una oportunidad mandar todo a la mierda, decirle que lo olvidáramos y besarla hasta que se me quitara el susto del cuerpo, pero no era tan fácil.
Pasaron los cinco minutos y me levanté a ver los resultados. Marcaban positivo y un gran peso desapareció de mis hombros.
Me armé de valor y por fin me decidí a hablar.
—No sé qué pasó. Lo lamento tanto Amelia, lamento todo lo que pasó.
Hice un esfuerzo en no llorar, no quería que me viese llorar, no quería que permaneciera a mi lado por lastima o que me perdonase por compasión.
—¿Qué pasó entre tú y Marié?. ¿Tuvieron sexo?
—¡No!—respondí con rapidez, cierta alegría me embargó al saber que Amelia estaba celosa—. Ella quiso, me dio algunos besos y se desnudó para tentarme, pero no pasó nada más.
Era todo lo que recordaba.
—¿Cómo es eso posible?—espetó molesta—una mujer te besa, se desnuda delante de ti y tu dices que no pasó nada...
—Lo que quiero decir es que debí estar más drogado de lo que pensé porque me senté en el mueble cuando ella comenzó a desnudarse y me quedé dormido. Recuerdo que ella intentaba levantarme, pero llegué hasta a empujarla para que me dejase tranquilo.
—¿Te sentaste porque planeabas... iba a pasar?—estaba dolida, quizás tan rota como yo lo estaba en este momento.
Quizás no todo estuviese perdido entre nosotros.
—No lo sé, yo... estaba drogado. Pero no pasó nada más. No le hice nada, ni la toqué. Estoy seguro.
Ella estaba molesta y su rabia me daba esperanza de que podíamos arreglar las cosas. Así de mierda estaba mi cabeza en estos momentos.
—¿Cómo? ¿Cómo estás seguro? Porque yo no recuerdo una mierda y al parecer tú sí. ¿Por qué?.
—¡No lo sé!—Amelia no recordaba nada, eso era... bueno— pero una vez que recuerdas, deseas no hacerlo. Amelia, la empujé con mucha fuerza, creo que si hubiese insistido más la hubiese golpeado. Fui muy violento, estaba fuera de mí—confesé avergonzado.
Ella permaneció callada sin saber que responder.
—Yo no recuerdo nada, no sé cómo salimos del local, ni cómo llegamos a la casa, o cómo... solo recuerdo abrir los ojos y allí estaba Gabriel. Y después salí corriendo y te encontré a ti con ella desnuda...
Sus palabras salían con dolor de su boca y me lastimaba escuchar su dolor, porque fui yo quien se lo ocasioné.
—Lo lamento, lamento que hayas tenido que ver eso, yo por lo menos no los ví a ustedes.
Las palabras salieron más hirientes de lo que pretendía, pero eran ciertas.
—Yo también lo lamento. Yo jamás hubiese hecho, jamás hubiese... maldición, ni siquiera sé que hice, pero sé que lo último que quiero hacer en la vida es lastimarte, y me duele mucho haberlo hecho.
Mi corazón martillo con fuerza, como si recordase que debía mantenerme vivo y solo con sus palabras consiguió la fuerza para hacerlo.
—¿No recuerdas nada?—pregunté y ella negó.
Si no recordaba nada es posible que aún no esto no acabase, porque cabía la posibilidad de que recordase y que sus sentimientos se viesen confundidos con Gabriel. Torcí el gesto en una mueca de dolor y ella volvió a llorar cubriendo su rostro con ambas manos.
No pude dar un paso en su dirección, no sabía cómo consolarla cuando yo mismo estaba destruido y seguía con cierto temor de que lo que quedase en mi organismo de droga me hicieran perder la razón y le hiciera daño aunque fuese con mis palabras.
Ella logró recomponerse y se me quedó mirando, no tenía ni idea de que decirle aunque me moría por rogarle que no me dejase, que se quedara a mi lado, pero primero quería escuchar que ella no amaba a Gabriel, que no era nadie para ella, que lo que pasó entre ellos significó nada...
Y entonces Gabriel tocó la puerta y entró. Amelia me recriminó con su mirada los nuevos golpes que exhibía Gabriel en el rostro y me dolió que lo notase en él y no lo notase en mí. Mi corazón se volvió a contraer de dolor.
Gabriel me tendió su propia prueba de drogas, con su ceño fruncido, trataba de lucir duro, estaba a la defensiva incluso temeroso de lo que pudiera pasar. Entré al baño odiando tener que dejarlos a solas, pero no había de otra forma. Hice nuevamente una prueba para mí. Me sentí sucio y contaminado al saber que tenía droga en mi organismo, algo estúpido de pensar cando en el pasado yo mismo me encargaba de meterme las sustancias, pero hoy, por lo ocurrido en el pasado, por lo pasado con Marié y por mis ganas de estar al lado de Amelia sin miedo de lastimarla inconscientemente, necesitaba saber que estaba limpio.
Esperé los minutos indicados y las dos pruebas salieron negativas. La indignación que sentía en este momento era propia, no era ocasionada por ninguna droga en mis venas, era rabia pura y simple.
Caminé hasta Gabriel y lo hice retroceder con mi pecho, mi frente unida a la suya, respirando con tanta fuerza que dolían mis pulmones. Mis manos temblaban, picaban con deseo de volver a golpearlo.
—Au moins me dire que vous étiez en état d'ébriété- Por lo menos dime que estabas borracho—siseé y mi hermano tragó seco y asintió repetidamente—. ¡Parler-Habla!
Grité, aunque quería sacarle las palabras con golpes.
—Estava bêbado- Estaba borracho.
—¿Qué?—Amelia no estaba entendiendo nada de nuestra discusión.
Quizás era hora de que la pusiese al día de quien era Gabriel y de lo que era capaz de hacer para vengarse de mí.
—Su resultado fue negativo.
Gabriel bajó la mirada avergonzado de mis palabras y fue toda la confirmación que necesité para saber con seguridad de que aunque estaba bebido, tuvo más consciencia de lo que hacía que la misma Amelia. Se aprovechó de ella. Alcé mi brazo hasta atrás y lo estrellé con todas las fuerzas que fui posible en su rostro, mi mano me dolió por el impacto, pero Gabriel se lo merecía y lo sabía, porque ni siquiera se molestó en defenderse esta vez.
Fue Amelia nuevamente la que evitó que lo golpease otra vez, cuando se volvió a interponer en su defensa.
—Y dice que estaba borracho. Mientras tú estabas drogada sin saber lo que hacías, él estaba mucho más consciente que tú de lo que estaba pasando.
Listo, sal ahora de ésta puto portugués aprovechado de la mierda.
— J'étais ivre, j'en ai pris trop. J'ai des traces dans ma mémoire depuis que je suis arrivé dans cette maison - Estaba borracho, tomé demasiado. Tengo borrones en mi memoria desde antes de llegar a esa casa—dijo Gabriel.
Sé que desde pequeños nuestros idiomas natales han sido nuestros escudos protectores, los limites que no violamos, las reglas que no rompemos. Sé que acordamos nunca mentirnos en nuestros idiomas, pero no sé si puedo creerle ahora. Su rostro... eso es otra cosa, su mirada es desesperada y aunque me moleste reconocerlo es sincera. Me debato entre creerle o no, pero es difícil porque el dolor no me deja pensar, las cosas que pasaron entre ellos... ¿Cómo podría estar seguro que todo esto no es una venganza por Andrea?.
Maldito sea el día que me acosté con ella. ¡Mierda! Pero es que ni siquiera lo disfruté por lo menos... Esto es lo que me merezco, pero Dios...
No sé si pueda soportar perder a Amelia, menos por mi hermano... él... él....
Quise volver a pegarle pero Amelia puso su mano en mi pecho y evitó que lo hiciera. Su contacto se sintió frío, mi cuerpo hervía.
—Es suficiente. Explícate por favor, necesito que me digas por qué, por el bien de nuestra amistad, de tu relación con tu hermano, necesito que me digas...
Dijo amistad... a esos pequeños detalles me aferraré pero tampoco le puedo dejar el camino tan fácil a Gabriel. No puedo... no quiero. Ella es mía, me sabe a mierda Andrea, él no tiene derecho y yo no pienso ceder los mios.
—Porque te ama. É isso. Você fez isso porque a ama, certo?- Es eso. Lo hiciste por que la amas, verdad?.
Mi hermano me miró sin poder responderme y no entendía por que no lo hacía o quizás si... porque él sabía que Amelia no le correspondería. Ojala yo pudiese estar tan seguro como él. Puse distancia entre Amelia y yo, necesitaba calmarme pero el martilleo de lo que quedaba de mi corazón no me lo permitía. El aire volvió a faltarme cuando mi mente traicionera volvió a recrear escenas imaginarias donde Amelia gemía con Gabriel, y él con ella. Me senté en la silla y presioné mis globos oculares con fuerza, para que el dolor despejara la imagen de ellos juntos.
La sentí dar unos pasos nervioso hasta mí y temí por lo que me diría. Quizás me anunciaría que se marcharía, que todo estaba echo demasiada mierda para quedarse, que lo que sentía por él la confundía...
—Tengo que ir a hablar con él— mi corazón se volvió cenizas, me va a dejar—. Es tú hermano Rámses, tú sangre, no un extraño que puedes dejar de ver o de hablarle. Necesitamos arreglar esto, déjame ir a hablar con él y regresaré aquí.
Intenté analizar sus palabras, pero solo podía pensar en que iría a consolarlo a él cuando yo la necesitaba a mi lado. Las lágrimas quemaron mi garganta y picaron en mis ojos, desesperadas por salir.
—¿Regresarás a mí?
Si me dice que no... Dios por favor, que no me diga que no, que no se marche, que se quede conmigo.
—Nunca me he ido de ti. Siempre he estado contigo.
Y sin embargo no entendí. ¿Se quedaría conmigo?, habló en pasado y en presente... no en futuro.
Ella salió de la habitación y me permití llorar. ¿Cómo se fue todo a la mierda tan rápido? ¿Cómo dejé que me la quitara? ¿Cómo pudo quitármela?...
Me levanté de la cama sin saber que hacer y caminé hasta el cuarto de mi hermano con la única intención de llevarme de allí a Amelia. Ella y él juntos era algo con lo que no podía en este momento, si ellos querían arreglar sus ... cosas... tendrían que hacerlo en otro momento, en otro lugar... en otra vida.
Escuché las voces contenidas y abrí la puerta con cuidado, mas movido con la curiosidad masoquista de saber de lo que hablaban. Él le contó lo que recordaba y sentí asco y nuevas ganas de matarlo, abrí la puerta y Amelia me miró.
Estaba sentada al lado de él en la cama, con una distancia suficiente para que mi alma no siguiese fraccionadose del dolor, asintió consintiendo que escuchara.
—Yo no me aprovecharía de ti. Me quedé dormido, ya te dije que estaba cansado y desperté contigo sentada encima de mí a horcajadas, ya estabas en ropa interior al igual que yo y seguías riendo y balbuceando cosas, eso es todo lo que recuerdo hasta ahora—terminó mi hermano, sin darse cuenta que yo escuchaba.
—Te quiero porque eres mi amigo, porque eres mi cuñado. Te debo una disculpa porque fueron mis acciones las que te pusieron en esta situación, aunque no estuviese en dominio de mis actos. No quiero que esto te traiga problemas con tu hermano y no quiero que esto afecte la relación que existe entre nosotros... porque soy la novia de tu hermano y quiero que nos llevemos bien.
Me sigue considerando su novio... y él para ella es un amigo, su cuñado. Esas palabras me regresaron un poco de paz al cuerpo y no necesité escuchar más. Me retiré de allí entendiendo que no podía obligar a Amelia a quedarse a mi lado, que tenía que quedarse voluntariamente, y si se estaba quedando en este momento es porque lo quería, no recordaba nada y quizás por eso se quedaba. Quizás... si recordase no lo hiciera, pero... podía vivir con eso, o eso espero, porque no puedo vivir sin ella.
Entré al cuarto y se me hizo enorme sin ella en él, vacío con la posibilidad de que se marchase. Mi cabeza me dolía una barbaridad de tanto pensar. Por lo menos lo que le escuché decir a Gabriel limitó mi desbocada imaginación, ya la tortura no era tan grande, aunque seguía recreando sus manos en el cuerpo de la mujer que amo y seguía doliéndome.
Terminé de desvestirme y me metí bajo la ducha, apoyé mi peso en las manos sobre la baldosa fría, mientras dejaba que la presión del agua se llevase las últimas horas de mi vida.
Era una incongruencia andante, quería estar cerca de ella sin sentir tanta rabia, pero no quería tenerla cerca porque me dolía. No quiero que me deje porque lo ama a él, quiero que permanezca a mi lado, pero que me ame. Mi pensamiento se fraccionó. Una parte me decía que estaba exagerando, que ella no dejaría de amarme de una noche a la otra, que nadie ha dicho nada de terminar, de marcharse; la otra que aparentaba ser una más realista me recordaba que pocas parejas superan estas cosas, que ella ya sentía cosas por Gabriel y que quizás siempre estuvieron allí. Las dos partes comenzaron a discutir entre sí, la razón y el corazón, la logia y la sensatez, el miedo y el amor. Y yo en el medio de todas esas voces deseando que se callaran.
La puerta del baño se abrió y Amelia entró con su paso tímido. Solo entonces una de las voces me recordó que yo también había fallado y que ella estaba allí a mi lado y que eso era muestra de amor, de querer arreglar las cosas. Ante esa lógica ninguna otra voz pudo refutar nada y por fin se callaron.
La vi dudar y rogué que lo hiciera, que entrase a mi lado, y lo hizo. Se desvistió y esperó ante la puerta de la ducha. Nuevamente la voz me dijo que ella también tenía los mismos temores que yo, despues de todo Marié era una ex novia, que me pusiera en su lugar, que yo imaginaba cosas pero ella tenía una imagen de Marié desnuda encima de mí. Ella llevaba sus propios traumas y heridas de la noche y allí estaba delante de mí, desnuda, poniendo de su parte.
Quizás leyó mi mente o interpretó mi silencio pero en cualquier caso entró en la ducha a mi lado. Lo siguiente que sentí fueron sus manos enjabonar mi espalda con delicadeza, con lentitud. Sus caricias me dolían en la piel por los golpes y en el corazón por lo roto que estaba. Pero no me quejé, merecía cada golpe que tenía y cada dolor que experimentaba porque no solo la herí, cosa que me prometí que nunca haría, sino porque golpeé a mi hermano.
Cuando yo me acosté con Andrea él dejó de hablarme, pero nunca me golpeó aunque me lo merecía y sin embargo yo le di con toda la furia que tenía, lo hice temerme. Su cara de miedo al verme en su cuarto nunca lo podré olvidar, él vio en mí lo que yo ví cuando me vi lleno de sangre sin saber de quién era. Con terror, sin reconocer quien era y de lo que era capaz. Así que merecía que me doliese todos los golpes que tenía en el cuerpo porque era mi hermano, el que muchas veces se echó la culpa para protegerme, el que se dedicaba por horas a hacerme reír cuando mamá murió y cuando por fin se rindió de sacarme una sonrisa solo se quedaba a mi lado haciéndome compañía. Era mi hermano, el único a quien podía contarle todo, con el que sabía que aunque estuviésemos molestos siempre podía contar con él.
Y lo golpeé, hasta que me dolieron las manos, hasta que me sangraron los nudillos. Lo asusté a tal punto que lo llevé a defenderse, porque sé que en aquel momento en casa de Cólton su altivez era eso, admitía que se merecía el golpe, pero cuando me le fui encima enfurecido y fuera de mí, temió y tuvo que defenderse.
Y luego estaba Amelia, a quien también herí porque no fue la única que falló y quien me vio perder el control de esa manera. Ella que depositó toda su confianza en mí, que me dejó borrar las heridas de su cuerpo y de su corazón, a quien prometí cuidar y proteger... la lastimé, la herí y traicioné esa confianza. Ella lavaba parte de su culpa mientras me enjabonada, lo sabía, quería demostrarme que se quedaría, que quería arreglar las cosas, y era el momento que yo demostrara lo mismo. Cuando el jabón se quitó de mi piel, me volteé y tomé su gel de baño, ese que tanto me costó conseguir, después de oler todas las fragancias existentes, y tallé su espalda, queriendo quitar de cada poro de su piel la presencia de Gabriel.
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Nota de Autora:
Espero que les haya gustado el maratón, si ya sé... falta... pero me gusta hacerlas sufrir ademas de que tengo unos días de vacaciones y dediqué uno entero al maratón y estoy enferma y quiero descansar. El domingo tendrán el desenlace de esta parte.
Gracias por todos sus votos y sus comentarios!!!
Baisers et Abraços
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