POV Rámses. DIOS, NO PIDO MUCHO EN LA VIDA

Maratón 3/3

Gabriel le avisó a Marypaz que íbamos saliendo y luego que habíamos llegado. Estacioné la camioneta y Gabriel se dirigió hasta la entrada mientras yo caminaba por un costado de la misma. Amelia me avisó que lanzaría el bolso con las cosas que se llevarían por su ventana, y era mi trabajo recogerlo. Tal como dijo, allí estaba el bolso rosado, lo tomé y regresé a la camioneta para guardarlo. Estuve tentado de revisar en busca de pijamas horrorosas pero como también estaban las cosas de Pacita, no quise tener que verlas.

Vi cuando le abrió la puerta a Gabriel y éste entró dejándola en la puerta, lucía una falda y una blusa que dejaba sus hombros al descubierto. Se veía bellísima como siempre. Caminé con sigilo para sorprenderla y cuando estuve justo detrás de ella, me atreví a susurrarle muy cerca de su cuello, aspirando ese perfume floral que me embobaba, lo hermosa que estaba.

— Odio esa falda.— Tu es très belle – Estas muy hermosa—y rocé mis labios con su cuello, sintiendo como su piel se erizaba al más mínimo de mi contacto.

Ella se volteó y pude terminar mi recorrido por su cuerpo, mientras pellizcaba mi labio inferior.

Mi boca me exigía a gritos que la besara.

Su mirada fue tan escrutadora con la mía, sus ojos se ampliaron y pude notar como sostuvo la respiración mientras lo hacía.

—Así que tú eres el novio de mi pequeña— el padrastro de Amelia se dirigía a mi, con la típica mirada de padre celoso, a la defensiva y protector. Me miró con recelo, algo que no me sorprendía, sabía que los padres no eran de admirar a los chicos tatuados y perforados.

A los únicos padres de una novia que conocí fueron a los de Andrea, y solo porque eramos amigos antes de hacernos novios. A los de Marié les rehuí muchísimo, era un nivel de relación al que no quería llegar con ella. Pero no podía estar molesto con el padrastro de Amelia por su mirada despreciativa, porque confirmó lo que desde anoche sospechaba, que Amelia les habló de mí y me señaló como su novio, así su padrastro acababa de hacerme jodidamente feliz. 

Con mi mejor sonrisa me acerqué hasta él y le extendí mi mano: —Así es.

Él no dijo nada, y yo mantuve mi sonrisa a pesar de su excesivamente fuerte apretón.

—Bien, ya se conocieron, ya nos vamos—Amelia cortó la incómoda situación cuando me tomó por el brazo y me obligó a salir de la casa.

Esperaba caerle bien a su padrastro, quizás pudiera ayudarlos a suavizar sus diferencias y mejorar las cosas para Amelia.



El lugar estaba repleto, por lo que atraje a Amelia hasta mí, tomándola de la mano. La gran mayoría de los estudiantes del instituto estaban acá, pero no me sorprendió. Gabriel consiguió una mesa y con los vasos de vodka servidos, hicimos un brindis, antes de que Gabriel se perdiese en la pista de baile con Marypaz, ambos me guiñaron un ojo antes de irse. Ninguno de los dos se dio cuenta del gesto del otro, y eso me causo gracia.

—¿Te dije que luces bellísima?—le repetí, porque no podía dejar de pensarlo.

—Me dijiste que estaba hermosa y que odiabas mi falda—su gesto fue de molestia, y dicho así entendía la contradicción en mis palabras

 Quise decirle que se veía sexy, que verla me dolía en el corazón y de paso en la entrepierna, que solo quería besarla hasta que los labios me sangraran, tocarla hasta memorizar toda su piel, llevármela de allí y hacerla mía una y otra vez, pero me contuve. Creería que estoy loco y no por las razones correctas.

Ella me cargaba loco y disfrutaba la locura que me producía

—Es que hermosa no es suficiente y odio esa falda porque te queda... muy bien

Marypaz y Gabriel regresaron de la pista baile y arrastraron a Amelia con ellos, dejándome otra vez con la frustración que me producía no poder decirle que me gustaba. Mi cerebro se volvía gelatina cuando la tenía a mi lado. 

Bailaban entre risas, Amelia se divertía como nunca antes la había visto, pude notar que se sentía libre, de repente noté que cargaba un gran peso encima de ella y que por ese momento, mientras bailaba, no lo tenía. Pero entonces Marypaz se despidió de ellos y terminó sentada a mi lado, cansada. Comenzó a hablarme sobre la música y el local, pero yo no lograba quitarle la vista de encima a Amelia y Gabriel, y cuando lo vi hablándole al oído con sus manos en la cintura me disculpé con Pacita y fui hasta donde estaban.

Lo agarré por el brazo y lo aparté de su lado. Ni siquiera me tomé la molestia de decirle algo, él sabía muy bien por mi mirada que estaba a punto de golpearlo y parecía como si poco le importase. Sus ojos nunca abandonaron los míos, retándome a hacerlo. Seguía sin saber cual era el juego completo de Gabriel, pero sea cual fuese lo odiaba, porque no terminaría nada bien. Amelia nos miraba confundida y con pequeño movimiento de mi cabeza le dije a mi hermano que se largara.

Estaba enfurecido, sabía que no era culpa de ella que Gabriel la tuviese en su mira, pero aún así tenía que reclamarle, aunque no fuese nada de ella.

—¿Y si hubiese sido Pacita quien los hubiera visto?

No esperaba que me respondiese, no era nadie en su vida para que me rindiera explicaciones, por eso me sorprendí cuando me atrajo hacía ella y hablando directamente en mi oído me explicó. Yo debería ser quien la castigara a ella y sin embargo era ella quien lo hacía cada vez que rozaba sus labios con el lóbulo de mi oreja. Vi la sorpresa en sus ojos cuando le aclaré que Gabriel no estaba tomado, él no se libraría de su comportamiento inadecuado culpando al alcohol. Una pareja empujó a Amelia y tuve que sacarla del lugar en donde estábamos, así que la llevé hasta la pista de baile.

Si ella quería bailar, pues yo bailaría con ella. Tan jodido estaba que haría lo que sea que ella quisiera.

No era el mejor bailarin, pero con mis manos en su cadera fue fácil llevar el ritmo de la música. Apoyé mi frente en la suya y sin soltar sus manos acorté nuestras distancias. Su cuerpo no dejaba de contonearse contra el mío, creando tanta fricción entre nosotros que comenzaríamos a generar nuestra propia electricidad estatica. Nada más me importaba que el calor que emanaba de su piel, de su olor floral mezclado con su sudor. Era sexy, embriagante, enloquecedor.

Tuve especial cuidado de que no notase mi erección, pero con cada contoneo que hacía contra mi cuerpo me la ponía mas dura, dificultando mi misión. Es como si solo existiese yo para ella, tanto como para mi solo existía Amelia.

No sé cuantas canciones bailamos, pero eventualmente ella me pidió sentarnos, estaba cansada y sedienta. Las chicas se excusaron al baño mientras Gabriel buscaba un poco de agua para ambas. Un trío de chicas con excesivo maquillaje y muy poca ropa se acercaron hasta la mesa en cuanto me vieron solo.

—Bailas muy bien—me dijo una de ellas, mordiéndose el labio inferior. Odiaba cuando las chicas hacían gestos sexys de forma forzada.

Solo la miré y ni siquiera me molesté en responderle. Las vi intercambiar unas miradas entre ellas hasta que llegó Gabriel, quien ni corto ni perezoso les sonrió. Un día de esto su excesiva amabilidad lo meterá en un problema del que no podré ayudarlo a salir. Las chicas se sintieron renovadas en su ataque, pero vi con orgullo, cuando Gabriel les dijo que tenía novia y ellas hicieron pucheros tan falsos como sus pestañas rizadas.

—Si Marypaz te hubiese visto estaría celosa

—Pero las despedí. No tengo porque ser tan pedante como tú para darle su puesto.

Él tenía razón, pero yo no sabía hacerlo de otra forma. Las chicas regresaron y Gabriel comenzó a charlar con Marypaz. La música estaba tan elevada que la única forma de que pudiéramos comunicarnos entre sí era a través de gritos directos en nuestros oídos.

Me acerqué hasta Amelia y con mi brazo encima del respaldar de su silla me incliné para hablarle al oído.

—Por cierto, ¿novio?—aproveché de preguntarle, de aquí no tendría escapatoria.

No sé si era el alcohol en mi organismo o la última molestia que me hizo agarrar Gabriel, pero en cualquiera de los casos, necesitaba respuestas de Amelia. Ella hoy se enteraría de que me gusta y tendría que decirme lo que pensaba ella de mí.

Titubeó su respuesta, buscando una forma fácil de escaparse, pero le advertí que ni se atreviese a mentirme.

No escaparás de mi hoy Bombón.

Nos volvimos a quedar solos en la mesa, pero la paz nos duró poco. El número de personas en el local creció tanto que terminamos saliéndonos, resultó abrumador tantas personas juntas y francamente yo lo que quería era hablar con Amelia y en ese sitio no podría hacerlo. Caminamos de la mano hasta la camioneta, habían muchos borrachos en la calle y gente que aún tenían la esperanza de entrar al club. Cuando por fin estuvimos sentados y como si la conversación nunca se hubiese interrumpida Amelia me explicó.

Era de las pocas veces que se abría conmigo, la primera vez de forma voluntaria, sin tener que sonsacarle las palabras. Le dijo que yo era su novio solo por molestarlo, y a pesar de que su explicación no era la que yo esperaba, no me sentí desilusionado.

—¿Tú quieres aclarárselo?—le pregunté cuando terminó de hablar.

—No

—Yo tampoco. Pero creo que tus razones son distintas a las mías.

Una duda cruzó por su mirada. Sé que no había sido todo lo directo que ella necesitase que yo fuese, pero su ceño fruncido y la pequeña sonrisa en sus labios me dejó claro, que por primera vez en todo este tiempo, Amelia, había sospechado al menos mi indirecta.

—¿Por qué no quieres que se lo aclare?

—Si tengo que responder esa pregunta estoy haciendo algo mal—un mechón húmedo de su cabello se pegaba a su rostro, y se lo retiré con delicadeza, aprovechando de acariciar su mejilla.

Mis labios pican de tantas ganas que tengo de besarla, pero me contengo de hacerlo, porque necesito que entienda de lo que estamos hablando y parece que lo está haciendo. No quiero que crea que es cosa de una noche, una atracción fugaz, necesito que comprenda que nunca estuve en la friendzone, que desde un principio he querido todo. 

La pequeña sonrisa que vi hace pocos segundos se comienza a ampliar y sus mejillas se tiñen de rosa, sus ojos brillan y su respiración se acelera.

Vi el momento exacto cuando por fin entendió mis palabras, cuando comprendió que nunca fui su amigo, que siempre quise algo más. Y sonrió y fue imposible que yo no lo hiciera también.

Puedo jurar que si estuviese en una película barata, escuchase cantos angelicales exclamando "aleluya" al cielo.

Pero entonces llegó la policía y tuve que concentrarme en avisarle a Gabriel para que sacara su culo de allí lo más pronto que pudiese. No estábamos castigados y eramos libres de salir a cualquier lado que quisiéramos, siempre y cuando respetaramos la única regla que mi papá nos impuso: "no meternos en problemas". Y el que Gabriel sea arrestado en un sitio nocturno por ser menor de edad, encajaba a la perfección en la definición de problemas de papá. Cuando por fin salieron de allí lo mejor era marcharnos.

Amelia tenía hambre, mucha, a pesar de que dijese que solo un poco, así que terminamos en un lugar de comida rápida donde vi con gran horror y preocupación medica la gran cantidad de mostaza que colocó en su comida. Ella la disfrutaba y cómo estaba tan jodido con ella, si eso la hacía feliz, yo también lo era; pero lo fui más cuando le cayó la boca al metiche de Gabriel, cuando se le ocurrió decir que no debería hacerse un tatuaje. Ellos discutían sobre eso, y yo solo pensaba en que lugar se le vería más sexy el tatuaje a Amelia. No fue si no hasta que le hizo una mueca infantil que sacó a Gabriel de sus casillas que regresé al tema que conversábamos y terminé carcajeándome a costillas de mi hermano.

A él le gustaba molestar a las personas, sobre todo a Amelia, y ella no se le quedaba callada, por el contrario lograba callarle la boca de tal manera, que resultaba sexy sus comentarios mordaces, su sarcasmo y hasta sus ironías.

Pero cuando quedamos una vez más solos, retomé la conversación que quedó en el aire. Amelia no podría escaparse de esta.

—Entonces... ¿estoy haciendo algo mal?—le insistí.

—No estás haciendo nada mal—y mi corazón palpitó con fuerza, a punto de salir corriendo de mi pecho y unirse al de ella—pero...

¡¿Pero?!

—¿Hay alguien más?—contuve la respiración, no sabía lo que estaba por venírseme encima.

—Es Daniel, está en el pasado—se apresuró a explicar y lo agradecí, porque sabía que si él era mi competencia, ya me podía coronar ganador—, pero me dejó rota.

Sus ojos se cristalizaron y escondió su mirada de la mía para que no la viese en un momento tan vulnerable.

—¿Y tú lo quieres dejar en el pasado?—le susurré, era un tema delicado y no quería que Marypaz y Gabriel escucharan

—Si. Lo quiero fuera de mi vida—y la seguridad con la que lo dijo reactivó los latidos de mi corazón.

Odiaba a ese tipo, por hacerla creer que había algo mal con ella. Era una chica preciosa, dulce, amable, divertida y creía que estaba rota, inservible a tal punto que mereciese una advertencia a quien pretendiese algo con ella. Con razón no entiende indirectas, y es porque no se puede creer que alguien pueda fijarse en ella, gustarle, atraerle, porque se cree rota. Odio esa palabra y todos los sinónimos que ella puede acarrear. Amelia no está rota, ni dañada, ni defectuosa, ella es perfecta y merece a alguien que se lo haga saber todos y cada uno de los días, que viva solo para eso. Y yo seré esa persona, seré quien le demuestre que es perfecta, que es merecedora de ser amada con locura. Ella no está rota, pero si lo estuviese yo la repararía.

—En ese caso... yo te repararé

Lo juro


*** 

—Tú no sabes lo que es la sutileza—me reprochó Gabriel en cuanto entré a su cuarto. Las chicas usaban la habitación de huéspedes, donde supuestamente dormiría Pacita, para cambiarse.

—Amelia no entiende sutileza...—me defendí. Acababa de acusarla de roncar y su amiga me apoyó en la locura, solo porque ella insistía en dormir con Marypaz—. Además, no deberías quejarte, te hice un favor y es más de lo que mereces de mí.

—Sigues molesto por el baile—era una afirmación y la acompañó con una sonrisa.

—Si, y si tú continúas por el camino por donde vas terminarás otra vez con ortodoncia.

—¡Auch!, ¿Le harías eso a tu hermano, por una chica?—Gabriel bien podría ser actor, su cara de ofensa lucía muy real.

—Ya te he dicho que Amelia no es cualquier chica, y sí, sí te sigues acercando a ella, lo haré. No te estoy amenazando irmão, te estoy advirtiendo lo que ocurrirá.

Su sonrisa se borró del rostro, pocas veces me había visto tan serio con algo en la vida, así que esperaba que fuese suficiente para que dejase en paz a Amelia. Salí de su cuarto sin decir nada más, y busqué las cosas de Amelia para llevárselas hasta la habitación de huéspedes. Toqué la puerta deseando que fuese ella la que abriese y no Marypaz. Ciertamente no fui nada sutil pero esperaba que Marypaz pudiese explicarle lo ocurrido y que ella no se hubiese molestado conmigo, y gracias a Dios por Pacita, porque se lo explicó y me ahorró una conversación que no quería tener a estas horas de la noche.



Salí del baño y la encontré secándose su cabello con una toalla. Se podría enfermar si se acostaba con el cabello mojado.

—Necesitas un secador de cabello, ¿no?—obvié el hecho de que su mirada me recorría con cierto morbo, me agradaba que lo hiciera.

Se veía sexy con el cabello mojado y las pequeñas ondas que se le hacían en el cabello. Me daban ganas de enredar mis manos en su cabellera y-

—Tengo uno en casa—respondió.

—Pero te hace falta uno aquí—y agradecí que interrumpiese mi pensamiento. ¿Por qué con ella me sentía siempre así? pero entonces noté lo que estaba usando

—¿Qué es eso que llevas puesto?—Amelia no me va a joder. No pido mucho, solo que me deje recostárselo en la noche

¡Mierda! Ya ni siquiera puedo controlar lo que pienso.

—Mi pijamas—respondió y reprimió una pequeña sonrisa.

Quizás ella disfrutaba tanto como yo este juego de provocación. Aunque la única que no disfrutaba aquí, pero nadita, era mi polla.

—¿Y acaso te olvidaste de mis reglas?—pregunté.

—¿Acaso pretendías que saliera en ropa interior por el pasillo?—sobre mi cadáver dejaría que Gabriel la viese así.

—Pero ya que estás aquí... ¿Por qué lo sigues usando?

Dios, no pido mucho en la vida, solo que por favor que se desnude para mi otra vez.

—¿Rebeldía?

Me gusta su rebeldía

—Eso no lo pongo en duda Bombón...

Ella estaba nerviosa porque quería y no quería contarme lo de Daniel, pero la noche había sido muy buena y no quería arruinarla con nada. Ya me contaría mañana y tendría el día entero para odiar al puto de Daniel. Pero cuando el silencio se hizo entre nosotros fui yo el incómodo.

Lo que solo sabe mi hermano y mi papá es la verdadera razón por la que odio dormir con pantalones en la cama; porque ellos van recogiendo la mugre del piso y me da un asco monumental, pensar que todo ese sucio termina en mi cama.

Claro que en el caso de Amelia, también influía que sus piernas era una perdición para mí.

Así que cuando estuvimos acostados y listos para dormir, solo podía pensar en sus pijamas sucias en mi cama limpia, en sus piernas perfectas cubiertas. En que no podría sentir el calor de sus piernas enredadas con las mías. 

Y solo en eso podía pensar, en nada más. Y con mi sentido común nublado me atreví a tomar medidas al respecto.

Me dijo que confiaba en mí sin titubear ni un momento, y solo por esa razón le arranqué el pantalón de su pijama, mejor que en cualquiera de mis fantasías. La erección fue instantánea, pero valía la pena por completo.



El golpeteo en la puerta de mi cuarto me despertó. Amelia dormía aún plácidamente acurrucada en mi pecho. La puerta se abrió con lentitud y la melena de Pacita se asomó con timidez. Nos miró apretando sus labios para evitar reír y me encogí de hombros.

—¿Puedo preparar el desayuno?—susurró y asentí en respuesta.

—Te ayudaré—me ofrecí y aunque ella intentó negarse, yo ya me estaba levantando.

Coloqué el pantalón de la pijama sobre la cama, para que Amelia se los pusiera antes de bajar y salí de la habitación.

—No quería interrumpirlos—comenzó a disculparse pero le hice un gesto con la mano—, quería prepararle el desayuno a Gabriel

—Esta bien, yo también quería hacerle el desayuno a Amelia. ¿Qué tienes en mente?

—Bueno esperaba que me ayudaras con los gustos de tu hermano

—Solo si tú me ayudas con los de Amelia.

—Bueno, a Amelia le gusta el yogurt de melocotón en el desayuno y le gusta untar las tostada con un poco de mostaza

Arrugué la nariz con asco, pero igual me dio risa.

—Bueno a Gabriel le gustan los huevos con tocino de desayuno, toma café negro con edulcorante y leche completa.

—¡Ah! A Amelia le gusta el café con leche con-

—¿Mostaza?—me burlé y ella me acompañó en las risas.

—Casi igual de asqueroso. Le gusta el café con leche con vainilla, canela y nuez moscada. Es su favorito.

—Bien. ¿Me haces un lista de lo que necesito?

Con mi lista en mano salí de la casa al supermercado. Iba dispuesto a comprar todo lo de la lista, en especial las otras cosas que Marypaz me anotó que a Amelia le gustaba comer.

Entré al estacionamiento y tomé un carrito. Comencé a pasar por los pasillos buscando cada uno de los artículos: Café dolca, nuez moscada, mostaza dijon, mostaza dulce, mostaza bénichon, mostaza americana y mostaza picante. Jamás creí que existiesen tantos tipos de mostaza. Compré el queso que le gustaba, el que jamón que prefería, el yogurt de melocotón, algunos yogures firmes de distintas frutas y varios tipos de cereales; las galletas de avena con manzana y canela, jugo de naranja, leche descremada y leche completa. 

Esta chica tenía tantas manías para comer, que necesitaría ayuda para recordarlas todas.

—Hola guapo—Kariannis llegó a mi lado saludándome con una gran sonrisa.

—Hola Kariannis—saludé escuetamente mientras buscaba la canela y por supuesto, la mostaza en semillas.

Investigaría si existía alguna revelación psicológica con la obsesión hacía la mostaza.

—¿Qué harás esta tarde?—me preguntó sin inmutarse por mi concentración

—Tengo planes.

—Mis papás se fueron de viaje y tengo todo el fin de semana aburrida. ¿Quieres venir a mi casa a ver una película?

Kariannis era una chica linda, frívola, pero linda, no tenía necesidad de estar lanzándose a los brazos de los chicos, y sin embargo allí estaba, desesperada por meterse en mis pantalones, como lo ha deseado desde el primer día a pesar de mis continuos desplantes.

—No quiero. Tengo una cita.

—Anda—insistió y sonreí victorioso cuando conseguí la nuez moscada y las semillas de mostaza.

Comencé a empujar el carrito con las compras por el resto de los pasillos con Kariannis siguiendo mis pasos.

—La pasaremos bien Rámses. Ninguna cita será mejor, menos con Amelia.

Me frené en seco, ella tenía una sonrisa de suficiencia en su rostro, como sí acabase de dejarme expuesto o peor, como sí con sus palabras yo fuese a reconsiderar su invitación.

—Eres linda Kariannis, pero no me gustan las chicas desesperadas. Prefiero que se den su puesto, que me pongan a sufrir, que me reten, que me sorprendan.

Su cara palideció.

—En otras palabras, tú no eres mi tipo.

—¿Y Amelia si?—bufó

Sonreí ampliamente: —Amelia si, cada parte de ella es mi tipo.

Seguí caminando dejándola en el medio del pasillo boqueando por una respuesta y me dirigí a la caja para pagar las compras. Ya había tardado más de la cuenta. 


Nota de Autora:

Rámses es el mejor para ubicar a las zorras como Kariannis!! Y pobre francés queriendo caerle bien a Stuart...

Bueno hemos llegado al final de este maratón. Quiero confesar que quería  hacerlo de 4 capítulos pero no me dio tiempo de escribir el próximo capítulo, así que fue de tres.

Gracias por todos sus votos y comentarios!! Me he reído una barbaridad con cada uno de ellos!!

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Y nos leemos el domingo :) (Dejen aquí sus insultos, porque sip, el domingo llegará nuevo capítulo)

Baisers et Abraços


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