Capítulo 64. EL ÚLTIMO AMANECER JUNTOS


—No puedo creerlo de verdad. No lo esperaba de ninguno—Fernando manejaba a la casa. Mike iba de copiloto, Gabriel, Hayden, Rámses y yo íbamos apretados en el asiento trasero—. ¿Y si los hubiese descubierto la policía? Ahorita estuviese pagando una fianza por allanamiento a instituciones públicas. ¿Qué mierda estaban haciendo?

Sentí como mi cuerpo entero se tiñó de rubor. Gabriel y Rámses se rieron por lo bajo.

—¿Tú qué crees Fernan?—dijo Mike uniéndose a las risas.

El pobre diplomático al parecer no había considerado esa opción.

—¡Dios! Era una iglesia.

—No era una iglesia, era un campanario, al lado de la iglesia—aclaró Rámses y la mirada que su papá le dedicó a través del espejo retrovisor lo hizo encogerse en su asiento.

—¿Cómo entraron?—preguntó Hayden, tratando de calmar su propia risa.

Yo quería saltar por la puerta del auto, la vergüenza me estaba matando. Rámses se negó a responder, al parecer era secreto incluso para su papá lo que me contó de su mamá.

—Yo sé cómo—dijo Mike al cabo de un rato y entre risas—. Fue Karen la que te enseñó ¿verdad?

Rámses no respondió, pero no fue necesario.

—¡Mierda! Es cierto—Fernando estalló en estruendosas carcajadas que contrarrestaban el mal humor que hasta unos segundos tenía—. ¿Qué más les enseñó?

—Irrumpir era su favorito, por eso aprendió a abrir todo tipo de puertas—Mike se perdía en el recuerdo.

—Pensé que era colarse en fiestas—Hayden se reía con ellos.

—No, era el placer de abrir una puerta cerrada. Así fue como nos conocimos ¿recuerdas? Se metió en las residencias de los hombres, pero no contó con que la seguridad de la universidad pensaría que era un ladrón, y en su afán por escapar, abrió la primera puerta que tenía más cerca y terminó en nuestro cuarto.

—¡Cristo! Esa noche casi me cago encima del susto—Mike estaba ahogado con su risa.

—¿Tú? Yo me desperté cuando cayó encima de mí y me golpeó con su rodilla en mi pene. Me pudo haber dejado sin descendencia.

Era imposible no reírnos con ellos, sobre todo cuando continuaron compartiendo con nosotros anécdotas de su vida universitaria con Karen. Eran momentos que no habían compartido antes con sus hijos, pero ahora que sabían que Karen fue amante de violentar puertas, bien podían saber muchas otras cosas.

—No quiero que exista una próxima vez, pero como sé que lo hará, espero que por lo menos tengan más prudencia de que nadie los vea, ni los escuche—Fernando nos advirtió, pero su mirada ya no era severa, era comprensiva, como sí acabase de recordar lo que era tener nuestra edad y estar enamorados.

—Y si llegase a pasar, ya se saben mi número, tengo mucha experiencia sacando a enamorados de la cárcel cuando los descubren en sitios históricos profanándose mutuamente—Mike miró a Fernando y puedo jurar que lo vi ruborizarse mientras apretaba con fuerza el volante y Hayden estallaba otra vez en risas.

***

Mis abuelos solo se quedaron esa noche, tenían varias consultas médicas a las que acudir, y también debían preparar su propia mudanza. Después de mucho pensarlo se marcharían a Portland, el único motivo que tenían para permanecer en Florida era mi mamá y con ella ya no se hablaban. Estaban siempre solos y conmigo marchando a la universidad, más ocupada que nunca, preferían rodearse de familiares. Me pareció una buena decisión, me hacía sentir más tranquila saber que tendrían ayuda a su lado, quien los auxiliara en caso de alguna emergencia, quien les hiciera compañía.

Me despedí de ellos y fue imposible no llorar. Después de todo ya no estaríamos tan cerca para vernos, y aunque acordaron pasar algunas festividades juntos, pasaría mucho tiempo hasta entonces.

Era la primera despedida que tuve que hacer en la semana, pero no sería la última. En apenas un par de días partiría para Boston y Rámses para Atlanta.



—Son las últimas cajas que mandaremos. Las voy a sellar. ¿Segura que no hay nada aquí que necesites por estos días?—me preguntó Gabriel por última vez.

Delegué la misión de empacar a los expertos en la materia. De algo serviría todas las veces que se mudaron en su corta vida.

—Nada. Ya dejé afuera todo lo que necesito.

Como quisiera meter en una de esas cajas a mi francés pedante.

—Chicos, llegó el camión. Ayúdenme a subir las cosas—gritó Fernando desde la sala.

Yo comencé a arrastrar las maletas hasta la orilla de las escaleras y Fernando las terminaba de bajar y luego yo las arrastraba hasta el camión, donde el chofer y su ayudante subían las cosas.

Rámses y Gabriel se encargaron de las cajas.

—Amelia, quédate aquí y asegúrate de que se suba todo y que quede organizado—me pidió Fernando.

—Estas son maletas de ropa, no hay nada delicado—les expliqué a los señores.

Me giré hacia la casa para ver qué era lo siguiente que subiría al camión cuando me quedé sin aliento.

Virgen santísima purifica mi alma porque el cuerpo lo perderé esta noche.

Rámses y Gabriel venían cargando cada uno unas cajas, bastante pesadas. Se habían quitado sus camisas, por lo que todos sus músculos ridículamente definidos se encontraban a mi vista. Rámses llevaba unos pantalones holgados grises de deporte y una gorra negra hacia atrás, Gabriel unos más ajustados negros y su cabello alborotado.

Los vi como llevaban las cajas hasta el camión y se las pasaban a los ayudantes. Sus músculos desnudos con una fina capa de sudor, brillando por la luz del sol, se movían cuando pasaban las cajas. Los brazos tonificados de Rámses me acaloraron de inmediato, se veían inmensos, poderosos. Su espalda ancha me invitaba a tocarla, a recorrer con mi mano y boca las líneas de su tatuaje. Jamás esa brújula en su espalda me había parecido tan sexy como en ese momento.

Gabriel me guiñó el ojo cuando pasó por mi lado y regresó a la casa.

Una nalgada me regresó al presente: —Nos estabas buceando—me recriminó Rámses, con su cuerpo semi desnudo, caliente y sudado pegado al mío.

No podía negarlo, había sido demasiado obvia

—Si tanto te gustó lo que vistes, no te preocupes Bombón, te puedo mostrar mucho más—ronroneó en mi oreja y se alejó caminando hacia atrás exhibiendo una sonrisa triunfante. Me acababa de dejar excitada y sonrojada.

Tuve que pasar por eso varias veces más, hasta que todas las cajas fueron cargadas al camión, mientras me atragantaba con una coca cola bien fría, tratando de bajar mi calentura.

Rámses se tomaba una botella de agua, mientras me abrazaba por la cintura. Veíamos como Fernando supervisaba personalmente la posición de cada una de las pertenencias antes de bajarse del camión.

Cuando se puso en marcha, mi corazón se volvió a arrugar. Eran cosas, pertenecías materiales y sin embargo sentí la acongoja de una nueva despedida. Ahora tendría más cosas mías en Boston que aquí.

—Bueno chicos, es hora de que se preparen para la fiesta de graduación. Mike y Hayden vienen en camino.

—Pudieron venir antes, digo, hubiesen sido más manos ayudándonos a cargar las cajas—dijo Rámses.

—O más torsos desnudos que Amelia pudiese mirar—ahogué un grito con las palabras de Gabriel.

—Chicos, no comiencen a molestar a Amelia, también tiene derecho a bucear.

Y estallé en vergüenza mientras ellos se reían.

Después de bañarme comencé a arreglarme. Primero me maquillé con las nuevas técnicas que me enseñó Maritza, y finalmente me coloqué el vestido. Me costó demasiado mantenerlo en secreto hermético con estos chismosos con los que vivía, pero lo logré. Era ceñido y muy corto, lo más corto que había usado nunca, pero cuando me lo probé y me vi en el espejo, supe que era el que tenía que usar. Era de encaje y rosado, no tenía un gran escote en la parte delantera, pero se transparentaba lo suficiente para que fuese sugerente sin rayar en la vulgaridad. Se abrochaba en mi cuello y dejaba la espalda al descubierto, con un corte en ovalo, guardaba cierta apariencia de babydoll que me encantó desde el momento en que lo ví.

Me subí en los tacones lamentándome. No era fan de los tacones, pero si quería ser bella, debía de ver las estrellas.

Rámses tocó la puerta de la habitación.

—Bombón ¿estás lista?—preguntó a través de la puerta, sabía muy bien que no quería que espiara.

—Cierra los ojos y voltéate. No hagas trampa.

Él se rió pero me obedeció. Abrí la puerta y tapé sus ojos con mis manos, haciéndolo retroceder hasta dentro de le habitación. Con mucho cuidado y sin dejar que abriese los ojos lo giré. Sus manos de inmediato se posaron en mi cintura.

—Encaje—ronroneó con esa voz ronca que solo usaba cuando estaba excitado.

Dejé que sus manos recorrieran el vestido, que su cabeza se hiciera una idea de lo que llevaba puesto. Se mordió el labio cuando llegó al borde del vestido y tocó mis piernas desnudas. Me atrajo hasta él recostando su erección de mi pierna.

—Odio este vestido—ronroneó contra mi cuello. Sus manos habían descubierto mi espada desnuda y se dedicaban a acariciarla.

—¿Por qué lo odias? Si aún no lo ves—reí.

—Por qué sé qué hará que pase toda la noche matando a los babosos con la mirada, porque mi polla pasará muchas horas atormentada sin tenerte y porque...

Emitió un suspiro profundo antes de terminar su frase.

—No importa lo bien que te quede ese vestido, siempre se verá mejor en el piso del cuarto.

Apreté mis piernas tratando de liberar un poco la tensión acumulada en mi entrepierna. ¿Cómo podía excitarme tan rápido?

—Quizás se vea mejor subido hasta mi cintura.

—Estás jugando con fuego Bombón—me advirtió mordisqueando mi cuello, olisqueándolo y lamiéndolo—, no quiero quemarte antes de salir de la casa.

—Pero yo quiero quemarme—le respondí y su erección se movió en mi pierna, como si tuviese voluntad propia y aprobase mi sugerencia.

—Amelia—advirtió, pero sabía que estaba perdiendo la batalla, su corazón martillaba con fuerza y sus manos apretaban mi trasero con deseo.

—Rámses—supliqué—, márcame

Y dicho eso quité las manos de su rostro. Sus parpados se abrieron cuando vio el vestido, y vi el momento exacto cuando su visión se nubló. Asaltó mi boca con desenfreno y tomó el vestido por su borde subiéndolo hasta mi cintura. Colisionamos con la pared más cercana y en el desespero que éramos de besos y caricias bajé el cierre de su pantalón.

Estuve tan concentrada en seducirlo que no me di cuenta de lo que llevaba puesto. Tenía un pantalón ajustado beige a juego con un chaleco, una camisa azul claro recogida hasta los codos con una corbata azul oscura en un nudo flojo y torcido. Era un look que lo definía por completo, sexy, despreocupado, serio.

—Mierda, yo también odio como estás vestido—él rió mientras besaba mi cuello.

Liberé la erección de su pantalón, mientras que el arrimaba mi ropa interior a un lado y jugueteaba con mi humedad.

—Gabriel llegará en cualquier momento, no tenemos mucho tiempo.

—No sé tú, pero después de verte cómo estás vestido, no necesitaré mucho

Tomó mis piernas y me subió sobre su regazo, enredándolas en sus caderas. Sin más preámbulo se deslizó dentro de mí haciéndome gemir del morbo y la sorpresa. Sus estocadas eran rápidas, precisas, fuertes y salvajes. No mentí cuando dije que no necesitaba mucho tiempo, porque me llevó al borde del orgasmo muy rápido y cuando por fin gemí su nombre en el clímax, él acabó acallando su gruñido en mi hombro. Fue corto, pero muy intenso y satisfactorio.


Después de asearnos, retocarme el maquillaje, el peinado y nuestras ropas bajamos a la sala. Las manos de Rámses estaban inquietas con mi vestido, había despertado una bestia que me estaba costando mantener a raya. Estaba tan descarado que poco le importaba que le recordase que su familia vería, el continuaba serpenteando sus dedos debajo del vestido, tentándome.

Mike y Hayden ya habían llegado y tomaban junto a Fernando. Ellos hoy también saldrían a celebrar.

—Vaya muñeca, te ves preciosa—exclamó Mike y los otros dos adultos coincidieron con él—, ya entiendo porque tardaron tanto en bajar.

Me sonrojé de inmediato y no ayudó que Rámses solo se riera mientras asentía y saludaba a su padrino y a Mike. Vivir con hombres era difícil, vivía más tiempo avergonzada que otra cosa, pero no cambiaría a ninguno de mis chicos por nada.

Una bocina sonó afuera y llegó la hora de irnos.

Habían alquilado una limosina, teníamos que vivir toda la experiencia cliché de esta noche. Gabriel salió a buscar a su cita y regresó por nosotros. No sabía a quién conseguiría cuando entrase en la limosina, pero más le vale que fuese alguien agradable por lo menos. El portugués se bajó de la limosina para recibirnos.

—Vaya Beleza, estás como para come-

Rámses, a mi espalda, tuvo que fulminarlo con la mirada, porque Gabriel se tragó sus palabras.

—... como para comentarte lo bien que te ves toda la noche.

Yo reí, Gabriel no logró salvar mucho la situación, pero ya no había caso con Gabriel y sus comentarios.

Me deslicé dentro del espacioso vehículo y mi mandíbula casi se desencajó de mi cara cuando vi quien era la cita de Gabriel.

—Hola Mia—me saludó Marypaz con una sonrisa sincera en su rostro. Estaba nerviosa, pude notarlo por la forma como jugueteaba con sus dedos. Llevaba un vestido ceñido y corto de color amarillo que le quedaba precioso.

—Hola Pacita—le di una pequeña sonrisa y me senté frente a ella.

—Espero que no te moleste que yo...

No la dejé seguir con sus palabras, solo negué con la cabeza y volví a sonreírle.

Este viaje lo iniciamos juntas y era lo correcto que lo termináramos de la misma manera; no importa si nos perdimos en el camino, porque después de esta noche era muy probable que más nunca la volviese a ver.

***

El local lucía fenomenal. Reflectores de colores apuntaban en todas direcciones hasta perderse en la noche, haciendo que la fachada se vistiese de colores verdes, blancos, violetas, rojos.

Nos bajamos de la limosina y la música inmediatamente llegó a nuestros oídos. Era una fiesta por todo lo alto, eso no podía negarse, el comité de graduación se esforzó demasiado en lograr que todo saliese perfecto. Caminamos hasta la entrada, mi brazo entrelazado con el de Rámses, y Marypaz de la mano con Gabriel.

Yo admiraba maravillada la decoración, los globos plateados parecían cambiar de colores con el reflejo de las luces. Dentro del local, la decoración mejoraba, los globos adornaban todo el sitio, asi como enormes telas blancas guindaban del techo entrelazadas. El bar del local servia las bebidas a todo el que lo pidiese. Los bartenderes eran profesionales en la materia y parecían estar acostumbrados al volumen de personas.

Los mesoneros recorrían las mesas con bandejas cargadas de mas bebidas y algunos entremeces. El centro del local fue transformado en una enorme pista de baile, ya casi llena. Muchas caras conocidas reían, tomaban y bailaban, derrochando alegría y felicidad. Algunas chicas se tomaban fotos, otros conversaban y reían a carcajadas, algunos miraban con descaro a las chicas que pasaban a su lado.

El ambiente era fenomenal, cargado de alegria. Hoy todos eramos iguales, no habia grupos sociales, no habia distinción entre ninguno. Todos eramos graduados, todos dimos un paso hacia la adultes y me atrevía a asegurar que cada uno de los que estábamos aquí presente estábamos asustados, aterrorizados, con lo que tendríamos que enfrentar el día de mañana, cuando la celebración acabase y debiésemos enfrentarnos a una nueva etapa.

Así que por supuesto hoy celebraríamos como si la vida se nos fuese en ello.

La música me hizo mover la cabeza y el cuerpo. Rámses a mi lado soltó mi brazo y me hizo dar un giro que me hizo sonreír. Conseguimos una mesa con cuatro puestos vacios y nos sentamos.

Un mesonero casi de inmediato se acercó a tomar nuestro pedido y regresó a los pocos minutos con una botella de tequila, varios vasos pequeños, limón y sal. Se ofreció a prepararlos, pero Gabriel y Rámses se pusieron manos a la obra.

—¿Tequila?—cuestioné mientras veía como los hermanos servían los tragos en los vasos, pasaban el limón por el borde y luego los volteaban sobre la sal, para que se quedara pegada en ellos.

—Noche distinta, bebida distinta.

Gabriel repartió los pequeños vasos y Rámses los limones.

—Simple: Sal, tequila y limón.

Rámses tomó mi mano libre y lamió en su dorso, una acción tan sensual que me hizo ruborizar, luego hizo lo mismo con su mano, dándome un guiño, y aplicó la sal.

—Por la graduación—gritamos antes de lamer la sal, empinar el vaso y morder el limón.

El líquido quemó mi garganta y el limón se encargó de refrescarme de inmediato. Rámses reía por mi mueca.

***

Una botella de tequila después, ya nos encontrábamos bailando en la pista.

La mayoría había abandonado sus mesas, así que todos estábamos bailando una misma canción, entre brincos y pasos descoordinados. Los mechones de cabello de Rámses se continuaban pegando a su cara, y a mí me encantaba apartárselos, como un pretexto para tocarlo, como lo llevábamos haciendo toda la noche. Rámses me atrajo hacía él estrellando sus labios con los míos. Su lengua danzó dentro de mi boca, mientras eliminaba cualquier espacio entre nuestros cuerpos. Seguí bailando restregándome contra él hasta que sentí un bulto en su entrepierna endurecerse.

—¡Oye! Muy temprano para eso— Marypaz nos separó y me tomó de la mano—. Ya tendrán tiempo después para montarse como conejos, mientras tanto, Mia, acompáñame al baño.

Me reí y me encogí de hombros antes de seguirla. Rámses fue absorbido por un grupo de chicos entre los que estaba su hermano, que con los brazos en los hombros saltaban y gritaban emocionados. El francés intentó resistirse, pero terminó siendo engullido por la multitud y cediendo a los brincos y gritos. La sonrisa de los hermanos O'Pherer en ese momento me derritió el corazón, a veces me olvidaba que no solo yo debía despedirme de Rámses, Gabriel, que nunca había pasado un día separado de su hermano, también tendría que hacerlo.

El baño, como siempre estaba repleto de chicas. Pero la fila avanzaba rápido porque eran más las que estaban retocando su maquillaje que las que estaban orinando. Entré al primer cubículo que conseguí y por fin liberé mi vejiga. Cuando salí Marypaz se retocaba el maquillaje y me ofreció de su estuche para hacer lo mismo.

—Me aceptaron en la universidad de Florida. Estudiaré Relaciones Públicas—me informó.

—Eso está muy bien Marypaz, me alegro mucho por ti, aunque no sabía que te gustaba esa carrera—confesé, habían muchas cosas que ya no sabía de la que fue mi mejor amiga.

—Ni yo, pero es lo único que me puedo ver estudiando a largo plazo. Sabes que quería estudiar Psicología o Terapista, pero no estoy para aconsejar a nadie, sino para que me aconsejen a mi—rió—, además era algo que mis papás escogieron para mí, y creí que era lo que yo quería, pero no.

—Pues muy bien que estudies lo que tú quieres. Yo haré un curso de nivelación antes de entrar a la escuela de negocios de la Universidad Norteastern

Marypaz me abrazó y le correspondí el gesto: —Me hace muy feliz saber que vas a seguir estudiando Amelia. Has pasado por muchas cosas, te mereces lograr tus sueños y alcanzar tus metas.

—Gracias, también me alegro por ti. Sé que Florida era una de tus opciones.

Ella sonrió y acomodó su cabello una vez más, pero antes de que pudiera responder las chicas que estaban en el baño, que eran bastantes, gritaron.

Rámses entró en el baño buscándome con la mirada. Gabriel, venía unos pasos atrás.

—Bueno chicas, que guapas lucen esta noche. Tenemos un pequeñísimo problema esta noche. Este baño entrará en mantenimiento y estará cerrado por un rato

—¿Qué? ¿Por qué?—preguntó una chica con la que compartía unas clases.

—¿Y por qué lo avisan ustedes?—cuestioné achinando mis ojos. Se traían algo entre manos.

Los hermanos intercambiaron una mirada culpable: —Bien, nos atrapaste Beleza, mi hermano aquí viene a cumplirte una fantasía y yo no soy quien para negarme—con su mano sobre su corazón hizo un puchero que hizo suspirar a algunas de las que estaban en el baño.

Rámses avanzó hacía mí y me tomó por la cintura, su respiración era acelerada, casi frenética y no lo había notado sino hasta ese momento. Su nariz rozó la mía y suspiró.

Sortez les filles de là, frère.- Saca a las chicas de aquí, hermano—ordenó con un ronroneo que me erizó la piel.

Me hizo retroceder hasta el mesón a mi espalda y comenzó a besarme con intensidad. Sus manos bajaron de mi cintura hasta mi trasero y apretaron con fuerza, sorprendiéndome y haciéndome gemir en sus labios.

Escuché algunas exclamaciones sorprendidas, risas e incluso algunos suspiros melancólicos.

—Bueno chicas, esto se va a poner muy caliente, así que les recomiendo salir pero inmediatamente.

—Quince minutos—anunció Gabriel y cerró la puerta dejándonos solos en ese baño.

—Estás loco—susurré cuando comenzó a besar mi cuello.

—Lo dice la que casi me ultraja en un baño de hombres.

—No te ibas a quejar—respondí a duras penas cuando apretó mis senos por encima de mi vestido.

—Como tampoco te estas quejando tú—me tomó de las piernas y me subió sobre el mesón, quedando colocando dentro de mis piernas.

Sus dedos apartaron mi ropa interior y se deslizaron dentro de mí

—Me encanta que estés siempre tan mojadita para mí

Gemí cuando sus dedos se perdieron en mi interior. Me arrimó hasta el borde del mesón y escuché cuando bajó el cierre de su pantalón.

—Solo tenemos quince minutos—me recordó.

—Más que suficientes—respondí y ahogué un grito cuando me penetró con fuerza.

Enrosqué mis piernas en su cintura y ahogué todos mis gemidos en su boca, besándolo con intensidad, memorizando cada movimiento que él hacía, escuchando su respiración acelerada, sintiendo su corazón palpitar con fuerza contra el mío y dejando que gruñese y mordisquease mi labio cuando llegó al orgasmo, poco antes de que yo explotará con el mío.

Jadeante, apoyó su frente sobre la mía. Ambos estábamos sudados, con los ojos cerrados, saboreando aún las ráfagas de placer que nuestros clímax dejaron en nuestro cuerpo.

—No sé si podré hacerlo Bombón. No sé si podré aguantar estar tanto tiempo separado de ti—su voz sonó cortada.

—Podrás. Podré. Podremos—acuné su rostro en mis manos y lo obligué a mirarme—. Solo son seis meses. Hablaremos todas las noches, y nos veremos en nuestros cumpleaños.

Él me besó con suavidad, asintió aunque no lo noté seguro.

—¿Y si conoces a alguien más?

—Viviré con tu hermano Rámses, él es más celoso y posesivo que tú, tendré suerte si puedo hacer algún amigo además de él, Donovan e Isaack.

—¿Y si...

—No, no más "Y si..." porque tú estarás viviendo y estudiando con Susana, y yo estoy confiando que sepas mantenerla a raya. Tú te portarás bien, yo me portaré bien. Hablaremos todas las noches, nos escribiremos, nos mandaremos fotos, videos, mensajes, viajaremos para nuestros cumpleaños, y en seis meses estaré esperándote en Boston.

—¿Alguno de esos mensajes, fotos y videos, será de contenido adulto?—preguntó mientras me bajaba del mesón y comenzaba a asearme y arreglar mi ropa

—Por supuesto que sí. Te recordaré lo que te esperará en casa cuando llegues a Boston—comencé a arreglar su corbata y el con sus manos en mi cintura, rio.

***

Continuamos la noche bailando y tomando y antes de que pudiéramos darnos cuenta llegó el momento de marcharnos.

Nos tomamos miles de fotos con cada cara conocida que vimos. En ese momento de euforia, tristeza y alcohol, ya nada nos importaba. Gabriel llamó al servicio de limosina y poco tiempo después nos pasó a buscar por la puerta.

Nos subimos de inmediato y abrimos la ventana del techo, por donde nos asomamos. No éramos los únicos que abandonábamos el lugar, así que nos unimos en una muy improvisada caravana, donde gritamos, saludamos y reíamos.

Cuando el chofer se alejó del lugar, regresamos a la comodidad del lujoso vehículo y nos tumbamos en sus asientos. Marypaz estaba recostaba del pecho de Gabriel y éste la abrazaba mientras le susurraba algo en el oído que la hizo reír.

El chofer anunció que había llegado a su primera parada y entonces Gabriel y Pacita se despidieron de nosotros. Vi a través de los vidrios oscuros como entraban tomados de la mano en un hotel. Miré a Rámses y él solo se encogió de hombros.

Tambaleándonos llegamos a la casa y subimos hasta la habitación. Comencé a quitarme el maquillaje y cuando pretendí quitarme el vestido Rámses me tomó de las manos.

—No, bombón, de eso me encargo yo...

Y lo dejé desnudarme, y besarme con lentitud, acariciar cada parte de mi cuerpo, mientras que yo recorría el suyo. Hicimos el amor con tranquilidad, tomando nuestro tiempo en hacerlo, sin nadie apurándonos, sin nadie que nos interrumpiera. Él era mío y yo era suya, y así nos marcábamos con cada beso y caricia que nos regalamos. Nos fusionamos como uno solo sin poder cerrar nuestros ojos, porque los dos buscábamos grabar este momento eternamente en nuestra mente, porque en el fondo, ambos sabíamos que esos seis meses serian eternos y dolorosos.

Y así, cansados y abrazados desnudos en el silencio del cuarto, vimos cuando los rayos del sol espantaron la oscuridad de la noche, y nos recordaron que hoy era el último día que veríamos el amanecer juntos. 



~ ~ ~ ~ ~ ~

Nota de Autora:

Este ha sido el penúltimo capítulo. 

FELICIDADES A LOS GANADORES DEL CONCURSO. 

PRIMER LUGAR: NIKOLL CAMPOS
SEGUNDO LUGAR: JOSELIN SEVILLA y TANIA EMELY TORRES
TERCER LUGAR: DAII KRECIOCH y ANDREA BELTRAN

Las estaré contactando por privado para organizar la entrega de los premios.

Queda un solo POV, Un capítulo y el Epílogo.

Baisers et Abraços

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