Capítulo 58. NO PUEDO NEGARLE NADA
Nunca hablábamos de su mamá salvo algún que otro comentario, frases sueltas, recuerdos pasajeros. Fue un momento muy doloroso para la familia O'Pherer, del cual aún les costaba hablar a pesar del tiempo que había pasado. Así que nunca pregunté, nunca indagué y nunca curioseé más allá de las pequeñas piezas que me dieron; esperaría a que se sintieran cómodos para hablarlo, tendría toda la paciencia tanto como la tuvieron conmigo.
Por eso fue una terrible sorpresa para mí enterarme que en escasos días se cumplía un año más de la muerte de su mamá. Me sentí mala novia, mala amiga, mala hija adoptiva incluso, aunque sabía muy bien que no tenía forma de enterarme, pero quizás si debí tratar de obtener más información al respecto. Quizás así supiera como ayudarlos ahora, qué hacer, cómo comportarme. Pero no sé nada, así que aquí estoy, sentada en la sala, supuestamente viendo televisión, mientras Gabriel no deja de devorar lo que sea que se tope a su paso, Rámses hace ejercicios como si la vida se le fuese en ello y Fernando está encerrado en el despacho trabajando y bebiendo whisky.
Jamás, en todo el tiempo que tengo viviendo aquí me sentí incómoda, hasta este momento. Sé que no debería girar en torno a mí, pero no sé cómo ayudarlos y por primera vez veo lo que me dijo una vez Fernando, sobre como su familia se fraccionó con la muerte de Karen.
Apagué el televisor decidida a hacer algo, no podía quedarme de manos cruzadas, porque ellos nunca se quedaron de manos cruzadas conmigo. Busqué mi laptop y la instalé en la cocina, navegué buscando una receta sencilla, que mis pocas dotes culinarias me permitieran preparar y llamé a mi abuela para que me terminara de orientar.
Preparé la mesa del comedor lo mejor que pude, incluso prendí algunas velas aromáticas para crear un mejor ambiente. Cuando tuve todo listo para ser servido, me dispuse a la tarea más difícil: reunir a los O'Pherer.
Uno a uno los arrastré con mucho esfuerzo, algunas manipulaciones, pucheros, ojitos de cachorro y amenazas; pero finalmente logré sentarlos a todos en la mesa.
Sus caras eran de sorpresa cuando serví el pasticho que con ayuda de mi abuela logré preparar. Se veía delicioso y recé a todos los dioses culinarios para que supiera bien, de eso dependía el éxito de la cena.
Los O'Pherer miraron la comida pero no se movían, cada uno perdido en sus pensamientos.
—¡Faltó el pan!—exclamé mientras me levantaba apurada para buscarlo. También había preparado un pan con mantequilla de ajo, receta de mi abuela. Lo puse sobre la mesa y volví a sentarme—. Muy bien, coman— ordené ya que una simple invitación no bastaba.
Los vi tomar los cubiertos, cortar el primer pedazo y llevárselo a la boca, y no pude más que sonreír satisfecha, cuando se llevaron el segundo bocado, el tercero y el cuarto disfrutando su sabor. Solo entonces me permití comer y comprobar que realmente me había quedado muy bien mi primer pasticho.
—Estaba delicioso Amelia—alabó Fernando con sinceridad.
—Lo mejor que he comido—murmuró Gabriel limpiando los restos de la salsa de su plato con un pan.
—No sabía que podías cocinar tan bien bombón—Rámses me sonreía, con un pequeño brillo en su mirada, nada parecido a lo que yo estaba acostumbrada a ver.
—Es un plato venezolano, usé la receta de mi abuela. Una versión de la lasagna—expliqué.
—Gracias Amelia—Fernando sujetó mi mano por encima de la mesa y la apretó con cariño—, lamento mucho el día de hoy, sé que debiste sentirte incómoda.
—Está bien, entiendo que es una... época difícil y dolorosa, y que quizás necesitaban su espacio, pero las penas se llevan mejor en conjunto.
—¿Te hicimos sentir incómoda?—preguntó Rámses pero negué— Has mejorado mucho en la cocina Bombón, pero sigues siendo una pésima mentirosa—me recordó.
—No es sobre mí—zanjé el asunto.
Por lo menos me estaba hablando, Rámses ciertamente se retrajo a tal punto que solo lograba sacarle monosílabos.
—Tu formas parte de esta familia Beleza.
Les sonreí y volví a negar. De verdad no era sobre si yo me sentí mal, era que ellos estaban mal y yo quería ayudarlos.
—De verdad, todo está bien. Fue hasta... pacifico—bromeé.
Me ofrecí a limpiar, pero todos se negaron y finalmente terminamos los cuatro recogiendo lo ensuciado. Poco después cada quien se despidió y entraron a sus respectivas habitaciones, incluyendo a un Rámses nuevamente taciturno y a mí. Entré al baño para darme una rápida ducha y cuando salí me percaté de una valija sobre la cama, donde Rámses guardaba algunas de sus cosas. Estaba completamente confundida, y la ansiedad comenzaba a anidar en mi corazón.
—No estoy entendiendo nada Rámses, ¿Puedes explicarme por qué estás haciendo una valija con tus cosas?.
Él dio un gran suspiro y se sentó a mi lado, tomó mi mano y entrelazó nuestros dedos.
—En una semana se cumple un año más de la muerte de mi mamá y todos los años para ésta misma fecha hacemos las cosas que a ella más le gustaba y las que sabemos que se quedó con ganas de hacer una vez más, visitamos todos sus lugares preferidos. Pensamos que este año, estando acá no lo haríamos pero papá consiguió los pasajes. No queremos dejar de hacerlo ni este año ni los que siguen, pero es inevitable que nos sintamos abatidos; es como sal y limón en la herida abierta.
—¿Qué lugares visitarán?—pregunté.
—La playa favorita de mi mamá es en Praia da Luz en Portugal, así que es el primer lugar que visitamos, en Oporto, cerca de allí nació Gabriel, así que hacemos el recorrido completo; luego vamos a Gijón en España, la ciudad donde mis papás pasaron su luna de miel y donde me concibieron, como tanto placer les daba a ambos recordarme hasta el punto de la tortura y humillación—una sonrisa melancólica se filtró en sus labios—; y finalizamos en Marsella, donde nací y donde está enterrada.
—Se irán de viaje—confirmé
—Nos iremos de viaje—corrigió—tú vienes con nosotros.
—Pero yo no... no es que no quiera ir, es que es algo que ustedes deben hacer solos.
—Te quiero a mi lado bombón, te necesito conmigo.
Acaricié su rostro con ternura, no pensaba dejarlo solo, él nunca lo había hecho conmigo.
—Iré.
—Bien, aunque no tenias opción de negarte.
—¿Y si decía que no?
—Amelia, tu valija fue la primera que armé. Hasta escogí la ropa interior que llevarás y diré que es bastante poca.
—Eres demasiado acosador.
Se encogió de hombros y se levantó para seguir guardando sus pertenencias.
Esperé que Rámses se durmiese y bajé las escaleras, muy segura de que Fernando se encontraba en su despacho terminando la botella de whisky. La luz estaba encendida y me invitó a pasar después de que tocase la puerta.
—Lamento interrumpirte. Sé que quizás no me corresponde lo que vengo a decirte, pero creo que hay algo que están haciendo mal, digo, en un orden incorrecto.
—¿Qué quieres decir?—preguntó confundido. Cerró su laptop y se sentó en la silla frente a mí.
—Rámses me acaba de contar los planes, el viaje y el recorrido. Hacen las últimas cosas que la señora Karen quería hacer y luego se despiden de ella una vez más en el cementerio. Pero creo que debería ser al revés, creo que deberían despedirse primero y luego hacer el recorrido por los momentos que la hicieron feliz, para que todos recuerden que la vida corta que le tocó vivir fue buena, que la disfrutó.
Él sopesó mis palabras y sonrió.
***
Llegaremos tarde, lo sé. El taxi que nos lleva hasta el aeropuerto está prácticamente estacionado en el tráfico. Fernando ha mirado tantas veces su reloj que terminará con un tic nervioso. Ningún auto se mueve y las bocinas no dejan de sonar.
—Iré a ver que está pasando—el chofer se bajó del vehículo y lo vi alejarse por entre los otros autos.
Regresó a los pocos minutos y bufó molesto en cuanto se sentó en su asiento.
—Lo lamento, hay un accidente más adelante y no nos moveremos de acá. Muchas personas se están bajando y caminando hasta el aeropuerto, creo que tendrán que hacer lo mismo.
—Gracias. Vamos chicos, no tenemos más tiempo que perder—ordenó Fernando.
Con ayuda del chofer bajamos todas las valijas. Cada uno tomó la suya y con los bolsos al hombro comenzamos la caminata, en una procesión que encabezaba Fernando. Intenté llevarles el paso, pero además de que sus piernas eran más largas, me costaba llevar todo el peso.
—Gabriel—Rámses llamó a su hermano cuando me volví a quedar rezagada.
Sin mediar más palabras el portugués se detuvo y tomó mi bolso de mano y mi valija más pequeña. Rámses por su parte tomó el bolso que llevaba a mi espalda y se lo guindó sobre su pecho. Tomó mi valija más grande y volvió a llamar a Gabriel.
—le sac... – su cartera...
—Vamos Beleza, te ayudo—ni siquiera espero que entendiera a lo que se refería, quitó de mis hombros mi cartera y lo colocó en el suyo—. ¿Qué diablos llevas aquí?—se quejó pero sonrió.
—Solo algunas cosas, no pesa tanto yo puedo llevarla—él se negó.
—Se que mi hermano se arrepentirá de esto toda su vida...
—.¿Qué? ¿Por qué?.
—Eu lhe disse que o violeta era melhor para mim do que você - Te dije que el violeta me quedaba mejor a mí que a ti.
—Oui, vous voyez les sacs à main féminins ... Je ne vais pas le mettre en doute - Si, te lucen los bolsos femeninos... no lo pondré en duda.
Gabriel rió y reemprendió la marcha.
—Camina delante de mí—ordenó mi francés. No sé qué le dijo Gabriel, pero logró que cambiase su humor, estaba molesto pero cierta diversión bailaba en sus ojos.
La caminata no fue tan larga gracias a Dios y tampoco éramos los únicos. Fernando estaba exasperado, continuaba apurándonos constantemente. Cuando por fin estuvimos lo suficientemente cerca, apresuró el paso.
—Los veré en el counter.
Lo vi serpentear a las personas con gran agilidad, definitivamente esta no era la primera vez que le tocaba correr al aeropuerto y algo me decía que no sería la única. Los chicos caminaban con sus largas zancadas, yo prácticamente trotaba.
Cuando por fin llegamos hasta el counter de la aerolínea, Fernando estaba siendo atendido por la encargada, definitivamente tuvo que usar su pase diplomático porque las muchas personas que estaban en la fila lucían muy molestas.
Él estaba como siempre impecable, hablando con la encargada y presentando nuestras identificaciones y pasajes. Sacó algunos documentos que asumiré eran los que lo autorizaban a viajar como mi representante.
Los chicos organizaban las valijas unas al lado de las otras, estaban un poco sudados, pero solo lograban verse más sexys.
Los odio.
Yo, que no había llevado las valijas la misma distancia que ellos, que iba sin ningún peso a cuestas solo el mío, estaba sudada, sonrojada por el esfuerzo, sentía que no quedaba ningún olor a perfume en mi cuerpo solo a sudor, sol y humo de los tubos de escape de los autos, estaba despeinada, con el maquillaje corrido y jadeando de agotamiento.
Los volví a mirar y Rámses se pasaba sus manos por el cabello, desordenándolo un poco, Gabriel eliminaba arrugas inexistentes en su ropa y terminaron recostándose de la pared más cercana mientras revisaban sus teléfonos. Las mujeres volteaban a verlos, Rámses ni se enteraba, Gabriel las miraba de reojo y sonreía.
Ellos estaban perfectos y yo destruida.
Los odio.
Necesitaba ir al baño a ponerme presentable, en el estado en que me encontraba bien podría ser una mendiga que intenta colarse en un avión.
—¿A dónde irás?—preguntó Rámses tomando mi mano para frenar mi avance.
—Al baño, necesito arreglarme un poco.
Tomé mi cartera que Gabriel aun llevaba puesta y caminé hasta el baño. Una vez allí pude ver el desastre que era. Enjuagué mi rostro y eliminé todo el resto de maquillaje que tenía, peiné un poco mi cabello y recogí solo la mitad de mi cabellera. Me quité el suéter que estuve usando y lo anudé en mi cintura, quedé solo con la camiseta de tirantes amarilla que llevaba debajo.
Inmediatamente me sentí más fresca y dejé de transpirar. Saqué de mi cartera un perfume de bolsillo que llevaba y apliqué un poco. Mis axilas no olían mal y allí terminé de tranquilizarme. Coloqué un poco de brillo en mis labios y me sentí lista para salir.
—Dime que mostraste a tus chicas—dijo la pelirroja que entró en el baño y señaló los pechos de la chica de cabello corto que la acompañaba.
—Claro que si, ¿viste como me sonrió?.
Si hablaban de mis chicos, estaba segura de que el que sonrió fue Gabriel.
—Te tardaste—me dijo Rámses cuando llegué a su lado, me tomó por la cintura, me estrelló contra su pecho y me besó.
—Me cuesta verme tan bien como ustedes. No tengo sus genes atractivos—confesé en tono de broma.
— Pour moi tu es la plus belle -Para mi eres la más bella, incluso cuando estas recién levantándote, sin maquillaje, sin peinarte y sin bañarte.
Arrugué la nariz pero le sonreí.
—É verdade, você é muito atraente - es cierto, eres muy atractiva.
Fernando nos llamó y los chicos llevaron las valijas hasta donde le indicaron para ser por fin embarcadas.
—Amelia, tendremos que hablar con Mike para cambiar el documento, para los viajes es necesario que diga expresamente que estás autorizada por tus abuelos para salir del país. Me costó pero nos autorizaron, no quisiera tener problemas en los otros países.
—Claro, no hay ningún problema.
—¿Te importaría si esa misma clausula se agrega a los documentos que tienen Mike y Hayden?.
—Me sorprende que me pregunte, por lo general ustedes son de pedir perdón y no permiso.
Él sonrió y alzó una de sus cejas. Escuché la sonrisa de los hermanos que caminaban detrás de nosotros.
—Pensé que esa conversación la había mantenido a solas con Rámses, pero creo que no estaba solo realmente esa noche.
Mierda, mierda, mierda.
¿Por qué? ¡Me odio a mi misma!.
—Si, no, estábamos solos.
—Hasta que llegué yo...
—Si, ¡no!. Él estaba solo y yo estaba allí no, digo, no allí...
—Ya déjalo bombón. No hay caso.
—Entonces los restos de tela que conseguí en el piso...
—Ay por Dios—gimoteé llena de vergüenza.
—Papá—Rámses acudió a mi rescate.
—Solo quiero saber si la ropa que está comprando es de mala calidad, que se rompe de la nada.
—No es de mala calidad, fue Ráms-...
¿Por qué no puedo quedarme callada? ¿Por qué Señor, por qué?
—Fue fácil romperla pero así me parecen perfectas—concedió Rámses y lo golpeé.
—Es impresionante, Amelia, la verborrea que te da cuando estás nerviosa.
—Deberías verla en su etapa Blair, suelta sapos y culebras—indicó Gabriel entre risas.
Finalmente la tortura por la que estos seres me hacían pasar se acabó y llegamos hasta la puerta donde embarcaríamos al avión.
A pesar del apuro de Fernando, llegamos con buen tiempo, por lo que me nos acercamos a un cafetín cercano para tomarnos algo antes de embarcar. Mike tampoco había llegado y temíamos que fuese a perder la conexión con nuestro vuelo.
—¿Desean tomar algo más?—preguntó la camarera.
Todos negamos y ella con una sonrisa se alejó. Regresó al poco tiempo con una barra de chocolate y la colocó en la mesa delante de mí.
—Disculpa, pero no pedí esto.
—Lo sé, es un regalo para ti.
—¿De quien?—preguntó Rámses escaneando a todas las personas que estaban a nuestro alrededor.
—De mi parte, por supuesto—la camarera me guiñó el ojo y se marchó.
Nos quedamos en silencio estupefactos por la situación. Nunca me había coqueteado una chica antes y me encontraba desconcertada.
—No se qué decir al respecto—habló finalmente Rámses.
—Yo si—respondió Gabriel.
—No sé que pensar tampoco—insistió el francés.
—Que yo si.
—¿Qué?—preguntó Rámses y la sonrisa de su hermano se ensanchó.
—Trio.
Rámses rió, es que hasta yo lo hice, la cara de Gabriel era de absoluta esperanza, sus ojitos brillaban. Creo que acababa de descubrir que más allá de chistes, de verdad era una fantasía del portugués.
—Un día descubrirás que no es tan divertido como lo pintan—intervino Fernando.
—¿Acaso tú...—comenzó a preguntar Gabriel.
—¡No! Ni se le ocurra responderle. No quiero saberlo. Me niego. Limites. LI.MI.TES.
Fernando asintió y no respondió a pesar de la insistencia de Gabriel en varios idiomas.
—¡Por fin!—exclamó Fernando y todos giramos para ver lo que lo puso tan feliz.
Mike caminaba por el pasillo en dirección a nosotros, solo asomó una pequeña sonrisa, algo raro en él que siempre desplegaba una amplia en cuanto lo veíamos, pero creo que él también asimila las fechas de una manera distinta.
Nos saludó a todos con el mismo cariño, eso sí, y se sentó a nuestro lado mientras se apuraba en tomarse un café y pedía un emparedado. Su vuelo desde Los Ángeles había sido fatal, sobre todo la comida, tal como nos indicó.
Por supuesto que no perdieron la oportunidad de contarle sobre mi nueva conquista femenina y confirmé una vez por qué era él el padrino de Gabriel.
—Bien, Rámses. Te daré una lección de vida: ménage à trois: no es tan divertido como dicen que es.
Nos volvimos a reír y por primera vez desde que Mike llegó lo sentí más relajado y su sonrisa amplia apareció en su rostro.
Finalmente nuestro vuelo fue llamado y subimos al avión. Tomé la ventanilla y a mi lado se sentó Rámses. Fue un vuelo bastante tranquilo, yo me quedé rendida en los brazos de mi francés, pero se muy bien, que ni él ni Gabriel lograron conciliar el sueño.
***
Llegamos agotados y directo del aeropuerto hasta el hotel. Después de muchas conexiones finalmente aterrizamos en Francia ya bastante tarde en la noche, y con la intención de intentar superar el malvado jetlag, debíamos acostarnos a dormir, pero dormí tanto en el primer vuelo que no tenía sueño.
Menos mal que Hayden era un hombre precavido y había enviado por correo a Fernando el récipe medico para unas pastillas para dormir. Claro, que no solo era precaución, el año anterior hizo este viaje con ellos y la única razón por la que no estaba con nosotros era porque su mamá estaba enferma y el viajaría a Venezuela para acompañarla a sus exámenes médicos.
Avisó que eran rutinarios, pero entendía que como doctor no podía ser menos que precavido y exagerado.
Fernando rentó una suite de tres habitaciones. En una dormíamos Rámses, Gabriel y yo, en las otras Fernando y Mike. La cama era pequeña, pero Rámses y yo no necesitábamos mucho espacio. Sin embargo Gabriel se ofreció a unir las camas y dormir de cucharita con Rámses.
Nuevamente le hizo sacar una pequeña sonrisa a su hermano. Comenzaba a entender la forma en que Gabriel se relacionaba con Rámses, casi podía verlos unos años atrás, cuando más dolor cargaba Rámses encima, siendo molestado por su hermano hasta que le sacaba una sonrisa.
Amaneció y cuando salí de la habitación los encontré a todos en distintas etapas de zombies, sentados en la sala. Fernando y Mike ya estaban vestidos. Gabriel y Rámses si bien iban sin camisetas, llevaban puesto pantalones de vestir negros.
—Amelia, si quieres desayunar puedes pedir servicio a la habitación—me recordó Fernando.
Pero no dijo que ordenase nada para ellos, solo para mí. ¿Acaso no pensaban comer?. Pues tenían que hacerlo así que ordené el desayuno para todos, pero no sirvió de nada porque no probaron ni un bocado. Yo había terminado de comer y ellos ni siquiera se sirvieron un café.
—Vamos, Rámses. Come un poco—le insistí, él jugueteaba con la comida.
Gabriel había perdido el apetito repentinamente. Fernando ni siquiera quiso sentarse en la mesa, estaba parado en el balcón mirando la ciudad y Mike sentado a su lado.
Pinché con el tenedor un poco de los huevos con tocineta y lo llevé hasta la boca de Rámses, me miró con su cara de pedante y molestia que hacía meses que no veía, desde que empezamos a hablar en el instituto. Pero no me intimidé, le hice un puchero y traté de ponerle mi mejor cara triste. Tuvo que haber funcionado porque abrió la boca aunque no mutó su semblante de molestia.
—¿Ya te llenaste finalmente? Has comido sin parar, creí que tu estómago no tenía fin—le bromeé al portugués quien solo curvó una pequeña sonrisa.
Crucé los brazos sobre mi pecho frustrada. Rámses ni siquiera se molestó en seguir jugueteando con la comida y Gabriel empujó el plato lejos de él.
La última comida decente había sido la noche anterior antes de salir de viaje, esa mañana corrimos sin desayunar para llegar al aeropuerto y salvo el pequeño postre que compartimos en aquel café y el emparedado paupérrimo que nos dieron en los vuelos, no teníamos nada en el estómago. Si yo tenía hambre, ellos deberían estar famélicos.
Debían comer ahora porque imaginaba que después de la visita al cementerio menos querrían hacerlo.
Me levanté del asiento con energías renovadas.
—Muy bien, esto se acabó.
Busqué a Fernando en el balcón y lo arrastré conmigo obligándose a sentarse, hice lo mismo con Mike.
—¡Van a comer ahora mismo y dejaran los putos platos vacíos!—espeté.
Me miraron entre molestos y confundidos.
—Tú eres su papá, no imagino a la señora Karen dejando que sus hijos pasasen sin comer más de 24 horas y tú no lo harás—Fernando los miró sorprendido, creo que no sabía cuantas horas habían pasado desde la última comida—. Y también comerás porque serás el ejemplo. Tú y Mike son los adultos aquí y deben empezar a comportarse como tal.
Ninguno movió un musculo.
—¡Dije que coman! ¡AHORA!.—grité y por fin se movieron hacia sus platos.
Me quedé mirándolos por unos cuantos bocados y cuando sentí que ya no debería estar vigilándolos decidí que podía irme a cambiar.
—Voy a vestirme y más les vale que cuando regrese los platos estén limpios y no quede nada de comida. Registraré la basura, así que ni se les ocurra botarla.
Tuve que contener mi risa cuando me encerré en el cuarto con un portazo.
—Funcionó—tecleé con rapidez a Hayden.
—¡Te lo dije!, perro que ladra no muerde y ellos son pura cara. Hay que hablarles con carácter.
Salí a los pocos minutos vestida. El clima era helado, así que tuve que abrigarme muy bien.
Los platos ciertamente quedaron vacíos y sonreí satisfecha. Coloqué en mi bolso algunas de las frutas que nos dejaron y unas galletas, no sabía cuanto tiempo estaríamos allá ni como sería después de eso.
Todos iban vestidos de negro de pies a cabeza, camisa negra, pantalón negro, corbata negra. Elegantes, incluso los sobretodos que llevaban eran negros. Lucían fuertes, imponentes, dignos de temer. Yo llevaba pantalón y camisa negra, pero un sobre todo verde manzana que me llegaba a medio muslo, regalo de mis abuelos y una bufanda tejida por mi abuela casi del mismo color.
—Oh...—me lamenté en cuanto nos vi en conjunto—, yo no tengo un suéter negro.
—Así te ves preciosa Beleza.
—Es cierto Amelia, te ves muy bien. No te preocupes—Fernando pasó por mi lado y besó mi frente antes de salir de la habitación.
—Toda una muñeca como siempre—dijo Mike y salió detrás de su amigo.
—Vous serez, comme toujours, la lumière qui illumine ma vie.
Rámses me atrajó en un abrazo y me besó.
—¿Qué dijiste?—pregunté, no me había traducido sus palabras como siempre hacía.
Pero el negó escondido en mi cuello.
—Algo de que estás horrenda y alta como un faro—respondió Gabriel y se ganó un golpe de Rámses pero una pequeñísima sonrisa se dibujó en su rostro.
Ese era el don de Gabriel, siempre sacarnos una sonrisa.
—Dije que serás, como siempre, la luz que ilumine mi vida.
Fue mi turno de abrazarlo y de golpear a Gabriel, quien ahora me sonrió y me guiñó un ojo.
Fuimos los últimos en salir de la habitación y el pequeñísimo momento de sonrisas volvió a desaparecer.
Un chofer nos esperaba en la entrada del hotel. Mike y Fernando conversaban en el auto y se callaron en cuanto llegamos.
El camino hasta el cementerio fue en absoluto silencio. Yo miraba por la ventana sin poder evitar emocionarme por la ciudad tan preciosa que estábamos atravesando. Me contenía de preguntar por los sitios o de señalar emocionada algún edificio que llamase mi atención.
—Ese es el museo Cantini—me explicó Rámses y le di una timida sonrisa.
Me sentía culpable de estar tan emocionada, cuando ellos estaban tan tristes y abatidos.
—Mia, mira a tu izquierda, pasaremos por el la porte de L'oriente
Hice lo que me dijo Fernando y el fastuoso monumento apareció en mi visión. Emocionada e impresionada me lancé por encima de Gabriel y Mike para verlo mejor desde su ventanilla.
—Tú también mira el puto monumento Gabriel—escuché que dijo Rámses y su hermano rio—. Ne vois plus jamais le cul d'Amelia - No le vuelvas a ver el culo a Amelia
El auto estacionó frente al cementerio. La mano de Rámses me apretaba con fuerza mientras caminábamos hasta donde reposaban los restos de su mamá. Yo iba al lado de Rámses, él al lado e su papá, en el otro lado iba Gabriel y finalmente Mike junto a este.
Los musculos de Rámses estaban tensos, su respiración se hizo pesada en la medida en que nos acercábamos. Acaricié su brazo tratando de confortarlo un poco.
—Tienes frio.
—No—mentí, me estaba congelando.
—No te estaba preguntando y no me mientas. ¿Trajiste un gorro?.
No quería ponerme el gorro, también lo habia tejido mi abuela y me encantaba pero definitivamente no era para la ocasión, prefería que se me congelaran las orejas antes de ponérmelo.
Iba a decir que no, cuando Rámses lo sacó del bolsillo de mi sobretodo, lo había escondido allí para no terminar botándolo por la ventana, en el momento de pánico en que caí cuando me di cuenta lo poco apropiado que era.
Rámses detuvo la marcha para colocarme el gorro y los demás también se frenaron.
—No me lo quiero poner. No es... apropiado—confesé apenada, ya de por si me sentía incomoda vestida de verde.
Como cosa rara, Rámses me ignoró y deslizó el gorro por mi cabeza. Cuando me vio apretó sus labios para no reírse, pero finalmente su boca se curvó en una media luna que mostró sus blancos dientes y desde el fondo de su garganta brotó una carcajada inmensa. Mike, Fernando y Gabriel voltearon y los vi como se reían.
—Te ves adorablemente perfecta bombón, déjatelo puesto, por favor. Me gusta como se te ve.
Hoy era uno de esos días que no puedo negarle nada, así que asentí. Rámses volvió a entrelazar nuestras manos y continuamos caminando, con mi gorro tejido de color verde, con protuberancias que asimilaban dos ojos de rana inmensos, y una sonrisa de mejillas rosadas.
Era un día con un sol brillante, un cielo azul intenso y los pájaros silbando, pero era una burla para los tres corazones rotos que miraban la cruz blanca con una pequeña placa plateada, donde cinco escuetas líneas definían la vida de Karen Dussaillant.
Karen Gabrielle Dussaillant – O'Pherer
1973-2012
Épouse bien-aimée (Esposa amada)
Mère bien-aimée (Madre amada)
Amiga, amada.
~ ~ ~ ~ ~ ~
Nota de Autora:
Domingo #NJLP
Los quiero inmenso a todos!!! Gracias por el inmenso apoyo que me han dado en esta historia.
Recuerdan cuando les dije que serian 63 capitulo + epílogo + POV?.. bueno, estuve escribiendo.. y serán más de 63!!!
Suscríbanse al grupo de FB, se llama NO JUZGUES LA PORTADA.
Baisers et Abraços
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