Capítulo 56. DEPOIS DE PUXAR
POV Amelia Maggio Gatica
—¡Sorpresa!—gritaron todo en cuanto crucé la puerta con Rámses.
No tenía idea de que había una fiesta, porque de haberlo sabido no hubiese estado con él en el garaje, donde cualquiera pudo habernos encontrado. Con mis mejillas a punto de explotar me giré para darle un golpe en el pecho y él explotó en carcajadas a pesar de que estaba intentando asesinarlo con mi mirada.
—Estoy tan feliz de que hayas salido del hospital. ¿Qué te pasó en el cabello?—mi abuela fue la primera en abrazarme y en tratar de peinarme mi cabello post sexo.
—Déjala vieja, no ves lo rozagante que está, hasta tiene las mejillas rojitas—mi abuelo me envolvió en un abrazo y Rámses trataba de calmar su ataque de risas.
Mike, Hayden y Fernando también me recibieron con mucho cariño y finalmente Gabriel, cuyo abrazo duró un poco más que los anteriores.
—Me gusta tu look despeinado ahijado—estábamos sentados todos en la mesa, donde una suculenta cena estaba siendo servida por mi abuela con ayuda de los hermanos.
—Gracias. Me gustaría llevarlo todos los días a todas horas, pero no siempre se puede—una sonrisa ladina bailaba en su boca.
—Se llama depois de puxar- después de tirar—explicó Gabriel como cualquier cosa.
Me ahogué con la comida y comencé a toser mientras todos los presentes que entendían francés aguantaban las carcajadas.
—Pues es muy común esa moda hoy en día, se la he visto a varios chicos—mi abuela me daba palmaditas en la espalda que no ayudaban para nada.
Gabriel apretó sus labios con tanta fuerza que creí que se los rompería
—Esperemos que tú no tomes también esa moda de depois de puxar Mia, tienes un cabello muy lindo para andar despeinada—mi abuelo saboreaba el asado que mi abuela había preparado ajeno por completo a lo que sus palabras causaban en la mesa.
—Pues claro que lo usa viejo, ¿no ves cómo llegó a la casa con su cabello depois de puxar?
Y no aguantaron más. Todos irrumpieron en carcajadas, mis abuelos no entendían pero se unieron a las risotadas y Rámses, con sus ojos enrojecidos de tanto llorar de risa me dio un beso en la mejilla aun riéndose.
Fue una tarde muy amena y tranquila. Mis abuelos estuvieron al tanto de mí en todo momento mientras estuve en el hospital. Fernando les filtró mi verdadera condición para no asustarlos y se lo agradecí, pero seguimos hablando todas las noches, colocando algunas excusas absurdas para no hacer un video llamado, sin embargo igual viajaron y ya tenían unos días acá, donde me visitaban todos los días en el hospital, sin importar la distancia que tenían que recorrer diariamente; pero ya mañana deberían marcharse. Su vuelo salía a primera hora de la mañana, así que pasarían la noche en un hotel cerca del aeropuerto para no tener que levantarse tan temprano. Después de mi accidente al parecer todos extremaron medidas de prevención cuando de montarse en un auto se trataba.
Me despedí de ellos con abrazos y besos, y quise matar a Gabriel cuando mi abuela aseguró que le hablaría del nuevo "grito de la moda" de depois de puxar, para que ellas y sus amigas del bingo probasen el nuevo look.
—Ya me veras en la graduación con mi depois de puxar, me veré bella como tú—dijo antes se subirse al taxi.
Cuando el auto se perdió en la distancia le di un golpe a Gabriel en la cabeza, ninguno había dejado de reír, ni siquiera yo, porque me imaginaba a mi abuela hablando con orgullo con sus amigas sobre su cabello "después de tirar" y bueno... esperaba que nadie de las presentes hablase francés.
Con ayuda de Rámses subí las escaleras. No es que no pudiese hacerlo sola, es que él no quería ni siquiera que lo intentase. Cuando llegamos al cuarto me senté en la cama completamente agotada, el día se me había hecho eterno.
—¿Quieres darte un baño?—me preguntó.
—Sí, pero tú debes estar cansado—necesitaba ayuda para poder ducharme, con una mano y una pierna enyesada, era una tarea un poco compleja.
—Te prepararé el baño—ofreció, me dio un beso y entró al baño para regular el agua.
Me quité la ropa no sin esfuerzo y estaba en ropa interior cuando entré al baño. Rámses se giró, me vio de pies a cabezas y lo vi tragar grueso mientras una sonrisa ladina aparecía en su rostro.
—No—le dije—. Tú estás castigado.
—¿Disculpa?—preguntó incrédulo con un tono de voz un poco más agudo.
—Ya me escuchaste. No me dijiste que la casa estaba llena de invitados cuando me llevaste al garaje y... bueno, tú sabes.
Él amplió la sonrisa
—No te vi quejarte—cerró la puerta del baño y yo terminé de desnudarme bajo su mirada. Ya entre nosotros no existía pudor, mucho menos después del tiempo que estuve en el hospital.
La primera vez que las enfermeras entraron para ayudarme a llegar al baño y tomar una ducha, casi se infarta, no importaba quien fuese, él no permitiría que otra persona me diese un baño «menos si suena tan sexy como "baño de esponja"» como terció. Fue tanto el alboroto que creó cuando se encerró conmigo en el baño que tuvieron que llamar a Hayden, a quien no le quedó de otra que justificar el ataque de locura y sobreprotección de su hijo, extendiendo un permiso para que el pudiese ayudarme en mis rutinas de aseo. Claro que se ganó una buena reprimenda por parte de Hayden y accedió incluso a disculparse con las enfermeras.
Pero no cambió de opinión y no dejaría que nadie me diera baños de esponjas que no fuese él. Después de eso tuve que perderle el pudor, no tenía más alternativas.
—No es lo que estoy discutiendo. Pudieron descubrirnos—expliqué mientras él amarraba unos protectores plásticos en mis yesos para evitar que se mojasen por dentro—, ¿Te imaginas lo que hubiesen dicho mis abuelos?
—Quizás hubiesen entendido el origen del depois de puxar.
Le di una mirada fulminante y entré al baño cerrando la puerta de la ducha detrás de mí.
—Oh, vamos, déjame ayudarte—insistió con su voz ronca y gutural. Escuché unos sonidos y supe que se estaba desvistiendo.
Cuando abrió la puerta y apareció desnudo delante de mí, fue mi turno de tragar grueso. Su cuerpo era digno de admirarse y sé que muchos hombres envidiarían la definición de su musculatura, tanto como muchas mujeres desearían estar en mi lugar en este momento. No pude negarme, mi carne era débil, mi resistencia gelatina y al parecer, desde que Rámses llegó a mi vida, mi sensatez con él se esfumaba.
Sin embargo nos bañamos con tranquilidad y rapidez. La hora de mí pastilla podría pasarse lo que significaría que a Rámses le daría un pequeño paro cardíaco sí ocurría. Se tomada muy en serio y bastante a pecho mis cuidados. Resultaba adorable, pero debo decir que a veces agobiante. Por eso, cuando Rámses se duchaba o su papá lograba sacarlo un rato del hospital Gabriel me daba de contrabando algún dulce, uno de sus bizcochos de chocolate que tanto me gusta o solo por rebeldía pura me dejaba levantarme sola de la cama y caminar sin ayuda por el cuarto.
Tampoco es que Gabriel me dejaría hacer una locura, también es bastante protector conmigo y le teme un poco a la furia de su hermano.
—Sobre la graduación...—comenzó a decir mientras me entregaba las pastillas que debía tomarme, junto con un vaso de agua—. Es en un par de semanas, no tenemos que ir si no quieres.
—¿Por qué no debería querer ir? Y sobre todo, ¿Por qué no irías tú?
—Si tú no vas, yo tampoco.
—Ni lo pienses Rámses, vaya o no vaya, tú asistirás a la graduación. Pero no deberíamos estar discutiendo de esto, porque yo iré a la graduación.
—Solo pensé que quizás después de los últimos acontecimientos...
—No me importa. Es muy seguro de que esté en boca de todos, de toda la ciudad incluso, el mundo entero. Pero me niego a que Stuart me robe algo más que me pertenezca, y la graduación me pertenece, así que iré.
Él sonrió y no tocó más el tema. Me ayudo con mi pijama y hasta me acobijó. Le di las gracias con sinceridad, como hice cada vez que hizo algo por mí en el hospital; cuando estuvo a punto de acostarse a mi lado, tocaron la puerta de la habitación. No fue ni siquiera necesario que preguntáramos quien era, porque Gabriel entró con su almohada y una cobija en mano. Se veía adorable, como un niñito pequeño.
—Abran espacio—ordenó y lo miramos confundidos—. No puedo dormir, tengo... pesadillas—su voz sonó falsamente firme; supe que no estaba fingiendo su angustia nocturna. No hizo falta que dijese más, me rodé a una esquina de la cama, Rámses se acostó en el medio y Gabriel en la otra esquina.
Los tres nos quedamos mirando el techo por un largo momento, cuando la puerta volvió a sonar y esta vez fue Fernando quien entró a la habitación.
—Si vienes a dormir acá, tendrás que comprar una cama King, está es muy pequeña—se burló Rámses.
—En realidad venía a saber si sabían dónde estaba Gabriel, pero veo que... ¿Qué hace aquí?. ¿Saben qué? Prefiero no saberlo, a veces la ignorancia es una bendición.
Se sentó a orillas de la cama con nosotros, preguntándome si me sentía bien, antes de continuar hablando.
—En realidad también quería saber si han pensado lo de la graduación.
—Iremos—respondí por los tres con seguridad. Fernando sonrió feliz con la noticia, pero su rostro solo duró alegre unos momentos.
—También quería avisarte Mia que tú mamá por fin terminó la mudanza de su casa y que ya podrás acudir a buscar tus cosas si así lo deseas. Tus abuelos y yo queremos que sepas que si no quieres recuperar nada de lo que allí se quedó, nosotros nos encargaremos de reponerte todo lo que necesites.
—Y con nosotros quieres decir tú—tercié divertida y él me guiñó el ojo, sabía muy bien que no dejaría a mis abuelos gastar ni una moneda de su dinero—. La verdad es que quiero ir a esa casa y ver que se quedó de valor.
—¿Estás segura?—me preguntó Rámses
—Sí, necesito un cierre a todo esto. Dentro de poco tendré que irme de la ciudad y no quiero dejar ningún pendiente ni físico ni emocional.
Los O'Pherer asintieron.
—Entonces te llevaremos cuando estés lista. Pero deberá ser antes de que finalice el mes—me explicó Fernando y yo asentí.
—Termina de soltarlo papá—dijo Gabriel—, tienes la misma cara que pones cuando tienes que tocar un tema que te disgusta y si es que vas a dormir aquí te advierto que no haré cucharitas contigo.
—Tiene la misma cara de aquella vez que nos habló sobre los condones que conseguimos en su cuarto—ejemplificó Rámses.
—O cuando Hayden tuvo que pagar la fianza para y el Mike cuando...
—Muy bien...—Fernando tenía las mejillas sonrojadas pero interrumpió el avance de ese cuento—. Stuart fue dado de alta médica y llevado a la penitenciaria donde terminará de recuperarse y esperará el juicio.
—Eso no es malo—exclamé alegre.
—Y Mike dice que deberán presentar declaración presencial.
Al parecer el recurso presentado por su abogado estaba destinado a que solo fuese acusado por el secuestro reciente y no por la violación pasada, alegando el tiempo que había transcurrido, aunque el crimen no estaba prescrito. Su hábil abogado presentó un buen escrito, con razones suficientes para que el tipo de juicio fijado ameritase mi declaración. Accedí de inmediato, no presentarme no era una opción si aspiraba que pagase por los crímenes.
***
El sábado Rámses se despertó más temprano que nunca y me avisó que tendría que salir a donde Germán su tatuador, para un retoque. Me ofrecí a acompañarlo pero él se negó, insistiéndome en que descansara, pero una vez se fue no pude volver a dormir.
Cuando iba por el tercer escalón, Gabriel apareció a mi lado. Me rodeó por la cintura y me ayudó a bajar el retso de los escalones. Me dejó caminar sola hasta la cocina y se lo agradecí, sabía que debía picarle las ganas de ayudarme tanto como a Rámses, pero él tendía a consentirme en aquellas cosas donde Rámses no cedía.
Abrí la nevera y tomé la leche y luego le pedí que me alcanzase la caja con el cereal.
—Me haré desayuno, puedo hacerte algo mejor que esa comida para pajaros.
Me hizo recordar la vez que fueron a buscarme a la casa y me consiguieron desayunando granola, lo que Rámses llamó alpiste. Ahora que pensaba en esos detalles notaba cuan equivocada estaba con Gabriel, cuanto de él había en cada gesto de su hermano y viceversa.
—¿También piensas que es mejor que no coma antes de comerme esto?—bromeé recordando aquella distante conversación.
—Creo que es mejor que yo te prepare algo más decente para comer. Lo hubiese hecho la primera vez que te vi comiéndolo, pero creo que a Rámses le hubiese dado un infarto.
—¿Por qué lo molestabas tanto si sabías que yo le gustaba?
—Porque era la única forma de que hiciera algo, si no lo hubiese hecho, él hubiese esperado eternamente por ti y tú, francamente, eres la mujer más despistada que conozco.
—Entonces lo provocabas para que reaccionara...
—Así es Beleza.
Gabriel me sentó en una de las sillas de la cocina y me quitó el cereal y la leche. Sacó de la nevera algunos huevos, tocineta, queso y se dispuso a cocinarme un desayuno que olía de maravillas.
—La próxima vez Beleza dime y te hago el desayuno, no me molesta hacerlo. También cuando necesites subir o bajar las escaleras. Ordenes médicas.
—¿Ordenes médicas y ordenes de Rámses?.
—No te mentiré, ordenes de Rámses que ya tiene complejo de médico. De verdad que te compadezco, el día que salgas embarazada querrá ponerte en una cajita de cristal.
Me reí con la idea.
Finalmente el desayuno estuvo listo y sirvió su plato y el mío.
—Nunca te agradecí por aquella vez que compartiste tu desayuno con nosotros.
Me costó entender que se refería al día que estuvimos en la asquerosa cabaña donde nos llevó Stuart.
—No hace falta que lo hagas.
Gabriel asintió sonriéndome y comenzamos a comer.
Tocar el tema de esas horas era siempre difícil. Ya me había tocado una parte de regaño de cada uno de esta familia por el trato que hice con Stuart y a ambos, le respondí lo mismo que le dije a todos "Si no lo hacía así, él los hubiese usado para que yo accediera a sus deseos y yo lo hubiese hecho, con tal de que no los hiriera. Sin ustedes, él no tenía con que manipularme y yo nada por lo que abrirle las piernas".
Todos tuvieron la misma reacción de asco, pero las cosas debían decirse con las palabras correctas.
—Por cierto... llevas la misma ropa de anoche—acoté con picardía y él ladeó su sonrisa.
—Llegué hace poco—explicó mientras comenzábamos a comer—y en la noche tengo otra cita—continuó.
—Asumiré que no con la misma chica.
—Eso es correcto beleza.
—Mientras no sea con Marypaz...—el torció el gesto, aun resultaba doloroso al parecer.
—No volveré a caer con ella Amelia, ha hecho demasiado daño y no es lo que busco en la persona que quiero tener a mi lado.
—No sabía que buscabas algo estable.
—No me niego a esa posibilidad, pero mientras tanto me divierto.
—¿Cómo debe ser la chica que quieres a tu lado?.
—Así como tu...
—Gabriel...—le advertí, pero había aprendido a identificar cuando bromeaba porque sus ojos se achinaban un poco y alzaba ligeramente las cejas.
—Es más fácil decir que sigo esperando por ti a que defina qué es lo quiero en una chica—ahora si estaba siendo completamente sincero—, así que se mi buena mejor amiga que me deja en la cuñadozone y deja que lo diga.
Le rodé los ojos y seguí comiendo al igual que él. Creo que él no estaba listo aun para saber lo que quería en una novia y como él mismo lo había dicho, era más fácil excusarse en una mentira que afrontar la realidad de lo perdido que se encontraba. Quizás su tipo de mujer si había sido Marypaz y ella lo destruyó de tal forma que Gabriel ya no quería a ese tipo de chicas, y eso lo dejaba sin saber qué tipo quería ahora.
Terminamos de comer y permanecimos sentados en la mesa, tomándonos un segundo café.
—Estaba pensando en ir a buscar mis cosas en mi casa—le expliqué.
—Puedo llevarte. Debo salir en un rato a buscar a Rámses, así que si salimos ahora buscamos tus cosas en tú antigua casa—habló haciendo énfasis en antigua—, luego recogemos a Rámses y nos venimos. ¿Qué dices?.
Accedí, era un buen plan. Le escribí a Rámses para ponerlo al día y subí, con ayuda de Gabriel para cambiarme. Me tomó más de lo pensado pero después de ponerme un pantalón corto y una camiseta, me consideré lista.
—Gabriel—lo llamé desde la puerta del cuarto. Escuché sus pasos cuando subió con prisa las escaleras. Se había cambiado de ropa y ahora llevaba una camisa azul y unos pantalones cortos, con una gorra volteada para atrás—. Necesito ayuda con las trenzas de mis zapatos.
Él sonrió y se agachó para ayudarme. Cuando las tuvo atadas volvió a ayudarme a bajar las escaleras.
Finalmente salimos de la casa rumbo a mi antiguo hogar, en un nuevo auto que había conseguido Fernando. Este también tenía un dispositivo de rastreo, como me contaron que tenía la camioneta, uno de mejor tecnología según dijo el mismo Fernando.
Mike, entre sus muchas tareas despues de nuestro secuestro, tomó una lucha personal contra la empresa que colocó el sistema de rastreo porque nunca hablaron de la señal interrumpida que enviaría el dispositivo, puesto que se publicitaban como la líder en el mercado con un alcance de señal prácticamente de otro universo.
Creo que mencionó que buscaría a una persona para que lo ayudase exclusivamente con todos los casos que estaba llevando en mi nombre. Por qué además de denunciar a Stuart también llevaba un caso contra la compañía del rastreador, y varios reclamos personales: al colegio por la mala seguridad, a la compañía de seguridad que contrató para nosotros e incluso a la aerolínea que aseguró que Stuart había embarcado en un vuelo cuando nunca fue así. Yo en definitiva era una ruina para esta familia, pero el mismo Mike se sintió ofendido por mi comentario, del cual se enteró gracias a Rámses.
Me llamó un día temprano cuando leyó los mensajes que Rámses le envió y me dio un sermón tan emotivo que me hizo llorar y él se ganó su propio sermón por parte de Rámses.
Es que la casa era una locura tras otra desde el secuestro. Todos teníamos los sentimientos a flor de piel.
Una vez llegamos Gabriel quiso bajarse conmigo, pero le insistí que era algo que quería hacer a solas, quizás por unos momentos. Después de todo, esa casa significaba mucho para mí, tanto cosas buenas como malas.
—Me parece una mala idea, aunque sea solo por el hecho de que quieras sumergirte en el dolor.
—No estaré llorando en cada rincón.
—Eres una beleza muy mentirosita, pero está bien. Estaré justo acá.
—Puedes ir a buscar a Rámses mientras tanto.
—No
—Pero...—tercié
—Dije que no. Ve, llora en los rincones, revuélcate en el dolor que yo estaré aquí esperándote, para recoger las piezas y volver a unirlas. Y aunque no tenga que unirlas, igual estaré aquí esperándote.
Entré a la casa, abriendo con mi llave. Los muebles no estaban, solo las paredes y mucho polvo. Una sensación de desolación se anidó en mi interior. Esa fue la casa en la que viví por tanto tiempo, las esquinas donde me sentaba a jugar con mis muñecas, los pasillos por donde corría. La cocina donde intenté, junto con mi mamá, en más de una ocasión cocinar y donde también terminamos comiendo comida china de encargo, cuando fracasamos en nuestros intentos de cheff. En esa mesa cantamos cumpleaños, reímos, lloramos.
Subí con dificultad las escaleras y entré a mi viejo dormitorio. Mis cosas seguían allí tal como me dijeron. Revisé las gavetas buscando algo de valor que llevar conmigo, pero no había nada sin lo que no pudiese seguir adelante. Salí del cuarto con mis manos tan vacías como cuando llegué a la casa, pero cuando pasé frente a la habitación de mi mamá no pude evitar entrar. Estaba vacía, por supuesto, no quedaba ni alguna camisa vieja olvidada en el rincón, el closet con las puertas abiertas me confirmaba que la mudanza fue extensa y minuciosa.
A pesar del olor a viejo y encerrado, del polvo picando mi nariz, aún olía al perfume dulce de mi mamá, como si las paredes se hubiesen impregnado de él.
Quise creer que era el polvo, pero en realidad eran mis sentimientos pujando por salir. Mi mamá se había llevado todo de la casa, no quedaba ni una crema, alguna cucharilla, nada viejo, nada desgastado, ni siquiera roto. Incluso limpió la casa antes de irse, aunque el polvo se acumulaba en el piso por el tiempo que llevaba sin estar habitada.
No dejó nada. Bueno, eso es una mentira, sí dejó algo, a mí. Ella se marchó con todas sus pertenencias, menos con la que gestó por nueve meses, la que cuidó, vistió, bañó, alimentó, acunó, cantó, arrulló...
No pude terminar de enumerar todas las cosas que hizo conmigo cuando comencé a llorar sin control. Fue tan fuerte la descarga de emociones que mis piernas cedieron a mi peso y terminé cayendo arrodillada en el piso del cuarto, sollozando sin control.
Sus brazos firmes me abrazaron, su perfume costoso inundó mis sentidos. Gabriel acariciaba mi cabello mientras me dejaba llorar todo lo que necesitaba hacerlo.
—Shhht, está bien Beleza. ¿Quieres que llame a Rámses?—me preguntó cuando vio que no tenía intenciones de parar.
—Se llevó hasta el último pedacito de su presencia aquí y me dejó. ¿Por qué yo no puedo irme y también dejarla?—sollocé.
—Porque tú eres mejor persona que ella. Ya no llores Mia Beleza, ella no se merece ni una lágrima tuya. Nos iremos de la ciudad, comenzarás una vida nueva en otra parte, crearás otros recuerdos, unos nuevos y mejores.
Asentí contra su pecho, tratando de calmarme. Gabriel me ayudó a levantarme y con su brazo alrededor de mis hombros me sacó de la casa.
***
Después de mi lloradera, no estaba de ánimos para ir a ningún otro lado, así que Gabriel le avisó a Rámses lo ocurrido y condujo hasta la casa. Pocos minutos después un huracán francés irrumpió en la habitación donde yo seguía llorando abrazada a Gabriel. Su hermano nos dejó a solas y Rámses se lanzó en la cama abrazándome con fuerza.
—¿Por qué no me llamaste?—me preguntó mientras continuaba acariciando mi cabello.
—De haber sabido que te pondrías así no te hubiese dejado ir sin mí.
—Yo no sabía que me afectaría tanto—confesé—, pero me equivoqué.
—¿Y trajiste tus cosas?—preguntó al cabo de un rato donde el silencio me permitió calmarme.
—No necesito nada de lo que ella dejó.
—Compraremos todo lo que necesites Bombón pero por favor ya no sigas llorando. Ella no se merece ni una lágrima tuya.
—Fue lo mismo que dijo Gabriel—reconocí y vi como Rámses torció el gesto.
—Hay algo que quiero mostrarte—me separó de su lado y me dio una pequeña sonrisa ladeada, invitándome a sonreírle también.
Comenzó a quitarse con deliberada lentitud su sudadera, y luego a soltar los botones de la camisa que llevaba abajo. Ahora fue mi turno de sonreír con picardía.
—La puerta está abierta—le recordé mientras las ansias de tenerlo a mi lado crecían con cada botón que el soltaba.
—Recuerdo cuando estas cosas te ponían nerviosa, ahora no puedes ver un poco de piel, porque te me quieres lanzar encima. He liberado a un monstro.
—Se dice "he creado"
—No, estoy muy seguro que eras así de libidinosa cuando te conocí; yo solo era muy atractivo para que te contuvieras.
—No me molestaré en responderte—le dije levantándome a cerrar la puerta y pasar el seguro.
Lo vi quitarse la camisa y lanzarla sobre la cama. Los músculos definidos de su espalda me invitaron a tocarlo. Lo abracé, deslizando mis manos por su abdomen, sintiendo su piel suave, tibia y firme bajo mi contacto, dibujé con mi nariz los contornos de la inmensa brújula que tenía pintada en su espalda y finalmente apoyé mi rostro en ella para escuchar el retumbar de su corazón. Podía decirme libidinosa si quería, pero su corazón latía tan rápido como el mío y yo no me había quitado ninguna prenda... todavía.
—Porque sabes que es cierto—respondió, tomando mis manos entre las suyas.
Me encogí de hombros sin querer confirmar lo que ambos sabíamos que era cierto. Aún tenía sueños eróticos con la primera vez que salió del baño con aquella diminuta toalla y ese desgraciado nudo que aguantó con coraje las miradas asesinas que le enviaba. Acaricié su abdomen mientras su piel se erizaba por el paso de mis dedos, subí hasta su pecho y me topé con lo que parecía ser una gasa, justo sobre su corazón.
Intenté voltearlo para verlo, pero entre risas no me dejó, también quise rodearlo y me aprisionó contra él.
—Rámses— le pedí con insistencia y mi curiosidad creciendo con rapidez. Finalmente me soltó y se giró, atrapándome entre sus brazos.
Sobre su pecho, en el medio, se encontraba un parche de gasa blanca. Por lo general la gente cree que el corazón se encuentra en el lado izquierdo del pecho, pero bien sabía yo, gracias a Rámses, que nuestro órgano más importante estaba ubicado en el centro del tórax.
Su sonrisa no desaparecía de su rostro y cuando le pedí con la mirada permiso para descubrir lo que el parche ocultaba, noté cierto nerviosismo cuando asintió.
Con delicadeza retiré la gasa blanca y descubrí un nuevo tatuaje en su piel que me hizo ahogar cuando todo el aire de mis pulmones escapó de mí. Estaba recién hecho, una obra de Germán. Mis ojos se humedecieron mientras recorría con la mirada cada uno de los trazos que lo conformaban.
Era un corazón de rojo intenso, atravesado por una flecha con forma de pulsaciones o ritmo cardíaco, cuyas curvaturas formaban un nombre, el mío.
Me había quedado sin palabras que fuesen capaces de expresar todo lo que sentí en ese momento. Aunque esperaba que solo siete de ellas, dentro del mundo infinito de palabras que existían, pudiesen hacerle aunque sea una idea de mis sentimientos.
— Je t'aime plus que ma vie – Te amo más que a mi vida—susurré con mi voz rota y mis mejillas húmedas.
Sus labios se curvaron hacía el cielo, en una sonrisa profunda, sincera, conmovida y hasta sorprendida por el uso de su idioma.
—Mi corazón late tu nombre Bombón. Tú me flechaste como nunca creí que fuese posible y solo cuando entraste en mi corazón sentí que volvió a palpitar, regresándome a la vida.
Era la explicación de su tatuaje, unas palabras que me hicieron derretir en sus brazos. Nunca en todo este tiempo la ropa me había estorbado tanto. Le di besos alrededor del tatuaje, no queriendo ni lastimarlo ni mucho menos contaminar la zona. Lo hice retroceder hasta que la parte trasera de sus rodillas chocaron con el borde de la cama y cuando cayó sentado me senté a horcajadas sobre su regazo.
Mi brazo y mi pierna enyesada eran solo un reto, algo que me motivaba más que nunca a ignorar su existencia. Devoré su boca con ímpetu, necesidad y deseo, y Rámses me correspondió con la misma intensidad, sus manos apretando mi piel, atrayéndome contra sí y sentándome sobre su virilidad.
Quería tener todo el tiempo del mundo para besar cada rincon de su cuerpo, el calor que despedíamos me abrazaba la piel con cada caricia que me daba. Pude tener todo el tiempo que quisiera, pero no lo quería, porque en ese momento, solo necesitaba conectarme con él, envolverlo con mi ser, que fuésemos uno solo.
Con torpeza bajé mi mano buena hasta su pantalón tratando de soltar el botón y liberar su erección, pero él tuvo que ayudarme, no era tan fácil como creí que sería; y bajo mis órdenes también me despojó de mi ropa.
Quedamos desnudos en un instante, dejando más que clara las urgencias que ambos teníamos por hacer el amor. Me acostó en la cama y con extremo cuidado se posicionó encima de mí. Su piel estaba caliente a mi tacto o quizás era la mía que estaba por entrar en combustión espontánea. Me llenó de besos húmedos, de mordiscos, de caricias, de chupones, que me hacían retorcerme debajo de él.
Apresó uno de mis senos en su boca, jugueteando con su piercing, como sabía que me encantaba que hiciera, mientras su mano bajó hasta mi zona sur, perdiéndose dentro de mi humedad y arrancándome un potente gemido que tuve que acallar con la almohada cercana a mí.
Lo escuché reír de satisfacción por mi reacción: —Me muero por devorarte, pero no creo que yo pueda aguantar otro de esos gemidos tuyos—murmuró contra mi boca.
Sacó sus dedos de mis entrañas y en un movimiento que no pude prever, los pasó por mis labios y me volvió a besar. Sus besos ahora estaban mezclados con mi sabor y lejos de asquearme, solo logró excitarme más. Saber lo mucho que él me deseaba y lo que yo podía causar en él, era el mejor afrodisiaco que existía.
—Te tengo tantas ganas...—murmuró mientras se adentraba en mí en un solo movimiento. Su voz se entrecortó con el placer que le produjo—. Merde-mierda, estás muy apretada bombón.
El movimiento de sus caderas era rápido y constante. El calor se agolpó con rapidez en mi vientre, llevándome hasta el borde de un abismo de placer por donde quería con desespero lanzarme.
—Espera... si no... será muy rápido—anunció un tanto apenado al cabo de un rato. Pero no me importaba, estaba muy segura de que yo acabaría antes que él. Así eran de grande las ganas que nos teníamos.
—Más fuerte—exigí, como solo podía hacerlo en ese momento, y enredando mis piernas en su cintura. Él cumplió mi orden con un gruñido de satisfacción, como cada vez que me atrevía a ordenarle lo que quería que hiciera.
Hinqué mis uñas en su espalda y vacié el grito de mi orgasmo en su boca, al mismo tiempo que él hacía lo mismo. Todo mi cuerpo palpitaba al mismo ritmo que su corazón cuando llegamos al clímax, tan intenso para ambos que nos dejó agotados.
Se tumbó a mi lado y me atrajo hacía sí.
—Te amo demasiado—murmuró con su voz cansada contra mi cuello—. Je t'aime, Eu te amo, ti amo, I love you, jeg elsker deg, Ich liebe dich, volim te...
—Son muchos idiomas—reí
—He estado estudiando. Son algunos de los que sé cómo se dice que te amo.
—Pues yo te amo en todos los idiomas que no sé—afirmé entre risas—, porque son más los que no sé qué los que sí.
—Te enseñaré los que sé.
—Tú puedes enseñarme lo que quieras.
~ ~ ~ ~ ~ ~
Nota de Autora:
Miércoles de #NJLP
Rámses el sobreprotector agobia, pero por lo menos tiene a Gabriel para darle un poco de libertad.
Curiosidad: En algún momento el secuestro ocurría cuando Amelia iba a su casa por sus cosas, ella se encontraba allí a Stuart y el terminaba secuestrando a los chicos desde ese momento, pero lo cambié porque las horas eran cruciales y un secuestro así Fernando, Hayden y Mike no se hubiesen enterado a tiempo.
El tatuaje nuevo de Rámses... Ufff, cuando hace esas cosas nos olvidamos que es un niño malcriado, contestón, celopata y sobreprotector jajajaja, solo recordamos que está divino, que tiene un cuerpo de miedo, que es súper libidinoso y... que más?...
Ya saben: Voten en la estrella, comenten en la burbuja y compartan sus frases favoritas en las redes sociales.
Suscríbanse al grupo de FB, se llama NO JUZGUES LA PORTADA.
Baisers et Abraços
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top