Capítulo 51. I'M A KHALEESI
La luz del día de me despertó y me reincorporé de inmediato en la pequeña cama. No recordaba en que momento me había quedado dormida, pero amanecí – gracias a Dios- con mis manos y pies desatados y arropada con otra cobija. Me la quité de encima, molesta y asqueada con el solo hecho de saber que había sido Stuart quien me arropó.
El descanso me ayudó, aunque haya sido contra mi voluntad, porque me sentía más despierta, centrada y con más fuerzas que antes. La habitación era pequeña, su única ventana también estaba entablillada. Un gran bolso con alguna de mis pertenencias estaba en una esquina de la habitación, otro, con las pertenencias de Stuart, al otro lado. Me apresuré al mío y lo registré con rapidez sin conseguir nada que me sirviese para algo. El bolso de Stuart estaba cerrado con un pequeño candado. En él debería haber cualquier cosa que pudiese usar, de lo contrario no se hubiese molestado en cerrarlo de tal manera.
Stuart estaba en la cocina, preparando algo que para mí molestia olía muy bien.
—Buenos días mi pequeña—me saludó sin ni siquiera darme la oportunidad de salir del cuarto.
En cuanto asomé mi cara buscando a Rámses lo vi sentado en la pequeña cama, con sus piernas estiradas, mirándome con sus ojos caramelos, escrutándome en busca de alguna señal que desatara la carnicería que sus ojos rogaban por iniciar. Quise decirle que todo estaba bien, que yo estaba bien, quise sonreírle, quise abrazarlo, besarlo, pero una voz me saludó y una parte de mi alma volvió a mi cuerpo.
—Hola mía Beleza—su voz era rasposa, quizás por el mal dormir, quizás por el golpe, pero su sonrisa segura estaba intacta.
No lo pensé, ni siquiera lo dudé. Me acerqué hasta Gabriel y lo abracé con fuerza mientras lloraba en su hombro. Él seguía, al igual que su hermano, atado de manos y pies, así que no pudo corresponderme el abrazo. Estiré mi mano y atraje hasta nosotros a Rámses, dejando mi cabeza entre ambos hermanos.
Rámses, con un instinto suicida se atrevió a darme un pequeño beso en mi hombro y yo se lo correspondí en el cuello. No quería que una muestra de cariño ocasionara la explosión de la furia de Stuart, quien para mi mayor miedo, actuaba muy tranquilo y sosegado.
—No vuelvas a asustarme de esa forma—regañé a Gabriel mientras revisaba la herida de su cabeza. Me levanté y busqué algo con lo que limpiarlo.
Regresé al poco tiempo con una toalla parcialmente humedecida y me dediqué a limpiar la herida de su cabeza. Rámses la observaba con atención, asegurándose de que estuviese cerrada. Me pidió que no retirara la costra, quizás era lo que evitaba que siguiese sangrando.
Cuando terminé con su cabeza revisé las muñecas de ambos hermanos, donde la piel comenzaba a romperse producto de sus ataduras.
—Es suficiente—Stuart colocó los platos con el desayuno sobre la mesa y me ordenó que me sentara a comer.
Lo bueno de haber descansado es que me sentía más rebelde que nunca, y eso también era lo malo de la situación. Vi que no había más comida sino la servida en el plato de Stuart y el mío, así que tomé mi plato y me dispuse a compartirla con los chicos.
—Ni se te ocurra—siseó Stuart tomándome con fuerza del brazo, pero me solté con violencia de su agarre.
—No los matarás de hambre. Si ellos no comen, yo tampoco. Tú decide.
Lo miré desafiante, directo a los ojos. Me negaba a transmitirle el miedo que toda la situación generaba, mucho menos a dejar en evidencia que aunque yo no quisiese, él tenía el control, pero solo por tener una estúpida arma consigo.
Cuando no dijo nada más me arrodillé frente a los hermanos y comencé a compartir la comida con ellos, insistiendo en que comieses más de lo que yo misma estaba comiendo. Les daba comida como si fuesen dos niños pequeños, y si la circunstancia fuese distinta esto me parecería adorable; Rámses de seguro haría algún comentario gracioso y Gabriel alguno de doble sentido que molestase a su hermano; pero no había nada de gracioso en esta situación, los estaba alimentando porque un psicópata estaba obsesionado conmigo y nos tenía secuestrados.
La comida se acabó y emití un sonido de decepción. La anticipación de no saber lo que pretendía Stuart, retomó a mí con fuerzas. Busqué un poco de agua y se la ofrecí a cada uno, teniendo cuidado de colocar mi mano debajo de su mentón para no mojarlos. Gabriel me guiñó el ojo y le sonreí, cuando fue el turno de Rámses vi su mirada con enormes ojeras preguntándome, un grito desesperado de que Stuart no me había tocado ni un pelo en toda la noche, así que le negué y él por fin soltó el aire que estuvo conteniendo quien sabe desde cuándo. Stuart entró al baño y aproveché para abrazarlo y besarlo con rapidez.
—No me hizo nada—susurré.
—Papá nos conseguirá—murmuró apresurado—, solo resiste.
Asentí con rapidez y esperanzas renovadas, que Stuart se encargaría de seguro pisotear.
—Vamos a cambiarnos y nos pondremos en marcha pequeña—abrió sus brazos indicando el camino hacia la habitación. Le di una pequeña mirada a Rámses y caminé a la habitación con Stuart detrás de mí.
Pensé que me dejaría a solas para cambiarme, pero en cambio entró detrás de mí algunos minutos después y se sentó sobre la cama expectante.
—No me cambiaré delante de ti.
—Te dejé darle comida y agua a los idiotas esos, incluso asearlos; es mi turno de exigir algo a cambio.
Escuché unos gritos ahogados de Rámses seguido de unas murmuraciones de Gabriel tratando de calmarlo.
—No tengo todo el día pequeña y esto podría tornarse mucho peor, así que te recomiendo que lo reconsideres
Su voz calmada me generaba escalofríos y me quitaba cualquier indicio de rebeldía que podía tener. Tragué grueso y busqué la ropa dentro del bolso. Me senté en la cama y maniobré para que no pudiese ver más de lo necesario.
—Deja la timidez...—su voz ronca me asqueó.
Me quité el pantalón y me puse un jeans limpio, él nunca quitó su mirada de mi, caminó alrededor buscando tener mejor vista de mi. Las lágrimas picaban en mi garganta, los nervios y el miedo. No mostré mucho con el pantalón pero para la blusa sería otra cosa.
Solté cada botón sin querer hacerlo, rezando a cualquier santo que fuese capaz de hacer el milagro de sacarnos de esta situación, pero para cuando quité el último, ninguna deidad había acudido a mi rescate. Respiré profundo y me quité la camisa. Lo escuché suspirar y la repulsión invadió ni cuerpo. Con la mayor rapidez de la que fui capaz tomé una camiseta rosa pero Stuart tomó mi brazo y evitando que me tapase se dedicó a mirarme. Tuve que voltear mi cara porque el miedo y la humillación ni me permitía ver como me morboseaba.
Cuando me soltó me apuré en cubrirme. La camiseta que había escogido decía en letras negras "i'm a Khaleesi", la misma que había usado cuando Rámses fue a la casa por primera vez, una eternidad atrás, cuando me dio vergüenza que me viese en pijamas con mi cabello enmarañado, mientras que ahora me veía así casi todos los días y con menos ropa que esa.
La escogí en aquel entonces por lo mismo que la escogí hoy, porque me daba fuerza para afrontar una humillación.
Salí del cuarto sin esperar que Stuart me lo ordenase, la rabia me consumía con lentitud cada pedazo de mi cuerpo. Tenía los puños cerrados con tanta fuerza que me lastimaba la palma de las manos con mis uñas, y lo estaba disfrutando porque me mantenía enfocada y concentrada. No era la primera vez que esto me pasaba; la primera vez huí, pero esta vez no tenía ganas de hacerlo.
—Estás más bella que antes—Stuart salió de la habitación con las valijas en la mano y le dio una sonrisa socarrona a Rámses, que tuvo que ser contenido por su hermano con mucho esfuerzo.
—Eres un imbécil—le espeté—, un maldito depravado.
Él se encogió de hombros y volvió a sonreírle a Rámses. Estaba de espalda a todos, no estaba para ver la mirada de Rámses porque sentía vergüenza por lo que acababa de suceder, me sentía sucia aunque no debía, y no quería hacer una locura que Stuart pudiese hacerme pagar con alguno de ellos.
Stuart abrió la puerta principal y caminó con suficiencia hasta la camioneta donde guardó las valijas. La puerta estaba abierta, pude correr, pero no lo haría porque no los dejaría a ellos. Giré a verlos y ambos tenían los ojos abiertos cuán grande eran, con sus bocas ahora amordazadas, lo que explicaba los ruidos que escuché, y me pedían a muecas y gritos contenidos que huyera, pero no lo haría.
Stuart regresó y dio un pequeño aplauso y se frotó las manos antes de hablar, como quien organiza a algún equipo a una actividad divertida.
—Bien, tomaremos las mismas posiciones de ayer. No quiero problemas chicos, me basta con tener a uno solo de ustedes vivo, poco me importa cual.
—No—respondí con seguridad y me planté delante de los hermanos—, ellos no irán a ningún lado con nosotros. ¿Te quieres ir? Bien, nos iremos, los dos. Tú y yo. Ellos se quedarán aquí.
Ambos hermanos se quejaron pero los ignoré.
—No seas absurda, ellos son mi garantía de que te comportarás—cruzó los brazos sobre su pecho, demostrando lo seguro que estaba sus palabras.
Imité su posición.
—Te equivocas, ellos son solo el recordatorio del monstro que eres y mientras los tengas cautivos me seguirás pareciendo repulsivo y despreciable. Déjalos ir y yo iré contigo sin pelear, sin rechistar, sin desobedecer.
Yo conocía a este hombre, me crié con él, conviví a su lado. Sabía que lo hacía feliz, que lo entristecía, que lo enojaba. Conocía sus fortalezas y también sus debilidades, lo que quería y lo que no. Por esas razones estaba segura que no querría perder la oportunidad de doblegarme.
Era lo que más le gustaba hacer: mandar.
Y yo, soy su debilidad.
Nunca se puede resistir a lo que yo pidiese y hoy no sería la excepción.
Él era inteligente, no me quedaba duda de eso, no estábamos en la situación donde estábamos por casualidad. Lo estábamos porque él fue lo suficientemente inteligente para engañarme, para violarme, para engatusar a mi mamá, para volver a su vida y podría seguir pensando en todas las cosas que él había premeditado, pero no valía la pena, porque ahora era yo, quien debía ser más inteligente que él.
—¿Y qué garantía me darás de que no huirás de mí, de que harás todo lo que diga?
Le ofrecí mis muñecas unidas al frente: —Átalas si quieres.
Sonrió y se sentó en la primera silla que consiguió, con su dedo índice y pulgar sosteniendo su barbilla, pensando sin dejar de mirarme.
—Te ataré, obedecerás todo lo que te pida, dormiremos en la misma cama y... dejarás que tome lo que es mío, todas las veces que quiera, sin negarte—sus ojos brillaban con lujuria mientras escaneaba mi cuerpo, lo vi tragar la saliva que se acumuló en su boca y tuve que usar toda mi fuerza de voluntad para no torcerle el gesto y asquearme por su mirada lasciva.
—Déjalos ir y tienes un trato.
Detrás de mí los hermanos berreaban enfurecidos. Gritando a pesar de las mordazas. No quería voltear a mirarlos, porque mi confianza desaparecería.
Escuchaba un "Amelia no" a gritos que lastimaban la garganta de Rámses y mi corazón.
—Has el trato, dame tu palabra, y los dejaré ir.
Ni siquiera dudé en responderle y continué ignorando los gritos detrás de mí.
—Sin lastimarlos—advertí y él sonrió tan amplio como sus labios le permitieron y asintió.
Me acerqué para estrechar su mano, tratando de ignorar los lamentos de Rámses, sus gritos contenidos que me imploraban que no lo hiciera. Stuart tomó mi mano, su tacto estaba caliente, nunca le sentí las manos frías y era algo que nunca me dejada de sorprender de él, pero hoy se sumaba a las cosas que me causaban repudio. Apretó con fuerza y me haló con violencia hasta él, envolviendo mi cuerpo con sus brazos y luego me besó.
Su lengua entró en mi boca con impaciencia, su saliva babosa se mezcló con la mía a pesar de mi intento de voltear el rostro y cerrar mis labios.
Lo mordí con fuerza para que retrocediese y finalmente me soltó victorioso, sonriendo como si aquello hubiese sido un juego solamente.
—Despídete pequeña, porque no volverás a verlos—se dio media vuelta no sin antes pasarse la lengua por sus labios, como quien saboreaba los restos de algún postre.
No bien salió de la casa me doblé en una potente arcada que me tumbó arrodillada en el piso, donde dejé todo el desayuno que había comido y algunos otros jugos gástricos apestosos. Me limpié la boca con la manga de mi camiseta, con mis manos temblorosas y las lágrimas quemando mi garganta.
Corrí a los brazos de Rámses, deslizándome por debajo de sus manos atadas. Un par de brazos más se unieron a nosotros por la espalda. Ahora era Gabriel quien nos abrazaba a los dos. Mi corazón desbocado hacía doler mi caja torácica, como si quisiera romperla, y deseé que lo hiciese, que mi pecho se reventase en ese momento.
—Los matará en cuanto pueda. Lo hará, no puedo permitirlo, no puedo arriesgarme. Les hará daño para que haga lo que quiera y yo lo haría. No puedo... no...
Rámses buscó mi boca, sin importarle donde estuvo hace poco, ni lo que de ella había salido y colisionó sus labios con los míos por la fracción de segundo que teníamos para despedirnos, queriendo decir todo y no poder hablar nada.
—Te amo—susurré contra sus labios y él negó, pidiéndome que no fuese con Stuart.
Salí del pequeño cinturón de seguridad que los brazos de los O'Pherer habían hecho a mí alrededor. Limpié las lágrimas del rostro de Rámses y le di un nuevo beso, uno desesperado, cargado de miedo y necesidad. Me giré para despedirme de Gabriel, también estaba llorando, pero él limpió sus lágrimas con sus manos atadas. Su sonrisa había desaparecido por completo, sus ojos caramelos ahora estaban enrojecidos le di un fuerte abrazo y un beso en la mejilla. Me alejé de él pero para mi sorpresa me tomó por mi camiseta con fuerza y me atrajo hacía él, uniendo sus labios con los míos por un segundo. Ni siquiera pude reprenderlo con la mirada, su cara no era de diversión, tampoco lucía su sonrisa ladina, no me guiñó el ojo, nada.
—Te estás tardando demasiado pequeña—Stuart entró en la cabaña y colocó una navaja sobre la estufa—. Soy un hombre de palabra, así que una vez nos marchemos pueden liberarse. Ni se molesten en buscarnos, no permaneceremos mucho tiempo en esa camioneta.
Me tomó de la mano y obstaculizó la posibilidad de ver por una última vez a Rámses y a Gabriel. Me subió en el auto, y me entregó la llave cuando estuvo sentado a mi lado. Me puse el cinturón de seguridad y cuando me dispuse a arrancar el vehículo me detuvo. Me hizo extender las manos entre el volante y con una brida sujetó mis manos entre sí, permitiéndome apenas tomar el volante con dificultad y no sin maltratarme en el proceso.
Finalmente arranqué la camioneta y seguí el mismo sendero que nos trajo hasta aquí el día anterior.
~ ~ ~ ~ ~ ~
Nota de Autora:
Miércoles de #NJLP
Estas escenas se me han hecho bastante difíciles, las redacté no se cuantas veces y las modifiqué un millón más.
Espero que hayan disfrutado el capítulo (no es corto, es que cuando la lectura es buena, se lee rápido).
Para los que me preguntan por cuanto falta para el final: La historia tiene 63 capítulos y 1 epílogo y SEGUNDA PARTE :)
Suscríbanse al grupo de FB, se llama NO JUZGUES LA PORTADA.
Baisers et Abraços
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