Capítulo 32. ¡Qué pasó ayer?

Mis abuelos seguían en Portland, el clima mejoró pero mi abuela cayó enferma con una fuerte gripe y sin embargo, a pesar de su malestar viajarían de acuerdo a lo planeado. Llegarían a casa el sábado. El señor Fernando les ofreció el cuarto de huéspedes cuando ellos mencionaron que llegarían a un hotel porque no llegarían a la misma casa que Stuart. El señor Fernando no aceptó un no por respuesta y podía ser muy testarudo cuando quería, así que mis abuelos aceptaron sin tener más opción.

Fue una semana muy agotadora. el viaje nos dejó a todos sin energía y de igual forma tuvimos que asistir a clases, hacer las tareas, presentar los exámenes, en fin, la vida siguió su rumbo normal a pesar de nuestro cansancio.

No sé qué clase de relación existía entre Gabriel y Marypaz, pero después del viaje volvieron a actuar como desconocidos y eso cargaba de un humor de perro rabioso a Gabriel.

—¡Anda por favor!—me insistía Marypaz por teléfono.

—No lo sé, he tenido tantas malas experiencias con ese grupo...

El toque que Rámses estuvo la semana pasada organizando para la banda de Cólton, quedó programado para el viernes y Pacita insistía en ir.

—Esta semana ha sido una mierda... ¡por favor Mia!

—Estará Marié y sabes que la detesto—me quejé.

—Después de la última vez dudo mucho que se acerque a ti, hubieses visto a Rámses como la puso en su sitio, ¡casi la hizo llorar Amelia!. Rámses estaba tan molesto que la miró como si le pudiese torcer el cuello en un solo movimiento. No sé cómo a ella no le dio miedo.

—¿Y que le dijo?—pregunté curiosa.

—Bueno... él le dijo que por qué no lo dejaba en paz, que si ella creía que regresaría con ella. Y ella le dijo que ya se le iba a pasar lo que sentía por ti, porque todos querían una princesa de día y una... ya va que esto tengo que decirlo exacto... ¡ajá! Que todos querían una princesa de día y una fiera de noche y que tu no tenías nada de fiera y que Rámses se aburriría.

—¡Esa perra!—chillé

—Y entonces Rámses se le acercó como si fuese a matarla y le dijo que era verdad que todos querían una princesa de día y una fiera en la noche pero no una zorra. ¡BUM!—exclamó entre risas.

—¡Ese es mi francés!—reí emocionada

—Y le hubiese dicho hasta del mal que se iba a morir – sífilis- pero Gabriel lo apartó.

—No puedo creerlo—decir que estaba feliz por enterarme de eso era poco—, la puso en su lugar.

—Y después de que la puso en su lugar se encierra contigo en el baño y regresan los dos recién duchaditos... Amelia, le partió la madre, el padre y todo el árbol genealógico—Marypaz estaba tan emocionada como yo.

—Me alegraste el día con eso.

—¿Entonces iremos?—preguntó con emoción renovada—. Además, no te estoy diciendo que vayamos al after party, solo al toque. El lugar donde se presentarán es el mejor y todos matan por entrar. ¡Anda!

Lo pensé por un momento y ante su cruel y despiadada insistencia, terminé cediendo.

—Bien, iremos. Bailaré un poco con Rámses en su presencia hasta que nos griten que vayamos a un hotel y verá lo "aburrido" que está de mí y lo "fiera" que puedo ser.

—¡Genial!—rio con fuerza—. Rámses jamás dirá que no a un plan como ese.




—¿Entonces quieres ir?—me preguntó escéptico el francés.

—Si, creo que la pasaremos bien, pero no quiero ir a la after party, es donde todo se descontrola.

—Si quieres ir al club puedo acordar otro día, no tenemos ni siquiera que ir al toque de Cólton—ofreció y me lamenté, porque no se me ocurrió esa idea con Marypaz.

—Me gusta como toca el grupo de Cólton, aunque no me caigan bien todos sus integrantes o... familiares.

—Odias a Marié—afirmó mientras escribía por su teléfono despreocupado.

—Si—no pensaba mentirle— y le dije a Marypaz que iríamos siempre y cuando no fuésemos al after party.

—Bueno, si de verdad quieres ir, está bien. Iremos.

—¡Bien! Le avisaré a Pacita. Por cierto, me contó lo que pasó aquel día que estuvieron acá...

—El día que me acorralaste en la ducha y casi me ultrajas...

Ahogué un grito indignada: —¡Eso no fue así!

—Como yo lo recuerdo subí a ver cómo te encontrabas y te conseguí furiosa, adorable, pero furiosa y lo siguiente que recuerdo es a ti seduciéndome debajo de la ducha con tu ropa húmeda pegándose a tu cuerpo.

—¡No te estaba seduciendo!—alcé la voz avergonzada—yo estaba molesta y tu me dijiste que ayudaba darse un baño...

—Pero no te dije que te metieses con la ropa en la ducha. Claro que me estabas seduciendo Bombón, no lo niegues. Tu ropa se transparentaba.

La mirada de Rámses iba cargada de total lujuria mientras recordaba ese momento, yo en cambio estaba repentinamente avergonzada. Ese día no lo estaba seduciendo... ¿o si?

—Yo... ehm... Tú también te metiste en la ducha—me defendí.

—Pero claro que lo hice, si podía ver tus pezones marcados. Hubieses estado debajo de fuego volcánico así, e igual me hubiese metido a tu lado.

Se levantó de la silla del escritorio donde estuvo sentado todo este tiempo y gateó por la cama hasta que quedó encima de mí, sentado a horcajadas sobre mis piernas.

—Fui manipulado vilmente en tus redes pervertidas. Vulneraste mi dulce y casta inocencia.

Su cara estaba completamente seria, como si de verdad creyese todo lo que me estaba diciendo.

—Ya que te estás quejando entonces dejaré de transgredir tu inocencia, aunque déjame decirte que de inocente no tienes nada Rámses.

Él sonrió con suficiencia, mostrándome esa dentadura perfecta.

—No me estoy quejando Bombón, me gusta que tu mente pervertida me vulnere todo lo que quieras...

Y acto seguido comenzó a besarme el cuello con delicadeza, cerré mis ojos para disfrutar de las caricias que me daba mientras rozaba la punta de su nariz por mi mandíbula.

—La puerta está abierta—le recordé.

—Ujum

—Rámses, alguien puede vernos—Sostuvo mis manos cuando intenté débilmente apartarlo de mí y me reí cuando comenzó a besar mi oreja.

—¿Ocupados?—preguntó Gabriel desde la puerta.

Por instinto quise saltar lejos de Rámses, pero que me mantuvo fija en mi posición, sosteniendo mis manos al lado de mi cuerpo. Me sonreía con picardía.

—Si—respondimos al unísono.

—¿No? Bien...—Gabriel entró al cuarto y se tumbó en el lado libre de la cama, apoyó su cabeza en la mano y contempló la posición de Rámses sobre mí como si fuese lo más natural del mundo, mi cara ardía por la vergüenza—. Marypaz me dice que este sábado iremos todos al toque de Cólton. ¿Tú sabrás si es una especie de cita?—me preguntó.

Intenté zafarme otra vez de Rámses pero él se rió y negó con la cabeza sin dejar que me moviese de esa posición.

—Te suelto solo si prometes que seguirás vulnerando mi inocencia con esa mente pervertida y morbosa tuya—susurró a mi oído.

Bufé reacia a darle respuesta con su hermano al lado. Intenté zafarme pero era más fuerte y pesado que yo, así que hice lo único que podía: fingir la misma naturalidad que los hermanos tenían en su cara.

—No me dijo nada al respecto. No sabía que seguían hablándose—dije extrañada, Gabriel solo sonrió y se encogió de hombros.

—Una cita es de dos personas, si te dijo que iríamos todos, no creo que sea una cita—explicó Rámses.

—Es verdad, pero quizás quiera aligerar la tensión...—meditó Gabriel.

—o tu presión—insistió el francés.

—Puede ser... pero me inclinaré en pensar que es una posible cita.

—Chicos llegué a casa—gritó el señor Fernando.

—Estamos arriba—respondió Gabriel.

Escuché sus pasos acercarse y me retorcí tratando de liberarme de Rámses, pero él seguía riéndose sin soltarme.

—Promételo y te suelto.

—Está bien, lo prometo—concedí nerviosa por los pasos cercanos que escuchaba.

—¿Prometes qué?—la diversión iluminaba su rostro, quería que dijese sus mismas palabras.

Gabriel miraba el techo pensativo.

—Oye papá...—gritó Gabriel— si una chica te dice para salir en grupo, ¿es una cita o no?.

—Eso depende de...—el señor Fernando entró a la habitación y deseé morir en ese momento tragada por la tierra. Alzó la ceja ante la escena que observaba.

Yo estaba acostada en mis pijamas sobre la cama, Rámses sentado a horcajadas sobre mí, con su torso desnudo, con su sonrisa torcida y sujetando mis manos. Gabriel tumbado a nuestro lado, con su cabeza apoyada en el brazo sus piernas estiradas y cruzadas miraba a su papá esperando la respuesta por la pregunta que le hizo.

—... okey—respondió el señor Fernando alargando cada letra.

—Rámses—siseé un susurró apenas audible, una amenaza latente para que me soltase.

Él negó levemente con la cabeza: —¿Qué dices? ¿Qué quieres que te bese apasionadamente? Pero Amelia, aquí está mi papá y mi hermano.

—¡Rámses!—estaba avergonzada a mas no poder, horrorizada por lo que podía estar pensando el señor Fernando.

—¡Amelia no insistas!—respondió con fingido horror.

—Entonces papá... ¿es o no es una cita?—preguntó Gabriel otra vez

—Si se trata de Marypaz... y el grupo son ustedes... es probable que pueda ser una cita o una forma de acercarse a ti sin sentir tanta presión.

—Pero no entiendo por qué sentiría presión—bufó molesto Gabriel.

—Bueno, diré que sé que mis hijos son bastante intensos...—su mirada se clavó en mí— ¿Qué clase de juego previo es este?.

¡Que alguien me mate ahora mismo!.

—Rámses juega al activo—explicó Gabriel—. ¿Cómo puedo estar seguro si es una "especie de cita" y no solo una salida de amigos?

—¡Rámses!—mi voz salió aguda, la vergüenza casi no me dejaba hablar.

—Promételo y te suelto Bombón—insistió con una sonrisa tan perfecta suya, con su cabello cayendo sobre su frente, su mirada miel brillando de diversión y mordisqueando el piercing de su lengua.

Con esa visión, francamente prometería lo que él quisiera, pero tampoco quería que ahora se levantase de encima de mí.

Sentí la cama hundirse cuando el señor Fernando se sentó en ella.

—Bueno, dependerá de cómo se comporte, si estando en la salida no busca un momento a solas contigo, es una salida de amigos, si busca o aprovecha los momentos que se queden a solas, es una especie de cita.

Gabriel asintió meditando la respuesta.

—Yo pensé que tú eras el pasivo—agregó mirando a Gabriel.

—No estamos jugando a eso—aclaré y seguí retorciéndome.

—Yo no quiero ser el pasivo y Rámses solo quiere ser el pasivo de Amelia, es otra de mis relaciones condenadas al fracaso—respondió Gabriel—. ¿Cómo no conoces este juego previo? A mí me lo explicó Hayden cuando tenía 15 años.

¡Ay no! No es posible que piensen tener esta conversación conmigo aquí y así...

—Pero debería hacerse en privado... no con público.

Rámses me miraba con una sonrisa perversa en su rostro, disfrutaba mi sufrimiento y vergüenza.

—Nos gusta un poco el voyerismo—habló el francés y me quedé sin aliento—. Una de las fantasías de Amelia es...

— ¡Lo prometo. Lo prometo!—me apresuré a responder para callarlo, estaba muy seguro de que me dejaría en evidencia, era más que obvio que ésta familia no sabía de límites ni secretos, él me miró expectante a que terminara la frase, cerré los ojos con fuerza antes de proseguir—. Prometo vulnerar tu inocencia con mi mente pervertida y morbosa.

Me soltó y con una sonrisa triunfal se levantó de la cama. Yo solo pude tapar mi rostro con la almohada.

—Te dije que era su pasivo—habló Gabriel entre risas uniéndose a las carcajadas del señor Fernando y de Rámses.

—Vámonos hijo, Amelia necesita poder asesinar a Rámses sin testigos—el señor Fernando se levantó de la cama y Gabriel lo imitó.

—Definamos el límite de "sin presión" dentro de "aprovechar los momentos a solas"...—el portugués siguió hablando con su papá.

***

Pacita llegó a la casa de los O'Pherer más temprano para poder arreglarnos juntas. Se había enterado de las últimas salidas de Gabriel y aunque quiso aparentar que no le importaba, no le creía, era obvio para mí que estaba celosa. Y aunque negó que esta salida se tratase de una cita, no le creí. No me terminaba de creer eso de que ya no sentía nada por Gabriel, menos después de estar con él durante el viaje a las universidades.

Supe por Rámses que ella fue quien rechazó a Gabriel después del viaje, así que menos entendía por qué ahora se incomodaba si Gabriel salía con otras personas.

Marypaz se colocó un vestido entallado de color verde botella, era bastante revelador sin llegar a ser vulgar, yo por mi parte me coloqué una blusa holgada de encaje blanco que dejaba al descubierto mis hombros con una falda tubo violeta un poco más arriba de las rodillas, ambas prendas cortesías de mis abuelos, enviado desde Portland con motivo de mi viaje a las universidades.

Los chicos nos esperaban en la cocina charlando con el señor Fernando. Gabriel llevaba un jean azul con una camiseta vino tinto y una chaqueta de jeans, su cabello no estaba peinado como de costumbre, ahora estaba revuelto, como si acabase de despertarse. Rámses por su parte llevaba un jean negro desvencijados, rotos en las rodillas, una camisa azul oscura manga corta y unos zapatos deportivos rojos, se veía muy sexy con los tatuajes de sus brazos tentando la curiosidad de cualquiera. Me acerqué hasta él y planté un pequeño beso en sus labios mientras me abrazaba.

Antes de marcharnos el señor Fernando nos dio la respectiva charla:

—Nada de drogas. ¿Quién es el conductor designado?—preguntó y Gabriel alzó la mano—Bien, tú no tomas y los demás háganlo con prudencia. Nada de sexo sin protección, y de acuerdo a las últimas declaraciones: nada de sexo en lugares públicos—miré a Rámses para asesinarlo con la mirada, él solo rio—, cualquier duda le preguntan a Amelia que sabe colocar condones en todo tipo de bananas y con distintas técnicas—ellos se rieron con fuerza y yo enrojecí más si es que eso era posible.

Jamás me dejarían olvidarlo.

—¡Y cualquier cosa me llaman!. Amelia confío en tu sensatez para mantener a estos dos lejos de los problemas.

Asentí y después de que el señor Fernando repartiera los respectivos besos, nos marchamos.




El local, como siempre, estaba abarrotado de personas. Entramos sin hacer fila, después de que Rámses saludara al personal de seguridad que custodiaba la entrada. La banda estaba haciendo una prueba de sonido cuando llegamos, así que solo saludaron a la distancia, estaban contra reloj, porque tuvieron algunas demoras y problemas con las instalaciones eléctricas.

Me volví a parar en una silla cuando la banda comenzó a tocar, disfrutando igual o más que la primera vez que fui a un concierto de ellos. Pacita a mi lado, en la silla contigua, gritaba y bailaba tanto como yo, mientras que los hermanos O'Pherer cuidaban nuestro precario equilibrio. Cuando el toque terminó y el DJ comenzó a amenizar el ambiente Cólton, Franco y Aztor se acercaron a saludar.

Marié llegó a los pocos minutos, con un chico a su lado a quien presentó entre risas pícaras como un "amigo". La botella de vodka que solicitó Gabriel cuando llegamos se acabó así que pedimos otra. Pacita se encargó de servir las bebidas. Rámses me pidió compartir su bebida, aunque él no era el conductor de la noche, no quería abusar. Sin la presión de estar en la casa de la banda donde pudieran armar una orgía en cualquier momento y sin Marié cerca molestando, se me hizo sencillo disfrutar de la conversación y reírme por los cuentos tragicómicos de Cólton.

Bailé con Rámses en varias oportunidades sin que nos importaran las burlas de los chicos que nos invitaban a ir a un hotel, también acepté bailar con Gabriel, quien se comportó y evitó hacerme ningún comentario irrespetuoso.

—Entonces ¿cita o salida de amigos?—me preguntó mientras bailábamos

—Creo que salida de amigos—respondí y noté la decepción en su rostro.

—No la entiendo Amelia, intento entenderla pero no lo logro. Unos días me quiere, otros días me desprecia, después me extraña y me busca para desecharme al poco rato.

Mi corazón se contrajo con su declaración tan sincera. Él estaba sufriendo a manos de Marypaz y no se lo merecía, aunque si me dejaba claro y era que no estaban en la misma página. Marypaz no estaba buscando nada serio y Gabriel al parecer sí. Tendría que hablar con ella para que se sincerara con él y no le alimentara las esperanzas.


Me empecé a desinhibir, bailando sin control de la mano de Pacita y bajo la atenta mirada de Rámses y Gabriel, quienes nos vigilaban cual guardaespaldas de cualquiera que intentase acercarse a nosotras. Estaba mareada más de lo que quería estar, pero me estaba divirtiendo tanto que ignoré las señales de alerta que me enviaba mi cuerpo.

Franco se acercó para pedirle un baile a Pacita y yo regresé a la mesa. Gabriel me avisó que Rámses había ido al baño y que le ordenó vigilarme muy de cerca, y eso lo dijo susurrándome al oído. Me alejé de él rodando los ojos mientras Gabriel se reía, lo vi tambalearse un poco, también tomó más de la cuenta, pero él era bien grandecito para cuidarse solo, tanto como yo. Con mi garganta reseca y mi cuerpo sediento busqué el vaso que compartía con Rámses para beber lo último que quedaba en él.


Y eso fue lo último que recuerdo


***


Era aun de noche cuando desperté con un dolor de cabeza lacerante y las ganas de vomitar en mi boca, supe en algún nivel de mi inconsciencia o consciencia, no lo sé, que ya no tendría nada más que vomitar, que el sabor amargo en mi boca era prueba de que mi estómago ya había sido vaciado. Solo por eso no me levanté y permanecí abrazada a su cuerpo tibio, enroscando mi pierna con las suyas.

¿En qué momento nos desvestimos? No lo sé... ¿En qué momento llegamos a la casa? Tampoco lo sé.

Su respiración era regular y calmada, su pecho subía y bajaba meciéndome con suavidad. Lo único que no me agradaba era su camisa, olía a cigarro y alcohol... a todo lo que se olía en esa discoteca. Me extrañó que Rámses fuese capaz de traernos a casa, desvestirme y no quitarse la ropa. Él odiaba dormir con algo más que con su bóxer, y sin embargo aquí estaba con su camisa puesta aunque por lo que sentía con mis piernas, si se quitó el pantalón. Sus brazos me atrajeron más hacía él y suspiré mientras sonreía, amaba que incluso dormido me quisiera a su lado.

El sonido de una puerta abriendo y cerrándose me interrumpió la posibilidad de volverme a dormir, después escuché unos pasos fuera de la habitación, algunas frases que no entendí y varias risas.

¿Pacita y Gabriel?.

Me acerqué más a Rámses y la tibies de su pecho, tratando de aferrarme a la pesadez de mi cuerpo para quedarme una vez más dormida, pero entonces un celular comenzó a repicar en la distancia con mucha insistencia

¿De quem é esse telefone?-¿De quién es ese celular?—refunfuñó Gabriel, apretando su agarre sobre mí.

Abrí los ojos de golpe en la oscuridad de aquel cuarto y me levanté apresurada sin poder pronunciar ninguna palabra, solo implorando que todo fuese una pesadilla. Tanteé la pared a mi espalda buscando el interruptor de la luz y cuando di con él me pegué con fuerza a la pared. Gabriel, refunfuñaba en la cama por la luz, en la misma cama donde hasta hace segundos yo estuve acostada a su lado. Miré mi cuerpo y solo iba en ropa interior. En el piso, a un lado de la cama donde estaban los pantalones de Gabriel, estaba también mi ropa. Me apresuré a recogerla y a ponérmela todo lo rápido que podía

—¿Amelia?—preguntó Gabriel incorporándose en la cama, luciendo tan confundido como yo.

—¿Dónde está Rámses?—fue lo único que atiné a decir. Estaba buscando en mi mente algún recuerdo de las pasadas horas pero todo estaba en blanco, en un maldito blanco que me hacía hiperventilar. Me atreví a mirar a Gabriel y lucía absorto en su mente. Él no estaba en blanco, él estaba recordando lo que pasó.

Sus ojos se agradaron a tal punto que pensé que le saldrían de sus orbitas y cuando su mirada se cruzó con la mía, era la viva imagen del horror.

No. No. No. No.

Salí del cuarto a toda prisa, aún con mis zapatos en la mano. Reconocí la casa de Cólton cuando llegué al primer piso, no recordaba cómo había llegado allí, pero temía lo peor y empeoraba con cada segundo que pasaba. De una de las habitaciones inferiores salió Franco en calzoncillos me sonrió al pasar a mi lado, como si todo esto fuese lo más normal del mundo. Escuché los pasos de Gabriel detrás de mí y corrí, huyendo de él y lo que significaba.

Pasé por el comedor y cuando llegué a la sala reconocí a Rámses durmiendo en el mueble con su pecho desnudo, en la mesa frente a él estaba su camisa enrollada y sus zapatos en el otro extremo.

No sabía si acercarme porque ¿Qué le diría? ¿Sabía dónde estaba yo? ¿Qué hacía él aquí en vez de estar conmigo?. Muchas posibilidades y teorías pasaron por mi cabeza en los pocos pasos que avancé hasta el mueble, pero ninguna se acercó a la realidad. Durmiendo sobre su estómago estaba Marié, completamente desnuda.

La bilis se agolpó en mi garganta, sabía que no tenía nada que vomitar en mi estómago, pero la arcada fue tan violenta que creí que vomitaría algún órgano.

—Amelia, espera—gritó Gabriel despertando a Rámses.

Sus ojos caramelos me miraron confundidos. No sabía qué hacía yo parada frente a él y cuando miró a quien tenía sobre sí, me miró una vez más asustado mientras comenzó a zafarse de ella.

Mis lágrimas me traicionaron, brotaron de mis ojos sin mi permiso.

—Amelia—susurró, pero no podía lidiar con todo esto. No ahora, no en este momento... y una vez más corrí.

Me apresuré hasta la puerta principal y la noche me recibió con una brisa cálida. Me detuve para colocarme mis zapatos, tratando de pensar a donde ir, a sabiendas que me encontraba en el medio de la nada.

La puerta detrás de mí se abrió: —Amelia espera—dijeron al unísono los hermanos.

Me giré con lentitud. No quería verlos, pero tenía la esperanza de que todo fuese un mal sueño. Pero no, allí estaban en el umbral: Rámses en pantalones, sin camisa y sin zapatos, Gabriel con camisa y bóxer, sin pantalones e igual de descalzo que el hermano. El primero me miró asustado quizás tanto como lo estaba yo, el segundo... no sé cómo me miraba Gabriel, su cara podía ser de miedo, de dolor, de arrepentimiento, podía ser de todas, pero también podía ser ninguna.

Con el ceño fruncido Rámses miró a su hermano y nuevamente a mí, su mente trataba de unir el rompecabezas que esta situación significaba. Me volvió a mirar y tuve que bajar la mirada cuando Gabriel volvió a decir mi nombre. No sé si lo adivinó, no sé si lo imaginó o intuyó, no sé si lo recordó... pero en cualquier caso Rámses se giró hacía su hermano, con una mirada furiosa y asesina. Parecían comunicarse sin decir nada, pero si lo estaban haciendo, solo que yo estaba muy conmocionada, muy asustada y muy confundida para entender lo que Rámses le siseaba.

—¡Répondez-moi. ¿Est-ce que vous dormez chez elle?!- ¡Respóndeme ¿te acostaste con ella?—le gritó Rámses. Gabriel se irguió e infló su pecho, no sé si eso significaba un "sí", un "no" o un "no sé" a su respuesta, pero en cualquier caso el puño de Rámses se estrelló contra su rostro.

Pensé que con el primer golpe se acabaría todo, pero lo que no imaginé es que Gabriel fuese a responderle con un gancho. Lo siguiente pasó tan rápido que aún me cuesta entenderlo. Los hermanos O'Pherer comenzaron a pelearse sin ningún tipo de compasión, como si fuesen dos desconocidos en alguna calle. Se revolcaron en el piso turnándose para asestar golpes en la cara del otro.

Alguien lloraba y gritaba que parasen, pero ellos no desistían en su intento de al parecer matarse, gritándose insultos en tantos idiomas que no lograba entender. Me partió el corazón ver a los hermanos pelarse de esa forma... y por mí. Quise irme, juro que sí, pero seguía con mis piernas clavadas en la tierra.

Franco salió de la casa alertado por mis gritos y mi llanto, -había sido yo la que lloraba y gritaba que parasen-, y logró separarlos, no sin antes recibir unos buenos golpes el mismo.

Con sus pechos subiendo y bajando con gran violencia los hermanos se miraban lanzándose puñaladas con los ojos, ambos golpeados, ambos ensangrentados. No sabía de quien era la sangre de quien, pero no importaba, porque era la misma sangre la que corría por las venas de ambos. Rámses entró a la casa, sin mirarme, mientras Gabriel me contemplaba sin saber si acercarse o no. Se me partió el corazón de pensar que Rámses fue a despedirse de Marié, pero ¿Cómo podía juzgarlo por algo si yo acababa de despertar al lado de su hermano?

Quizás fue por mi culpa que el cayó en sus brazos otra vez, o quizás fue al revés.

Rámses regresó con su camisa puesta, sus zapatos en las manos y el resto de sus pertenencias. Activó la alarma de la camioneta y se dirigió hasta ella subiéndose y encendiendo el motor. Me dejaría allí y era lo que merecía. No podía dejar de llorar y no quería que sintiera compasión por mí, no la merecía. Él pudo haberse acostado con Marié, pero yo ni siquiera sabía si yo lo había hecho con su hermano... su hermano, su sangre su familia. Mi traición, si es que la hubo, fue más baja. Yo dejaría de verlo a él y a Marié y lo superaría eventualmente, quizás, aunque no lo creía posible en este momento; pero él tendría que vivir con su hermano, siempre recordando esta noche.

Las ruedas de la camioneta levantaron una nube de humo cuando retrocedió con demasiada velocidad, se frenó a mi lado y abrió la puerta del copiloto. Me estaba invitando a entrar aunque no pronunció ninguna palabra. Me acerqué temerosa, dudando si debía subir o no, pero haciéndolo finalmente. Me senté y cerré la puerta, abrazándome a mí misma con fuerza. El auto no se movió y no estaba segura del por qué, quizás no debí subirme, quizás lo estaba pensando mejor, quizás debería bajarme. No me atrevía a hablar, porque no sabía cuáles deberían ser las primeras palabras entre nosotros.

La puerta trasera se abrió y entró Gabriel.

—Franco llevará a Marypaz—dijo y fue todo lo que necesitó Rámses para acelerar con fuerza por el camino.




Manejó como un loco por las calles, ignorando las luces de los semáforos y las prudencias en las curvas. No me importó, quería preocuparme por otra cosa distinta a la de esta noche. Llegamos a la casa en tiempo record. Por primera vez que llegaba a esta casa no me sentí bienvenida ni siquiera que pertenecía como otras tantas veces. Rámses y Gabriel se bajaron del auto.

Gabriel quiso entrar en la casa pero Rámses se lo impidió. No lograba escuchar lo que se decían, aunque poco iba a entender, sin embargo la mirada encolerizada de Rámses decía mucho y entonces estalló otra vez. Rámses le dio un empujón tan fuerte a su hermano que lo estrelló contra el auto, haciéndome tambalear en su interior. Gabriel no esperó y se abalanzó sobre él tomándolo por el torso y estrellándolo con la pared de atrás. Me bajé del auto todo lo rápido que pude sin saber qué hacer. Los golpes se reiniciaron y los aprecié en cámara lenta. La ceja de Rámses partirse, la nariz de Gabriel sangrar, los gruñidos, las maldiciones...

Gabriel se quitó de encima a Rámses con una palanca que hizo con sus pies en el abdomen de este, que lo empujó varios pasos más atrás, y antes de que Rámses contraatacara me metí en el espacio de ambos con las manos tratando de frenarlos, lo que resultaba absurdo si de fuerza hablábamos. Nada le costaba a ellos echarme a un lado, y sin embargo se frenaron.

—Por favor, paren—gimoteé con el corazón roto.

Solo llegué a esta familia para destruirla.

Gabriel se giró sobre sus talones, limpiando la sangre de su nariz con el antebrazo. Rámses pasó por mi lado y le seguí temiendo a que continuase la pelea. Habíamos corrido con la gran suerte de no haber despertado al señor Fernando.

Subimos los escalones en silencio, Gabriel iniciaba la marcha, Rámses varios pasos detrás de él y yo cerrando la procesión. Rámses entró a su cuarto y cerró con fuerza la puerta, dejándome afuera. Sin tener una mejor idea de que hacer en aquella casa extraña, caminé hasta el cuarto de huéspedes, ese que me fue asignado a mí pero que nunca llegué a usar.

Me senté a orillas de la cama y lloré una y otra vez sin parar, tratando de ahogar mis sollozos entre la almohada. Quería desesperadamente recordar lo que pasó con Gabriel y estaba segura que solo él podría decirme lo que pasó, porque por su mirada, él si lo recordaba. Y después estaba la imagen que quemaba mi retina y pisoteaba mi corazón una y otra vez: Marié durmiendo desnuda sobre el cuerpo de Rámses. Esa imagen me generaba repulsión pero me tragué las ganas de vomitar, porque necesitaba respuestas, la incertidumbre me está carcomiendo. ¿Qué pasó entre ellos? ¿Se acostaron? ¿Me acosté con Gabriel?. Maldije en voz alta y me levanté de la cama donde estuve llorando quizás por una hora o más y salí de la habitación.

Me paré frente a la puerta del cuarto de Gabriel, deseando entrar a pedirle una explicación, pero algo en mí me gritaba que no entrase. La verdad sea dicha, yo debía acudir primero a donde Rámses, le debía una explicación tanto como él a mí. Giré sobe mis talones y toqué la puerta de Rámses y entré sin esperar que me autorizara. Su cama estaba vacía, el baño también.

Suspiré aliviada, si hubiese entrado al cuarto de Gabriel me lo hubiese conseguido allí y tendría ahora que explicarle porque acudí primero a él. Me senté en la orilla de su cama, con mis manos nerviosas en mi regazo, esperando que regresara. En la soledad de ese cuarto limpié mis lágrimas que no paraban de llegar. La puerta se abrió asustándome, me levanté de inmediato cuando Rámses entró al cuarto, se quitó la camisa y se desabrochó el pantalón mientras se quitaba los zapatos. Deambuló por la habitación sin rumbo fijo, sin saber que hacer o decir.

Luego habló diciendo algo que nunca imaginé que dijese:

—Orina aquí—ordenó entregándome un palito parecido al de una prueba casera de embarazo. ¿Acaso pensaba que estaba embarazada por una noche con Gabriel? ¿O quizás quería confirmar que no estaba embarazada de él para poder correrme de la casa...?

No me moví esperando una explicación.

—Me comencé a sentir... raro en el local, pero creí que era la combinación de las bebidas que tomamos—emitió un fuerte suspiro—. Amelia, antes me he drogado, pasé por esa fase, así que sé muy bien cómo se siente cuando despiertas con ganas de vomitar y nada en el estómago, mareada pero estable, ligero pero pesado. Anoche me drogaron, quiero confirmar si fuiste drogada también. Tengo mi propia prueba en el baño que marca positivo, no quiero que pienses que elaboré todo esto para no reconocer lo que pasó anoche.

Cinco minutos después con la prueba aun en mis manos, la contemplaba con la misma cara horrorizada como si ese positivo fuese por un embarazo y no por drogas. Al parecer dado el historial de drogas, su padre mantenía algunas pruebas a mano.

—No sé qué paso. Lo lamento tanto Amelia—su voz estaba abatida—, lamento todo lo que pasó.

—¿Qué pasó entre tú y Marié?—pregunté sin poder aguantarlo más. Bajó su rostro y lo tapó con sus manos. Lo que diría a continuación no me gustaría nada, ni un poco—¿Tuvieron sexo?

—¡No!—se apresuró a responder, pero seguía abatido— Ella quiso, me dio algunos besos y se desnudó para tentarme, pero no pasó nada más

—¿Cómo es eso posible?—la ira comenzaba a fluir en mi—una mujer te besa, se desnuda delante de ti y tu dices que no pasó nada...

—Lo que quiero decir es que debí estar más drogado de lo que pensé porque me senté en el mueble cuando ella comenzó a desnudarse y me quedé dormido. Recuerdo que ella intentaba levantarme, pero llegué hasta a empujarla para que me dejase tranquilo.

—¿Te sentaste porque planeabas... iba a pasar?—titubeé.

—No lo sé, yo... estaba drogado. Pero no pasó nada más.

Tragué grueso la bilis que amenazaba con vomitar encima de él... pensándolo bien, quizás debería dejar a la bilis seguir su curso natural...

—No le hice nada, ni la toqué. Estoy seguro—agregó.

—¿Cómo? ¿Cómo estás seguro? Porque yo no recuerdo una mierda y al parecer tú sí. ¿Por qué?—grité enfurecida. Caminé por el cuarto conteniendo mis ganas de salir huyendo.

—¡No lo sé!—gritó en respuesta— pero una vez que recuerdas, deseas no hacerlo. Amelia, la empujé con mucha fuerza, creo que si hubiese insistido más la hubiese golpeado. Fui muy violento, estaba fuera de mí—escondió su rostro entre sus manos, y luego pasó sus manos por el cabello tratando de recomponerse, su semblante era de vergüenza. Rámses estaba afligido por la forma como maltrató a Marié.

—Yo no recuerdo nada—hablé al cabo de un rato de silencio, tratando de desviar sus pensamientos— no sé cómo salimos del local, ni cómo llegamos a la casa, o cómo... solo recuerdo abrir los ojos y allí estaba Gabriel. Y después salí corriendo y te encontré a ti con ella desnuda...

—Lo lamento—me interrumpió—lamento que hayas tenido que ver eso, yo por lo menos no los ví a ustedes.

—Yo también lo lamento—por fin dije lo que debí decir desde hace rato—, Yo jamás hubiese hecho, jamás hubiese... maldición, ni siquiera sé que hice, pero sé que lo último que quiero hacer en la vida es lastimarte, y me duele mucho haberlo hecho.

—¿No recuerdas nada?—preguntó y negué.

Su rostro se descompuso en dolor y volví a comenzar a llorar. 



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Nota de Autora:

*Se esconde*

(No se olviden de votar y comentar)

Baisers et Abraços  

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