Capítulo 29. MARCADA (Segunda Parte)


—Me molesta que aún siento las manos de Stuart en mí, y no quiero hacerlo. No importa cuanto me bañe, lo sigo sintiendo. Me marcó en demasiados niveles y quiero que tu te encargue de borrarlas. Elimina todas las marcas ajenas de mi cuerpo.

Su mirada acaramela, lujuriosa, me miraba con atención.

—Márcame como...

—como... ¿Qué?—insistió ante mi repentino silencio.

Mordí mi labio y mis mejillas se calentaron: —Como tuya.

Sus ojos brillaron con mis palabras, con tanta intensidad que serían capaces de guiar mi camino en cualquier oscuridad.

Pensé que se negaría, después de todo, muchas cosas podían salir mal si consideraba mi pasado. Y si lo pensaba con más sensatez, quizás no fuese lo más adecuado que una persona que aun arrastraba una violación y que recientemente tuvo un conato, quisiera ahora hacer el amor por primera vez con su novio, pocas horas después de que su violador intentase agredirla.

Una persona sensata se hubiese negado. Muchos creerían que era una decisión apresurada de la que terminaría arrepintiéndome, pero no me importaba lo que la gente creyese. Yo lo deseaba y lo necesitaba, eso era todo lo que importaba.

Mis experiencias sexuales habían sido un desastre: sí.

A veces asociaba a la intimidad como un acto doloroso y traumático: también.

Pero quería a Rámses y él a mí, así que sí alguien debía enseñarme lo que era hacer el amor y borrar todas las ideas preconcebidas y erradas que tenía del acto sexual, debía ser él. ¿Y qué mejor que ahora?

Recordé las palabras de Pacita, aunque ahora se me hacían tan lejanas, yo decidía a qué velocidad irían las cosas; no tenía por qué ir lento si no quería, no tenía por qué esperar si ya me sentía lista. Deseaba a Rámses y lo quería como no había querido nunca antes a nadie, y con nadie quiero decir a Daniel, porque la verdad sea dicha, lo que siento por Rámses jamás pensé que se podría sentir por una persona, mucho menos a mi edad. ¿Y lo mejor? Que él sentía lo mismo que yo.

Sus palabras, sus hechos, sus acciones, todo gritaba a cantaros sus sentimientos por mí, y me dejaban claro que eran tan fuertes y profundos como los míos por él. Solo que él estaba menos roto y dañado que yo; y yo necesitaba más tiempo y espacio para curarme.

Pero me curaría a mi ritmo, fuese lento o rápido.

—¿Estás segura?—preguntó.

—Como nunca nada en mi vida... sé que es una locura después de todo lo que ha pasado

—Por suerte tú me traes lo suficientemente loco para que me baste con un si.

Ladeó su sonrisa al tiempo que se reincorporaba en la cama, su cabello cayó sobre su rostro haciéndolo lucir más sexy que nunca. Se mordisqueó el piercing de su labio e inclinó la cabeza como si estuviese pensando algo. Arrodillado sobre la cama llevó sus manos a la cara para quitarse los piercing, pero lo frené.

—Déjatelos... por favor—y su sonrisa se ensanchó.

—Tu solo di que pare y lo haré—su tono fue momentáneamente serio, contra restaba con los posos oscuros en lo que se transformaron sus ojos.

—No apagues la luz por favor. Necesito verte en todo momento—confesé sintiéndome repentinamente nerviosa y expectante.

Me dio un beso suave en los labios, dejando que danzaran por si solos como si tuviesen vida propia. El beso suave mutó a uno más profundo e intenso, donde su lengua exploró con avidez de mi boca y recibió mis primeros suspiros. Mucho tiempo llevábamos conteniéndonos la descarga sexual que emanábamos y saber que estábamos por liberarla resultaba un buen afrodisiaco.

De mis labios pasó a mis mejillas, mi nariz, mis ojos. Era un recorrido meticuloso, no dejaba espacio entre beso y beso, asegurándose de que cada parte de mi piel le perteneciese. Arrastró su lengua y su piercing en un camino invisible por la línea de mi mandíbula, y para cuando llegó a una de mis orejas y la mordió, ya me tenía jadeando. Se había posicionado encima de mí, una de sus manos sostenía su peso, la otra acariciaba mi cabello dándome escalofríos agradables en el cuero cabelludo. Con tortuosa lentitud descendió por mi cuello, mientras sus manos se deslizaban por debajo de mi ropa. Quería que me la arrancase, me estorbaba tanta tela.

Como si mi hubiese escuchado deslizó mi camiseta por encima de mi cabeza y liberó mis senos del yugo del sostén. Con un movimiento fluido me quitó los pantalones pijama que llevaba puestos y cuando pensé que quitaría también mi ropa interior negó divertido con la cabeza.

Me hará sufrir, lo sé, será su venganza por aquella nalgada que le di.

Lamió, besó, chupó, mordió, acarició y pellizcó cada centímetro de mi cuerpo meticulosamente, me hizo retorcer, gemir y suspirar mientras lo hacía. El calor de mi vientre me abrasaba, me hacía retorcerme contra mi propia voluntad, arqueando la espalda y boqueando por aire entre gemido y gemido. Bajó por mi estómago y continuó por mis piernas, ignorando mi entrepierna desesperada. Las estiró sobre su pecho mientras las acariciaba con exquisita delicadeza.

Se puso de pie sobre el piso y me tomó por los talones, ante mi sorpresa me dio una pequeña sonrisa y con un solo movimiento un tanto brusco me giró.

—Este infarto si lo disfrutaré—susurró antes de hincar sus dientes en mis glúteos y tuve que esconder el pequeño grito entre las sabanas.

Se sentó encima de mí, con su erección coqueteando en mi trasero, y masajeó los músculos de mi espalda, mientras me preguntaba «¿te gusta mon amour?» en un ronroneo tan gutural que me sobre excitaba.

El instinto de la naturaleza primitiva es algo innegable, imposible de disimular. Años y años de evolución humana no me saltarían, así que cuando sentí ese coqueteo en mi retaguardia y escuché su voz, alcé mis caderas y flexioné mis rodillas. No me importó si me creía una zorra, en ese momento solo quería sentirlo más cerca de mí.

—Sabía que valdría la pena este infarto—su voz ronca sonaba divertida mientras palmeaba con cierta fuerza uno de mis glúteos. Esa fue su venganza.

Siguió besándome mientras restregaba su entrepierna en mi trasero, nunca había sentido tanta humedad entre mis piernas.

—Rámses por favor—le rogué, necesitaba más cercanía, las sensaciones que me estaba produciendo me cargaban al borde de un abismo del cual estaba desesperada por saltar.

Me volvió a girar y quedé una vez más acostada boca arriba. Su sonrisa ladeada hizo acto de presencia y temblé anticipando su siguiente movimiento.

—Voy a comerte toda y finalmente...—su voz sonó temblorosa, mientras bajaba por mi vientre, olisqueando y besando mi piel. Le estaba costando mantener su juego de seducción, comenzaba a desesperarse tanto como yo— te marcaré mía—susurró contra mis labios, y no los de mi boca.

Me quitó la última prenda que me quedaba en el cuerpo y bebió todo mi deseo. Cubrí mi boca tratando de acallar mis gemidos, pero él tomó mi mano para que no lo hiciera. No podía cerrar los ojos, tampoco quería hacerlo. Rámses dio sus propios gemidos de placer contra mi piel, cada vez que yo le rogaba que no parase.

La suavidad de sus labios contra mi piel tan sensible y delicada me hacía retorcerme de placer y cuando succionó ese pequeño botón y luego lo lamió arqueé mi espalda con tal fuerza que pude habérmela roto sin que ni siquiera eso me importase. Hinqué mis uñas en su cabeza, para que no parase, para guiarlo al lugar exacto donde quería que estuviese y fue la mezcla de todas esas sensaciones: su lengua en mi botón, su respiración tibia en mi entrepierna, su cabello enredado en mis dedos, sus manos sujetando una de mis piernas y uno de mis senos, sus propios gemidos incentivados por mis jadeos, y que siguiera mis ordenes, lo que me llevó a un orgasmo tan intenso que me arrancó algunas lágrimas y varios espasmos.

Mi respiración era incontrolable y si no hubiese sido porque se tumbó a mi lado y me sonrió al oído cuando dijo «respirer mon succulent Bombón – Respira mi suculento Bombón», estaría hiperventilando en estos momentos, aunque su sexy voz ronca no hizo fácil mi recuperación, mucho menos cuando continuaba besándome con dulzura.

Sus caricias nunca pararon, sentí en mi muslo la dureza de su erección. Respiraba de forma irregular y su corazón martillaba aceleradamente. Rámses volvió a hacerse dueño de mis senos y se situó entre mis piernas. Su virilidad ahora rozaba con mi sexo y volví a sentir el calor en mi cuerpo, deseando que llegase el momento cuando lo pudiese sentir dentro de mí. Halé la orilla de su bóxer apremiándolo a que se lo quitara.

—Pararé en cuanto lo digas—me recordó después de quitarse lo que le quedaba de ropa.

—Creo que si paras ahora podría matarte.

Su risa en ese momento resultó ser música para mis oídos, una caricia a mi centro de placer interno, ese que genera un orgasmo en el cerebro. Escuché el sonido del envoltorio del condón rasgarse y miré como lo colocaba fascinada, no por su técnica, sino por lo que recubría. No sabía de tamaños promedios ni estándares, pero estaba bastante segura de que sus medidas serían la envidia de muchos y muchas. Un pequeñísimo miedo pasó por mi mente, la posibilidad de que pudiese dolerme, pero cuando vi a Rámses en la magnificencia de su cuerpo desnudo, el miedo desapareció y solo quedó el libido y el morbo.

El peso de su cuerpo era agradable, con gran delicadeza se deslizó dentro de mí, emitiendo un sonido de satisfacción que me erizó todo el cuerpo. Se aseguró de que no tuviese dolor antes de comenzar a moverse, con suavidad. Cuando la poca incomodidad que sentí remitió, el placer de sentirlo fusionado conmigo me llenó. El comenzó a moverse con un poco más de fuerza y rapidez; me dejé llevar por mis instintos, y enrosqué mis piernas en su cintura.

Gruñó con satisfacción cuando lo apremié para que no parara, olvidándome así de cualquier resto de pudor que me quedase.

No hubo dolor ni sangre como tanto lo describían, lo que acabó con cualquier atisbo de esperanza de que mi virginidad no hubiese sido robada, pero no importó, porque los besos de Rámses, sus caricias, sus gemidos y sus palabras me tenían alejada del pasado, atada y anclada en el presente que estaba lleno de placer, uno profundo e intenso.

Sus movimientos se volvieron irregulares, desesperados, fuertes. La respiración de Rámses se aceleró tanto como la mía y sin poder contenerse más llegó a su propio clímax entre un gruñido.

—Te amo tanto Amelia—gimió contra mis labios, con las sensaciones de su clímax aun recorriéndolo.

Esa fue la combinación perfecta que provocó que mi cuerpo bullese de lujuria; gemí su nombre e hinqué mis uñas en su espalda cuando llegué a mi segundo y ansiado orgasmo.

***

Nos quedamos dormidos, y fue el sol de la mañana lo que nos despertó. Él trazaba círculos en mi espalda desnuda, y yo recorría líneas invisibles en su cuerpo.

—¿Recuerdas lo que me dijiste anoche?— quería saber si había sido cosa del momento

—Claro que sí. ¿Fue muy pronto para decirlo?

Negué con la cabeza y reemprendí mi misión, esta vez las líneas que trazaba sobre su pecho seguían un patrón específico.

—¿Qué haces?—preguntó curioso

—Te tatúo mi respuesta

—¿Y qué dice?

— Dice: "Te amo más".



Nota de Autora:

*Suelta el micrófono*


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