Capítulo 24. A CONFESIÓN DE PARTE...


Con el papá de los chicos en casa, la rutina que teníamos establecida había cambiado. Su papá siguió buscándome  para ir al instituto; la primera vez me sorprendí cuando abrí la puerta del auto y lo vi sentado detrás del volante. En las tardes Rámses llevaba a Pacita y dejaba a Gabriel con ella, mientras me llevaba a mi casa y pasaba de regreso por él. Me tuve que conformar con escribirnos y llamarnos en las noches.

La situación en mi casa no mejoró, pero tampoco empeoró. Seguía sin hablarle a Stuart, y no solo eso, sino que lo ignoraba por completo. A mi mamá solo le hablaba lo justo y necesario, me costaba muchísimo perdonarla, y mientras más pensaba las cosas más me convencía que ella de verdad estaba loca para haber vuelto con Stuart, cuya actitud era cada vez mas descarada, como si quisiera exhibir al mundo que estaba enamorada de otra mujer, distinta a mi madre, y estaba orgulloso de ello. Incluso hacía comentarios delante de mi mamá sin ningún tipo de respeto o tacto, sin importarle las muecas de dolor que mi mamá ponía. 

Lo odiaba por eso, lo odiaba por respirar el mismo aire que nosotras, por su mera existencia. El sentimiento de rabia era tan potente, que cada vez que llegaba al mismo pensamiento debía despejarme de inmediato la cabeza, porque si no terminaba llena de un odio tan grande e incontenible, que me asustaba.

Pero mi mamá a pesar de todo eso, seguía actuando como si nada estuviese pasando. Lo seguía saludando con cariño, le seguía sonriendo, lo abrazaba. Y yo los ignoraba a ambos, tratando de mantenerme enfocada en mí, en mi cordura.

Llegó una vez más el fin de semana, pero para perpetuar mi tormento no podría quedarme con Rámses ahora que su papá estaba allí, y mi mamá estaría en casa, así que no me atrevía a colarlo dentro de mi habitación. Sabía que Stuart no entraría y me daría mi espacio como le había exigido, pero mi mamá era otra cosa, ella, en el mundo perfecto que ella vivía, yo era la que estaba sacando las cosas de proporciones.

Gabriel siguió espiando a Pacita sin poder obtener pruebas suficientes que solo casualidades y coincidencias, pero no desistía en su empeño. Estaba realmente convencido que algo iba mal con Marypaz, tanto como yo. Ella siguió esquivando con gran destreza nuestros ofrecimientos a comer, pero no pudo escaparse cuando, el sábado, Gabriel la invitó a un restaurante especialista en ensaladas.

—Ya estamos aquí—me escribió Gabriel. Había pedido la comida para llevar. Si Pacita pedía el baño en el restaurante él no podría seguirla, en cambio en su casa, sí.

Me levanté del sofá de Rámses donde habíamos estado acurrucados viendo el televisor, para abrir la puerta. Su papá se nos uniría un poco más tarde.

Gabriel venía cargando con varias bolsas, las que tenían las ensaladas de sus cenas y las que tenían las hamburguesas de la nuestra. Comimos mientras Gabriel meneaba su tenedor con molestia entre lechugas de varios colores y suspiraba cada vez que Rámses exclamaba lo exquisita que estaba la hamburguesa con cada mordisco, solo para molestarlo. Pacita se reía pero le daba ánimos a Gabriel con frases que de seguro sacó de mi antigua página de auto-ayuda, motivándolo a llevar una vida sana.

Terminamos de comer y Pacita se excusó para ir al baño y pocos segundos después, Gabriel se levantó para seguirla, no sin antes darme una mirada preocupada. A veces creía que no quería saber lo que Pacita ocultaba, porque no sabía cómo afrontar un problema más en mi vida.

Pasaron varios minutos donde no se escuchó nada; ninguno de los dos había vuelto y comenzaba a preocuparme. Cuando estuve a punto de levantarme para ir a investigar, escuché una puerta lanzarse con tanta fuerza que me hizo brincar. Rámses también se había levantado de la mesa del susto cuando unos pasos corrieron en nuestra dirección

—¡Te digo que no es lo que crees!—gritó Pacita

Estaba furiosa como nunca la había visto. Recorrió la sala buscando su bolso y cuando por fin lo tuvo en manos se giró para encarar a Gabriel

—No tienes ningún derecho a acusarme de nada. Tampoco ninguna prueba.

—Marypaz, había vomito en la taza del baño y tenías ésta paleta en tus manos aún sucia.

Gabriel sostenía una paleta de madera parecida a la que usan los doctores para revisarte la garganta. Yo particularmente odiaba ese examen, el uso de la paleta siempre me daban ganas de... vomitar. Ahora entendía lo que decía Gabriel.

—Ya te dije, me cayó mal la comida, pero no quise arruinarle la cena al resto—gritaba casi fuera de sí.

—Te hemos notado más delgada y no has estado comiendo bien. Déjanos ayudarte—insistió Gabriel, mientras Pacita me miraba con la boca abierta, como si esperaba que yo confirmaba que ese plural que su novio había usado no me incluyese a mí.

—Ya veo... como no podías tenerlo, tenías que meterle mierdas en la cabeza

Sus palabras me hirieron en distintos niveles. Pero lo que me hizo avergonzar fue la mirada que los hermanos me dieron, sobre todo la de Rámses.

—¿Cómo que no podías tenerlo?—preguntó el francés. Miré a Pacita que sonreía con satisfacción.

—¿No te lo dijo? Amelia está enamorada de Gabriel.

Él aludido abrió los ojos tan grandes que casi se le desorbitan. Rámses en cambio me miraba con fijeza, su mandíbula tensa, su ceño fruncido, su mirada fría. Volví a mirar a Pacita y vi cómo se marchaba de la casa seguida de Gabriel. Cuando la puerta principal se cerró giré mi rostro hacía Rámses, que no se había movido ni un milímetro.

—Déjame explicarte...—comencé a decir

—¿Entonces es cierto?—preguntó sorprendido, retrocediendo unos pasos de mí.

—Si. No—balbuceé presa del pánico. Su cara seguía mostrándome distintas facetas de dolor, decepción y rabia. Quise acércame a él, pero retrocedió una vez más.

—¿Y yo soy el premio de consolación?—siseó.

—No es así. Déjame explicarte...

La puerta se abrió y Gabriel entró en la casa con su mirada clavada en el piso. Nos miró al uno y al otro y siguió su camino

Ela se foi. Vou voltar para casa- Ella se fue. Iré a su casa—avisó tomando las llaves del auto.

—Amelia se va a su casa. Llévala—le gruñó a su hermano. Gabriel me miró confundido, sus mejillas sonrojadas me delataban que se sentía apenado.

—No me iré hasta que me escuches Rámses—grité mientras él comenzaba a subir a su habitación.

Le dije a Gabriel que se fuese y corrí escaleras arriba. La puerta de su cuarto estaba cerrada, pero cuando comprobé no tenía seguro. No se encontraba en la habitación y no me atreví a buscarlo por el resto de los cuartos, pero no fue necesario. El sonido de la ducha me confirmó que estaba en el baño.

Por un momento quise entrar y recrear la escena que me continuaba invadiendo en mis sueños. Pero ¿y si de verdad se estaba dando una ducha? Yo quedaría como una loca y quizás un tanto sádica. Opté por esperar. El sonido del agua cesó y lamenté haber perdido esa oportunidad.

Rámses salió destilando agua de su cuerpo, estaba por completo desnudo y usaba una toalla para secarse el cabello. Me sonrojé de inmediato cuando noté que no había nada cubriendo sus partes íntimas, y giré la cara. Él caminó como si yo no me encontrase allí sentada y rebuscó en una gaveta por su ropa interior.

—Habla—comenzó a decir mientras seguía buscando con deliberaba lentitud—. Y es de buena educación mirar a la persona cuando conversas.

Hice acopio de todas mis fuerzas de voluntad y me giré para verlo. Mi vista traicionera intentaba con mucho ahínco que desviara mi vista de sus ojos y los concentrara en su entrepierna. La curiosidad me estaba matando, tanto como sentía mi temperatura corporal subir con rapidez. Él se impacientó, se recostó de la pared, con sus brazos cruzados sobre su pecho, haciendo que sus bíceps y tríceps lucieran inmensos. Seguía mojado y su cabello húmedo enmarcaba su rostro.

Quizás una miradita rápida... !No!

Intenté concentrarme, tratando de alejar mis pensamientos cachondos y comencé a hablar: —Si, al principio me gustaba Gabriel, pero cuando vi que a él le gustaba Pacita desistí de esos sentimientos. Nunca he estado enamorada de él, no sé por qué Pacita dijo eso. Y no estoy contigo como premio de consolación.

Mis palabras salieron atropelladas, no sabía cuanto duraría su disposición a escucharme, o mis fuerzas de voluntad de no lanzarme encima de él. 

—¿Desde cuándo estás conmigo?—preguntó mordiéndose el piercing de su labio—. 

Fruncí mi ceño confundida. Recordaba cuando me dijo que me gustaba, pero nunca habíamos formalizado una petición de noviazgo, no había sido necesario, a menos que se estuviese refiriendo...

—No me hagas recordarte las normas del buen hablante y del buen oyente Amelia.  

Volví a fijar mi mirada en la suya antes de responder. 

—No estaba segura de lo que estaba sintiendo por ti, pensé que estabas siendo solo buen amigo y no quería verte de una forma distinta, porque no creía que tú me correspondíaspero se me hizo... innegable, sobre todo después de la primera vez que me quedé aquí.

—¿Y desde cuándo no estás con él?

—Nunca estuve con él—cansada del juego de palabras y deseando que se vistiese antes de que cometiese alguna locura, finalicé—. Él nunca me gustó ni la décima parte de lo que me gustas tú.

—¿Y si te digo que tú le gustas a él?—replicó, su rostro seguía impasible, pero su voz delató la molestia que le causaba revelarme aquello.

—Me importa lo que tú sientes por mí, no lo que sienta él.

—Tú le gustas Amelia—afirmó, como si no quería que quedara dudas de lo que me acababa de decir.

—No me importa Rámses—respondí usando su mismo tono de voz y acortando nuestras distancias—. Aunque él estuviese loco por mí y no estuviese con Pacita, me seguirías gustando tú. Aunque él estuviese loco por mí, fuese soltero y yo no estuviese contigo, me seguirías gustando tú Rámses.

Me acerqué y él no se alejó, lo cual resultaba ser una buena señal. Avancé hasta que me encontraba ahora a centímetros de su boca, con mi mirada clavada en sus ojos, rogando que me creyese porque no había verdad más pura que la que acababa de decir. Pero no soy de hierro, y por una milésima de segundo miré su boca y fue todo lo que necesité para desplomarme. Mis manos se posaron en su abdomen desnudo, húmedo y caliente. No tuve miedo de ser rechazada, no tuve miedo de estar fuera de lugar, solo me acerqué y lo besé.

Y él me correspondió el beso con intensidad y posesión, como nunca antes. Su lengua entró en mi boca y recorrió cada centímetro de ella. Su mano soltó la ropa interior que había escogido y enredó sus dedos en mi cabello y con la otra me tomó por la cintura y me atrajo hasta él, sin que quedase espacio entre nuestros cuerpos. Mis manos lo abrazaban y acariciaban con desespero, me sentía en un frenesí solo de pensar que su cuerpo completamente desnudo y su potente viralidad, estaban pegados al mí.

Avancé unos pasos necesitando más proximidad y lo hice retroceder hasta la pared, donde sin vergüenza alguna lo acorralé mientras me restregaba contra su entrepierna, sintiendo su dureza.

Me haló el cabello para exponer mi cuello y arremetió contra éste con mordiscos y lamidas que me arrancaron un «!Oh Dios!» que lo escuché retumbar por toda la habitación. Me sentí ahogada con tanta ropa que llevaba puesta, el calor de mi cuerpo amenazaba con abrasarla hasta que no quedara ni una sola hebra de hilo. Pero no era la única molesta por esa barrera sintética entre nosotros, porque Rámses bajó los tirantes de mi camisa dejando expuesto mi sostén a su vista y con un rápido movimiento, lo desabrochó.

Ahora fue su turno de avanzar y el mío de retroceder. Mis senos ahora descubiertos estaban pegados a su pecho aun húmedo por la ducha cuando caímos sin ninguna delicadeza en su cama. Por puro instinto, sin pudor ni vergüenza, abrí mis piernas para que se posicionara dentro de ellas. No importaba nada más sino lo que Rámses me hacía sentir con sus besos y caricias.

Lo acaricié con dulzura y fiereza, pasé las yemas de mis dedos para delimitar los músculos de su pecho, de sus perfectos abdominales, y de su espalda, donde no perdí la oportunidad e hinqué las uñas con pasión. Lo escuchaba gemir mientras me daba estocadas certeras a pesar de la inútil ropa que aún me cubría. Quise demostrarle con cada caricia que quien me gustaba era él, que a quien quería era a él... él no me lo había pedido, pero yo necesité dejárselo claro, porque el dolor que vi en su rostro fue mío.

De eso se trató siempre, desde aquel día en el parque cuando él acudió a mi rescate, él sintió mi angustia como propia. 

Supo que estaba perdida antes de que yo lo supiera, y me rescató antes de que se lo pidiera.

Me dejé llevar por el placer que sentía al tenerlo en mis brazos, disfrutando cada centímetro de su piel que alcanzaba a tocar.

Dejó un reguero de besos húmedos en su camino hasta mis pechos y los hizo suyo dentro de su cálida boca, jugueteando con ellos con su lengua y sus dientes. El frío contraste de su piercing me transportaba a niveles superiores de excitación que no creí que existiesen y que eran nuevos para mí.

No quería parar ni que él parase. Quería seguir con este loco experimento personal, donde redescubriría mis límites, aunque eso significase saber que no los tenía. Lo deseaba, y era todo en lo que podía pensar, en eso y en su mano bajando por mi vientre, colándose debajo de mi pantalón y de mi ropa interior. Rompió nuestro beso y se irguió lo suficiente para ver mi cara. Su mano estática sobre mi sexo esperaba una confirmación para que siguiera, mi sexo en cambio gritaba que lo hiciera.

—Pararé en cuanto me digas—susurró, y me embriagué con su aliento tibio y su voz ronca. Su mano reemprendió su misión.

Comenzó acariciándome por encima de la tela, volviéndome loca de deseo. «Estás tan mojada» murmuró sobre mi cuello. Su mano se coló dentro de mí con delicadeza y lentitud, haciendo estallar todas las terminaciones nerviosas que tenía. Comenzó a moverse en pequeños círculos sobre ese descarado botón de placer que me pedía a gritos más de él.

Arqué la espalda mientras le pedía más sin ningún miramiento, mis ojos abiertos veían las pequeñas pecas de su espalda, la enredadera de su brazo libre, su mano cuando me acariciaba una vez más el rostro. Sus ojos estaban cerrados, con sus largas pestañas reposando sobre sus mejillas, pero yo no podía cerrar los míos. Tenía que ver que era él, que no era un espejismo que desaparecía en cualquier momento.

Su dedo entró y salió varias veces de mí, deslizándose con mi humedad. Mis pies cosquilleaban, me costaba respirar, mi corazón estaba desbocado y sentí que perdía mi cordura.

—¡Chicos llegué! ¿En dónde están todos?—la voz de su papá sonó con tanta fuerza como si estuviese a un lado nuestro.

Rámses brincó de la cama de un salto y yo hice lo mismo en la dirección contraria, como si acaso estar lejos el uno del otro nos pudiese librar de lo obvio, con él desnudo y erecto y yo parcialmente vestida, con mi cabello enmarañado y enrojecida de pies a cabeza.

Rámses pasó a mi lado para cerrar la puerta del cuarto y cuando se giró con una sonrisa torcida en la boca se inclinó para darme un beso suave y dulce, muy distinto a los que segundos antes me tenía implorándole.

—Lamento demasiado la interrupción—su voz aún estaba cargada de lujuria y deseo, tanto como la mía.

En cuanto se giró para irse a vestir no pude resistir la tentación y lo nalgueé. Con fuerza. Mucha fuerza. Mi mano picó con el golpe. Y lo disfruté

Lo hice saltar un paso. Su glúteo estaba enrojecido allí donde mi mano lo impactó. Me mordí el labio satisfecha por mi obra, mientras una nueva calentura anidaba en mi vientre. Su cara era una oda a la sorpresa y vergüenza,sus cejas llegaban hasta el nacimiento de su muy alborotado cabello. Sus labios se curvaron en una sonrisa maliciosa que lo hizo lucir más sexy si es que eso era humanamente posible. Sus labios estaban hinchados y enrojecidos, sus ojos oscuros llenos aún de lujuria. 

Supe que nadie, nunca, le había dado una nalgada, por lo que mi sonrisa se ensanchó. 

Me encogí de hombros mientras acomodaba mi ropa y tomaba el cepillo que me ofrecía para peinarme un poco: —Te lo mereces por dejarme así —al parecer la excitación me hacía descarada—.

  —La venganza es dulce—exclamó poniéndose la ropa . 

—La estaré esperando... ansiosa.

Él soltó un gruñido y me atrajo por la nuca para impactar nuestros labios con desespero. Me dio un fuerte mordisco en el labio inferior, y me gustó. 

Abrimos la puerta para salir del cuarto cuando su papá justo llegaba al segundo piso. Nos miró con picardía pero no comentó nada al respecto. Por el contrario solo se atrevió a preguntar por Gabriel y le informé que a Pacita le había caído mal la cena y él la llevó a casa.

Lo acompañamos a comer, mientras preguntaba por nuestro día y luego nos acompañó a ver una película sin más planes que hacer. Hacían un par de horas que no sabíamos de Gabriel y Marypaz y aunque intentaba no preocuparme, me imaginaba una fea discusión entre ellos que terminaba con mi amiga llorando a cantaros.

No me importaba lo que le había dicho a Rámses en su momento de rabia. Ya nos encargaríamos de hablar de eso, dudaba mucho que ella tuviese las malas intenciones de que hizo gala en ese momento. Creía con gran certeza que fue una respuesta defensiva a la confrontación que le hizo Gabriel, en nombre de todos. Esperaba que no pensara en realidad que seguía teniendo algún tipo de sentimiento por Gabriel, porque después de todo lo que había pasado con Rámses y de lo que ella estaba al tanto, era absurdo pensarlo.

Eran pasadas las once de la noche y aún no regresaba Gabriel. Solo respondió escuetamente un mensaje de Rámses, confirmando que seguía donde Pacita. Solo eso, ni más ni menos, por lo que me regresé a casa en taxi. Mi casa estaba sola para mi fortuna. Subí a mi habitación y me encerré como era ya costumbre. Me tumbé en la cama aún pensando en Rámses, sus caricias y sus besos, y las sensaciones que me causaron, cuando mi teléfono vibró en la mesa de noche.

—Por si lo estás pensando... No lo hagas. Tus orgasmos solo serán míos Bombón—escribió Rámses.

¿Cómo lo supo? 

Solo por descartar la idea di un repaso rápido a mi habitación para confirmar que él no estaba oculto en ninguna esquina, que no había visto como me tumbé en la cama y repasé con mis manos el mismo camino que él había dado con las suyas, y que mi mano había estado sobre mi sexo cuando su mensaje llegó.

—¡Acosador!—tecleé y solo después de haberle dado enviar fue cuando entendí que acababa de confesar.


Nota de Autora: 

!Holis! Hoy es #DíadeNJLP . Como siempre sumamente agradecida por todos sus votos y comentarios. Sigo sin creer que estoy en 32K, y eso es gracias a todos ustedes mis Bombones. 

La próxima actualización será el domingo, y estoy preparando un maratón (sin fecha aún) con POV de Rámses y quizás de algún otro personaje.

No se olviden de votar, comentar y recomendarme :) 

Baisers et Abraços  a todos!!! ♥♥

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top