Capítulo 18 . MUY RÁPIDO Y FURIOSA



Rámses me abrió la puerta del copiloto, mientras la parejita se sentaba atrás melosos y risueños. El camino transcurrió en silencio. Vi de reojo como Rámses apretaba con fuerza el volante y su mandíbula lucía tensa, incluso su respiración era pesada.

—La película es en dos horas—informó Gabriel mirando la pantalla de su teléfono—. Nosotros compraremos las entradas y después los alcanzamos— Gabriel y Pacita se quedaron en la entrada del centro comercial, mientras Rámses entraba al estacionamiento.

Rámses me tomó de la mano y en silencio emprendió su caminata a lo que sea que tuviese que hacer en el centro comercial. Sorteamos a las personas que con deliberada lentitud exasperaban al francés atorado. Subimos un piso en las escaleras automáticas y frente a nosotros apareció una pequeña joyería. Sus vitrinas resplandecían con la exhibición de las distintas gemas que poseían, era inevitable no verlas. Rámses se frenó y empujó la puerta de vidrio.

—Hola, busco al señor Germán—anunció Rámses a la dependienta.

—¿Germán tu tatuador?—pregunté, hablando por primera vez desde que salimos de su habitación.

—Es su papá. Le encargué unas cosas a través del hijo, pero como Germán no abrió hoy, las vine a buscar aquí—. Su voz era tranquila, lo que me serenó. Por un loco momento pensé que estaba molesto conmigo, creo que él también necesitaba tiempo para digerir lo que le había dicho. Quizás incluso para sopesar lo que sentía ahora hacía mí.

—¿Eres Rámses?—preguntó un señor rechoncho que en nada se parecía a su hijo, por el contrario parecía ser una versión de Santa Claus, pero me tragué mis palabras cuando extendió el brazo para estrechar su mano con Rámses y las líneas de un tatuaje se asomaron por debajo de su camisa. Dudaba mucho que Santa Claus se tatuara—. Tengo tu pedido—dijo dándome una pequeña mirada de soslayo.

Apenada, como si hubiese estado escuchando una conversación prohibida, fingí entretenerme con las gemas de la exhibición y me alejé un poco. El señor Germán y Rámses hablaban en un francés fluido que se escapaba de cualquier comprensión para mí. Después de un par de minutos, Rámses se acercó hasta mí, posando su mano en mi cintura.

—¿Viste algo que te gustara?—preguntó

—Nada—contesté con una sonrisa ante su cara de incredulidad—. Con estos precios nada me gusta.

Él sonrió y me señaló unos pequeños aretes, eran diminutos comparados con los que ya llevaba.

—Esos me gustaron—indicó

—Son bellos, pero demasiados femeninos para ti, ¿no crees?—bromeé. Esta conversación comenzaba a tornarse un poco incómoda. No sé a donde quería llegar Rámses pero la solo posibilidad de que quisiera comprar algo de eso para mí, me avergonzó.

—Para mí me gustaron los que llevo aquí—habló indicándome una bolsa en sus manos—esos me gustaron para ti—apartó el cabello que cubría mis orejas e inspeccionándolas continuó—, ¿no has pensando en hacerte otros orificios en las orejas? Te quedarían muy bien.

Asentí, porque después de aquel piercing en la nariz, mis límites habían cambiado.

—Si te animas, yo te los regalo

—¿Los aretes?—pregunté sorprendida a la vez que negaba

—La perforación—aclaró y respiré aliviada mientras salíamos de la tienda.

—Está bien—concedí.

—¿En serio? ¿No quieres pensarlo un poco más?

—Ya lo había pensado. Quiero hacerme otros orificios en las orejas y un tatuaje como dije ayer. Ya estoy decidida.

—Entonces te regalaré también los aretes—intenté negarme pero me dedicó una mirada que me dejó claro que ganaría esa discusión—.¿Ya sabes qué te quieres tatuar?

—Quiero un ave fénix, pero aún no consigo una imagen que me guste lo suficiente—confesé, subiendo en las escaleras automáticas con dirección a las salas de cine donde nos esperarían Pacita y Gabriel.

—Germán se ofreció a hacerte el diseño, él es muy bueno dibujando—me recordó—, tendrás que seleccionar las imágenes que más te gusten y decirle el tamaño, el lugar y los colores que te gustan.

—Quiero algo con muchos colores vivos, y tendrá que ser grande porque quiero que empiece acá, en el omoplato y que suba por mi espalda y termine en el cuello.

Rámses clavó su mirada miel en mi, mientras mi mano recorría sobre su cuerpo, por donde mi tatuaje pasaría. Lo vi tragar seco cuando retiré mi mano al finalizar el dibujo imaginario. Habíamos quedado detenidos en medio de unos de los pasillos del centro comercial, a pocos metros de las entradas al cine. Las personas nos esquivaban por los costados, algunos molestos por nuestro nada estratégico lugar.

—Iremos al ritmo que tú quieras ir—habló como si nadie más existiese a nuestro alrededor, como si no pudiese controlar por más tiempo que esas palabras salieran de él.

—¿Y si no sé a qué ritmo quiero ir?—pregunté recordando la frase de Pacita «Debes ir al ritmo que tú desees ir, pero no creas que debes ir lento porque sería lo correcto después de lo que viviste. Si tienes ganas de acelerar a fondo también es válido. Solo tú sabes lo que necesitas».

—Entonces lo averiguaremos juntos. Solo debes decirme si voy muy lento o muy rápido. ¿Está bien?

Asentí sonriéndole. Me acababa de liberar de una gran carga que sentía sobre mis hombros desde la noche anterior e incluso antes.

—Me gustas mucho Amelia—pronunció la frase con mucha lentitud, articulando y modulando cada palabra con especial cuidado.

Su repentina declaración me congeló en el sitio, haciéndome tomar una bocanada de aire por la impresión de sus palabras. Sabía que le gustaba, fue lo que había quedado entredicho la noche anterior, pero escucharlo con todas sus letras, se sintió tan bien, que quise paladear ese momento. Las mariposas en mi estómago explotaron en descargas eléctricas potentes.

—¿Muy rápido?—preguntó un poco asustado

—Muy lento—le dije mientras acortaba nuestras distancias y me acercaba hasta él mirando sus labios. No sé qué me impulsó, era algo que jamás hubiese considerado hacer, ni siquiera con Daniel a pesar de los sentimientos que tuve hacía él. Pero no quise seguir esperando, quería pisar el acelerador y saber que me deparaban sus labios, no quería más misterios ni intrigas en mi vida. Me tuve que elevar un poco en puntillas para alcanzar, pero cuando mis labios rozaron los suyos el peso de la compresión cayó sobre mí.

Pacita había tenido toda la razón, las limitaciones eran mías, la velocidad la decidía yo. Apreté mis labios con los de él, como si quisiera que se fundieran en un solo. Rámses me tomó por la cintura y pegó su cuerpo al mío. Mi respiración acelerada competía con la suya. Mi corazón repiqueteaba contra su pecho, completamente segura de que él podía sentirlo. Enredé mis manos en su cuello sin que me importase los tropiezos que las personas nos daban, ni los silbidos de los que querían interrumpirnos, ni siquiera las sugerencias de que buscásemos un hotel. No importó nada, porque en ese momento, solo importábamos él y yo. Todo lo demás desapareció.

Cuando necesitamos aire nos separamos, él apoyó su frente sobre la mía con su respiración acelerada. Sus labios estaban enrojecidos, de seguro tantos como los míos. No sé en qué momento Rámses nos llevó hacia un lado del pasillo, donde no nos tropezaban y sobre todo donde no nos interrumpieran. Fue cuando me di cuenta que mi teléfono estaba repicando, con esa canción de Toy History que le coloqué a Pacita como ringtone

—Tú también me gustas—hablé y en su rostro se formó una sonrisa—. Pero Pacita no deja de llamarme con insistencia.

Entrelazó sus dedos con los míos y terminamos de llegar a los cines, que estaban mucho más cerca de lo que pensábamos.

—Si ya terminaron de besuquearse como si no hubiese mañana, podríamos entrar a la película—Pacita guiñó el ojo hacia nosotros. Le saqué la lengua en respuesta.

Rámses y Gabriel fueron a comprar las cotufas y las bebidas y Pacita y yo comenzamos a hacer la fila para entrar a la sala. Aprovechamos el momento a solas para contarle lo ocurrido, aunque ella dejó muy claro que podía omitir la parte del beso, porque todo el centro comercial lo había presenciado.

—¿Y qué tal te sentiste?—preguntó finalmente

—Cómoda—confesé—. Pensé que cuando lo besara, solo podría recordar sobre... pero no fue así. Solo éramos nosotros dos

—Eso está muy bien Mia. ¿Y te dijo algo sobre Daniel?

—No le di la oportunidad. Sé que debe tener muchas preguntas, pero era más de lo que podía soportar por el día de hoy.

Entregamos nuestros tickets y entramos a la sala buscando nuestros asientos. Cuando nos sentamos a esperar a los chicos una estruendosa risa captó mi atención. Era una risa que podría identificar donde fuese, una que había escuchado por tanto tiempo que me era muy familiar. Rámses llegó junto con Gabriel y dos enormes potes de palomitas de maíz y bebidas, entre muchas otras golosinas. Pero la risa me seguía apremiando que la buscara. Me levanté del asiento tratando de buscar al dueño, pero las luces se apagaron avisando el inicio de la película. Me volví a sentar bajo la mirada atenta de Rámses

—¿Está todo bien?—me preguntó en un susurro

—Sí, solo creí haber escuchado a alguien.

La película comenzó y Rámses entrelazó su mano con la mía. Me costó seguir el hilo de la historia porque mi mente seguía en el momento en que la sonora carcajada lanzó una cuerda entre mi pasado y el presente.

Cuando terminó la película y encendieron las luces emprendí la búsqueda sin tener éxito.

—Amelia, ¿estás bien?—me preguntó Pacita.

—¿Qué? Ehm, si—respondí dudosa, cayendo en cuenta que tenían rato hablando y yo no había estado prestando atención

—Bien, entonces vamos a comer—dijo Gabriel encaminando la marcha hasta la zona de la comida.

Me concentré en prestar atención a la cita en la que estábamos. Si me hubiese dicho alguien ayer que hoy estaría en una cita doble con Rámses, jamás lo hubiese creído. Terminamos comiendo en un restaurante de comida mexicana mientras discutíamos la película.

Caminábamos hacía la camioneta de Rámses dando por concluida la cita cuando volví a escuchar la misma risa.

—Perdiste la apuesta, así que paga—dijo volviendo a reír.

—¿Qué clase de caballero le cobra a una dama?—preguntó una voz femenina.

Era la misma voz que por meses escuché a través de mi teléfono. La misma risa que me contagiaba de alegría. Me giré con desespero buscándolo, no podía perder la oportunidad de ver a quien le pertenecía. Y allí estaba, con una camisa azul que recuerdo le dije que adoraba como le quedaba, con una chica pelirroja que sonreía como tonta. Eran las facciones que me habían enamorado, la voz que me cautivó, el rostro que invadió mis sueños noche tras noche, creándome bellas fantasías donde terminaba en sus brazos.

Solté la mano de Rámses y aunque escuché sus cuestionamientos no frené. Caminé con paso decidido hasta el rostro que me había atormentado por tanto tiempo. Lo tomé por el hombro para que se girara y confirmar de una vez por todas que era él.

—¡Amelia!—exclamó al tiempo que su rostro se tornaba blanco. La chica a su lado frunció el ceño.

Era él, era Daniel. No había duda al respecto. Era el rostro que había visto tantas veces en fotos, en videos llamadas, la voz con la que hablé infinidades de veces. La figura de la que me enamoré, pero que no era la que había llegado a mi casa. Siempre estuve segura que él había sido un cómplice más en ese macabro plan. Engañada por dos personas.

—¡¿Cómo te llamas?!—exigí a gritos. Escuché los pasos de mis amigos y Rámses acercándose, pero poco me importó.

—Puedo explicártelo. Lo lamento tanto Amelia, te juro que yo...

—¿Cómo. Te. Llamas?—demandé. Apreté mis puños con tanta fuerza que comenzaba a lastimarme las palmas de las manos con mis uñas. Sin embargo, encontré gratificando el dolor que sentía, me hacía sentir enfocada, como si pudiera canalizar el dolor que me afligía y controlarlo.

—Andy, ¿Qué está pasando?—preguntó la chica confundida.

Lo miré expectante. Merecía que él me dijese su nombre, no un tercero. Lo miré sin contemplación, deseando poder fulminarlo con la mirada.

—Andy, me llamo Andy—respondió un tanto derrotado y temeroso.

Quería decirle que lo odiaba, que había colaborado con un loco para que me violara. Que era cómplice en su fechoría. ¿Hasta qué punto lo había ayudado? ¿Sabía lo que había ocurrido?. ¿Por qué se prestó para engañarme?. Quería hacerle mil preguntas y torturarlo para que las respondieras todas, pero no había nada que pudiera decirme que me reparase un poco, nada cambiaría lo ocurrido. Porque al final del día yo seguiría ultrajada y él seguiría durmiendo feliz como de seguro lo había hecho todo este tiempo, ajeno e incluso sin importarle que su rostro me atormentase en las noches más oscuras.

Todo el mundo tiene violencia dentro de sí, pero una cosa es tener la capacidad de pensar escenas violentas y otra muy distinta ejecutarla. En la etapa de rabia e ira de mi dolor, recreé en mi mente distintas formas de cobrar venganza, unas más rebuscadas e inverosímiles que otras, pero que me causaban una falsa satisfacción. Ahora teniendo frente a mí a Daniel, el Daniel que había conocido, saber que su nombre siempre fue Andy, y que no luciera todo lo roto que yo me sentía en este momento, me sacó de mis casillas.

No supe en que momento alcé mi puño cerrado con fuerza, tampoco cuando retraje el brazo para tomar impulso, pero si supe el momento cuando liberé la potencia de mi brazo, como un resorte que vuelve a su posición inicial y lo estrellé en su nariz, escuchando un pequeño "crack" que me causó mucho más placer del que esperaba. Lo viví en cámara lenta y escuché los gritos ahogados y algunas maldiciones de los que nos rodeaban, como si estuviesen a kilómetros de distancia en vez de a escasos pasos.

Andy cayó al piso sujetándose la nariz, con su cara ensangrentada, mientras la chica que estaba con él lo socorría.

—¡Amelia!—gritaron casi al unísono Gabriel, Rámses y Pacita al momento del impacto. Pero el mal, o mejor dicho el bien, ya estaba hecho.

Me giré sobre mis talones, sintiéndome victoriosa, salvaje y ganadora; con paso firmé llegué hasta la camioneta de Rámses, sin poder reprimir la sonrisa en mi cara. Sé que debía lucir un tanto maquiavélica y de temer, pero no podía evitar sentir que por fin había logrado anotarme un tanto en este juego macabro de la vida.

Los chicos me habían seguido, si me preguntaban algo, ni los escuché. Subí al auto y Rámses condujo en silencio. Para perpetuar mi placer pasamos al lado de Andy, que seguía intentando que su nariz parase de sangrar. Sonreí una vez más y me recosté del asiento de la camioneta con la mirada al frente, sintiendo como la adrenalina me invadía el cuerpo.

—¡¿Me puedes decir que mierda fue eso?!—espetó Rámses casi gritando, explotando mi pequeña burbuja personal de victoria.

—¿Acaso te volviste loca Amelia? Ese chico puede denunciarte por agresión—gritó una bastante histérica Pacita

—¿Quién era?—preguntó Gabriel, por fin acertando al meollo del asunto.

Sonreí una vez más satisfecha por lo que acaba de hacer

—Ese... era Daniel—respondí.

El frenazo inesperado que dio Rámses me hizo tambalear con fuerza, mientras escuchaba el pequeño gritito de Pacita, no sabía si por mi revelación o por el susto del frenazo. Gabriel en cambio preguntaba quién era Daniel.

—Conduit Gabriel—conduce Gabriel—ordenó un francés muy furibundo, mientras se bajaba del auto.—Llévatelas de aquí.

Lo vi encaminarse con el mismo paso decidido que había dado yo hacia donde asumía se encontraba Andy, mejor conocido como Daniel.

Me bajé con prisa y corrí detrás de él, mientras Gabriel gritaba maldiciones muy claras en varios idiomas, en un vano intento por frenarme. Adelanté a Rámses y me planté delante de él tratando de frenar su avance con mis manos en su pecho.

—Rámses, para—le pedí pero me ignoraba; mi intento para frenarlo era inútil, el seguía avanzando mientras yo retrocedía con cada paso que daba—. Por favor.

—No me pidas que pare, porque ese fue el maldito que...

—No fue él—con esa frase logré que se detuviera. Su pecho subía y bajaba con fuerza y todos los músculos de su cuerpo estaban tensos—. Él era la persona a quien yo veía en las fotos y en los videos, y él que mandaba las notas de voz y habló conmigo por las llamadas. Pero él no fue el Daniel que se presentó en mi casa. A éste, que se llama Andy, lo conocí hoy.

Rámses lucía un tanto confundido por mi explicación, pero su furia era la misma.

—Igual se merece lo que pienso hacerle—siseó

—Es verdad, se lo merece—concedí—, pero tú no te mereces las represalias que él pueda tomar, pero a mí no me hará nada, porque sabe que si abro mi boca será peor.

—No me pidas Amelia que lo deje ir después de lo que te hizo.

—Te estoy pidiendo que me dejes disfrutar el momento que tuve cuando lo golpeé, y te estoy rogando que vengas conmigo, en vez de ir con él.

Respiró con gran violencia y pasó sus manos por el cabello con desespero. Dio incluso varias vueltas sobre su propio eje, manteniendo una fuerte lucha interna, entre ir detrás de uno de los responsables de mi desgracia o de quedarse a mi lado.

—Quédate a mi lado—le susurré, sabiendo que estaba a punto de convencerlo.

Rámses me miró directo a los ojos y me atrajo hacía él en un abrazo fuerte, que creo que necesitaba darme, mucho más que yo recibirlo.

—Tú eres mi ancla a la sensatez pero también mi camino a la locura.

Lo había dicho susurrándolo contra mi cabello, haciendo que todos los músculos de mi cuerpo se tensaran. Aspiré el aroma de su perfume y me permití sentir la calidez de su cuerpo y de su abrazo.

La camioneta, ahora conducida por Gabriel, giró en la esquina con violencia y nos dio un cambio de luces, mientras se dirigía a gran velocidad hasta nuestro punto, deteniéndose a un lado de nosotros.

—Ya se fue—anunció Gabriel bajándose.

Solo entonces Rámses logró entender que ya no había nada que hacer allí. Abrió la puerta trasera y me indicó que subiera, saltando a mi lado justo antes de que Gabriel arrancase. Pacita, sentada ahora de copiloto, extendió su mano hacía atrás para estrechar la mía. Nuestros ojos se contactaron y sonreímos. Ella me apoyaba y me entendía.

El recorrido a casa de Pacita fue silencioso, yo estaba una vez más encerrada en mi burbuja victoriosa mientras Rámses sostenía mi mano. Gabriel se bajó del auto para acompañar a Pacita hasta la puerta y eufórica como aún me sentía me volteé hacía Rámses y lo atraje con brusquedad hasta mí para unir nuestros labios en un beso.

—Lo lamento—dije susurrándole en su boca, él solo negó como si no hiciera falta que dijese nada.

—¿Tú mano cómo está?—preguntó examinándola

—Aún está bien, pero pregúntame en un rato cuando se me pase la adrenalina del momento.

—¿Y tú cómo te sientes?—ahora sus ojos me escrutaban

—Genial—admití sonriendo

—Tienes un excelente gancho—reconoció al tiempo que Gabriel subía al auto

—Ni que lo digas, le partiste la nariz de un solo golpe—se rió Gabriel incorporándose a la conversación—¿Y quién me dirá quién diablos es Daniel?

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