Capítulo 16. YO TE REPARARÉ
El club nocturno resultó ser el evento del fin de semana. Todo el instituto se encontraba aquí, algunos esperando por entrar, otros ya de seguro dentro del lugar. Nos bajamos del auto y como lo había hecho en el pasado, Rámses tomó mi mano y me mantuvo cerca de él mientras saludaba al grandulón de la puerta, que reconocí como el mismo del local donde me llevó a ver tocar a su amigo Cólton y el resto de la banda. Gabriel consiguió una mesa no sin esfuerzo y pidió un servicio de Vodka para todos. Después del primer brindis, Gabriel arrastró a una Pacita que no dejaba de sonreír hasta la pista de baile, y los vi bailar entre risas y algunos besos.
—¿Te dije que luces bellísima?—gritó Rámses por encima de la música para que pudiese escucharlo
—Me dijiste que estaba hermosa y que odiabas mi falda—respondí dando un pequeño sorbo a mi bebida.
—Es que hermosa no es suficiente y odio esa falda porque te queda... muy bien—arrastró la palabra mientras volvía a girar su cabeza para mirarme
Enrojecí con su frase y sonrió al saber el efecto de sus palabras en mí.
—Tú también luces muy bien—afirmé
Se acercó para decirme lo que de seguro sería un comentario que me haría avergonzar pero Gabriel y Pacita se tumbaron en las sillas vacías a nuestro lado interrumpiendo el momento.
—La música esta buenísima—gritó Marypaz mientras acababa con su bebida en un solo trago. Gabriel rió y le hizo bajar la bebida antes de finalizarla—. Tienes que bailar Mía
—Oh no, no. ¡No!—me negué, era muy pronto para bailar, todavía quedaban muchas personas sobrias capaces de reírse de mis pasos locos.
—Vamos—dijeron al unísono la pareja, mientras me arrastraban hasta la pista de baile. Le imploré en silencio a Rámses pero él solo levantó su trago brindando.
Ya en la pista de baile fue imposible no contagiarme por la energía de todos, y terminé bailando y saltando con Pacita y Gabriel. Drené en cada brinco las malas energías que sentía correr por mis venas, tratando de deshacerme de esa diablilla interna que insistía en complicar más la nefasta relación con Stuart. A veces, una pequeña parte mía me sugería que hablase con él, que quizás así lograse que las cosas dejaran de empeorar, pero la misma diablilla mandaba todo a la mierda y me terminaba convenciendo que debía hacerlo sufrir. Y por esa razón mis acciones terminaban complicando más las cosas, porque estaba muy segura de que eso era lo que había hecho con esa última movida antes de irme de casa, pero ya me preocuparía después por su represalia.
—Tengo que sentarme—anunció Pacita al cabo de unas cuantas canciones, hicimos el ademán de seguirla, pero insistió en que nos quedáramos—. Sigan ustedes.
La música volvió a cambiar y la pista se continuó llenando, hasta que llegó un punto donde mi cuerpo se continuaba tropezando con el de Gabriel y los que nos rodeaban. Una pareja me dio un fuerte empujón y me volteé para encarar a los abusadores, pero en realidad era una pareja que a juzgar por sus besos, necesitaban con urgencia un hotel. Gabriel puso sus manos en mi cintura y me atrajo hacía él, alejándome de la pareja que ahora comenzaba a manosearse sin pudor alguno. Con las manos en mi cintura continuamos bailando, el calor de su cuerpo contrarrestaba con el sudor que sentía correr por el mío.
—Si quieres paramos Beleza—habló en mi oído—, aunque yo no quiero hacerlo.
Su voz había sonado ronca, a pesar de la música estruendosa. Mis alarmas se dispararon en mi cabeza, diciéndome que me alejase pero la masa de cuerpos que seguían bailando al compás de la música me lo imposibilitó. Él lo tomó con un «sí», porque se acercó más a mí, haciendo que su pecho chocase con mi espalda. Di un paso al frente para poner distancia entre nosotros, cuando las manos que me habían estado tomando por la cintura repentinamente desaparecieron. Liberada del momento incómodo, me giré para encararlo, porque él tenía novia y yo nunca haría nada para entrometerme en la relación de Pacita; sin embargo, él acaba de cruzar una línea y tenía que dejarle muy claro que no podía volver a pasar.
Mi sorpresa fue grande cuando Rámses era él que enfrentaba a Gabriel, sin decir ni una sola palabra, los hermanos llevaban a cabo uno de sus tan comunes guerras silenciosas. Rámses me miró por encima del hombro de Gabriel y lo despidió con un gesto de su cabeza. Ahora era el francés quien avanzó los pocos pasos que nos separaban y me llevó hasta un costado de la pista, donde el volumen de personas no era tanto
—¿Y si hubiese sido Pacita quien los hubiera visto?—preguntó con el ceño fruncido gritando, no sabía si gritaba por su molestia o por el ruido de la música. Traté de explicarle pero el sonido hacía imposible que me escuchara. Él tenía un gran punto de razón, porque ese momento pudo haber arruinado nuestra amistad.
Halé con un poco de fuerza a Rámses por el cuello de su camisa, haciendo que quedase a mi nivel, tenía una necesidad de explicarme con gran urgencia, pero sobre todo, no quería que él pensara que yo había provocado o consentido esa situación. Con su oído casi pegado a mi boca comencé a hablar, notando como en más de una oportunidad mi boca rozaba su lóbulo
—Yo no lo inicié, ni lo incité. Intenté apártame y estaba por reclamarle cuando tú te adelantaste—estaba molesta, más conmigo misma que con Rámses, pero eso él no lo sabía.—Hablaré con él, pero creo que actuaba bajo el efecto del alcohol.
—Él no ha tomado nada—su declaración me sorprendió. Una nueva pareja nos dio un empujón y fue el momento de terminar la conversación.
Tomó de mi mano y me llevó hasta la pista de baile, atrayéndome hacía él, el suave olor de su colonia mezclado con el aroma de su sudor, resultó embriagante, y me hizo olvidar la discusión que acabábamos de tener.
Usó el contoneo de mis caderas para llevar el ritmo de la música, su pierna entre las mías, su frente apoyada en mi cabeza, sus manos entrelazadas a mi espalda, y el escaso espacio que existía entre nuestros cuerpos me hicieron olvidarme hasta de respirar. No sabía si la música había cambiado, si el ritmo era distinto a lo que nosotros bailábamos, porque esa burbuja que insistía en formarse a nuestro alrededor, nos tenía envueltos alejándonos del resto de los presentes.
Cuando la música cambió, enredé mis manos en su cuello al tiempo que él reposaba su barbilla en mi hombro: —Pensé que no bailabas— dije en su oído.
—Contigo bailaré hasta flamenco si es necesario.
La imagen de él haciendo esos pasos, con pantalones bombachos y castañuelas me hizo reír.
—No me gusta el flamenco
—¡Ufff Meno mal!—su expresión fue sincera
—Me gusta el country—dije solo para molestarlo
—Mierda—y volvió a sonar sincero.
Boqueando por aire le pedí sentarnos. Mis pies no aguantaban un momento más de pie y mi garganta pedía a gritos hidratación.
En nuestra mesa Gabriel charlaba con una risueña y algo mareada Pacita, quien estaba ajena al trio de chicas que a su espalda le hacían ojitos y morritos a Gabriel. Me hirvió la sangre de pensar que parte de las sonrisas de Gabriel iban dirigidas a aquellas desconocidas y no a mi amiga.
Me senté junto a ella, no sin antes notar las miradas que ahora el trio cachondo le daban a Rámses. Él lucía tan cansado como yo, su cabello húmedo por el sudor se pegaba su rostro.
—Vamos al baño—le pedí a Pacita.
—Les conseguiré agua—ofreció Gabriel. No pude evitar sentirme incómoda porque Rámses acababa de quedarse solo con tres arpías cazándolo. Pero las ganas de ir al baño eran urgentes.
La fila era enorme y todas las chicas que esperábamos hacíamos bailecitos ridículos que anunciaban nuestro desespero por orinar.
—¿Verdad que Gabriel baila muy bien?—preguntó y solo asentí esquivando su mirada
—¿Qué tal baila Rámses?—cuestionó
—Bastante bien, en realidad.
—Los vi muy, muy cerquita—dijo con picardía y solo pude morder mi labio inferior, sintiendo como el calor de mi cuerpo aumentaba, para que mi mente cochina, cochambrosa y traicionera recordara aquel dulce e inesperado despertar, que continuaba sacándome suspiros.
Por fin fue nuestro turno de usar los baños y decir que vi a Dios cuando por fin pude hacer pis, es quedarme corta. Unas chicas bastante ruidosas entraron cuando Pacita y yo lavábamos nuestras manos y siguieron su conversación cuando estaban dentro de los cubículos.
—¿Qué habrá visto ese tipo en la flacuchenta?—preguntó una
—No lo sé, pero siendo tan plana no debería usar faldas—dijo riendo.
Vi a Pacita mirarse la falda y un poco del brillo de su mirada se perdió en sus pensamientos. No sabíamos ni siquiera si esas chicas hablaban de ella y de Gabriel, el ochenta por ciento de las mujeres de ese sitio iba en falda, pero a juzgar por su semblante triste, Pacita estaba segura de que había sido con ella. Le negué con la cabeza para que dejara de seguir esa línea de pensamientos que quería arruinarle la noche, y ella compuso una pequeña sonrisa que no logró engañarme.
Salimos del baño y volvimos a nuestra mesa. Gabriel recibió con un pequeño beso a Pacita que le volvió a subir los ánimos y el autoestima casi de inmediato y me alegré con sinceridad.
—Por cierto, ¿novio?—preguntó Rámses sorbiendo con despreocupación de su bebida, mientras yo deseaba ahogarme con la mía.
—Yo.. bueno.. ehm—titubeé sin poder hilar un pensamiento coherente.
—Ni si quiera pienses en mentirme—advirtió con el mismo tono despreocupado, empeorando mi situación.
Gabriel y Pacita se levantaron una vez más para continuar bailando, pero sin poder alejarse mucho de la mesa por la cantidad de personas que ahora colmaban el local. Vi a varios compañeros de clases bailar como si se les fuese la vida y otros tanto como si estuviesen tratando de ganar algún concurso. No estaba permitido fumar en espacios cerrados, así que muchos estaban aglomerados en un pequeño balcón para saciar su necesidad de matarse con un humo toxico. Un poco más allá un grupo lucía eufórico, como si estuviesen en la mejor fiesta de su vida con un exceso de cafeína circulando por sus venas, pero lo extraño era que no estaban tomando, solo bebiendo agua. Cuestioné la pureza del líquido que tenía en mis manos, pensando en Aztor y su afán de "especiar" las bebidas. Puse la botella de agua en la mesa por si a las dudas.
La muchedumbre seguía creciendo y llegaron en varias oportunidades a tropezar nuestra mesa, amenazando con tumbarla. Un personal de la discoteca comenzó a retirar todas las mesas y sillas del lugar, su misión no era la seguridad ni la comodidad, solo lograr que entrasen más personas. Me comencé a sentir un tanto acalorada, tantas personas me oprimían el pecho y me robaban el oxígeno. Cuando llegó nuestro turno de entregar la mesa y las sillas, Rámses me miró preocupado y me arrastró hacía las puertas traseras del local, avisándole a su hermano que continuaba bailando con Pacita, ajeno a todo. Hacían un baile bastante sensual, donde no existía espacio entre sus cuerpos.
Salimos a la fresca noche, quizás no era tan fresca como lo creía, pero comparada con el calor reinante dentro del local se me antojaba incluso helada. No éramos los únicos en la calle, había tanta gente fuera del local como dentro, algunos autos tenían puesta la música; y los que no pudieron entrar, los que aun esperaban por hacerlo o los que, como nosotros, desearon salir, formaron su propia fiesta callejera.
Me tomó de la mano, aunque creo que nunca me la había soltado, y caminamos alejándonos un poco hacía donde estaba su camioneta estacionada. Atravesamos a un grupo de chicos y chicas bailando que, con lo que consideraban movimientos sugerentes de caderas, nos invitaron a participar. Él ni se molestó en responder, pero yo sonreí y negué con la cabeza. Reconocí a algunos del instituto dentro de ese grupo, pero dudaba mucho que con la borrachera que cargaban ellos me reconocieran a mí.
Ya en la camioneta, nos sentamos en la orilla de la acera y estiré mis piernas para que mis pies descansaran un poco.
—Quería molestarlo— hablé respondiendo la pregunta que quedó en el aire entre nosotros—, ha estado actuando como un papá celoso últimamente y quise que sus sentimientos fuesen reales. No quería meterte en problemas, así que si quieres, se lo aclararé.
—¿Tú quieres aclarárselo?—preguntó sin mirarme
—No
—Yo tampoco. Pero creo que tus razones son distintas a las mías.
¿Qué quería decir con eso? ¿Qué no le molestaba ayudarme? ¿Qué no le molestaba que lo creyese mi novio? O... ¿Qué no le molestaba ser mi novio? Algo se removió en mi interior.
—¿Por qué no quieres que se lo aclare?
—Si tengo que responder esa pregunta estoy haciendo algo mal—su mirada me atravesó, sentí que pudo ver a través de todo lo que mi corazón ocultaba de él, del mundo y de misma. Me apartó un mechón de mi cabello de la cara y lo colocó detrás de mi oreja, acariciando a su paso mi mejilla.
Unas mariposas eclosionaron en mi estómago, unas que no sabía que estaban allí por él. Recordé todos sus gestos como una película en mi cabeza; lograba por fin encajar las piezas del rompecabezas que era esta amistad extraña. Sus miradas, sus sonrisas, sus caricias. Siempre había podido contar con él. Su ceño fruncido cuando me buscó en el parque ya no parecía molesto en mi recuerdo, sino preocupado. Su voz siseando por teléfono cuando me descubrió en el techo ya no era de amargura, era de angustia.
¿Siempre fue así o las mariposas estaban alterando mis recuerdos?.
Sus besos en mi mejilla solían durar más de lo necesario, su afán de llevarme de la mano o de abrazarme, y la sensación de vacío que me embargaba cuando me soltaba. Sus celos con Germán, el tatuador; sus piropos, su afán por odiar toda mi vestimenta cuando en realidad la amaba. Las cosas que me compró para que me sintiese a gusto en su casa y en su cuarto. La forma como sus ojos brillaban o como reía cuando me miraba...
Ahora todo tenía sentido. «¡Oh!» exclamé a mis adentros. Bajé mi cara sintiendo mis mejillas sonrojarse, las mariposas volaban con violencia en mi interior, chocando entre sí y liberando descargas eléctricas a todo mi cuerpo. Traté de disimular una pequeña sonrisa, pero no pude y cuando él me la vio, sus labios se curvaron hacía el cielo.
A los lejos unas patrullas de policía llegaron al local. Nos levantamos con rapidez, y después de un sonoro "merde—mierda" de parte de Rámses, tomó su teléfono y comenzó a marcar con desespero a su hermano. Hice lo mismo con Pacita, ignorando los 3 mensajes que me anunciaba mi teléfono.
— Ils doivent aller là-bas déjà. La police est arrivée – Tienen que salir ya de allí, la policía llegó
Con su confirmación de que ya estaba hablando con él, desistí de llamar a Pacita. Los mensajes de textos me trajeron de vuelta a la realidad que vivía.
—Las cosas serán muy distintas a partir de hoy. No dejaré que ese tipo cambie a mi pequeña. Tú no eres así Amelia, jamás pensé que cambiarías por un tipo, tú tienes más personalidad que eso.—ponía el mensaje de Stuart, enviado poco después de haber salido de la casa.
—Stuart me dijo que pasarás la noche con tu novio. Quiero que sepas que no tienes permiso para eso. No quiero más problemas en casa, suficiente con lo que pasó como para que no colabores ahora que intento reconstruir todo. Regresaré mañana y hablaremos— decía el mensaje de mi mamá. Pocas veces la había visto molesta y esta al parecer sería una de esas veces. En otras oportunidades quizás me hubiese angustiado, pero hoy, después de todo lo que ha pasado y de como ella volvió con Stuart, había perdido todo mi respeto. Así que, sí, hablaríamos, pero cuando a mí me diesen las ganas.
El mensaje más reciente era de Daniel. Lo había enviado apenas hace una hora y tenía letras que no correspondían intercaladas con las palabras, cuando él siempre cuidaba muy bien su forma de escribir.
—¿Por quié tenes qie ser tan sexzy? Me duielew qie no puda tenewrte otra vezx.
Asqueada, borré el mensaje y guardé el teléfono. Rámses estuvo todo ese tiempo mirando con atención el lugar por donde deberían aparecer caminando Gabriel y Pacita, y cuando lo hicieron lo vi soltar un pequeño suspiro de tranquilidad, al igual que el mío.
Al final, la policía solo fue por los que estaban en la calle, pero cuando descubrió a algunos menores de edad, se adentraron en el club; por suerte, Gabriel y Pacita lograron salir y caminaban hacía nosotros.
—¡Casi nos agarran!—exclamó Pacita tomándome del brazo. Subimos juntas a la camioneta de Rámses, mientras nos contaban el caos que se desató cuando la policía solicitó apagar la música y desde los parlantes anunciaron que pedirían los documentos.
Los menores de edad, borrachos y algunos drogados, comenzaron a correr a la entrada y se encontraron con los policías en ellas, el caos que se produjo después permitió a Gabriel y a Marypaz, salir con mucha dignidad, como si estuviesen ofendidos que menores de edad hayan arruinado su noche, cuando escondían entre sus carteras respectivas, las cedulas que los identificaban con 17 años a cada uno.
—Te digo que todo es cuestión de actitud—decía Gabriel entre risas
—Salimos con nuestra frente en alto, incluso furiosos por que esos niños nos arruinaran la noche—completó Pacita riéndose—. Y tuve que morderme la lengua para no decir nada en favor de Marcos y Miguel, que lucían a punto de morir cuando el policía indicó que llamarían a sus papás para que los vinieran a buscar. Y ya sabes cómo se pone la señora Martha, cuando se trata de su chiquitín.
No pude evitarme reír. Marcos había sido nuestro compañero de clases desde hace varios años, y todos conocíamos muy bien la cara de inocente que pone delante de su mamá, la señora Martha, quien es capaz de creerle cualquier cosa que él diga siempre y cuando le haga un puchero.
—Dirá que fue Miguel que lo arrastró hasta allá. Ya verás—le aseguré.
—¿Tienen hambre?—preguntó Rámses interrumpiendo nuestras risas y con su vista fija en el camino.
—Un poco, para ser sincera—confesé.
—¿Qué tan poco?—insistió achicando los ojos
—Como del tamaño de un combo extra grande con papas y refresco, ah y un helado —respondí con una sonrisa que me correspondió a través del espejo retrovisor.
—Menos mal que era "poco"—bufó Gabriel
—Mia tiene una definición extraña de poco cuando de comida se trata—agregó Pacita
—¿Por qué Mia?—preguntaron casi al unísono los hermanos. Estoy segura que no era la primera vez que Pacita me llamaba así delante de ellos... ¿o si?
—Un apodo cariñoso de mi mamá, que Pacita adora.
—Es tan tierno—habló como bebé pellizcándome la mejilla mientras se reía.
—Amelia é Mia—susurró Gabriel con acento portugués y con énfasis en mi apodo; era un juego de palabras que no me pareció correcto
—Amelia es Mia—respondió Rámses, haciendo hincapié en el verbo y dándole a su hermano una mirada de advertencia.
Rámses condujo hasta un local de comida rápida. Y ordenó para mí lo que exactamente había pedido en el auto. Los chicos pidieron una hamburguesa doble y Pacita solo unas papas fritas y una ensalada a último momento y por mi insistencia y advertencia de que comiese algo o acabaría vomitando encima de Gabriel.
Abrí la hamburguesa, retiré el tomate y coloqué tres porciones extras de mostaza y agregué algunas papas fritas. Cuando hinqué el primer mordisco caí en cuenta de que los hermanos me miraban con atención.
—¿Qué?—hablé con la boca aun llena. Como no respondieron hundí una papa frita en otro poco de mostaza y la devoré con placer
—¿No es como... mucha mostaza?—preguntó Gabriel arrugando el rostro un tanto asqueado por su visión
—Me encanta la mostaza.
—Eso causa problemas estomacales, gastritis y muchas otras cosas. ¿Lo sabias? —preguntó Rámses
—Lo sé—respondí exagerando mi tristeza.
—No tiene caso Rámses, tengo demasiados años diciéndoselo y ya ves...—explicó Pacita comiéndose el tomate que había quitado de mi hamburguesa.
—Tenía que rebelarse por algún lado, ¿no?— me miró con picardía
—Pero ahora me perforo la nariz y me haré tatuajes.
Pacita se ahogó con un poco de lechuga y tuve que darle varios golpecitos para que pudiera expulsarla.
—¡¿Te harás un tatuaje?!—exclamó sorprendida
—Lo he estado pensando—confesé
—¿Y qué te quieres hacer?—preguntó Rámses y ladeando la cabeza comenzó a recorrer mi cuerpo— y ¿Dónde?
Su mirada me sonrojó, pero comí el último mordisco de mi hamburguesa antes de responderle: —No lo sé y no lo sé. Esperaba que tú me ayudaras
—¿Con el dónde?— arqueó la ceja y su sonrisa se ensanchó a niveles sobrehumanos.
—Con el qué—aclaré y él hizo un pequeño puchero que me hizo reír.
—No me parece que te hagas un tatuaje. Es una decisión muy definitiva y permanente en tu vida. No creo que tampoco a tu familia le agrade—intervino Gabriel limpiando sus manos con una servilleta.
—Qué bueno entonces que no esté pidiendo tu opinión—y le saqué la lengua—. Y ahora que mencionas lo de mi familia...—dije meditando en exceso, dándome golpecitos en la barbilla, como quien estuviese sufriendo alguna gran revelación cósmica—, me encanta que no les agrade. Es más, creo que ese era el impulso que me faltaba—le guiñé el ojo al portugués creído y ahora fue su turno de hacerme una mueca burlesca.
Rámses se comenzó a reír tanto que Pacita ni siquiera intentó no contagiarse por respeto a su enfurruñado novio; pero siendo la primera vez que veía a Rámses reírse de esa forma, era imposible que no terminara riéndose igual que él. Yo en cambio ya había visto esa risa y esas carcajadas, y me hacían sentir privilegiada conocer ese lado ligero de Rámses, mientras que los demás solo conocían al serio, callado y pedante francés.
—Iré por los helados—anunció un molesto Gabriel. Al parecer no le gustaba ser objeto de burlas, aunque en mi defensa, nadie lo mandaba a entrometido.
—Lo ayudaré—anunció Pacita levantándose con él.
Limpié mis manos y mi boca con servilletas y terminé mi bebida para prepararme para el helado.
—Entonces... ¿estoy haciendo algo mal?—preguntó Rámses como si la conversación que habíamos estado manteniendo horas atrás no hubiese sido interrumpida nunca.
—No estás haciendo nada mal—le respondí cuando comprendí a que hacía referencia—pero...
—¿Hay alguien más?—me interrumpió y cuando asentí su mandíbula se tensó sin disimulo
—Es Daniel, está en el pasado—expliqué con premura y su cuerpo se relajó—, pero me dejó rota—las lágrimas se agolparon desesperadas por salir y respiré profundo tratando de calmarme y de enviar a un baúl sin fondo todo lo que había pasado con Daniel. Rámses solo sabía una pequeña parte de lo ocurrido con él, pero era lo suficientemente inteligente para que entendiese que tenía grandes problemas de confianza, sobre todo si del sexo opuesto se trataba.
—¿Y tú lo quieres dejar en el pasado?—preguntó en un pequeño susurro cuando solo quedaban pasos para que la parejita llegara a la mesa con tres enormes helados y una pequeña barquilla.
—Si—afirmé con total seguridad—. Lo quiero fuera de mi vida
—En ese caso... yo te repararé
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