Capítulo 10.¿DEBO COMENZAR A LLAMARTE AMELIA CONSTRUCTORA?
Maratón 2/4
Desperté envuelta en los brazos de Rámses. No puedo decir que me haya sorprendido, porque la verdad era que me aferré a su cuerpo toda la noche, aunque en ningún momento él intentó zafarse. Me sentí segura, como nunca y no quería dejar ir ese sentimiento tan fácilmente.
Fue el reloj despertador el que me hizo abrir los ojos para conseguirme un par de ojos intensos y caramelos mirándome con intensidad, un brillo los hacía lucir ligeramente divertidos ante mi agarre posesivo. Giré los ojos en respuesta y lo solté. Después de ir al baño y cambiarme de ropa bajé apenada hasta la cocina donde Rámses y Gabriel me esperaban para desayunar.
Gabriel me trataba como si fuese normal que apareciera en la cocina de su casa a las siete de la mañana, y Rámses actuaba como si aquello fuese a repetirse todos los días. Me enseñó donde estaban los platos, los vasos y los alimentos, bajo mi mirada avergonzada. No quería familiarizarme con esta casa ajena, a pesar de que eso era justo lo que sentía.
—Tenemos tiempo de pasar por Pacita—anunció Gabriel recogiendo la mesa— ¿están listos?.
—Si... ehm...—titubeé haciendo que los hermanos me miraran—. Pacita no está al tanto de los problemas en mi casa y quiero mantenerlo así—mi voz sonó más segura de lo que me sentía—.
—Está bien Beleza. ¿Le dirás que pasaste las noches acá?—preguntó Gabriel disimulando un rostro que no supe descifrar, como si la afirmación de esa pregunta le produjese alguna molestia.
Mi mirada se perdió. Quería contarle a Pacita, pero no sabía que excusa darle. Tampoco estaba acostumbrada a mentirle, porque consideraba que no estar lista para contarle las cosas que habían pasado con Stuart y con Daniel, constituyeran una mentira.
—Dile que fuimos a la fiesta y te quedaste acá, y que como tu mamá y padrastro no estaban, te quedaste la siguiente noche.—ofreció Rámses, como si hubiese pensado con anticipación la mentira. Solo supe agradecerle con una tímida sonrisa.
—¿Y dónde dormiste?— Pacita preguntaba interesada en mi cuento, o la versión que me dijo Rámses que le diera. Su pregunta tan pertinente me hizo ruborizar.
—En el cuarto de Rámses—dije dando un gran mordisco a mi almuerzo, como si eso fuese a impedirle seguir preguntándome.
—¿Y dónde durmió él?— preguntó ceñuda. A veces su inocencia me exasperaba.
—También en su cuarto Pacita— respondí.
Vi el momento exacto cuando comprendió lo que decía. Y cuando su cara comenzó a deformarse me apresuré a aclararle que no había pasado nada más, que solo compartir una cama. Omití la parte de que amanecí abrazada a su pecho, respirando su aroma y sintiendo sus latidos; también dejé solo para mi su cuerpo descubierto, su descarada V que me acaloraba, su piercing en la tetilla... esa imagen la quería solo para mí.
—Yo creo...—habló al cabo de un momento— que le gustas a Rámses. Piénsalo, ¿Qué chico te deja dormir en su cama?
Rodé los ojos por su ocurrencia.
—El mismo chico al que no le despierto ni un mal deseo. Para él soy una buena amiga, es todo.
Haber dicho eso en voz alta me supo amargo, sin tener muy claro el por qué. Quizás quería creer que podía resultarle atractiva a algún chico, uno que realmente fuese decente y merecedor, no como Daniel.
—Terminé— anunció Pacita, desechando el resto de su comida.
—No comiste completo. Tienes varias semanas así—acusé. Ella descartó mi preocupación con su mano.
—Mi papá está pasando por su faceta de chef, así que todas las mañanas nos prepara unos desayunos abundantes. Estoy comiendo como una vaca.
Muchas veces había ido a casa de Pacita a comer, y las porciones que allí se servían no eran normales. Cuando me dijo que su papá servía desayunos abundantes, debía ser una aberración culinaria.
—¿Y a donde saldrán este fin de semana?—le pregunté retomando el tema que había iniciado en el auto, cuando Gabriel invitó a Pacita a salir.
—Bueno, aun no me ha dicho nada más. Saldremos el sábado y me dijo que reservara todo el día. Espero que no se le ocurra llevarme a la playa otra vez.
—Creo que por fin te pedirá ser su novia. Llevan algunas citas, un beso y nada
—Ya te dije que no fue un beso, fue accidental. Volteé la cara cuando él iba a darme un beso en la mejilla y bueno, terminó en la esquina de mi boca.
Me encogí de hombros, para borrar esa imagen incómoda de mi mente.
—Entonces en esta cita si te meterá la lengua—dije solo para hacerla sonrojar y lo logré.
—¡Amelia!. La junta con Rámses te ha vuelto boca floja.
Reí por su arrebato, mientras botada los desechos de mi comida. Yo si había arrasado con todo el plato. Desde que Stuart retomó sus rutinas de hacer la comida, no pensaba tocarle ni un bocado.
Por insistencia de Gabriel, los chicos me llevaron hasta la casa. Me sentí tranquila porque sabía la rutina de Stuart y de mi mamá, por lo que no los esperaba sino hasta tarde en la noche. Cuando llegaron, me llamaron al cabo de un rato para ir a cenar, pero me negué a bajar. Ya había comido lo primero que conseguí poco antes de que llegaran. Me mantendría firme de no comer ni un plato de lo que prepara Stuart, no importase lo bien y delicioso que oliese.
¡Maldición!
El simple acto de dormir se convirtió en otro dolor de cabeza. Con mi mamá en casa me sentía en parte segura, irónicamente, pero las pesadillas no me daban un descanso.
—¡Amelia pequeña, despierta!—susurró su voz gruesa en mi oído mientras me acunaba como bebe.
Tuve que parpadear varias veces para darme cuenta que no estaba presa una vez más bajo los brazos de Daniel, pero la calidez del aliento de Stuart me hizo alejarme de él tan rápido como fui posible. Lo miré ceñuda y con lentitud vi la puerta de mi cuarto abierta y el mueble que había usado para atrancarla corrido a un lado.
—Vete de aquí—le sisee a Stuart, empujándolo con fuerza lejos de mí.
—Tenías una pesadilla—no era una pregunta y no me soltó.
—Una pesadilla con mi violación—espeté furiosa, logrando zafarme de sus garras—. Ahora lárgate y no vuelvas a entrar sin mi permiso.
—Déjame ayudarte por favor.
Stuart se levantó de la cama donde había permanecido sentado y con las manos alzadas como en señal de rendición se acercó a mí con lentitud. Como si pidiese permiso a cada paso. Sin embargo yo retrocedía y aun así él no entendía que no quería que se acercara.
Intenté pasarle por un lado, pero él fue más rápido que yo y envolvió sus brazos desde mi espalda, sujetando los míos con demasiada fuerza. Recostó su rostro al lado de mío, mientras yo continuaba forcejeando para que me soltara. Mi corazón palpitaba con fuerza y mi garganta picó con las lágrimas que amenazaban con salir
—Para por favor pequeña. Solo quiero que arreglemos las cosas. Te quiero Amelia, regresé para estar a tu lado. ¿Es que acaso no lo ves?. Lamento tanto todo el dolor que te causé, pero podemos arreglar las cosas si solo me permites ganar tu confianza y tu corazón una vez más. Por favor.
—No quiero arreglar nada contigo. No puedes borrar lo que hiciste. Suéltame antes de que empiece a gritar, juro que despertaré a toda la cuadra si es necesario.
Soltó un sonoro suspiro de resignación y me soltó. Con rapidez me alejé de él y le señalé la puerta para que se marchara con mi mirada iracunda. Caminó casi arrastrando sus pasos, con su cabeza gacha y el dolor en su semblante. Se me hacía muy difícil no recordar que a ese hombre que ahora quería lejos de mí, antes le suplicaba que me llevase al parque, porque solo quería estar a su lado. Que era el mismo que me despertaba de las pesadillas y se quedaba conmigo arrullándome hasta que me volvía a dormir y más de una vez lo conseguí en la mañana, aun durmiendo a mi lado, cuidando mi sueño.
El corazón se me acongojó por los recuerdo, pero los aparté de mi cabeza, y volví a colocar el mueble para trancar la puerta.
Para cuando llegó el miércoles tenía largas ojeras que eran imposible de disimular en mi rostro. No solo pasaba la noche tratando de no dormirme, sino que cuando por fin pasaba tenía una pesadilla, que ahora incluían a Daniel entrando en la habitación mientras dormía. No sé cuántas veces desperté asustada creyendo que el mueble estaba siendo movido. Me dormité en todas las clases de esa semana, y hasta dormía en los pocos minutos del recorrido desde mi casa al instituto en el carro de Rámses y Gabriel, bajo excusas pobres de mi cansancio.
Me volví asidua a la mentira, diciendo que mis grandes ojeras y mi repentino insomnio eran incomprendidos para mí. Incluso, me tocó evitar en más de una ocasión la mirada escrutadora de Rámses, como si él supiese que estaba ocultando algo más. Su ceño fruncido no me pasaba desapercibido, cada mañana cuando me miraba con tal detenimiento la cara que estaba segura que llevaba alguna agenda donde anotaba las medidas y pigmentaciones de mis ojeras. A penas nos veíamos su humor cambiaba inmediatamente, pasando de ser el francés callado y gruñón, a ser un francés refunfuñón y muy muy gruñón.
Así que cuando por fin llegué a casa, me acosté en la cama, como lo había hecho los otros días, para recuperar un poco las horas de sueño, mi agotamiento al final de la semana era tremendo, pero no podía aspirar a tener un poco de tranquilidad por algunas horas de sueño. Me desperté una vez más alarmada, cuando la mano de Stuart me acarició el cabello, como siempre mi corazón se sobresaltaba de tal manera que estaba segura que me estaba restando años de vida con cada despertar tormentoso.
—La cena está lista pequeña—avisó con un intento débil de sonrisa—, por favor, ven a comer con nosotros. Tu mamá cocinó.
Aparté su mano de un manotazo, lo empujé y me reincorporé aun sintiendo cierta pesadez del cansancio. Bajé casi arrastrando los pies por los escalones, hasta la cocina y suspiré aliviada cuando vi a mi mamá con su delantal de manzanas terminando de servir la comida. Por lo menos podría comer algo decente
Ella no era la mejor cocinera, solía olvidar ingredientes en las recetas o técnicas de cocción, pero con el hambre que tenía en ese momento, cualquier cosa me sabría a gloria. Terminé de comer en silencio mientras ellos mantenían una amena charla sobre el trabajo de cada uno, pero fue una frase la que me llamó la atención y me hizo alzar la mirada de mi plato.
—...así tendré que estar viajando los viernes temprano y regresar los domingos o quizás los lunes hasta que el festival termine.—decía mi mamá con evidente orgullo en su rostro. La mirada que me dedicó Stuart no me pasó desapercibida porque estaba acompañada de una pequeña sonrisa que se me antojó macabra.
—¿A dónde viajarás mamá?—pregunté
—A la ciudad vecina Mia. Presta más atención. Me nombraron la encargada de todas las reformas paisajistas que harán en la plaza central. Como no puedo descuidar aquí mis obligaciones, viajaré los fines de semana para poder supervisar todo.
Tragué grueso con mi garganta repentinamente seca. Ella sonrió feliz al igual que Stuart.
Era viernes, y no había logrado convencer a mi mamá de que podía quedarme sola en casa y que Stuart bien podía acompañarla. Sabía que detrás de su negativa estaba Stuart, pero no había forma de hacerla cambiar de opinión. Después de sentarme en la mesa y jugar con la cena preparada por Stuart que no me atreví a tocar, a pesar de que me sentía fámelica, me excusé y con rapidez me levanté de la mesa. Mi padrastro tendría que llevar a mi mamá dentro de poco hasta la ciudad vecina y se regresaría esa misma noche, para no dejarme sola, como había dicho. Estaba encerrada en mi habitación con un pequeño y naciente dolor de cabeza, al no ver escapatoria posible para lo que prometía ser el inicio de mi infierno, caminaba de un lado al otro, presa de una angustia naciente.
Me alegraba por mi mamá y el reconocimiento que para ella representaba ese nombramiento, pero eso solo significaba para mí tener que pasar los fines de semana a solas con Stuart, con él insistiéndome en hablar, en salir, en compartir como si nada hubiese pasado. Miré hacía la puerta y me sentí tan desprotegida que el pecho se me contrajo de miedo. Eran poco más de las ocho de la noche, pero vivía en una zona bastante segura, como el resto de la ciudad. Tomé mi bolso, un suéter y salí de la casa, tratando de que no notasen mi ausencia.
Caminé viendo cada uno de mis pasos en la acera hasta que llegué al supermercado. Paseé por los estantes distraída aunque sabía muy bien lo que había ido a comprar: un candado. Si debía permanecer encerrada en casa, haría mi encierro literal, colocaría un candado en la puerta que impidiese que Stuart volviese a violentar mi privacidad.
Ya en la sección de herramientas, busqué con detenimiento en cada una de las piezas. Había varios tipos de candados, pero escogí el que parecía ser más resistente y que se ajustaba a mi presupuesto.
—¿Puedo ayudarte?—preguntó una voz masculina a mi espalda haciéndome sobresaltar.
Era un chico un poco mayor que yo, con el uniforme del supermercado y una gran sonrisa en su rostro.
—Necesito instalar un candado en una puerta de madera. ¿Cómo podría hacerlo?—pregunté devolviéndole la sonrisa.
—Bueno, ese que acabas de agarrar es ideal, pero necesitarías unas bisagras adicionales para poder asegurarlo. Te recomiendo estas. Esta parte grande—dijo señalándome el contenido de la caja— va colocada en la puerta, como dices que es de madera puedes atornillarla, y esta otra, en la pared, y aquí si la tendrías que ajustar quizás con algunos tornillos y un taladro.
—No tengo tornillos, mucho menos taladro—respondí un tanto abatida. Mi plan de colocar un candado ahora se veía lejano.
—En ese caso, podrías colocarle clavos. Ven por acá por favor—pidió mientras cambiaba de pasillo—. Estos tornillos te servirán para la madera, si no tienes destornillador puedes comprar uno acá bien económico. Y estos clavos para ajustarlo a la pared.
Asentí a su sugerencia. Era mi mejor opción y él parecía saber de lo que estaba hablando. Finalmente terminé comprando el candado, la bisagra, clavos, tornillos, un pequeño martillo y un pequeño destornillador. Salía del supermercado, revisando que estuviese todo dentro de la bolsa cuando choqué con una persona y unos brazos me sostuvieron antes de caer al piso.
—Ahora haces visitas nocturnas al supermercado Bombóm—afirmó Rámses, su aliento mentolado golpeó mi rostro mientras sus ojos miel me miraban con cierto brillo de diversión.
Llevaba una sudadera negra y unos pantalones deportivos del mismo color, su cabello como siempre estaba desordenado y para mi agrado, llevaba puesto sus piercings.
—¿Sigues rastreando mi teléfono?—pregunté un tanto sorprendida por encontrármelo
Él curvó sus labios en una pequeña sonrisa y tomándome por los hombros, me hizo girar para entrar nuevamente al establecimiento. No me quedó claro si era un si o un no a mi pregunta.
—Vine a comprar algunas cosas—tomó un carrito de compras, mientras me indicaba que lo manejase.
Sin más nada que hacer y considerando que era una excelente excusa para pasar tiempo fuera de la casa, lo seguí empujando el carrito por los distintos pasillos.
—¿Y qué te trae por acá?—preguntó lanzando algunos alimentos al carrito, despreocupado en lo que agarraba y su precio, tomaba combinaciones bien extrañas: alcaparras y melocotones, arroz y harina de trigo, huevos y paté, pero no me atreví a cuestionarle. Cuando me descuidé tomó la bolsa con mis artículos y espió su contenido.
—Martillo, clavos, candado... ¿Debo comenzar a llamarte Amelia Constructora?—bufó
Le hice una mueca infantil por su chiste malo y él solo soltó una carcajada.
—Mi mamá me pidió el favor que lo comprase—mentí
—¿Y no podía esperar hasta mañana? ¿Qué está haciendo que necesita con tanta urgencia clavos y tornillos? son casi las nueve de la noche.—la mirada que me dio me dejó muy claro que no se tragaría ninguna mentira que intentase decirle, así que probé una verdad a medias.
—Venir a comprarlo en este momento me pareció buena excusa para salir de casa.
—Sigues con problemas de insomnio.
—No tanto—respondí con mi nueva manía mentirosa sobre el tema
—No fue una pregunta—su voz fue seria y calmada.
Volteé la cara, como si pudiese ocultar de esa forma mi rostro cansado y mi vergüenza. Él soltó un suspiro antes de hablar.
—Escucha, ya te lo dije, cuando necesites salir de tu casa solo llámame. Y si lo que necesitas es un lugar donde dormir...—se había frenado en seco, haciéndome estrellar contra el pequeño vehículo. Se inclinó por encima de las compras, subiendo los pies en la parte baja del carrito, haciendo que su rostro quedase a centímetros del mío—mi cama siempre será tu cama.
Su voz sonó ronca y seductora. Sentí mis mejillas sonrojarse casi instantáneamente. Una sonrisa ladina apareció en su rostro y antes de que siguiera molestándome como sabía que le gustaba hacer, empujé el carrito con él encima, lejos de mí, pero él no perdió la sonrisa de su cara a medida que se alejaba.
Seguimos con sus compras y tomó varias botellas de jugos, papas fritas, doritos, quesos, jamones, panes y muchas otras cosas más.
—¿Qué harás esta noche?—preguntó mientras hacíamos la fila para pagar las cosas que había escogido, al parecer, sin ningún patrón—. Voy al toque de una banda con unos conocidos, ¿quieres venir?.
No tuve ni que pensarlo, no quería estar en la casa porque mi mamá se marcharía en pocas horas, sí es que ya no lo había hecho y me tendría que quedar a solas con Stuart. Asentí y sonreí en respuesta y el gruñón intentó reprimir una sonrisa pero fracasó en el intento.
Rámses me dejó en la puerta de mi casa para que me cambiase y él iba a su casa a hacer lo mismo. Vendría por mí en una hora o menos. Subí hasta mi habitación y escondí dentro del closet mi nuevo proyecto constructor, como lo llamó Rámses y comencé a probarme distintos atuendos. Era un concierto de rock, así que fui descartando cualquier cosa rosada, amarilla o pastel. Terminé escogiendo unos jeans un tanto desvencijados, unos botines negros que usaba poco, y una camiseta negra que tomé prestada de mi mamá. Me quedaba un tanto holgada, pero le hice un pequeño nudo en la espalda y Voalá.
No pasó desapercibida la ironía de que ahora pensaba palabras en francés. Me apliqué un poco de maquillaje, algunos accesorios de plata sencillos y contemplándome en el espejo me sentí satisfecha.
—¿A dónde crees que irás?—preguntó Stuart recostado en la puerta de mi habitación. Había tenido especial cuidado de no ingresar
Bufé por su petulancia
—Voy a una fiesta—Mentí mientras comenzaba a agarrar las cosas de mi bolso. No quise decirle que iría a un concierto y que se presentase en él buscándome, pero él tenía la capacidad de sacar lo peor de mí, de querer hacerlo sufrir tanto como lo hice yo—...con mi novio.
Su cara se contrajo de ira y de dolor.
—No tienes permiso para salir—respondió con superioridad y me burlé con descaro de su comentario.
—¿Ahora si te consideras mi padre? muy tarde para tu actuación.
—No te la des de lista conmigo Amelia. Tu actitud comienza a cansarme. Entiendo que después de lo ocurrido quieras pasar por una etapa rebelde, pero no saldrás de esta casa con un desconocido, para revolcarte en ningún carro ni mucho menos en un cuarto ajeno en esa fiesta.
Sus duras palabras me molestaron, pero después de todos estos días por fin había hablado como eran en realidad, sin tapujos, sin fingir ser un perrito inocente abandonado en la calle. Pero la forma como pretendía simplificar lo que había pasado como si yo estuviese teniendo una reacción exagerada y desproporcional me hicieron enfurecer.
Tomé mi celular y revisé el último mensaje recibido de Rámses. Avisaba que había llegado y que me esperaba en el semáforo donde acordamos. Tecleé con rapidez la respuesta «en mi casa, ¡ahora!» y confirmé que lo hubiese leído. Pasé a su lado, saliendo de la habitación.
—No te preocupes por eso, cuando quiero revolcarme, solo le pido que me lleve hasta su casa.
El rostro de Stuart se desfiguró y en cuestión de un suspiro se encendió en rojo, como siempre que le pasaba cuando se molestaba. Me sujetó con fuerza del brazo para girarme hacía él y con esa misma fuerza estampé mi puño en su pecho haciéndolo retroceder. Corrí escaleras abajo y abrí la puerta de la calle cuando la camioneta de Rámses se detuvo enfrente. Sentí los pasos de Stuart detrás de mí y con pavor de lo que acababa de suceder, y sobre todo de lo que él podía hacerle a Rámses si lo agarraba, me precipité dentro de la camioneta apurándolo para que arrancase.
Las ruedas chirriaron en el pavimento, y vi a Stuart parado en el medio de la calle con su pecho subiendo y bajando con rapidez. Su rostro aún rojo lo hacía parecer un demonio, revelando su verdadero yo.
Nota de Autora:
¿Ustedes creen que fue casualidad de que nuestro francés favorito se topase con Amelia en el supermercado?
¿Amelia debería sentarse y hablar con Stuart?
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