#37: Errekalamia y el origen de un río

Peinaba mi cabello cuando sentí su mirada. Parecía tan sorprendido como yo. Quedó viendo mi cuerpo desnudo como si de una deidad se tratase, mientras se acercaba lentamente. Yo sonreía coqueta, halagada por su falta de palabras y exceso de rubor en las mejillas. Me he enamorado, dijo un poco más cerca. Nunca había escuchado esas palabras, ni la voz de un hombre. Creo que yo también me enamoré del amor que él me tenía. Hasta que a pocos metros su mirada de esclavo pasional cambió por la tristeza de un amante desolado. Nuestro amor es imposible, dijo esta vez, agachando la cabeza ante mis extremidades de animal: mis patas de pato. Se retiró, como quien no quiere hacer daño, como quien no quiere que le hagan más daño. Lloré todo un río en su ausencia. Me consumí en mi eterna soledad, condenada a ser admirada y deseada desde la lejanía. Nunca probaría la caricia tierna del amor silvestre. No puedo asegurar qué ha sido de mí. Quizás me deshice entre las rocas, el agua y el viento. Solo sé que hay niños que se sientan a la orilla de mis lágrimas y cuentan versiones de esta historia.

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