Capítulo 5
PRESENTE 5
—Marica, esta es la vaina más cómica que he oido en mi vidaaaa. —Dayana se desternilla tanto de la risa, que la técnica de uñas prácticamente la tiene que agarrar por los brazos pa' que no se caiga de culo.
Detrás de ella, a Bárbara también parece como que le fuera a dar un yeyo. No entiendo por qué estas reacciones tan exageradas.
—Respiren, pajúas —murmuro con desgano.
—Es que eso na' más te pasa a vos. —Bárbara se seca los ojos con los brazos y le vuelve a ofrecer sus manos a su técnica de uñas.
—Discúlpeme, señora —espeto con sarcasmo—, creo recordar que la única por la que dos chamos se han peleado ha sido usted.
—Ya va. —Dayana se voltea hacia mí otra vez—. ¿No y que Gustavo y tu ex asqueroso tuvieron un peo por vos?
Su prima le da sendo codazo y después de una protesta inicial, Dayana se frunce como si le hubieran gritado.
Nadie tiene que decir una palabra más para aclarar por qué. Normalmente no mencionan a Gustavo. Pero hoy les voy a demostrar que pueden dejar de tratarme como una muñeca de cristal de una buena vez por todas.
—No fue por mí. Gustavo simplemente se dio cuenta de que Rubén era una plasta de ser humano por su cuenta, y dejó de juntarse con él. —Como si no hubiera pasado nada, me inclino hacia adelante para observar el trabajo que está haciendo mi técnica—. Ay, qué lindo te está quedando.
—Muchas gracias, señora —devuelve con una sonrisa.
No le voy a decir que soy señorita porque, bueno, la gente asume. Tengo treinta y siete años y con todo y que me cuide, se nota que paso de treinta. La gente normal de esta edad, tal como mis dos mejores amigas aquí presente, tienen parejas y hasta hijos. Y ahora la gente es tan liberal que no porque no tenga anillo, no quiere decir que no tenga todo eso. Nadie tiene que saber que soy a la antigua y lo que quería era anillo, boda apoteósica, luna de miel de ensueño, y una casita con cerca blanca, perdiguero dorado, y como cinco hijos con mi marido.
—Este... —Dayana se aclara la garganta y que Dios la bendiga, pero ella decide continuar como si nada—. Total, era inminente.
—¿Qué cosa? —Ya yo perdí el hilo de esta conversación gracias a todos los malabares de mi cabeza.
—Que se pelearan unos machos por vos.
—Carter y Josh no se estaban peleando por mí. —Arrugo la nariz—. Estaban peleándose entre ellos. —Tal como Gustavo y Rubén, pero esa parte no la reitero.
—Pero eso no es lo que piensa toda la empresa ahora, ¿no? —Bárbara suelta una risilla de esas muy Martina, de las que Bárbara hubiera sido incapaz en su juventud de odiosa y asocial.
Suelto un suspiro, decepcionada de mí misma. ¿Pa' qué carajo les conté todo el jaleo, si ya sabía con qué me iban a salir?
El rollo es que la semana ha sido un fastidio. A pesar de que Carter intentó darle un parado en seco a la chismería de la gente, los cuentos rodaron por toda la compañía y como bola de nieve se agrandaron a una historia nivel Delia Fiallo.
Hace dos días, mientras estaba sentada en el sanitario, entraron dos de las de contaduría cuchicheando sobre cómo el pleito entre Carter y Josh debe haber sido porque no saben cuál es el padre de mi hijo. Aparentemente los pantalones que llevaba el día del peo en el ascensor me hacían ver hinchada y alguien dedujo que estaba embarazada. Yo pensaba que estas vainas absurdas nada más le pasaban a Thalía en las novelas de los noventas.
El verdadero chiste es que este año mi ginecóloga me dijo que no sabe si yo todavía pueda tener hijos. Aunque esa parte sí que la mantengo en caja fuerte hasta de mi madre.
En fin, todas las demás barrabasadas del trabajo las tenía atoradas en el gasñote y nada más fue poner las nalgas en estas sillas, yo a la derecha de Dayana, y Bárbara a su izquierda, que empecé a espepitar todo.
—Lo que a mí no me queda claro es lo siguiente —y dicho esto Bárbara se echa para atrás para observarme—, ¿cuál de los dos es el padre de tu hijo?
Pongo los ojos en blanco con tanta violencia que me mareo.
—Ninguno —sentencio sobre sus risas de niñas colegialas—. Si hipotéticamente estuviera preñada de un hombre fuera del matrimonio, cosa que yo no haría, no sería de ninguno de esos dos mujeriegos.
—¿Cuál es el más mujeriego de los dos?
Ni me lo tengo que pensar. La respuesta es obvia.
—Carter.
A una se le abre la boca y la otra pela los ojos.
—¿Sí? —Daya pestañea rápido.
—Ya va, yo los he visto a los dos y están empatados en looks —musita Bárbara.
—Qué va. —Esto se me sale con tanta vehemencia que las dos buitres estas me ponen el ojo—. Objetivamente hablando, Carter es más atractivo.
—¿Ah, sí?
—Cuéntanos más.
«Dame paciencia» pienso para mis adentros.
—«Objetivamente», dije. O sea, Josh es un hot nerd y Carter es más convencionalmente atractivo, aunque es más nerdote todavía. Eso es todo.
—Ajaaaa... —La sonrisa de Dayana no me gusta.
—En realidad a mi me interesa más la observación esta de que Carter es el más mujeriego. Pero si hasta tiene un hijo de la edad de Martina. ¿Cómo es eso? —El ceño de Bárbara se frunce con curiosidad genuina.
Hay conversaciones que son un campo minado y si uno no sabe dónde y cómo pisar, la vaina explota. Y estas dos son una de las razones principales por las que quería ser abogada. Porque son las que más me han hecho explotar desde que éramos niñas. La única razón por la que contesto es porque no detecto el sutil olor a pólvora que hay entre sus palabras justo antes de que yo diga algo con lo que puedan joderme.
—Pues en los últimos dos años él se ha puesto serio con la búsqueda de una nueva esposa y madre de sus hijos.
—¿No y que solo tiene un hijo?
—Sí. —Asiento y continúo—: Pero es que quiere más.
—Ahh. —Intercambian una mirada hasta que Dayana me vuelve a dar la cara, y aquí empiezo a detectar pólvora—. ¿Dos años buscando, dijiste?
—Aja. —Pongo cara de que sé por dónde vienen los tiros.
—¿Y por qué se le está haciendo tan difícil? —Pero Bárbara sigue mostrando confusión genuina, cosa que hace esta conversación aún más peligrosa.
—Yo que sé, no hablamos de esas vainas.
—¿Y entonces cómo sabéis que es un mujeriego?
—Porque tiene una tras otra y no se asienta. —Gruño a ver si ya con eso me dejan en paz.
Pero no.
—¿No será que está buscando a la mujer perfecta?
Subo los hombros y no digo nada.
—Eso puede ser —contesta Bárbara en mi lugar—. Tiene sentido que un viudo que amó tanto a su esposa esté buscando a alguien como ella, y obviamente no la va a conseguir.
Estoy de acuerdo. De hecho, yo personalmente creo que por eso es que Carter no se empata con ninguna candidata y siempre las bota con excusas.
—Oooo... —Dayana estira la vocal hasta que no se aguanta el resto de la frase—. ¿No será que ya tiene a la mujer perfecta en frente y no se lanza por la pajúa regla que él mismo puso en su compañía?
—Eso es —anuncia Bárbara a todo pulmón, tanto que su voz hace eco en el local—. Carter le tiene puesto el ojo a Valentina y como no le puede meter mano, anda mirando pa' otro lado.
—¡Te lo dije!
—Tenéis razón.
Mi técnica de uñas se muerde los labios para no reírse.
Cierro los ojos y lentamente cuento hasta diez. Ellas dos siguen con su alharaca y las dejo. Es lo mejor que puedo hacer a pesar de que Dayana tendió la trampa, Bárbara fue la carnada, y yo caí como una misma pendeja.
—Es que es lógico. Primero, él está papirri y soltero. Segundo, ella está mamirri y soltera. Tercero, pasan como doce horas juntos todos los días de la semana, y a veces hasta en fin de semana. ¿Cómo no se van a enamorar?
—Así no son las cosas —refuto entre dientes apretados.
—¿No? —Dayana pone cara de que le doy lástima—. ¿Hace dos años él no te tuvo que llevar a emergencia una vez pa' que te inyectaran una vaina porque estabas deshidratada de tanto trabajar sin moverte de tu escritorio?
—Este... sí. Y no estoy orgullosa de eso. —Aclaro mi garganta—. Pero eso no implica lo que ustedes están insinuando.
—Oh, sí que lo implica. —Ahora le doy lástima es a Bárbara—. Yo nunca le había visto esa cara de preocupación a tu jefe, que es más viva la pepa que Salomón y mi marido juntos.
—Bueno, se pueden imaginar cómo habrá sido con lo de su esposa. Lo mío no fue nada en comparación.
—Mi teoría es que verte en el hospital lo transportó a esos meses del deterioro en quimio de su esposa —comenta Bárbara con esa capacidad que tiene de ser dura y directa pero a la vez compasiva, como se ha convertido siendo doctora médica—, y eso es porque le importas mucho. Quizás no al mismo nivel, pero «mucho».
—¿Y si dejan los culebrones pa' cuando le echan los cuentos a sus hijos? No sé, digo yo.
—No son culebrones. Yo estoy cien por ciento segura de que a Carter le gustas. —Dayana levanta el mentón como si estuviera dando un discurso de fin de año a su departamento, como hace desde que ascendió a manager—. Y la prueba está en cómo mandó su avión privado para traer a Tomás para el nacimiento de mi bebé.
—Exacto. Refuta eso. —Bárbara me hace gesto de que si quiero pelear.
—Listo —anuncia mi técnica de uñas.
—Perfecto, vamos a la caja. —Me levanto de golpe.
Lamentablemente no sé qué tanto puedo huir de las buitres, porque el local está vacío.
—Con que no lo niegas —chilla Dayana entre carcajadas a mi costa.
—Es que no puede, las pruebas son demasiado contundentes.
—Contundente el mamorrazo que les voy a dar si siguen con la vaina. —Les sacudo el puño.
—No te resistas, catira. ¡Lánzate! ¡Agarra a ese millonario papirruqui! —Dayana lo grita a los cuatro vientos.
Pago mi manicura a la carrera y salgo corriendo del local. Pero cuando le doy la vuelta a la cuadra me acuerdo de que nos vinimos juntas y la que manejó todo el camino fue Dayana.
Cuando salen, parecen haber acordado darme tregua y nos ponemos a hablar de los niños. Pero me dejan la cabeza dando vueltas todo el fin de semana.
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