Capítulo 38
PRESENTE 38
Anoche soñé con Gustavo. No fue una pesadilla recurrente, o una memoria de algo que de verdad ocurrió. Solo recuerdo su sonrisa y unas palabras.
—Ahora sí vas a estar bien.
Desperté en tal llanto que mi mamá llegó corriendo a mi cuarto, preocupada de que me había pasado algo. El amanecer de mi último día de soltera llegó así, mi cara escondida en el cuello de mi mamá, y llorando las últimas lágrimas de duelo que pienso derramar.
Creo que esto era lo que me hacía falta. No importa cuántas veces me lo dijeran mis amigas, mi hermana o mi madre, necesitaba sentir que tenía permiso de Gustavo para ser feliz otra vez. Y quizás esto solo sea una trastada de mi subconsciente, pero esta vez sí me siento como nueva.
Y en buen momento porque hoy me caso con Carter.
Ha pasado un año después de que me pidió matrimonio. Resulta que preparar una boda lleva trabajo, y que los sacerdotes hacen que el curso de preparación matrimonial sea más largo e intenso si la pareja en cuestión ha, ejem, hecho ciertas cosas sin mucha ceremonia.
Pero el día ha llegado.
Unas horas después de ese despertar emotivo, me encuentro en una habitación de hotel elegante, toda color melocotón y sedas y rosas blancas, rodeada de mi cortejo de boda.
Y esto es un despelote.
—Que yo soy la experta en maquillaje aquí —reta Davina con una brocha en su mano—, así que yo le pongo los toques finales.
—Mejor le terminas el peinado tú y yo el maquillaje —contrapuntea Dayana.
—Mija, deja de moverte, que no me dejáis cerrarte el vestido. —Bárbara gruñe detrás de mi—. Aprieta la barriga
Inhalo para flexionar los músculos de mi estómago con doble propósito. Primero, de que cierre el vestido de una buena vez por todas. Segundo, a ver si calma las náuseas que no me han dejado tomar ni un trago de agua en toda la mañana. Excepto que mi pulso se mantiene a mil, y pierdo esa esperanza.
—¿Se pueden dejar de mover todas para que el fotógrafo pueda tomar la foto? —pregunta mi mamá con fastidio.
—Hoy me caso —repito con voz airosa, como si estuviera bajo el agua.
—Así es. —Valeria me sonríe.
—Por favor, retomemos la pose —suplica el pobre fotógrafo.
Una vez más, Bárbara se aplica en lo de cerrar el vestido, Valeria sostiene mi bouquet hacia un lado, Davina finge que me está arreglando el cabello, Dayana que retoca mi maquillaje, y hacia un lado Martina levanta el velo como si me lo fuera a instalar. Todo muy natural...
—Que conste que yo soy la modelo que más coopera —bromea mi dama de honor, que normalmente es conocida por su nombre de pila.
Martina. La artífice de mi nueva historia de amor con final feliz.
Qué vaina más loca, pero a veces la vida es así.
—Listo —anuncia el fotógrafo—, me voy a la habitación del novio.
Bárbara forcejea una última vez con mi vestido para terminarlo de cerrar. Ahora entre todas me instalan el velo y todas exclamamos ante mi reflejo.
—¿Quién es esa? —Rompo a llorar.
—¡Rápido! ¡Alguien traiga un pañuelo antes de que se arruine el maquillaje! —chilla mi hermana.
—¡Es a prueba de agua!
—¡No importa!
Sollozo y me río a la vez. Amo a esta cuerda de pendejas que han estado en todo momento de mi vida. Las agarro una a una en un abrazo de los que parten espina y hay más lágrimas, pero no todas salen de mis ojos.
Si no fuera por ellas, no sé cómo me transportaría entre el hotel, la limosina, y la iglesia. Tengo mariposas en mi pecho, mi estómago, y hasta en la punta de mis dedos. Logro meterle algo de champaña al sistema pero rapidito parece un error, porque mi estómago se revuelca aún más. Mi cortejo me acompaña a caminar de arriba a abajo en el callejón al lado de la iglesia, respirando profundo hasta que me logro calmar.
—¿Ahora sí? ¿Lista? —Davina me pela los ojos.
—Lista.
—Entonces voy a avisar que ya entramos.
—Sí.
Mientras se aleja, vuelvo a repetirme las palabras a mí misma. «Hoy me caso». Nunca pensé que este día iba a llegar.
Cierro los ojos y me persino para lanzarle una oración de agradecimiento al cielo. Carter tenía toda la razón en su propuesta de matrimonio, hemos tenido que superar mucho dolor para llegar a este día, y aquí estamos. No sabemos cuánto tiempo tengamos juntos y no todos los días serán tan felices como este, pero lo que sí es cierto es que vamos a vivir cada uno con todo, sin miedo.
Una serenidad inexplicable desciende sobre mí. Casi me deslizo sobre el suelo mientras camino hacia la entrada, e incluso cuando Salomón me guía hacia el altar en lugar de mi papá, que en paz descanse.
El velo no permite que distinga muy bien la figura de Carter al fondo del altar. Solo es cuando me lo levanta que logro deleitarme con su visión.
Qué hermoso es. Y no porque tiene buenos genes. Es esa alegría, esas ganas de agarrar la vida por los cuernos, ese corazón tan grande y tierno que late en su pecho lo que lo hace tan maravilloso.
Carter toma mi mano y deposita un beso suave. Sus ojos no se apartan de mí hasta que hago un ademán de que le prestemos atención al sacerdote, antes de que nos regañe. Y lo hace, porque no sería la primera vez. Esta es una misa tradicional, así que lo del intercambio de votos poéticos y líricos queda para la recepción, que también es cuando nos vamos a casar por la ley de los hombres. Al final del día de hoy, Carter y yo saldremos verdaderamente hechos uno solo.
No sé cómo va a hacer, porque no planeo soltar su mano ni para comer.
Después de dos «acepto» y ninguna objeción, con todo y que Diego y Tomás se pasaron semanas echando vaina de que iban a objetar a ver qué pasaba, somos declarados uno ante Dios.
Carter me agarra fuerte entre sus brazos, yo entrelazo los míos alrededor de su cuello, y nos damos un beso un poco más largo de lo debido.
Cumpliendo con tradiciones mexicanas y venezolanas, Carter me carga en sus brazos para pasar el umbral de la iglesia y los invitados nos lanzan tanto arroz que me hubiera gustado tener un paraguas.
—Al fin solos, esposita. —Ya sentados dentro de la limosina, Carter entierra su cara en mi cuello y me da un beso—. Te ves como un sueño hecho realidad.
—Lo mismo digo yo. —Recojo la falda de mi vestido para montar mis piernas sobre sus muslos—. ¿Tienes Pepto Bismol?
—¿Ah? —Carter se separa—. ¿Te duele el estómago?
—No es dolor. —Arrugo mi nariz—. Tengo tantas náuseas que no he podido tomar ni agua.
—Eso no es bueno. No puedo permitir que mi hermosa esposa se enferme en este día tan especial. —Le da un par de golpes al techo de la limosina—. Conductor, ¿podemos pasar por una farmacia?
—Por supuesto, patrón —contesta el conductor.
—¿En serio? —Señalo entre los dos—. ¿Con estas pintas?
—Y nos tomamos un selfie. Será un recuerdo interesante. —Los labios de Carter se curvean y una de sus manos sube lentamente por mi pierna hasta conseguir el liguero que sostiene mis medias panty—. Mientras tanto podemos hacer otro recuerdo.
Lanzo una mirada furtiva hacia el frente. La pantalla de privacidad está levantada.
—Depende. No quiero empezar algo que tenga que terminar demasiado rápido.
—¿Un beso, entonces? —sugiere.
Lo halo por la corbata hasta que nuestros labios se encuentran. Carter trae tanto ímpetu que caemos sobre el asiento con él sobre mí y me hace gemir.
—¿Estás bien? —pregunta contra mis labios.
—Fifty-fifty —respondo—. Me encanta tenerte encima de mí, pero creo que estar acostada me da más ganas de vomitar.
—Ah, pues sentada.
Se aparta para agarrar mis manos e impulsarme de nuevo hasta sentarme. Pero ahí no acaba el asunto. Carter mueve sus manos a mis caderas y me guía hasta sentarme sobre él, mis piernas alrededor de sus muslos. Con todo y que la falda de mi vestido es bastante frondosa, sus manos se las arreglan para conseguir mi trasero.
Levanto mis cejas.
—¿Mejor? —Carter sonríe.
Pongo mis brazos sobre sus hombros y meto mis dedos entre su cabello. Se lo arreglo luego.
—Mucho mejor.
Este sí que es un beso no apto para todo público, con todo y gemidos, mucha lengua, y mucha mano. Tristemente no dura mucho porque la limosina se detiene y el conductor anuncia en voz alta que hemos llegado a la farmacia.
Carter y yo entramos con él escondido detrás de mi falda, no porque sea un niño pequeño con miedo, sino porque es un niño muy grande que estaba haciendo fechorías muy notorias con su nueva esposa.
Los empleados de la farmacia empiezan a aplaudir junto con vernos y por un momento me temo que han notado el asunto en los pantalones del novio, pero no. Solo nos están felicitando. Dejo que Carter de las gracias tipo político en campaña, y me voy adelantando hacia el pasillo de medicinas para el estómago. Pero en eso algo me llama la atención y me desvío a otro pasillo.
Carter me consigue ahí, plantada frente a la mercancía para parejas.
—No nos hace falta nada de esto —comenta Carter y desliza sus dedos entre los míos.
—No, pero... —Muerdo mis labios y los uso para señalar a un lado—. ¿No será eso, o sí?
—¿Qué? —Carter sigue con la mirada hasta dar con las cajitas rectangulares. Se tarda un momento en procesar—. ¿Pruebas de embarazo?
—Es que no solo me he sentido extraña hoy, pero deben ser los nervios. —Tiro de su mano—. O sino fue el sushi del otro día.
Carter agarra una caja y levanta los hombros.
—Uno nunca sabe.
—Pero mi ginecóloga no ha cambiado de opinión.
—Probemos. —Carter se acerca a mi oído—. Después de todo, practicamos bastante antes del curso matrimonial.
Calor sube desde mi pecho hacia mis mejillas. Eso es cierto, y el curso duró un poco más de tres meses.
Saco la cuenta mental. El problema es que nunca he sido súper regular, así que no pensé mucho al respecto.
Agarro la caja de su mano.
—Bueno, pero no nos emocionemos.
—Okay. —Carter asiente—. Busquemos el baño.
—¿Ya? —chillo.
—No hay tiempo como el presente, ¿no?
—Okaaaayyy... Vamos pues.
Esto se convierte en toda una operación con un vestido gigante de novia. Carter se ofrece a ayudar y lo ignoro, porque esta no es precisamente la forma en que planeo que vea mi ropa interior el día de hoy. Lo mando a buscar la medicina para el estómago y a pagar por el test pajúo este mientras trabajo en la operación. La logro sin causar una catástrofe con el vestido, pero lamentablemente me pongo a sudar.
Después de lavar mis manos, envuelvo el test en papel y salgo en busca de mi marido. Lo consigo justo fuera del baño, con una bolsa de plástico de la farmacia llena de muchos más peroles que una sola botella de medicina.
—¿Qué es eso?
—Varias opciones, por si no te funciona una. ¿Cuál es el resultado?
—No sé, hay que esperar unos minutos. —Hago una pausa—. ¿Opciones de medicina o de pruebas?
—Las dos cosas. —Sonríe.
—Carter, mi amor. —Suspiro profundo—. De verdad, no te hagas ilusiones. Habíamos quedado en que vamos a adoptar un perro para Cooper y ya.
—Sí, ya sé. —Señala al puñado de papel con el mentón—. Checa.
Lo hago solo por salir del paso.
—¿Qué salió? —Carter se acerca y como no contesto al instante, agarra la prueba sin importarle los gérmenes—. A ver.
La levanta más hacia la luz. Se queda observándola por un momento largo.
Lentamente Carter baja sus ojos hacia los míos.
Toda mi visión se nubla.
—¿Carter?
—¿Valentina?
—Creo... —Boqueo como si hubiera corrido un maratón—. Creo que vamos a tener que postponer lo del perro.
—Así parece —acuerda con demasiada normalidad para alguien que se ha congelado sosteniendo una prueba de embarazo en el aire—. Creo que sería buena idea leer el prospecto de estas medicinas, a ver cuál puedes tomar ahora.
—No voy a poder disfrutar la champaña.
—No. Pero al menos sí puedes comer pastel.
—Carter. —Mis manos tiemblan y las aprieto contra mi pecho—. Creo que esto es un milagro.
—Así parece —repite con voz débil, y finalmente entra en acción. Me levanta por la cintura y planta un beso ruidoso en mis labios—. Más vale que tu jefa te de permiso de maternidad.
—¿Crees que tu jefe te de permiso de paternidad? —pregunto contra sus labios.
—Sí, él te adora así que estoy seguro de que hará todo lo posible para que seas feliz.
—Más le vale. —Río y lloro contra su cuello.
Carter me da una vuelta y le anuncia a todos los extraños en la farmacia que vamos a ser padres.
Le guardamos la noticia a la familia hasta volver de la luna de miel e ir a que mi ginecóloga lo confirme. El shock de ella me confirma que esto de verdad está pasando y por partida doble, porque son dos los latidos en mi barriga.
No uno. Dos.
Mi mamá solo se arrecha de que un montón de extraños en una farmacia se hayan enterado primero que ella, pero Bárbara muy dulce como siempre le explica que con un embarazo geriátrico lo mejor es estar seguras. Dayana empieza a planear el baby shower y Davina me inunda con ideas de Pinterest para el cuarto de los bebés.
—¿Ves lo que puede pasar cuando uno tiene algo de valentía? —me pregunta Valeria una tarde, y como las hormonas me tienen hecha un trapo, estallo en llanto.
Christopher Gustavo y Victoria Alicia nacen unos días antes de navidad, y este es solo el principio feliz de la familia Bolton González.
EL FIN
DEL LIBRO
Y DE LA SAGA
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