Capítulo 35
PRESENTE 35
Después de un par de semanas sin respuestas a mis aplicaciones de trabajo, empiezo a intercambiar algunas comunicaciones que parecen prometedoras. Recursos humanos de un hospital me contacta para pedir más información antes de una posible entrevista. Los de una empresa de telecomunicaciones me invitan a aplicar con un enlace privado.
Carter sabe que le he estado pegando bastante cacho al trabajo haciendo aplicaciones durante horas laborales, y este momento no es una excepción. Anoche conseguí un bufete legal donde todas las empleadas son mujeres, incluidas las abogadas, y el enfoque es exclusivamente temas de inmigración. Todo eso es prácticamente la totalidad de mi identidad, con lo que me sentí interesada al instante.
Casi no dormí anoche con preparar mi aplicación. Ni sé cómo logré levantarme esta mañana para arreglarme y llegar al trabajo en una pieza. En vez de coordinar detalles sobre la conferencia de consultores de negocios a la que Carter asiste todos los años, reviso mi aplicación por vez enésima y después de persinarme, le doy «enviar».
La pantalla cambia para confirmar que la solicitud ha sido recibida.
Me levanto de golpe para ir a contarle a Carter, pero en eso descubro que su oficina está vacía. Reviso mi reloj. Son casi las diez y media y Carter es uno de esos alienígenas que les gustan las mañanas. Y según su calendario, debiera estar en una reunión con finanzas en este momento.
«Ya la envíe», le escribo por nuestro chat en el software de mensajería instantánea. Aunque no es tan instantáneo si la otra persona no te contesta de una vez, como parece ser el caso.
Reboso de energía, así que me levanto de mi silla de nuevo y salgo de la oficina. Saludo a uno de los de compras en el camino. Consigo el salón de reuniones donde debe estar Carter, pero al acercarme a la pared de vidrio no lo veo. De hecho, Davina hace contacto visual conmigo y me indica que pase.
—Buenos días —saludo al abrir la puerta—. ¿Y Carter?
—Eso era lo que te íbamos a preguntar —contesta mi amiga—. ¿Se atrasó con otra reunión?
—No. De hecho no ha llegado. —Siento mi frente apretarse—. Con permiso, lo voy a llamar.
Palpo los bolsillos de mis pantalones hasta que hallo mi dispositivo. Vuelvo a cerrar la puerta mientras le marco. La llamada repica hasta que se cuelga sin respuesta. Intento otra vez y ocurre lo mismo.
Esto no es normal. Carter tiende a responder casi al instante, y sobretodo desde que empezamos a salir.
—¿Aló? —responde de pronto una voz femenina. Me petrifico.
—Um... ¿Es este el teléfono de Carter Bolton? —Mi voz sale temblorosa pero sale.
—Un momento. —Hay bastante ruido de fondo, voces y papeles chocando contra sí—. Eso parece. ¿Es usted la guardiana del paciente?
Algunos pasos se acercan pero no me importa.
—¿Paciente? —chillo.
—Sí, el señor Bolton estuvo involucrado en un accidente de tránsito.
Succiono aire.
Trastabillo sin obstáculo alguno y colapso contra una pared.
Intento agarrar aire otra vez pero no tengo éxito. Es como si mis pulmones hubieran cesado de funcionar de pronto.
—¿...Tina?
Cierro los ojos y los aprieto fuerte. Hay voces a mi alrededor pero no entiendo. Algo hace contacto con mi mano y la aprieto contra mi pecho. Ahí es cuando me percato de que sí está funcionando. Sube y baja. Sube y baja.
—¿Valentina? —Algo me sacude. Abro los ojos y consigo a Davina frente a mí—. ¿Qué te pasa? ¡Háblame!
—Carter —atino a decir.
Con esfuerzo, Davina arranca mi celular de mi mano y lo pone contra su oreja. La llamada debe seguir conectada porque Davina dice algo, la otra mujer le contesta. Davina asiente y me observa.
—Ven conmigo —ordena mi amiga—, vamos al hospital.
—Davina...
—Hablamos en el camino. Vamos.
Me arrastra por la oficina ante la mirada de unos cuantos fisgones. Llegamos a su escritorio y rápidamente agarra su cartera. Voy haciendo ejercicios de respiración todo el camino desde el ascensor hasta que llegamos a su carro.
—Davina, ¿qué le pasó a Carter?
—La enfermera no dijo mucho, solo que está en quirófano.
—¿Quirófano? —Rompo a llorar a sollozos.
—Todo va a estar bien —declara Davina con voz elevada dándome una fuerte palmada en el antebrazo—. Vas a ver. Lo vamos a manifestar.
—¡No puedes prometer eso! —Entierro mi cara en mis manos—. ¿Y si le ha pasado algo terrible? Y si... ¿Y si Carter muere por mi culpa?
—¿De qué diantres hablas? ¿Por qué rayos sería tu culpa?
—Creo que tengo una maldición encima —digo en medio de sollozos—, no sería la primera vez que mi novio se muere.
—¿Que qué? —Davina chilla—. ¿Qué dijiste?
Siento como que me ahogo a pesar de lo mucho que están trabajando mis pulmones. Inclino mi cabeza hacia atrás a ver si eso despeja mis vías respiratorias.
—¿Valentina?
—¿Cuándo llegamos al hospital?
—En quince minutos —contesta Davina después de un silencio prolongado—. Está bien. Sé que estás muy alterada así que hablemos después cuando sepamos que Carter va a estar bien, ¿me oyes?
—Sí —respondo febrilmente.
Colapso contra la puerta del copiloto. Más lágrimas escapan de mis ojos a medida en que nos acercamos al hospital.
Finalmente cuando Davina estaciona en el lote del hospital, intento bajarme del carro pero mis piernas tiemblan. Todo mi cuerpo se siente frío con la falta de energía. Espero que sea eso y no un signo de que todo va mal en el quirófano.
«Por favor, hazme el milagrito», le rezo al cielo.
Davina me agarra con fuerza y de nuevo, es ella la que me mantiene en pie incluso cuando llegamos a emergencia.
—¿Carter Bolton? —pregunto con voz aguda a una enfermera en recepción.
—Un momento por favor. —Se echa una eternidad en revisar su computadora—. Todavía en operación. Puede tomar asiento en la sala de espera.
—¿Qué tipo de operación? ¿Es grave? ¿Y dónde? ¿Qué le pasó?
—Valentina, respira profundo —sugiere Davina a mi lado.
—Pero...
—¿Valentina? —Una voz familiar suena detrás de mí. Me doy la vuelta con repentina energía.
—¡Bárbara! —Me lanzo a sus brazos.
—¿Qué carajo pasa? —indaga mi amiga de la infancia.
—Carter tuvo un accidente de tránsito —explica Davina—. ¿Se conocen?
—Ah, sí. Mucho gusto, soy la doctora Bárbara Aparicio y amiga de la infancia de la catira. ¿Y tú?
—Davina Brown, amiga del trabajo.
—¿Podemos dejar la cortesía para después? —Me separo de Bárbara—. Por favor, ¿puedes decirme qué le pasó a Carter? Necesito saber si está bien.
Los ojos oscuros de Bárbara recorren mi cara y la desesperación en ella debe ser tal, que Bárbara se ablanda.
—No es mi paciente, así que dame unos minutos para investigar, ¿sí?
—Okay. —Asiento rápidamente—. Gracias.
—Sentémonos en la sala de espera —sugiere Davina. Si no fuera porque hay cola detrás de nosotras no le haría caso.
No sé cuánto tiempo pasa entre que nos sentamos y Davina agarra mi mano helada entre las suyas cálidas, hasta que Bárbara aparece de nuevo. Mil personas han pasado caminando o en sillas de ruedas o en camillas, y ninguna se registró en mi mente hasta este momento.
—Primero que todo, mantén la calma —es lo que anuncia Bárbara al acercarse.
Obviamente eso induce lo contrario.
Me levanto de golpe.
—¿Qué? ¿Qué?
—Todo está bien. —Mueve sus manos en gesto de que me calme—. Ya salió de quirófano y su prognosis es excelente.
—¿Prognosis de qué? Bárbara María Aparicio Rincón, si no me deletreas cada detalle de forma que pueda entenderlo en este instante, Diego se va a quedar viudo.
Ella tiene las bolas de bufar.
—Carter tiene una contusión leve y se fracturó el brazo izquierdo. Por eso fue la operación, para reconstruirle el codo.
—¿El codo? —Mi voz suena lejana—. Pero si él hace crossfit. Necesita su codo para eso.
—Si sigue la fisioterapia al pie de la letra, estoy segura de que va a poder retomar el crossfit poco a poco. —Levanta un hombro—. Se hubiera recuperado más rápido si lo hubiera operado yo, pero fue ingresado antes de que empezara mi turno.
—¿O sea que está bien?
—Sí. —Bárbara asiente—. No le consiguieron laceraciones internas y su cuello tampoco muestra lesiones. Pero lo vamos a tener en observación algunos días para estar seguros.
—Carter está bien —repito.
—Que sí.
Cierro los ojos y... todo se desvanece.
Un chillido penetra mis oídos rudamente. Sacudo mi cabeza como si eso pudiera detenerlo. Hay algo muy suave debajo de mi cabeza y eso me extraña tanto que abro los ojos.
Lo que hay enfrente de mí es un techo. Entrecierro los ojos ante las fuertes luces blancas. No es un chillido sino el pito continuo de una máquina de hospital. Es cierto, estoy en un hospital.
—¡Carter! —Inhalo e intento incorporarme de pie, pero algo no se siente normal.
—¿Qué?
Me congelo.
Miro a mi alrededor. Una fina manguera plástica sale de mi brazo. Lo que me detuvo fue la baranda flanqueando una cama de hospital. ¿Pero yo qué hago aquí?
—¿Estás bien?
Inhalo.
Levanto mi cara y helo ahí. Carter.
Está acostado en una cama de hospital junto a la mía. Su brazo izquierdo está enyesado con un esparadrapo enorme, con unos fierros por aquí y por allá. Lo tiene montado sobre un soporte adosado a la cama. Su pecho está desnudo y tiene unos raspones. Bárbara mintió. ¿No y que no tenía más laceraciones?
Pero en eso veo el vendaje en su frente.
—No te muevas —ordena Carter—. Bárbara me dijo que te diste tremendo chingazo en la cabeza cuando te desmayaste.
—¿Que yo qué?
—Te desmayaste.
Cierro la boca. La vuelvo a abrir.
—Bueno, que conste que eso significa que te quiero mucho —bromeo con voz temblorosa.
—Eso parece. —Carter se muerde el labio que, por cierto, también está algo ensangrentado—. Davina me dijo que te dio como un ataque de pánico. ¿Te sientes mejor?
—Sí, creo que caer de rollete era lo que me hacía falta. —Exhalo con fuerza—. Olvídate de mí. ¿Qué pasó? ¿Cómo te sientes tú?
—Un camión me chocó el Porsche pero considerando todo, estoy súper bien. Básicamente no ha pasado nada.
—¿Nada? Estás en el hospital. Te tienen en observación porque no están seguros si de verdad estás tan bien como pareces. Carter, pudiste haber muerto. ¡Y Cooper! Carajo, nadie le debe haber avisado. —Palpo mi ropa con furia y no consigo mi teléfono—. ¿Dónde coño está mi teléfono? ¿Davina?
—Estamos solos —replica Carter y cierra los ojos—. Ya hablé con Cooper. También le pedí a mi mamá que lo lleve a casa de mis padres esta noche. Estoy bien, Valentina, créeme.
—¡No! Hasta que no te vea caminar fuera de este hospital no me lo creo. ¡Y tu brazo! Tu pobre y lindo brazo con el que haces lagartijas y...
Rompo a llorar como una misma pendeja de nuevo.
—Amor, ven aquí —pide Carter.
—¿Ahí dónde? —reclamo.
Él le da unas palmadas al espacio en su lado derecho. Por el cachivache que sostiene su yeso, está acostado casi al borde izquierdo de su cama.
Con cero elegancia, limpio mi nariz con el reverso de mi mano libre de intravenosa. Lentamente me arrimo hacia el borde de mi cama hasta sentarme. No sé dónde están mis zapatos y no soy fan de poner mis pies desnudos sobre el piso de una habitación de hospital, pero eso es lo de menos en este momento. Me agarro del poste de donde pende la bolsa que descarga yo que sé qué en mis venas, y lo arrastro mientras rodeo la cama de Carter.
Aparto la sábana de su cama. Si le dejaron los pantalones eso es buena señal de que no tiene lesiones en las piernas, ¿cierto? Quizás lo que dijo Bárbara es verdad y he reaccionado de forma demasiado exagerada. Pero no lo pude evitar. Por mi mente pasaron toda clase de escenarios horribles, todos con la misma conclusión de Gustavo.
Carter levanta su brazo bueno para darme la bienvenida. Intento ser muy cuidadosa al trepar sobre su cama, pero el mínimo movimiento lo hace encogerse del dolor. Solo se relaja después de que logro acurrucarme contra su costado.
—Aquí estoy, güera. —Deposita un beso en mi frente—. No me voy a ningún lado.
—No puedes prometer eso, créeme. —Gustavo lo hizo, y bueno...
—No, pero sí prometo que no tengo intención de irme a ningún lado. Pase lo que pase.
—Okay, esa promesa sí la acepto. —Explayo mi mano sobre su pecho para sentir el fuerte latido de su corazón—. Y más vale que la cumplas porque yo también planeo quedarme justo aquí.
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