Capítulo 31

PRESENTE 31

Me bajo la botella de cerveza como si fuera una competencia. Es la única ventaja que tengo sobre las dos mamás que, como una acaba de dar a luz y la otra todavía está lactando, no pueden tomar alcohol. Y lo necesito. De verdad.

—Este... —Bárbara le lanza una mirada a Dayana como si yo no estuviera sentada en medio—. ¿Cuántas cervezas se ha bebido?

—Esta es la tercera desde que llamó a esta reunión de emergencia. ¿Queréis más jugo de naranja?

—No, estoy bien. —Bárbara me da un manotazo en el muslo—. Mija, ¿no vais a hablar de una buena vez por todas? ¿Por qué carajo estamos en un bar deportivo un jueves por la noche en vez de nuestras respectivas casas?

Pongo la botella en la mesa y no me satisface la posición. Le doy una vueltecita para que la etiqueta quede de frente a mí. Una gota baja por el cuello de la botella y la intercepto con el dedo.

—¡Ya está bueno! —Dayana lanza sus manos al aire—. ¡Escúpelo de una vez por todas!

—Me acosté con Carter —chillo—, y varias veces.

Se hace un silencio tal en esta mesa que pareciera como si estuviera vacía. Los desconocidos sentados en la barra celebran de pronto porque alguien debe haber anotado gol.

Qué irónico.

—¿Quééééééé?

—¿Qué hiciste quéééé?

Bajo la cabeza y escondo mi cara en mis manos.

—¡Maricaaaa! ¿Qué? —Dayana me agarra de un hombro y me sacude con fuerza.

Del otro lado, Bárbara se carcajea tan fuerte que suena como villana de película para niños.

—¡Lo sabía! Yo sabía que estos dos se traían algo.

—Se lo traían y se lo llevaban. —Dayana sigue batiéndome—. ¿Cómo estuvo? ¿Te gustó? ¡Cuéntanos los detalles, marica!

Sería muy bonito si en este momento se abriera un agujero negro justo debajo de mi silla que me tragara solo a mí. Pero desafortunadamente, no pasa eso.

La gira visitando clientes resultó muy productiva después de la tormenta de esa primera noche. El clima no nos causó ningún retraso en el itinerario, y Carter aseguró al menos tres nuevos proyectos masivos. Todo muy profesional durante el día, y extremadamente picante de noche.

Obviamente tuvimos que rentar dos habitaciones en cada hotel, para que no llegue nada sospechoso a oídos de Amy vía finanzas cuando pase las facturas. Pero cada noche la pasamos o en su habitación o la mía, y no hubo mucho dormir que digamos. Tengo ojeras en los ojos, me duelen hasta las pestañas, y debajo de la ropa tengo algunos chupones y moretones en sitios bien particulares, pero a la vez estoy flotando en una nube.

Una semana de ese tratamiento tan lejos de mi hogar se sintió como una especie de luna de miel. Pero al instante en que su jet privado tocó tierra Maiamera, fue como si se abriera la caja de Pandora que tenía cerrada en mi interior. Se liberaron un montón de emociones disparejas pero igual de fuertes como miedo, vergüenza, alegría, shock, tristeza... y la única forma en que se me ocurrió de cómo intentar procesar todo esto es contárselo a las dos personas que más ganas tenían de este desarrollo.

Tomo una bocanada de aire y levanto la cabeza. Con mis manos, echo la cortina de mi cabello hacia atrás y encuentro sus expresiones llenas de euforia.

Y reviento en llanto.

—Esta reacción no tiene sentido —murmura Bárbara con los ojos de huevo frito.

—¿No me digáis que Carter te trató mal? —Dayana frunce toda la cara con rabia.

—No. ¡No! —Sacudo mi cabeza y sollozo—. Es un perfecto caballero. Me hizo sentir cosas que no he sentido nunca y... y es demasiado tierno también, pero...

—¿Pero lo tenemos que descuartizar? Solo di la palabra y está hecho. —Bárbara se truena los nudillos.

—Que no, aquí la que merece castigo soy yo. —Agarro una servilleta de la mesa para limpiarme la nariz.

—¿No me digáis que arruinaste tu chance, Valentina?

—No es eso...

—¿Y qué, mija?

—Me siento culpable. —Soplo mi nariz durante el silencio y agarro otra servilleta porque mi cara sigue produciendo toda clase de sustancias.

—Mija, ve. No le paréis bola a lo de que es tu jefe. —Dayana sacude una mano como descartando ese argumento—. Lo de ustedes no es un amorío porque estaban cachondos y ya.

—No es por eso...

—¿Y entonces?

Aprieto los ojos pero igual se escapan nuevas lágrimas. Por primera vez en una semana me permito pensar en el por qué.


PASADO 3

Según mi mamá sus dos hijas son unas santas, pero eso será culpa de los ojos del amor. Si Valeria se empató con alguien como Salomón que se la pasa armando alboroto y echando chistes subidos de tono, y hasta terminó casándose con él, es porque Valeria no es ninguna inocente. Pa' mí que esos dos tuvieron un jujú en ese ascensor donde pasó todo hace años, porque justo hasta antes de eso no se soportaban.

¿Y yo? Bueno, nunca he sido la mejor estudiante así que no tengo las estrellitas en la jineta que eso otorga, pero tampoco he causado mucho drama. Si mi madre se entera de lo que acabo de hacer, ahí sí que se le quiebran los lentes color de rosa.

Gustavo y yo estamos acostados en la cama de un hotel, mi cabeza sobre su hombro y acurrucada contra su costado. Una de mis manos está en su pecho, sobre su corazón que late con tanta fuerza como si todavía estuviéramos en pleno apogeo. Él deposita un beso suave en mi pelo y colapsa sobre su almohada.

—Me arruinaste —murmura Gustavo de pronto.

—¿Ah? —Levanto mi cabeza y le doy un besito en su quijada. El bello creciente de su barba me dejó raspones en sitios que no le voy a poder explicar a mi madre si los ve.

—Que es imposible querer a nadie más que a ti después de esto.

Le doy una palmada en su pecho.

—¿Y por qué coño estarías pensando en las siguientes?

—Que no hay ninguna, dije. —Su pecho vibra con una risa áspera pero lo que más me deleita es que se da la vuelta para que quedemos de frente—. No va a haber ninguna. Solo vos, ¿me oís?

—Claro y raspao —contesto y me arrimo para estar aún más cerca. Él hace un ruido desde su garganta como apreciando todo lo que ahora siente pegado contra su cuerpo—. Pa' mí tampoco va a haber nadie más. Es imposible que quiera a alguien más que a vos.

—Te amo, Valentina.

—Yo también te amo, Gustavo. —Encajo my cara contra su cuello e inhalo el olor de su piel y de su sudor.


PRESENTE

Para mí en ese momento eso fue un juramento. Cada caricia, cada beso, cada palabra que intercambiamos durante nuestro tiempo juntos, fue como si hubiéramos arrancado un pedazo del alma de cada uno para dárselo al otro.

—Valentina... —Dayana agarra mi mano y la aprieta.

—Otra cerveza, por favor —solicita Bárbara cuando pasa un mesonero cerca de ella, y luego aclara—: No es para mí, obviamente a Valentina le hace falta una buena pea. Pero si esa era la idea, debiste tomar tequila en vez de la cerveza más fofa de todo el local.

—Tiene menos calorías —balbuceo.

—A ver, pendejas. Nada de eso es importante. —Dayana exhala exasperada—. Lo que causa la necesidad de alcohol lo es. ¿Podemos concentrarnos en eso?

—Bueno. —Bárbara se retuerce en su silla, se acomoda los rizos hacia atrás, y finalmente dice—: No me lo toméis a mal porque yo sé lo mucho que Gustavo significó pa' ti pero, ¿no es hora de que quede en el pasado?

Chupo mis labios para morderlos.

—Lo que Bárbara quiere decir con cero tacto como siempre, es que tener sentimientos por otra persona ahora no borra todo lo que viviste y lo que quisiste vivir con Gustavo.

—Y aparte, Carter es viudo, que es básicamente lo mismo que vos. —Bárbara me sorprende agarrando mi otra mano también—. Ninguno de los dos le está pegando cachos a su esposa o esposo, ¿me entendéis?

—Pero... es como romper una promesa. Yo le prometí a Gustavo que siempre lo iba a amar a él y solo a él. —Mi mentón tiembla—. Y así lo hice por muchos años hasta...

Hasta Carter. No sé en qué momento empezó pero casi de la noche a la mañana se apoderó de mi corazón. Incluso los rincones que más intenté reservar lejos de su alcance.

—¿Y por eso es que habéis estado sola por quince años? —pregunta Bárbara—. O sea, ¿como castigándote vos misma por haberte quedado sola?

Me encojo.

—Valentina. —Dayana usa la misma voz de advertencia que aplica cuando su hijo, Samuel, está a punto de hacer algo que puede lamentar—. Si no te dais permiso pa' ser feliz vos misma, vais a perder a Carter. Y no sé, pero perder un segundo amor no se va a sentir mucho mejor que digamos.

—No lo quiero perder, pero tampoco sé cómo coño reconciliar lo que siento con lo que debiera sentir.

—¿Cuál es la diferencia entre esas dos cosas? —Bárbara ladea la cabeza con curiosidad.

—Debiera tener más cuidado, ¿no? Llevo años y años protegiéndome de otra catástrofe, con todo y que sé que algo como lo que le pasó a Gustavo sería imposible aquí. Pero tengo tantas ganas de lanzármele a Carter como un buchón que me da aún más miedo. Es demasiado fácil, demasiado perfecto... si esto sale mal, creo que de verdad no me recuperaría.

—No va a salir mal, Carter te adora. Ese hombre besaría el suelo que pisas si se lo pides. —Dayana apoya su cara contra su mano y menea las cejas—. Que te lo diga yo, que sé cuáles son los signos.

—Pero...

—Valentina Lucía Machado González. —Del suspiro, un rizo de Bárbara vuela sobre su cabeza y hacia atrás—. Escúchame bien y repítelo en voz alta: no voy a vivir mi vida con miedo, voy a vivirla y punto.

—Pero...

—Que lo repitáis. —Dayana me codea.

Pongo los ojos en blanco pero conozco a estas tercas.

—No voy a vivir mi vida con miedo, voy a vivirla y punto. —Hago una pausa—. Y si algo sale mal, medíquenme por favor.

—Va pago. —Bárbara toma un trago de su té frío—. Y ahora, cuéntanos con pelos y señales cómo pasó todo. No te dejes nada.

—Por supuesto que no les voy a contar cada detalle. Eso es privado. —Entre sus abucheos, agrego—: Además, ustedes no me contaron los pormenores de cuando se acostaron con sus maridos la primera vez.

—Porque no nos preguntaste. ¿Qué queréis saber? —Bárbara se carcajea.

—Guácala, no gracias. —Saco la lengua como si tuviera mal sabor en la boca.

—Bueno pero al menos cuéntanos cómo llegaron a la cama juntos. No sabía siquiera que estaban saliendo. —Dayana me da un manotazo—. Pilla, te lo tenías callado.

—No estábamos saliendo. —En eso llega la siguiente botella de cerveza y tomo un trago grande antes de contarles la historia. Es mucho más sencillo relatar las circunstancias que nos llevaron de trabajar juntos y ser buenos amigos a algo mucho más transcendental, que entrar en detalles privados.

Además, todavía no he podido procesar lo diferente que es Carter en la intimidad. Sigue siendo travieso y atento como siempre, pero tiene otro lado que obviamente no le había visto nunca. El de las miradas ahumadas, las palabras impactantes, y una confianza que desarma incluso antes de que la cosa se ponga verdaderamente candente.

Tuve que pedir vacaciones mañana para poder tomar perspectiva. Y también para descansar, porque él es crossfitero pero mi idea de ejercicio es subir las escaleras al apartamento que comparto con mi madre.

¿Cómo voy a poder trabajar con él como antes sin delatar que ahora conozco esta faceta de Carter? Ni idea.

—Te juro solemnemente que yo no fui la que los encerró en la alacena —asegura Dayana con la mano levantada cuando llego a esa parte del cuento—. Es más, según Tomás el problema fue que había que echarle grasa a la cerradura, y vos sabéis que él no miente.

—Aja...

—A mí no me miréis, yo estaba muy ocupada con el bebé. —Bárbara levanta las dos manos.

—Total, todo está pasando demasiado rápido, y ni siquiera hemos podido salir a una primera cita —remato y me paso las manos por el cabello que ahora también sé que vuelve loco a Carter.

—Lo de la cita se arregla fácil —comenta Dayana—, pero la pregunta es, a pesar de que sea todo muy rápido, ¿se siente bien? O sea, como que es lo adecuado.

Muerdo mi labio. La respuesta obvia es no. Claro que esto no es adecuado. Carter sigue siendo mi jefe y la compañía no permite esto. Cargo un sentimiento de culpa constante con todo y que conscientemente sé que no lo merezco. Y a parte, yo no me acuesto con hombres así como así. Por amor al cielo, soy la mujer que se viste más recatada en toda esta ciudad.

Pero se siente perfecto. Así como cuando uno se despierta de una pesadilla y se da cuenta de que todo en realidad está bien.

—Sí. —Vacío todo el aire de mis pulmones—. Se siente más que bien.

Empiezan a chillar otra vez.

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