Capítulo 30
PRESENTE 30
—Y así, damas y caballeros, es como de la ansiedad se pasa a la depresión —murmuro en el silencio de la noche justo afuera del hotel, mientras espero un Uber hacia el motel de mala muerte. La pantalla indica que debo esperar en este frío agonizante por dieciséis minutos más.
¿Qué son dieciséis minutos en una eternidad de soledad?
Pateo una piedrita en el suelo. Reviso mi teléfono pero ahora faltan diecisiete minutos. ¿Cómo coño?
Cambio hacia la aplicación de Google Maps, a ver si me puedo ir a pie. Quizás es la peor idea que he tenido en mi vida, por pequeños detalles como el hecho de que estoy en un pueblo desconocido, es de noche y todo está cubierto de nieve y hielo. Pero si no empiezo a mover mi cuerpo pronto, voy a tener una muerte más triste que Jack en Titanic.
—Hmm. —Según la aplicación, serían cuarenta minutos a pie. Parece que las afueras están mucho más cerca de lo que sería en Miami, por ejemplo. Cancelo el Uber y agarro el asa de mi maleta.
Una mano engancha mi codo y me detiene.
—¿A dónde rayos crees que vas?
Trastabillo con el hielo en la acera y aterrizo con mi espalda contra el pecho de Carter.
Inclino la cabeza hacia atrás. Su cara está sobre la mía y tiene el ceño más fruncido que cuando Cooper hace alguna travesura. Me libero de su mano ahora que mis pies están en tierra firme.
—Ya te dije, mi habitación es tan fría como Siberia y no me pueden dar otra.
—¿Por qué no lo hablaste primero conmigo? Te puedo dar mi habitación.
Me echo a reír como si esto fuera un show de comedia.
—¿Cómo crees que puedo hablar contigo si prácticamente no me has dirigido palabra en todo el día?
—Yo... —Cierra la quijada de golpe y se peina el cabello con la mano—. Ha sido un día muy ocupado.
—Por eso no te quería molestar. Que tengas buenas noches. —Agarro mi maleta otra vez.
Pero Carter la bloquea con su bota.
—Que te doy mi habitación, dije —masculla con la quijada apretada.
—Carter, no voy a sacarte de tu cómoda habitación para que vayas a dormir en un motel de mala muerte.
—¿Qué clase de canalla crees que soy para permitir que tú sí vayas a un sitio así?
—No... No estoy insinuando nada —balbuceo mientras sacudo mi cabeza, confundida de cómo esta conversación ha dado ese giro.
Con una última mirada asesina, Carter agarra mi maleta y gira para entrar de nuevo al hotel. Yo lo sigo porque no tengo más remedio. Y aquí es cuando la vida nos lanza tres strikes en uno y quedamos ponchados.
—No puedo creer que el motel tampoco tenga habitaciones —reclama un huésped a la chama de recepción, que está al teléfono.
—Lo siento mucho, señor Williams. —Ella hace una pausa para escuchar el otro lado de la línea y asiente antes de compartir el mensaje—. Pero me dicen que pueden tener habitaciones disponibles mañana después de que pase la tormenta.
—¿Una tormenta? —susurro y un escalofrío me sacude. Agarro el abrigo de Carter hasta que se detiene—. Carter, no puedes irte al motel. Tampoco quiero que mueras como Jack.
—¿Quién rayos es Jack?
—Titanic. —Sacudo la cabeza—. ¿Qué vamos a hacer?
—Pues es muy obvio. —Aprieta la cara en una expresión de disgusto—. Vamos a dormir juntos.
No sé qué carajo debo estar mostrando en mi expresión que él se aclara la garganta y corrige.
—Digo, en mi habitación. Yo en el sofá y tú en la cama. Pero sin que nadie se congele.
—Ah, claro. —Deslizo mi mano hasta que su abrigo queda libre. Después de un instante incómodo, pregunto—: ¿Vamos?
—Sí. —De repente Carter es todo energía. Atraviesa el lobby con pasos tan largos que tengo que corretear para alcanzarlo.
En el ascensor, él nuevamente toma la esquina opuesta pero esta vez no es porque quiera. Un conserje lleva un carrito con peroles para limpiar las habitaciones, y eso toma la mayor parte del espacio. Un lampazo oculta la cara de Carter y no puedo atinar a adivinar en qué puede estar pensando ahora que no me va a poder evitar toda la noche.
«¡Miércoles, jueves, y viernes! Carter me va a ver en pijama». Y lo peor de todo es que no me traje una de las bonitas, de esas que combinan. Como sabía que veníamos a sitios en pleno invierno, lo que me traje es un sweater y mono como de ir al gimnasio, pero de los gruesos y aburridos.
Oh, no. Eso no es lo peor. Me veo como un espantapájaros en las mañanas. Hago ruidos extraños en el baño. A veces salen olores tóxicos de mi cuerpo.
Si no fuera por el conserje, hubiera apretado otro botón en el ascensor para bajarme en otro piso y escapar el triste destino que me depara. Después de esta noche, Carter verdaderamente se va a desilusionar y le voy a dejar de gustar.
Salimos del ascensor y mientras lo sigo a la 301 voy lamentándome de que traje medias peluditas que tienen conejitos dibujados en las puntas de los pies. Qué sexy. Qué cosmopólita.
Carter abre la puerta de la habitación y me hace un gesto de que entre sin decir una palabra. Agacho la cabeza porque ya me estoy muriendo de la vergüenza de anticipado. Mi petición de una sola habitación con una sola cama ha sido concedida, pero a qué costo.
Hay un sofá bastante grande en una pared, pero no se ve muy cómodo. Es de cuero y con superficies muy planas. Pero la cama tiene muchas almohadas y lo primero que hago es agarrarlas todas excepto una, y llevarlas al sofá.
—¿Sabes si hay sábanas extra?
—No lo sé. No me puse a hurgar en los armarios. —Se cruza de brazos, sus cejas apretadas mientras me observa revolotear por todo el sitio.
—Pues no hay —anuncio después de una revisión exhaustiva—. Voy a llamar al lobby a ver si nos pueden enviar extras.
—O simplemente puedo usar mi abrigo.
—No —refuto tajantemente—. Ya bastante molestia vas a tener durmiendo en ese sofá que se ve más duro que una tabla. El colmo es que te resfríes también.
—Aquí sí hay calefacción —suspira y comienza a desabotonarse el abrigo.
Yo desvío mi atención a lo que sea menos eso.
—Al menos déjame intentarlo —mascullo.
—Está bien, diviértete —devuelve con algo de sarcasmo.
—¿Qué carajo te pasa, Carter? Has estado extraño todo el día. Es más, ¡toda la semana!
—Nada. No me pasa nada. —Lanza su abrigo en el sofá y se dirige al escritorio cerca de la ventana—. ¿Por qué no te cambias en el baño y yo llamo a recepción?
Alias: necesita un momento a solas.
—Fine —contesto en inglés, poniéndole énfasis especial a la F—. Aprovecha para ordenar comida también, antes de que las hordas furiosas acaben con todo.
—Fine —imita el mismo tono de voz que usé y agarra el teléfono en el escritorio como si tuviera una vendetta contra el dispositivo.
Me llevo mi maleta al baño y hago un ejercicio de respiración.
—¿Qué coño le pica? —pregunto a la Valentina del espejo, pero obviamente no me contesta.
Lo mejor que puedo hacer es darme el santo postín en el baño. Como es una de las mejores habitaciones del establecimiento, hay suficiente espacio como para que abra la maleta y emprenda la búsqueda de todos los peroles que necesito para darme ducharme y cambiarme de ropa. Y si a Carter le dan ganas de ir al baño, que se haga en los pantalones.
Igual me doy una ducha tan rápida que puede batir récord Guinness. Seco mi cabello a la carrera con el dispositivo del hotel, así me queda alborotado. La ropa se me pega al cuerpo con la humedad atrapada en el baño, y estoy segura de que parezco una rata mojada cuando emerjo.
Carter levanta la mirada de la pantalla de su laptop de golpe y se queda congelado.
—Si necesitas el baño ya está libre. —Pateo mi maleta hacia la habitación—. Pero está todo húmedo. Mejor te esperas un poco.
Se aclara la garganta una vez. Dos. No dice nada.
—¿Qué? —Me inspecciono pero no noto nada extraño, aparte de mi ropa nada favorecedora.
—Nada. —Tose un poco y se enfoca de nuevo en su trabajo—. La comida debe llegar en cualquier momento.
—¿Y las sábanas?
—No tienen.
Empiezo a halar el cobertor más grueso de una esquina de la cama, pero mi plan se ve arruinado cuando nos tocan la puerta porque eso hace que Carter se de cuenta de lo que estaba intentando.
—Ni se te ocurra —ordena con un dedo acusador a la vez que se levanta para encargarse de la comida.
Yo me hago la regañada que se rinde, pero decido ponerle el cobertor encima cuando ya se haya quedado dormido.
Carter se instala a cenar en el sofá y me deja mi comida en el escritorio. Resulta ser una hamburguesa con papas fritas, y el estruendo de mi estómago aprueba. Él no parece haberlo oído, ocupado como está prácticamente inhalando su comida mientras revisa yo que sé qué en su laptop.
Lo inspecciono desde el rabillo del ojo y casi me carcajeo sola. Tiene puesta exactamente la misma ropa que yo, excepto que mi sweater es azul y el de él es gris, pero nuestros monos son grises también. Y la otra diferencia es que sus medias no dan vergüenza. Tienen estampados el logo del equipo de hockey de Cooper.
Me descubre en el acto y en vez de acobardarme, levanto mis cejas. Él pestañea rápido y le pega otro mordisco descomunal a su hamburguesa.
A nadie le sorprende que Carter sea el primero en terminar de comer y encerrarse en el baño. Como no soy un animal, enciendo el televisor y le doy suficiente volumen como para darle privacidad. Consigo el canal HGTV y me instalo a ver una renovación de una casa tan vieja y cochina, que me hace agradecerle a la providencia el no tener que pasar la noche en un sitio así.
Al rato sale Carter del baño y yo me hago la que no me doy cuenta. Hasta que lo siento acercarse.
—¿Terminaste? —Señala mi plato con sus labios.
—Este... sí.
Sin ceremonia, agarra los peroles sucios y los monta sobre los suyos. Los balancea con una mano y con la otra abre la puerta para dejarlos afuera. Cerrada la puerta, abre la boca para decir algo y hablo yo primero.
—¡Ahora yo! —Abandono a los Property Brothers y huyo al baño.
Todavía hay una nube de vapor de mi ducha ahora mezclada con el olor de crema dental. Es decir, Carter se cepilló los dientes y seguro quiere dormir pronto. Yo debiera hacer lo mismo, a ver si esta noche extraña queda en el retrovisor de una buena vez por todas.
En vez de tomarme mi tiempo, vuelvo a hacer todo a la carrera como si mi cuerpo no supiera lo que es la paciencia. O como si tuviera prisa por salir del baño a encontrarme con Carter de nuevo.
—Pero si los nervios fueron los que te hicieron encerrarte aquí, Valentina del Valle de las Trancas Alvarado —digo para mí misma. Masajeo mis cienes y vuelvo a hacer los ejercicios de respiración.
Esto no es nada del otro mundo. ¿Por qué estoy actuando como si lo fuera?
Finalmente, salgo del baño toda regia, erguida y caminando como si fuera concursante del Miss Venezuela. Mi acto se quebranta cuando Carter hace una pregunta desde su sofá.
—¿Quieres seguir viendo televisión o nos vamos a dormir?
Desvío la mirada hacia el reloj digital junto a la cama. Son solo las ocho de la noche. No estamos tan viejos como para que esta sea hora de dormir. Pero ha sido un día largo y extraño, y no puedo negar que estoy exhausta.
—A dormir.
—Bien, acuéstate y yo apago todo.
Qué doméstico. Estas no son palabras que imaginé escuchar de la boca de mi jefe alguna vez.
Levanto las sábanas y me meto a la cama. La almohada es medio incómoda pero eso no importa. Carter atraviesa la habitación y apaga primero la televisión, y luego la luz. Yo me petrifico.
No distingo nada en la oscuridad salvo el sonido de Carter sentándose en el sofá tieso, seguido del roce de su abrigo contra su ropa.
—Carter.
—¿Qué?
—Necesitas sábanas.
—El hotel no tiene más.
Pestañeo varias veces y mi vista comienza a adaptarse a la tenue luz que se filtra por las cortinas. Ruedo hacia un lado hasta quedar de frente al sofá. Él está acostado boca arriba y sus pies sobresalen sobre el posabrazos a un lado del mueble.
—Al menos agarra una sábana de la cama.
—Que no —gruñe—. Aquí la friolenta eres tú.
—Nunca he entendido por qué la palabra es «friolenta» cuando me da frío rápido. —Me siento sobre la cama y comienzo a arrastrarme al borde.
—¿Qué haces? —Su voz suena como con pánico.
—Voy a llevarte una sábana.
—¡No te acerques!
Me freno de golpe. Una saeta de dolor hace que mi corazón se retuerza.
—Carter. Por favor, no te voy a hacer nada. Es solo que no quiero que te resfríes.
—No... no es eso. —Exhala con violencia y se retuerce hasta sentarse de frente a mí. Se pasa las manos por la cara—. Necesito que te mantengas lejos de mí toda la noche. Y mañana. Y todos los días después de eso.
—¿Ah?
—Valentina, ya te lo dije el otro día. Yo... no aguanto más.
—Ahora sí me estás hablando en griego. —Arrugo mi nariz.
—Todo este asunto del otro día me hizo pensar... —Sacude la cabeza tan fuerte como un perro—. Tú no estás convencida de si tener algo conmigo, y yo por mi lado me he estado propasando contigo. Soy lo peor. Me debieras reportar.
—¿Esto es lo que te ha hecho portarte todo extraño? —Abro mis ojos de par en par—. ¿Has perdido los sentidos?
—No. Al contrario. Los he recuperado.
—¡Pues piérdelos otra vez! —Lanzo mis manos al aire—. Yo ya te lo dije ese día también, lo que hay entre nosotros es totalmente diferente. Si fueras alguien que hubiera conocido en un bar, o yo que sé, no estarías diciendo nada de esto.
—Pero no es así. Soy tu jefe. —El sofá cruje ante la fuerza de sus manos apretándolo.
—Sí, ya sé —espeto con fastidio.
—Y por eso no debemos tener nada.
—Eso es correcto.
—Entonces caso cerrado —sentencia.
—No.
—¿No? —Carter aprieta las cejas.
—No —repito con tanto ahínco que la palabra hace eco—. Carter, tú sabes lo que le pasó a mi prometido. Muchos años después, intenté salir con algunos hombres. Todos fueron insípidos, como ver a alguien a través de una neblina. ¿El duelo, quizás? No lo sé. Pero nunca ha sido así contigo.
Hago una pausa. Ninguno de los dos se mueve un milímetro.
—Tú... —Mi voz se desvanece hasta que aclaro mi garganta—. A ti siempre te he visto claramente. Lo bueno y lo malo.
—Lo mucho malo —masculla por lo bajito.
—Lo mucho muy bueno y lo normal. No eres un villano ni un abusador. No eres el ex pasante que seguro ha dejado una estela de mujeres disgustadas en su vida. ¿Cómo coño te vas a comparar a ese estándar?
—Es que... —Cruza sus brazos—. Me lancé muy fuerte.
—En ningún momento te dije que no. —Levanto mis manos, palma arriba en señal universal de «¿qué se le va a hacer?»—. De hecho, yo me lancé igual de fuerte. Que a veces me diera miedo es otra cosa, ya ves que estoy llena de ansiedad y pánico.
—¿Y por qué no estás en pánico en este momento? —Carter señala con una mano a nuestro alrededor—. Estás sola en una habitación oscura de hotel con un hombre que te tiene ganas.
—Pues porque soy una mujer que te tiene ganas de regreso, pendejo.
Siento calor elevarse de mi pecho a mi cara en el silencio que sigue a esa revelación. Pero ya no me importa nada.
—Carter, no me he sentido así con nadie desde Gustavo. Ni siquiera con mi primer novio o con el primer chamo que me gustó. Sé que no debo y que todo esto puede salir muy mal, que mi trabajo está en juego y también nuestra reputación. Pero solo pensar en dejarte ir y entregarte en los brazos de otra se siente como otro balazo.
Él inhala y exhala con violencia.
Cierro los ojos y termino de lanzar la verdad.
—Que estoy enamorada de ti, por si no quedó claro.
—No digas más porque me voy a levantar de este sofá de mierda, atravesar esta habitación, y me voy a meter en esa cama contigo a besarte y tocarte y abrazarte. Y no te voy a dejar ir pase lo que pase.
Levanto el mentón y abro los ojos de nuevo.
—Pues ven.
—Valentina.
—Ven. —Agarro las sábanas y las lanzo lo más lejos posible.
Con un rugido, Carter se levanta del sofá y al siguiente segundo, sus brazos me circundan y su cuerpo me empuja hacia el colchón. Yo me dejo caer, física y figurativamente.
Cuando su boca consigue la mía, enrollo mis piernas alrededor de sus caderas y lo atraigo hacia mí. Al abrir la boca, él profundiza el beso hasta que quede bien claro lo que vamos a hacer esta noche.
Y lo hacemos.
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