Capítulo 29
PRESENTE 29
Mi ansiedad tiene una escala que va de nerviosa como antes de un examen escolar, a «el reactor nuclear tiene una grieta».
Carter me tiene tendiendo al extremo más alto.
Los días antes de la gira son extremadamente atareados con los preparativos, pero también con la campaña de concientización sobre los acosos sexuales en el entorno laboral. Al día siguiente de todo el rollo con el pasante, Carter buscó a un proveedor de entrenamientos de estos temas por su propia cuenta, sin involucrarme ni a mí ni a Amy, y pagó un premium descomunal para que nos dieran un entrenamiento el día antes del viaje. Con todo eso, no hemos tenido ni un segundo a solas y en calma. Solo ha sido corre corre.
Luego, durante el vuelo hacia la primera visita, lo único que hacemos es repasar los pedazos de información que necesita para las discusiones con los clientes. Nos sentamos en la parte del medio del jet privado donde quedamos frente a frente, con una mesa de por medio, y una pantalla a un lado donde compartimos gráficas y data.
El primer cliente nos da el gran tour de toda su sede, y Carter se pasa cada segundo junto a él. Estamos en un pueblo pequeño en el medio de Michigan, que es más frío que el corazón de Amy en enero. Salen nubecitas de vapor de sus bocas mientras conversan, y yo voy varios pasos detrás de ellos, y hasta de los ejecutivos del cliente. Mejor así, para que nadie me vea retorcerme del frío.
—Desgraciados todos —mascullo en voz baja hacia la gruesa bufanda enrollada alrededor de mi cuello y mi cara. Si hubiera sabido que me iban a poner a caminar en la intemperie de Siberia, le hubiera dicho a Carter que me quedaba en el hotel todo el día.
Como si me leyera la mente, mi jefecito lindo y bello de pronto se acuerda de mi existencia y se voltea hacia mí. Es la primera vez que hacemos contacto visual desde que nos bajamos del avión y manejamos por una hora en el medio de la nada hasta llegar a este costado de la nada. Y por supuesto es justo cuando me estoy retorciendo del frío y pareciera como si me estuviera meando.
—Caballeros —anuncia Carter con su voz de negocios, una que es mucho más tajante de la que usa normalmente—, creo que debemos regresar a la calefacción. Me parece que mi asistente está a punto de demandarme por condiciones laborales crueles.
Eso resulta en una ronda de risotadas que no resultan ser todas a mi costa.
—Dinos la verdad, Bolton. ¿Estás usando a la señorita como excusa para cubrir tu trasero Maiamero? —bromea el CEO de la otra compañía.
—Así es. —Carter pela los dientes en una sonrisa Colgate—. La verdad es que mi trasero es el que se está congelando.
Suspiro contra mi bufanda y al menos el calor de mi aliento me da algo de alivio. No es justo que Carter se vea tan hermoso con ropa de invierno. Lleva un abrigo negro de esos largos que gritan «hombre de negocios», unos guantes de cuero negros, y una bufanda vinotinto que resalta el rubor de sus mejillas. Su nariz también está roja y con todo y que también debe tener frío, no lleva sombrero. El viento gélido le alborota su cabello marrón y lo hace ver más joven de lo que es.
Lo voy a demandar, pero por subirme la presión arterial.
Marchamos de regreso al edificio principal, y el CEO de la compañía cliente nos conduce por el laberinto de pasillos hasta llegar a un salón de reuniones.
—Señorita Machado —dice machacando mi apellido con su acento americano—, esa esquina es la más cercana al radiador.
—Perfecto. —Sonrío ampliamente y me aparco en una silla lo suficientemente cerca de la fuente de calor como para derretirme.
Poco a poco, los demás van entrando a ocupar las sillas alrededor de la mesa. Obviamente, dejan una contigua a mí libre para Carter. Él entra de último y yo pretendo como que mi pulso no se incrementa con cada paso que da hacia mí. Nuestras miradas se cruzan hasta que toma su asiento y se acerca a la mesa.
Al cabo de unos minutos, Carter guía la conversación sobre el estatus del equipo de hockey del estado hacia los temas de negocios. Un ejecutivo del cliente comienza su presentación sobre fallas técnicas que han tenido con nuestro producto, y es obvio que debo tomar notas. Pero la mesa está tan llena de gente, que Carter tiene que hacer algo de espacio para que yo pueda usar la mesa para apoyar mi iPad.
Y eso nos pone cachete con cachete.
Esto es lo más cerca que he estado de él desde que tuve que retenerlo para que no le fuera a dar dos coñazos al ex pasante pervertido. Intento no hacerle caso al roce de su brazo con el mío, o a lo cerca que están nuestros muslos. Lo bueno es que hay capas y capas de ropa de por medio. Lo malo es que Carter resulta mejor fuente de calor que la calefacción. Lo peor es que huele tan bien que me encantaría poder embotellar la esencia y bebérmela.
Estoy muy orgullosa de mí misma porque a pesar de todas esas distracciones, logro tomar suficientes notas como para que mi presencia aquí sea justificada.
Ya el cielo está totalmente oscuro hacia la hora en la que terminamos la visita. En este momento el sol todavía está radiante en Miami y ya lo extraño. Después de esta, nos quedan dos visitas más en áreas muy frías, seguidas de una término medio, y por último una en California que cualquiera cree que es lo mismo que estar en Miami, pero no. En California hace frío también. O al menos más de lo que estoy dispuesta a calarme.
Nos montamos en el carro de alquiler, Carter al volante y yo como copilota, y me dispongo a conversar de literal lo que sea menos sobre el día de hoy, cuando Carter me cae adelante.
—¿Me puedes repetir los puntos más importantes que salieron de la reunión?
—Este... claro. También te los puedo enviar por escrito y poner a Josh en copia para que tenga un avance del feedback —sugiero con toda la intención de que cambiemos el tema.
—Buena idea, pero quiero repasarlos primero en caso de que algo en realidad no sea relevante.
—Por supuesto. —Tomo una eternidad en extraer mi iPad de mi bolso, con mucho más torpe con los guantes que sin ellos pero con cero ganas de removerlos.
En ese triste tono pasamos todo el transcurso hacia el hotel. Es como si Carter me estuviera sacando el culo. Después de tanto preguntarme si me había pensado lo de darle una oportunidad, ha leído mi mente de que me he decidido y no quiere escucharlo de mi propia boca.
Llegamos al lobby del hotel y yo voy con una nueva esperanza de que pase como en las novelas, donde la gerente del hotel se percata que solo queda una habitación con una sola cama, y no tenemos más remedio que compartirla. Excepto que rara vez a una le salen las cosas perfectamente cómo quiere.
—Aquí tienen, habitación 301 —confirma ofreciéndole una llave a Carter y luego otra a mí, y 204. Los elevadores están en el pasillo a la izquierda. Que tengan una hermosa estadía.
Arrastro mis pies y mi maleta hacia los ascensores. Carter hace lo mismo y, como si no me hubiera dado cuenta de en lo que anda, cuando el ascensor se abre, él se aposenta en la esquina opuesta a la mía.
—¿Cuál es la idea para la cena? —pregunto con una última esperanza.
—Ordena lo que quieras a tu habitación. Yo todavía tengo algunas llamadas que hacer. —Revisa la hora en su reloj. Sus cejas se levantan y estoy segura de que es porque no se había dado cuenta de lo temprano que es.
Mi habitación está en un piso debajo del de él, y cuando llega el ascensor salgo sin mucha ceremonia.
—¿Valentina?
Mi corazón se detiene por un microsegundo. Giro sobre mis talones.
—Nos vemos a las siete para el desayuno —es lo que sale de su boca.
—Okay. Buenas noches.
Agradezco que todavía tengo puesta la bufanda y no puede ver cómo mis labios se convierten en un arco de decepción.
Reanudo el rumbo hacia mi habitación y me mantengo regia hasta que escucho que las puertas del ascensor se cierran. Volteo sobre mi hombro a ver si él se ha envalentonado a seguirme, pero no. El pasillo está tan vacío como me siento yo.
El trajín del día cae sobre mis hombros y me los tumba. Cuando entro en la habitación, lo único que logro hacer es lanzar mi maleta en una de las camas queen, y lanzarme yo en la otra.
Tan solo aguanto un minuto de observar el techo de la habitación. Toda la energía reprimida en mi cuerpo sale con pataleos y aleteos contra el colchón, como si fuera una preadolescente en pleno berrinche.
—¡Pendejo! —grito al éter—. ¡Mango aguao! ¡Bate quebrao! ¡Pipí frío!
Sé que Carter no es ninguna de esas cosas pero no me importa. En este momento se las merece.
¿Cómo se atreve a seducirme y luego pretender que no ha pasado nada?
Estoy clara de que echamos para adelante y para atrás varias veces, pero ya estábamos en camino «pa' alante». ¿Por qué se está portando como un témpano de hielo?
Ruedo hasta quedar boca abajo y gimo contra el colchón. Sé por qué. El hijo de su mamá del pasante traumatizó a Carter. Que yo le haya dicho que la situación entre los dos no es ni cerca de parecida, obviamente no ha sido suficiente. Pero no me ha dado chance de demostrárselo, y si me sigue esquivando como lo ha hecho desde la semana pasada, lo voy a tener que secuestrar para que me deje hacerlo.
Un escalofrío descomunal recorre mi cuerpo. Me duele la piel de tanto que tengo los vellos paraditos del frío.
Gateo hacia el borde de la cama y me levanto. El aparato que mide la temperatura de la habitación está apagado. Le doy al botón varias veces y no se enciende.
A veces en los hoteles una tiene que insertar la tarjeta de la puerta en un sitio para que se puedan encender las luces y tal. Retrocedo hacia la entrada, mis pasos mudos contra la mullida alfombra, pero no consigo el bolsillo plástico donde normalmente habría que meter la tarjeta. Fisgoneo por todas las paredes y nada. Intento prender las luces y tampoco sirven. El televisor es una gran placa negra guindada sobre la pared.
Al menos el teléfono funciona. Marco el número de recepción y explico el problema.
—¿Sí? —La recepcionista suena estupefacta—. Qué extraño. Disculpe la molestia pero, ¿me permite investigar la situación y llamarla de regreso en unos minutos?
—Por supuesto, muchas gracias —contesto cuando en realidad lo que quiero es exigirle calor a gritos.
Trancamos y me siento en la cama de nuevo. Mis músculos se tensan ante el frío y decido quitarme las botas pero meterme debajo de las sábanas con todo y abrigo de la calle. Rozo mis pies varios minutos hasta que el teléfono suena.
—¿Señorita Machado?
—Sí, soy yo.
—Me temo que tengo malas noticias. Uno de nuestros generadores parece haber fallado y varias habitaciones están afectadas, entre esas la suya.
—¿Tienen otra habitación disponible?
—Lamentablemente estamos a capacidad.
Qué buena vaina. Esto es lo que me saco por haber deseado que no hubieran suficientes habitaciones.
—¿Y entonces qué hago?
—Le podemos ofrecer una estadía complementaria en otro hotel de nuestra cadena.
—Está bien. —Exhalo y se nubla mi visión de lo frío que está el aire—. ¿Qué tan cerca esta ese hotel?
—A dos horas en carro.
Silencio.
Es la única forma de contestar a una barrabasada de esa calaña, y aun así mantener la clase.
Sino le diría que se meta sus dos horas por el fondillo.
—Lo siento, pero eso no es una opción viable. ¿Hay algún otro hotel en la ciudad?
—Somos los únicos. —Se le nota la lástima en su voz—. Pero hay un motel en las afueras...
Excelente. Los moteles son donde la gente acude a tener sexo ilícito, drogarse, o a ser asesinados en sangre fría. Pero supongo que peor sería morir congelada.
—Al menos ofrézcame un reembolso —ruego.
—Por su puesto. Pase por el lobby a su conveniencia.
Después de eso trancamos. Aparto las sábanas de mi cuerpo y me pongo las botas de nuevo. Con desgano, agarro mi maleta y emprendo el recorrido de regreso a la planta baja.
Hay cola en el lobby y ahí me doy cuenta de que de verdad el sitio estaba repleto, y de que no soy la única decepcionada. Todos estos seguro que van al motel, y si me espero a que les devuelvan el dinero antes que a mí, se van a ir antes que yo y me voy a quedar sin cama llena de pelos extraños y cucarachas muertas.
Carter no está entre la gente, así que supongo que su habitación es una de las que sí tiene servicio. Muerdo la punta de los dedos de mi guante y me lo arranco de golpe. Consigo mi celular en el bolsillo y busco su contacto. Al último segundo decido enviarle un mensaje de texto en vez de llamarlo, por esto de que debe estar en reuniones.
«Carter, hay un problema en el hotel y varias habitaciones no tienen calefacción, entre esas la mía. Me voy al motel en las afueras del pueblo. Encárgate de que nos devuelvan el dinero de mi habitación después de tu desayuno, ¿sí?». Le doy enviar y arrastro mi maleta hacia la salida.
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