Capítulo 26

PRESENTE 26

La siguiente semana, estoy apoyada del mostrador de Davina cuando el pasante de Amy pasa por aquí.

—Hola, Bradley —saluda Davina.

Yo no me uno porque ya van varios días de esta guebonada. Hoy llevo un vestido azul marino que es apto para ir a misa. La parte de arriba es como una blusa sencilla, con cuello alto y holgada. Solo la cintura es ceñida, y la falda es tan amplia que revolotea cuando camino. Es uno de mis favoritos porque es súper cómodo.

El mamagüevo de Bradley igual me come con los ojos como si estuviera en hilo y sostenes de encaje. Es tan descarado que se frena de golpe para darme varias pasadas con los ojos. Lo peor es que se le ponen las orejas rojas y quién sabe qué le estará pasando por su mente.

—¿Hello? —Davina chasquea sus dedos.

El chamo respinga como si apenas ahora se diera cuenta de que hay alguien más que él y yo en este pasillo.

—Ho... Hola. —Aclara su garganta—. Adiós.

—Sí, adiós —repunto con voz tajante.

Tiene la decencia de huir con rapidez.

Suelto todo el aire de mis pulmones, invocando paciencia del cielo.

—Debieras reportarlo —sugiere mi amiga.

—¿A quién? ¿A su jefa? ¿La que lo contrató para que la ayude y que, por cierto, me odia tanto que no me extrañaría que haya contratado al pervertido este solo para sacarme de quicio?

—Hmm, okay. Buenos puntos. ¿No has hablado con Carter al respecto?

—Carter tiene cosas mucho más importantes de las que ocuparse. —Meneo la mano como para pasar una página imaginaria.

—No sé. Le importas lo suficiente como para que él haga algo al respecto.

Miércoles. Espero que esto no signifique que le importo demasiado. Davina nunca diría algo con intención de lastimarme, pero esto es territorio pedregoso.

—A ver, cada empleado le importa a Carter por igual —comento para remendar el capote.

—Claro, pero tú eres especial para él. —Pelo los ojos y Davina agrega—: ¿No te habías dado cuenta? Digo, si la empresa se fuera a la banca rota y tuviera que despedirnos a todos, tú serías la única que él mantendría en la matrícula.

—Ja ja ja, por favor, no exageres. —Mi corazón late a toda máquina.

—Valentina, eres la única capaz de organizarle la vida para que no se ahogue de trabajo. Obviamente eres su empleada favorita.

—Bueno, eso lo podría hacer cualquiera.

—Para nada. —Bufa con tantas ganas que se convierte en una carcajada—. Su asistente anterior se jubiló tres años antes de lo que le correspondía, solo para no tener que lidiar más con él. La única persona dentro de la empresa que la quería reemplazar está más loca que una cabra y lo sabemos.

Sí. Lauren lamentablemente no tiene la mejor reputación por estos lares. Y también hay que estar medio jodida para liarse con el jefe de una.

Lo digo por experiencia.

—Hablando de ya sabes quién... —Señalo hacia el escritorio vacío de Lauren con mis labios—. ¿Has sabido algo más de esa situación?

—Se siguen portando igual de raros y ya la gente se está dando cuenta. —Davina da una vuelta en su silla para cerciorarse de que seguimos solas. Hecho eso, continúa—: El otro día escuché a dos de contabilidad cuchicheando de que vieron algo sospechoso entre un ejecutivo y su asistente.

Me da una sensación de vertigo.

Luego me acuerdo de que lo único anormal que ha pasado entre Carter y yo estos días fue el incidente de mi mano, que sigue vendada. Y todo eso fue sin ninguna clase de testigos.

—Dijeron que los vieron agarrados de la mano en el ascensor.

—Qué escándalo —repunto con sarcasmo y alivio disimulado.

—Sí, verdaderamente picante. —Pone los ojos en blancos—. El asunto es que entre menos disimulen, más gente se va a dar cuenta y se van a meter en problemas de verdad.

—No creo. —Suspiro porque he aquí la diferencia crucial entre la situación de Lauren y la mía—. Estoy segura de que Amy va a hacer caso omiso por su amiguis.

—¿Tú crees? No sé si Carter lo permita.

—Josh es su mejor amigo de la universidad —le recuerdo.

—Lo sé, pero Carter es una persona muy justa. Posiblemente despida a Lauren. —Pela los dientes con alegría—. O eso espero.

Y yo tengo ganas de vomitar.

—Ja ja, eso sería lo ideal... —No sé cómo logro decir estas palabras sin que se salga todo mi almuerzo por mi boca—. Bueno, te dejo porque tengo que enviar mil emails y cuadrar lo del viaje.

—Pobrecita, no te envidio. —Se estira para darle una palmada a mi mano sana.

—Yo si te envidio. —Es en serio. Davina conoció a un ingeniero en la fiesta de año nuevo a la que fue, y ya llevan dos semanas saliendo juntos que pintan muy bien. Por eso me tomé una pausa para venir a verla, para que me contara cómo le fue en la cita de anoche.

Me lanza un beso al aire y se lo devuelvo antes de regresar a mi escritorio a tener un ataque de pánico.

Exagero. Es solo un apretón de pecho de esos que le dan a cualquiera que tiene una carga de consciencia. Merezco, como diría Laura en América, que me boten como una perra. ¿Quién soy yo para brollear sobre lo que hacen Lauren y Josh?

Me volteo hacia la oficina de Carter. Por fortuna, lleva todo el día en un taller en una sala de reuniones. Ya quisiera yo que cada día fuera como hoy, y no tuviera que ver su atractiva cara de cerca cada día. Y va a ser mucho peor en el viaje que tenemos que hacer.

—¿Por qué? —gimo y dejo caer mi cabeza suavemente hacia la superficie de mi escritorio.

Todos los años, Carter hace una gira de los mismos cinco clientes que básicamente mantienen las puertas abiertas. Hablan de estatus actual y futuros contratos, y alguien tiene que tomar notas de tanto blabla para que salga algo que valga la pena. Siempre voy. Nunca ha importado.

Esta vez es diferente. Ni me pasó esto por la mente cuando me lancé de buchón a besarlo en noche vieja. De hecho, son muchas las cosas que no razoné en ese momento por dejarme guiar por las hormonas.

Con un buen impulso, me yergo de nuevo y reactivo mi computadora. Empiezo por algunos de los emails, unas preguntas de alguien de ventas, una solicitud de información de contabilidad. Cambio de ventana para abrir el sistema de coordinar viajes de la compañía. Llego hasta la sección de seleccionar cuántos viajeros son y poner los nombres, y me acobardo otra vez.

—Me pregunto si Davina querrá conversar otro poco. —Paso el cursor por su nombre en el programa de mensajería y me detengo. No. Mejor reviso más emails.

Despacho uno para comunicaciones con algunos detalles de un mega contrato que firmamos hace dos días. Ignoro los dos emails del pasante. También el de Amy, pidiéndome que le conteste al pasante.

Un estruendo terrible me arranca un grito.

Giro de golpe en mi silla al instante que una saeta de luz corta el cielo. Pongo mi mano sobre mi pecho. Sube y baja con una respiración agitada.

—Es solo un trueno —me digo con voz trémula—, no pasa nada.

Mis músculos tiemblan un poco. Tomo asiento de nuevo y me acerco a mi escritorio lo más que puedo. Pero mi oficina no es lo suficientemente grande como para que pueda alejar mi escritorio de la ventana, sobretodo con un sofá atravesado del otro lado. Siempre lamento la configuración del espacio cada vez que llueve. Siempre lamento muchas cosas cuando llueve.

Chequeo la hora. Son solo las cinco de la tarde. No hay problema con que me quede más tiempo en la oficina para no tener que manejar a casa en medio de la tormenta.

Otro trueno me hace encoger los hombros. ¿Por qué cojoro está lloviendo tan fuerte? Ni que estuviéramos en verano.

Tecleo con más ganas. El ruido hasta me da algo de alivio porque camuflea los retumbes de las nubes cargadas en el cielo. Vuelvo a abrir la ventana con los detalles del viaje y me dedico al tema.

No hace falta que compre pasajes de avión porque siempre tomamos el jet privado de Carter, pero sí hace falta que reserve habitaciones de hotel. El truco es escoger habitaciones de diferentes tipos en cada hotel, una con cama king, y otra con dos camas queen. Normalmente, los tipos de habitaciones diferentes están en niveles distintos y cosas así. Es la mejor forma de asegurarme que no nos pongan en habitaciones contiguas.

—Listo —anuncio con orgullo—, ahora solo queda el alquiler de auto y...

Pego un chillido. Este trueno sonó tan cerca que seguro cayó en el pararrayos del edificio.

Y también sonó exactamente como el choque de dos carros.

Cierro los ojos. Intento contar hasta diez. Hago inventario mental de cinco cosas que puedo tocar. Mi vestido. El escritorio. Mi cabello. El vendaje de mi mano. El teclado. Luego me concentro en cinco sonidos. Mi respiración. El zumbido del aire acondicionado. Un teléfono a la distancia. La lluvia.

Otro estruendo.

—No. No. No. —Repito la palabra como un mantra.

Reinicio el ejercicio desde un principio. Mi cara. El mouse. Mi vestido. Mi pecho sube y baja. Mi respiración. Otro trueno. Un grito.

—Noooo. —Me lanzo al suelo hasta caer en cuatro, y así me arrastro debajo de mi escritorio. El ataque de pánico es inminente y por primera vez en cinco años, me va a dar en mi oficina.

Me arrastro hacia atrás hasta que mi espalda choca contra la pared interna del escritorio. Subo mis rodillas y las abrazo con fuerza. Entierro mi cara entre ellas y batallo con mi respiración. Intento concentrarme solo en eso pero otro trueno me descarrila de nuevo. Mi corazón late fuerte, demasiado fuerte. Como si quisiera escapar de mi pecho. Aprieto mis manos contra mis oídos ante el asalto de otro trueno. Todo se ve blanco de pronto. Después todo es oscuridad.

—¡...Ina!

Cinco cosas. Solo tengo que concentrarme en cinco cosas y todo estará bien. No importa que sean diferentes. Mi pelo. El escritorio contra mi espalda. El piso frío debajo de mí. Una voz.

—¡Valentina!

¿Una voz?

Unas manos halan mis brazos. Reconozco el olor especiado y masculino. De pronto estoy envuelta en calor.

—Valentina, dime que estás bien. Por favor. Dime algo.

No puedo. Siento una piedra atascada en mi garganta. No sé cómo puedo seguir respirando.

Otro trueno me hace brincar y el calor me aprieta. No es calor. Son unos brazos.

—¿Carter?

—Aquí estoy —contesta. Una mano hace círculos en mi espalda—. No estás sola. Aquí estoy.

Trabajo mi garganta hasta que logro tragarme la piedra. Cinco cosas. El calor debajo de mí deben ser los muslos de Carter. Estoy sentada en sus piernas. Su otra mano sostiene la parte de atrás de mi cabeza. Mi cara reposa contra su pecho y su cuello. Una de mis manos agarra un puñado de su camisa con tanta fuerza que debo estar dañando la tela. Su respiración abanica mi cara.

Llueve. Truena. Relampaguea. Sus labios depositan un suave beso en mi frente empapada de sudor.

Un sollozo escapa de mi garganta, seguido de otro. Carter murmura incoherencias para calmarme, pero lloro como si acabara de escapar la muerte otra vez. En ningún momento me pregunta qué me ha pasado. Solo me aprieta con más fuerza hasta que pasa la crisis.

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