Capítulo 19

PRESENTE 19

«¡Marica, vente pal hospital pero ya! Bárbara ya va a tener al bebé».

Inhalo tan agudamente que interrumpo la reunión. Los ejecutivos de Bolton se voltean a mirarme. Las palabras que Josh estaba diciendo se esfuman en el aire. Carter, sentado a mi derecha a la cabeza de la mesa, se inclina hacia mí con el ceño fruncido.

—¿Todo bien?

Leo el mensaje de Dayana otra vez y decido que es mejor que se lo muestre que a que intente explicar con toda la directiva de la compañía mirándonos. Al hacerlo, Carter levanta las cejas.

—Ve.

—Voy. —Asiento como una tonta—. Con permiso, disculpen la interrupción.

—Continuemos —ordena Carter para desviarles la atención de regreso.

Me levanto con prisa. Mi silla hace tanto ruido que interrumpe al pobre Josh de nuevo, y le ofrezco una sonrisa trémula. Cierro la puerta del salón de conferencia sigilosamente y solo lamento que no voy a poder tomar notas del resto de la reunión. De ahí, corro hacia mi oficina a agarrar mi cartera y las llaves de mi camioneta.

Ya cuando voy en camino es que llamo a Dayana.

—¿Cómo está todo? —es mi saludo.

—Pues bien pero medio caótico —contesta ella con un montón de ruido de fondo que me indica que está en el hospital—. Acabo de llegar con mis peques. Ya tío Aristóteles y tía Graciela habían llegado. Tomás va de camino a recoger a Diego y Salomón fue a buscar a Martina y Matías del colegio. La señora Moira viene en camino también. ¿Y vos?

—A veinte minutos majomenos. ¿Creéis que llego a tiempo? —En momentos así me sale el acento maracucho que normalmente no uso mucho. A veces es la mejor forma de comunicarse.

—Puede que ya esté en quirófano pero venite con calma.

—Sí, ahí nos vemos. —Tranco la llamada con los controles del volante.

Mi corazón late a todo dar y siento mi cuerpo temblar sobre mi asiento. No es como que hicimos un pacto sobre esto ni nada, pero hemos estado las unas para las otras cada vez que hay un parto y nada me va a hacer perderme el nacimiento de mi nuevo sobrino, Marcos. Aunque supongo que como Dayana llegó primero, ella será la madrina.

Bueno, sería justo. Después de todo, yo soy la madrina de Susanita, la segunda hija de Dayana y Tomás. Y de padrino pusieron a Carter, que esta vez no va a figurar en todo esto.

Hablando del rey de roma, Carter se asoma via llamada telefónica. Atiendo de nuevo con los controles del volante.

—Hola, güera. ¿Hay noticias?

—No mucho —respondo con un suspiro—. Lo más probable es que la estén preparando para quirófano y yo estoy atrapada en el tráfico.

—¿Cuánto te falta?

—Como diez minutos. —Aprieto los labios—. Okay, no estoy atrapada. El tráfico sí se mueve pero hay demasiados carros y no me dejan ir más rápido.

—Mejor así para que no te pongan un ticket.

—Buen punto —mascullo por lo bajito—. Si me llamas supongo que es porque la reunión ya terminó, ¿cierto?

—Sí, no te perdiste mucho. Para eso te llamaba, para que te relajes.

—Ah... No hacía falta. Me podías enviar un mensaje de texto.

—Pero así no iba a poder discernir si estabas tranquila o no.

¿Por qué coño está latiendo aun más rápido mi corazón?

Carter siempre ha sido un excelente jefe y mejor persona todavía. Esta es solo una de las amabilidades que me ha demostrado desde que trabajo para él, y de hecho es hasta una de las más pequeñas. Pero por algo el dicho dice que es una gota la que rebasa el vaso y no un chorro completo.

—Estoy tranquila —explico aunque es una mentira. Lo estaba antes de que él me llamara. Un poco nerviosa y mucho emocionada, sí. Pero ahora me siento al borde de un precipicio del cual no me puedo lanzar a toda costa.

—Perfecto. Avísame como va todo.

Okay...

—Y luego me dices en qué habitación la ponen para llevarle unas flores.

Aprieto el volante con más fuerza.

Okay.

Okay —repite con tono risueño como si estuviera burlándose de mí.

—Hablamos después, que ya voy entrando al estacionamiento del hospital —miento porque todavía estoy a dos cuadras, pero necesito no escuchar más su voz en los parlantes del carro.

—Hasta luego, Valentina. —Carter es el que corta la llamada.

Estoy en un semáforo en rojo y me doy la oportunidad de cerrar los ojos por un instante. Mi nombre de su boca suena como una sábana de terciopelo abrazándome por completo.

—Mierda, ya caí. —Sacudo mi cabeza con fuerza y una vez que la luz se torna verde, me sumo al tráfico—. No, no. Todavía puedo resistir. Soy una mujer adulta, madura, y...

Mi mente traidora me recuerda lo de la semana pasada. Y ni siquiera tal como lo vi en persona. No, en este momento decide enfocarse en la gota de sudor que bajaba por la ranura del pecho de Carter y sobre los montículos de sus abdominales. ¿En qué momento me fijé en eso, si yo estaba intentando mirar a cualquier parte menos a su cuerpo? ¿Será que esto es más imaginación que memoria?

Es que no es fácil ver al jefe de una haciendo ejercicio sin camisa, sobretodo cuando una ya sabía que el jefe en cuestión está como para chuparse los dedos. Eso trastoca a cualquiera. Y mucho menos sabiendo también que el jefe en cuestión es extremadamente linda persona. Y está soltero.

—Eso no se sabe, puede que tenga a alguien. Y sino, él sigue siendo tu jefe, pendeja, el mismo que le ha repartido zarcillos a todo Miami —murmuro al terminar de estacionar mi camioneta. Este sí que es buen recordatorio.

Me doy unas palmaditas en las mejillas y me embarco hacia la entrada del hospital donde trabaja Bárbara. Hay cosas mucho más importantes que lo que sea que estoy sintiendo hacia mi jefe. Que es el «único» hombre en toda la compañía con el que no me puedo enrollar. Más vale que lo tenga bien presente.

Consigo a la comitiva en la sala de espera de las emergencias. Los primero que me llaman la atención son Diego y Tomás. Parecen dos estatuas con su atención puesta hacia las puertas por donde supongo que se llevaron a Bárbara. Diego tiene los brazos cruzados con tanta tensión que se le marcan los músculos de la espalda a través de la camisa de béisbol del equipo universitario del cual es el coach. Tomás tiene una mano puesta sobre el hombro de Diego, apretando con fuerza. No dicen nada.

—¡Valentina! —Vuelco la atención hacia la señora Graciela—. Qué bueno que estás aquí.

Le doy un abrazo a ella y a su esposo, el señor Aristóteles. Él, el señor Sócrates que es el papá de Dayana, y el mío, solían ser de los mejores amigos en el edificio donde nos criamos. No me extrañaría que el señor Sócrates también venga en camino, porque Bárbara es como otra hija para ellos.

Ahora que lo voy pensando, Diego y Tomás son como la siguiente generación. Se han hecho amigos a la fuerza y ahora están tan hermanados como nosotras. Tanto, que parece que el único que le sabe dar apoyo moral a Diego en este momento es Tomás.

Me pregunto si se hubieran llevado bien con Gustavo. Sé que Tomás sí. Durante lo que resultó ser el último año de vida de Gustavo, él y yo salimos varias veces con Tomás y Dayana. Gustavo hubiera sido buen balance en ese trío. Tomás es el más calladito, Diego es un gruñón, y Gustavo hubiera sido el más bullanguero.

Como Carter.

Me paralizo en plena sala de emergencia. Los papás de Bárbara están hablando pero nada me entra por los oídos.

¿De dónde salió ese pensamiento? Ya sé que Carter me ha estado dando cosquillas ultimadamente pero, ¿de cuándo acá lo comparo con Gustavo?

Sacudo mi cabeza levemente y en eso los papás de Bárbara se distraen con algo detrás de mí. Salomón va entrando con Martina y Matías, que vienen directo del colegio y llevan los uniformes. Aprovecho para reactivar mis piernas y trasladarme hasta el asiento junto a Dayana. La bebé reposa sobre su pecho y Samuel se sienta del otro lado coloreando un libro como si nada.

—Aquí estoy. ¿Qué ha pasado?

—Pues según la doctora todo va viento en popa. Todas las lecturas normales y mamá y bebé están saludables.

—¿Las lecturas? —Levanto una ceja.

—No porque haya parido dos veces quiere decir que entienda todos los términos médicos. —Dayana ríe—. Lo que me quedó es lo más importante, y es que todo va bien.

—Gracias a Dios. —Volteo al frente y señalo hacia Diego con los labios—. ¿Y él por qué está tan cagado entonces?

—Ya sabéis cómo son los hombres. —Susanita hace un ruido de molestia y Dayana la rebota suavemente en sus brazos para que se vuelva a calmar. Cuando la posible tormenta ha pasado, vuelve su atención hacia mí—. Y hablando de hombres, ¿cómo te le escapaste al workaholic del jefe tuyo?

Dayana usa el término de los gringos referente a alguien adicto al trabajo, como si la del problema grave no fuera yo.

—Sin problema. Solo le mostré tu mensaje y me dijo que me fuera.

—¿Y por qué no vino?

—¿Por qué vendría? —Arrugo la cara.

—¿Se te olvidó lo que hizo por Tomás y por mí?

—No, bueno... fueron circunstancias extenuantes y este caso es normal. No hay una razón por la cual él debiera venir. —Meneo la mano en el aire.

—Sí hay una razón —dice Dayana con una creciente sonrisa picarona.

—Es verdad que él, Diego y Tomás son panas pero...

—No por ellos, pendeja. Por vos.

—¿Y yo por qué? —Me echo a reír—. Si yo no soy la que está pariendo.

—Pero te aseguro que Carter sabe que estáis preocupada y te quiere consolar.

Desvío la mirada hacia Martina y Matías, que ahora son los que flanquean a su papá. Tomás conversa con Salomón, o mejor dicho, escucha mientras Salomón se tira un monólogo.

Sé que Dayana me está echando vaina para ver mi reacción. Lleva casi un año en esta guebonada desde lo del avión que trajo a Tomás para el parto de Susanita. Pero esta vez ha dado cerca del clavo. Esa llamada telefónica de Carter fue precisamente con ese propósito, para ver cómo me sentía. Mi precipitada salida de la reunión como que lo dejó preocupado.

Trago grueso.

—¿Por qué no queréis admitir que hay chispas entre ustedes?

—¿No debiéramos es estar hablando de Bárbara?

—¿De qué? Lo único que hay que hacer aquí es esperar, y la forma más chévere de pasar el tiempo es echándose los brollos.

—Pero no hay brollo. No pasa nada entre Carter y yo, ¿hasta cuándo me vais a seguir dando lata?

—Hasta que me podáis decir esas palabras sin que se te ponga la cara como un semáforo en rojo.

Levanto el reverso de mi mano para tocar mi mejilla y en efecto, se siente tan caliente como el sol de Maracaibo.

—Dayana. —Agarro su mano más cercana y la miro a los ojos—. No pasa nada entre Carter y yo. Y nada puede pasar tampoco. Él es mi jefe y en su compañía no se permite ese tipo de relaciones. Y aún si no me importara mi situación laboral, él está buscando una mujer con quién pueda crecer su familia y esa no soy yo.

—¿Por qué no? —Frunce el ceño con seriedad.

Mi pulso se acelera. Hasta este momento, he estado esquivando revelar esta parte. Es la verdadera razón por la cual no sigo el ejemplo de Lauren de echarle los perros a mi jefe, con todo y lo que me mueve el piso.

Respiro profundo.

—No puedo tener hijos.

Dayana pestañea rápidamente. De pronto se voltea de lado a lado como un ventilador hasta que da con su esposo.

—Tomás, mi amor. Relévame aquí un momento.

No pronuncia las palabras excepcionalmente altas, pero el radar de Tomás instantáneamente las detecta. En cuestión de segundos, atraviesa la sala de emergencia y deja a Salomón hablando solo. Tomás levanta a su bebita y Dayana rápidamente le acomoda la toalla que llevaba sobre el hombro ahora en el de él, y ahora Susana continúa su siesta en el pecho de su padre.

El mío se siente como si alguien me hubiera apuñalado con un cuchillo de cortar pan, de esos largos y con serrucho, como para que duela bastante.

Dayana toma mi mano y me hala hasta levantarme de la silla. Atravesamos el lobby justo cuando van entrando los papás de Dayana, y ella les saluda con la mano sin parar de arrastrarme.

—¿A dónde vamos? —pregunto cuando salimos del hospital.

No contesta mi pregunta hasta que llegamos a un costado del hospital con bancas al aire libre. Me deposita en una de ellas y se sienta a mi lado.

—¿Que qué? —pregunta finalmente.

Corro una mano por mi cabello y pongo la vista en las nubes blancas y frondosas que flotan entre el azul del cielo. Es un día hermoso como para recibir a un nuevo sobrino, no como para hablar de otra de esas cosas desgarradoras que me tienen yendo a terapia otra vez.

—Mi ginecóloga me dijo que mi conteo de óvulos está bajo.

—Eso no quiere decir que no puedas salir embarazada.

Clavo mis ojos en los de ella.

—Muy bajo.

Durante la pausa, la expresión de Dayana se va transformando de terquedad a dolor. Salen arrugas en su frente y su mentón tiembla.

—Ay, Valentina. Lo siento. De verdad lo siento muchísimo.

—Gracias. —Intento tragar el nudo que se ha instalado en mi garganta pero no quiere bajar—. No sabéis con cuántas mujeres ha cortado Carter porque no quieren lidiar con hijos. Si él se entera de esto, lo que sea que hipotéticamente esté sintiendo por mí se va a esfumar.

—No sé... —Dayana agarra mi mano y entrelaza sus dedos con los míos—. Tu valor como persona no depende de si podéis tener hijos o no. Un hombre con dos dedos de frente no te dejaría ir por eso, y creo que alguien que se graduó de MIT tiene los dos dedos de frente.

Bufo suavemente, pero una lágrima corre por mi mejilla y la limpio con mi mano libre.

—Preferiría no tener que comprobar esa teo... —El resto de mis palabras se las lleva el viento.

Desde aquí podemos ver la entrada del hospital con claridad, y justo en este instante va entrando Carter. Lleva un bouquet de flores gigante en una mano y con la otra carga lo que parece ser una cesta de regalos.

Dayana se voltea hacia mí.

—Yo solo pienso que no hay ningún jefe en este planeta que le lleve flores a la mejor amiga de una empleada porque esté dando a luz. —Aprieta mi mano fuertemente—. Valentina, no me parece justo que vos misma te estéis cerrando ante la posibilidad de ser feliz con un hombre que te demuestra todos los días lo mucho que le importas.

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