Capítulo 18
PRESENTE 18
Me despierto de golpe.
Del impulso quedo sentada en mi cama, las sábanas enrolladas alrededor de mi cintura y entre mis piernas. Mi respiración suena como un camión destartalado haciendo eco en la calma de mi cuarto. La profunda oscuridad gracias a mis gruesas cortinas me desorienta. Corro mis manos a mi alrededor para cerciorarme que estoy en la cama, y no atrapada y contusionada en el carro chocado de hace catorce años.
Me estiro hasta palpar la esquina de mi mesa de noche. Doy con el celular y lo levanto. La pantalla se enciende automáticamente y me muestra que son más de las cuatro de la mañana. La fecha sirve de otro recordatorio de que estoy a salvo, solo fue una pesadilla.
—Es lógico —murmuro en la oscuridad, pasando una mano por mi cabello sudado y enmarañado—, al final de cuentas el conductor no era ese.
Cierro los ojos y todavía puedo ver la pesadilla en mi mente como si no hubiera despertado. No era Gustavo el que iba a mi lado. No era la canción de Mermelada Bunch la que sonaba en el fondo. Era Carter, tarareando uno de los hits de la radio del momento.
Quizás Valeria tenga razón y sea hora de volver a terapia. Hasta yo puedo reconocer que esto no es normal.
Las sábanas son como una garra que me quiere mantener prisionera en la cama, pero después de una pesadilla así lo último que tengo ganas es de intentar dormir otra vez. Gruño mientras las desenredo y brinco fuera de la cama. Me siento asquerosa por dentro y por fuera. Con todo y que es un par de horas más temprano de lo que me gusta despertarme, decido meterme a la ducha.
Me doy mi buen postín, hasta me exfolio desde la frente hasta los dedos de los pies, en vez de secarme el cabello liso como es me hago unas ondas, me maquillo con más atención que a que si fuera a un club nocturno, pero sigue siendo inhumanamente temprano.
—Bueh, mejor me voy temprano a la oficina y aprovecho para adelantar —me digo a mí misma mientras me observo en el espejo.
Tengo una falda gris de las ajustadas hasta la rodilla. Un modelito de estos hizo que Lauren indirectamente me llamara puta, pero sé que solo es la envidia hablando. La verdad este tipo de falda se me ve y me hace sentir espectacular, y hoy me hace falta.
La acompaño con una blusa sedosa de un marfil muy claro. Tiene unas tiras gruesas al cuello con las que hice un lazo que oculta un poco las curvas de mi pecho, cosa que siempre es buena idea cuando una no anda buscando lo que no se le ha perdido.
En la cocina le dejo una nota a mami para que sepa que me fui temprano para la oficina. Lo malo es que me voy a perder el desayuno que me hace todas las mañanas. Lo bueno, y de esto me doy cuenta en el camino a un Starbucks, el tráfico está bastante más tranquilo de lo que me toca normalmente. A lo mejor vale la pena levantarme más temprano todos los días.
Llego a la oficina sin contratiempo y aparte de los dos de seguridad en el lobby, soy la primera en atravesar las puertas de Bolton Consulting.
Me instalo en mi escritorio a tomarme mi cinnamon dolce latte y comerme el enrollado de clara de huevo, queso feta, tomate y espinaca. De ayer para hoy tengo la módica cantidad de ciento cincuenta y tres emails. Un tercio de esos están marcados como urgentes pero sé que los verdaderamente apremiantes serán como cinco cuando mucho.
Voy revisando uno a uno con calma. Al final de cuentas, son las seis de la mañana. Nadie en su sano juicio está trabajando a esta hora. Obviamente yo no estoy en mi sano juicio.
—Aguanta. —Me acerco a la pantalla y agrando un email.
Es un recordatorio de uno de los proveedores para la gala de navidad que estamos organizando. Dicen que les debíamos el pago hace un mes y no lo han recibido.
—No puede ser. Davina dijo la semana pasada que todo estaba reservado. —Mis dedos contra el teclado suenan como una lluvia de verano que cae con granizo al poner mi contraseña en el sistema de transacciones financieras internas. Pongo el número de los centros de costo de donde se está pagando todo el asunto. Este en particular es el de la presidencia de la compañía y no el de Josh. Cotejo el código de orden de compra y...
—Mierda. No está aquí.
Me congelo. Hay dos posibilidades. Una, buscar otro proveedor. Pero eso toma tiempo y la fiesta es ya en dos semanas. Dos, disculparnos con este proveedor, rogarles que aun así entreguen a tiempo, aceptar la posibilidad de que cobren extra por expeditar, y también cambiar los términos de pago para que les llegue el dinero inmediatamente en vez de treinta días después como habíamos negociado.
Me empujo el resto del enrollado en la boca hasta llenar mis cachetes como una ardilla. Mastico con dificultad y a la vez preparo nueva documentación para que Carter la firme. Él sí que es uno de esos bichos raros que se levantan con el cantar del gallo de forma normal, así que le hago una llamada.
—Buenos días. ¿Todo bien?
—Depende de cómo definamos bien —respondo a modo de saludo—. Hubo un problema con uno de los proveedores de la fiesta de navidad y necesito que me firmes una orden de compra en blanco.
—¿Cómo es el asunto? —Después de que le explico la situación, y añado el pequeño detalle de que es nada menos que el proveedor de alcohol para la pachanga, Carter acepta y sugiere—: Uff, esto es urgente, güera. Vente al box y lo firmo aquí.
Un box es como le llaman a los gimnasios de crossfit como al que él va. Tengo cero ganas de entrar a un sitio más maloliente que yo esta madrugada, pero qué se le va a hacer. Lo bueno es que está a cinco minutos en carro de aquí.
—Bueno, voy en camino.
—Ven con cuidado. —Carter termina la llamada.
Me debato en si traerme el café pero al último segundo decido dejarlo en el escritorio, con la prisa se me pudiera caer encima.
Consigo un puesto de estacionamiento junto a la entrada del gimnasio. En el apuro, me tranco la puerta de la camioneta en la blusa. Pego un chillido pero no pasa nada. Vuelvo a abrir la puerta y lo único que queda medio chueco es una de las cintas de la blusa. Después arreglo eso.
Una recepcionista me frena a la entrada. Luce ropa deportiva ajustada que demuestra que no es una recepcionista cualquiera, es otra crossfitter como todos los demás. Sus ojos recorren mi atuendo decididamente no apropiado y monta una sonrisa medio falsa.
—Hola, ¿en qué puedo ayudarte?
—Vengo a buscar a Carter Bolton. Soy su asistente personal.
—Ah, ¡sí! Él ya me había informado. Pasa por aquí. —Ahora su sonrisa es más genuina, lo que me hace pensar que tiene todo que ver con Carter y nada conmigo. Me pregunto si esta chama será la de las citas más recientes.
O bueno, de hace un par de meses. Hace rato que no le veo los bloques privados en el calendario. Pero tampoco me ha pedido consejos de joyería.
Esquivamos a un fortachón que lanza unas pesas gigantes contra el suelo, y unos pasos más adelante la chama señala a una máquina.
—Ahí está Carter.
Sigo su mirada embelezada y...
También me embelezo.
Carter guinda de una máquina de esas que es un armatoste de barras, no tengo idea de cómo se llama. Pero él solo se agarra por las manos y tiene que subir todo el peso de su cuerpo con la fuerza de sus brazos.
«Mierda, qué brazos». O mejor dicho, qué todo.
No lleva camisa así que sus hombros, sus brazos, y toda su espalda están vulnerables a mi inspección. Cada músculo, y hasta algunos que no sabía que existían, se tensa y se contrae con cada movimiento. Con razón sus antebrazos me distraen día a día.
Pero es que aparte sus hombros son anchos y fuertes. Su cintura es ridículamente pequeña, y tiene unos músculos que van hasta sus glúteos que también trabajan con todo el ejercicio. El muy desgraciado tiene las piernas enlazadas a los tobillos y ni siquiera le tiemblan, como si esto fuera juego de niños.
Lástima que sus monos le llegan hasta los tobillos. De pronto tengo una curiosidad terrible de saber si su piel es dorada de forma natural o si es un bronceado.
—Sí. —La recepcionista suspira a mi lado—. Es el mejor colirio para los ojos del box. Te tengo envidia.
Aclaro mi garganta.
—Este... con permiso. Llevo prisa.
Le echa otra miradita de hambre a Carter y me deja a solas con él.
El problema es que no se ha dado cuenta de que estoy aquí. Quizás lleva Airpods en los oídos. Eso explicaría lo rápido que me contestó la llamada hace rato.
—¿Carter? —No contesta y confirmo mi sospecha. Rodeo el aparato para llamarle la atención y...
Me embelezo otra vez.
Carter está incluso mejor adelante que atrás. Y eso es decir mucho.
Desafortunadamente, se percata de mi presencia al instante. Sus cejas se levantan como si le sorprendiera verme. Se deja caer y aterriza sobre sus pies sin problema. Momentáneamente baja la cabeza para quitarse los audífonos y ponerlos en sus bolsillos, y es el único segundo que me permito bajar la mirada.
Solo capturo dos detalles en mi mente. El primero, que tiene los pectorales tan definidos que se le ven las fibras de los músculos en la raja del medio. El segundo, que no tiene seis cuadritos como la gente atlética promedio. Tiene ocho. Y esos dos últimos bajan en una formita de V que apunta hacia algo que nunca me he detenido a contemplar en mi jefe, y hoy no voy a empezar.
Subo la mirada un instante antes que él.
—A ver. —Se acerca estirando una mano hacia mí.
«¿Ver qué? ¿Mi cara roja como un tomate?».
Ah, verdad. El iPad que tengo atrapado entre mi codo y mis costillas. Lo enciendo y se lo paso.
Mientras Carter revisa la información, yo clavo mis ojos en el mechón de cabello marrón claro que le cae por la frente. Su piel brilla con cantidades copiosas de sudor y si sigo así de cerca de él me va a pasar lo mismo, pero sin que mueva siquiera un músculo.
—¿Y esto? —Se acerca para señalarme un campo en la planilla.
«Mierda, mierda, mierda». Aprieto mis puños a mis lados para no reaccionar.
¿Por qué coño huele tan bien? ¡Si está sudado y todo asqueroso!
—Erm... —Pestañeo varias veces hasta aclarar mi visión y poder entender qué es lo que está señalando—. Ah. Es que estoy segura de que nos van a cobrar extra por expeditar, así que quiero que esta orden de compra sea en blanco. Pero no voy a dejar que nos suban más de un veinte por ciento.
—Entiendo. —Asiente a la vez que firma.
¿Cómo es que no está respirando con dificultad si yo me siento como que me ahogo con solo estar parada aquí a su lado?
—Listo. —Levanta la mirada.
—¡Perfecto! ¡Muchas gracias! ¡Pues nos vemos en la oficina!
¿Por quéééé no puedo dejar de exclamar cada palabra?
Aquí es cuando el mechón de pelo parece molestarle y él levanta un brazo para peinarlo con su mano. Su cabello húmedo de sudor se mantiene hacia atrás y debiera darme asco.
Debiera.
—Te llevo a la puerta —ofrece con voz un poco ronca.
—No hace falta, yo...
Pero pone una mano en la base de mi espalda y no sé por qué no le mento la madre. Es como si me gustara su mano grande y caliente ahí. ¿Qué carajo me pasa?
Mi corazón late a toda máquina a medida que recorremos el corto trecho hacia la puerta. La de recepción no está y justo en la puerta, Carter pasa un carnet por un sensor que hace que se abra.
Ah. Por esto me tenía que escoltar. No por nada más.
Abro la puerta de mi camioneta remotamente con la llave y casi la arranco de la carrocería con la energía nerviosa que recorre mi cuerpo.
—¿Güerita?
—¿Qué? —Volteo sobre mi hombro.
—¿No se te olvida algo? —La sonrisa medio picarona en su cara me da pausa.
—¿Qué? —Frunzo el ceño.
Carter levanta una mano con mi iPad.
—Ah, verdad. —La puerta de mi carro se cierra justo a la vez que me intento alejar del carro.
Un rasguido terrible hace eco en la tranquilidad de la mañana.
Me paralizo como estatua.
Los ojos de Carter se abren de par en par. Y bajan lentamente.
«Por favor no», rezo para mi interior.
Tomo una bocanada de aire y... por supuesto. No podía romperse solo la pajúa cinta de la blusa.
No, tenía que rasgarse toda la blusa hasta abajo. Y ni siquiera de forma sutil. El jalón me sacó la blusa de la falda y como es sedosa, se ha abierto de par en par. Menos mal que mi madre me compra ropa interior bonita, aunque no tenía nada de intención de que nadie, mucho menos mi jefe, me viera este sostén de encaje medio transparentón. Vaya usted a saber si Carter distingue la mercancía por completo.
¿A quién engaño? Él pudo ser piloto si le daba la gana. Tiene mejor visión que un beisbolista.
Mis manos tiemblan al agarrar las mitades de la blusa y traerlas al frente. Sin hacer contacto visual con Carter, estiro la mano.
—iPad.
—Aquí tienes. —Un segundo después, el peso del dispositivo se deposita sobre mi mano. No dice nada más, pero esas dos palabras sonaron lo suficientemente ahogadas como para indicar que no tuve suerte. Carter vio demasiado.
—Hoy voy a trabajar desde mi casa —anuncio todavía mirando el asfalto.
—Okay.
—Si alguien pregunta algo, diles que tuve un pequeño accidente esta mañana y nada más.
—Ujum.
—Mañana vuelvo a la oficina y vas a actuar como que no ha pasado nada. ¿Estamos claros?
—Hmm...
—¿Estamos claros? —repito con más agudeza.
—Valentina. —Su voz es gruesa y baja. Me pone la piel de gallina—. Sería un insulto decir que puedo olvidar esto fácilmente.
Cometo el error de levantar la mirada.
Mi corazón se tropieza en su afán por acelerar. Los ojos de Carter están un poco entrecerrados. Se ven más oscuros y profundos de lo normal. Sus labios se arquean hacia un lado con algo de diversión y una pizca de otra cosa. De exactamente lo mismo que sentí mientras me lo buceaba en el gimnasio.
Atracción. Deseo. Como lo queramos llamar. Cosas que Carter y yo no podemos sentir el uno por la otra o la otra por el uno.
—Pues pretende. —Me doy la vuelta y con dificultad, abro la puerta de mi camioneta sin que se caiga ni el iPad ni los retazos de mi ropa.
No sé cómo carajo logro manejar después de eso, pero cuando llego a casa termino dándome otra ducha fría para ver si eso borra la sensación que produjo la mirada de Carter sobre mi piel.
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