Capítulo 10
PRESENTE 10
En las películas de guerra siempre hay al menos una escena donde lanzan una granada o una bomba, y aturdidos, lo único que los personajes pueden comprender es el chillido de sus tímpanos dañados. Algo así me siento en el instante en que me doy cuenta de lo que acaba de ocurrir.
Respingo para poner distancia y me golpeo la cabeza contra el kayak.
—Valentina, ¿estás bien?
—No —gimo con sinceridad—. Me estoy muriendo del dolor y la vergüenza.
—Pero si fue un accidente. —Carter suelta una exhalación fuerte por la nariz.
—Sí, casi me parto un diente besando a mi jefe por accidente. ¡Que me parta un rayo, por favor! —Inhalo de golpe y me incorporo para mirar alrededor—. Mierda, si Amy o algún chismoso vio eso me van a botar de la compañía y necesito mi trabajo para...
De pronto sus manos calientes se cierran alrededor de mis muñecas. Paro de mirar a todos lados como un ventilador y lo consigo arrodillado delante de mí. La expresión en la cara de Carter es la unión entre ladilla y ganas de reírse.
—Primero que todo, eso no fue un beso. Un beso conmigo no duele ni da miedo. Da otras cosas que sí que nos podrían meter en problemas si alguien las oye. —Como quedo petrificada después de eso, lentamente remueve sus manos y dirige la mirada hacia abajo—. Segundo, estás sangrando.
—¿Que qué? —Toco mi boca. El golpe fue duro y aún siento sensibilidad en los dientes, pero mis dedos salen libres de sangre.
—Ahí no. —Carter señala más abajo—. Allí.
El dolor solo se activa al ver las piedrillas clavadas en mis rodillas. Un chorrito de sangre se desliza por mi pierna, haciendo mucho más escándalo de lo que esto requiere.
—Perfecto. Justo lo que me faltaba.
—No te muevas. —Carter arruga su nariz ante mi reflejo de hacer exactamente lo contrario. Pero agarra mi pantorrilla con mano firme y con la otra agarra las piedritas con delicadeza y las remueve de mi herida. El mínimo roce al sacarlas hace que me retuerza de dolor, y su mano aprieta mi pierna con más fuerza.
—Como paramédico te morirías de hambre —mascullo con dientes apretados.
—Pero si estoy haciendo un trabajo maravilloso con una paciente que no quiere cooperar. Además —agrega mientras cambia su atención a mi otra pierna—, me podrían hacer casting en cualquier programa de televisión.
—La verdad es que la modestia se te da peor que los primeros auxilios.
Todavía con la cabeza gacha, me echa una mirada rápida de esas que derretirían a una más débil que yo.Lo cierto es que he desarrollado inmunidad después de cinco años.
Menos mal, porque sino me metería en problemas con R.R.H.H. en este instante.
—Debieras ser más amable con tu rescatista.
—Ni que me hubiera estado ahogando.
—Hmm. Me pregunto qué hubiera pasado si no te hubiera ayudado a salirte del kayak.
—Capaz que no me hubiera caído.
—O te hubieras quedado a vivir en el kayak. —Carter sonríe al sacar la última piedra de mi rodilla. Su mano inconscientemente da una apretadita más a mi pierna antes de dejarla ir.
—¿Y si las sirenas en realidad no eran mitad mujer y mitad pez, sino mitad sirena y mitad kayak? —Levanto mi mentón en forma desafiante.
Él suelta una risa de esas que le salen del alma, de las que hacen que medio mundo lo mire. En reflejo, barro una mirada alrededor pero seguimos solos.
Hago un intento de levantarme pero la flexión de mis rodillas hace que salga más sangre, y eso le corta la diversión en seco.
—Creo que Davina tenía razón —refunfuño—, los eventos de la compañía no son lo mío.
—Toma mi mano otra vez y te ayudo.
—No, estoy bien...
—Mis polainas. No estás bien. Que tomes mi mano.
—De verdad no me hace... ¡Ouch! —Al intentar apoyarme de la tierra para levantarme, lo que hago es encajarme más piedras en las palmas de las manos.
De pronto, siento las manos de Carter deslizarse entre mis brazos y el chaleco salvavidas. Antes de que pueda siquiera reaccionar, me levanta como si fuera una muñeca de trapos hasta que mis pies tocan tierra firme. Levanta una ceja también desafiante.
—¿Me vas a dejar ayudarte, o no?
—Bueno, ya que insistes. —Sueno como niñita regañada.
Él asiente, al fin feliz de que le he hecho caso. Le hago un gesto de que me puede soltar y cuando lo hace, nos disponemos a quitarnos los salvavidas.
—Voy al hotel a ver si tienen kit de primeros auxilios. —Intento caminar e inhalo por los dientes ante el ardor de las heridas. Carter toma mi brazo y me detiene.
—Pero si te duele caminar, mejor voy yo.
—No te preocupes, este no es el peor dolor que he sentido en mi vida. —Después de todo, hay una razón por la que no uso bikinis en la playa.
—Mejor te montas en mi espalda.
Me congelo. Aparentemente no es una broma. Aún así me río.
—¿Estás loco? Ni que me hubiera fracturado una pierna.
—¿No dijiste que te duele caminar? —Carter frunce el ceño.
—Sí, pero...
Error. No debí decir que sí porque eso le iba a hacer ignorar el «pero».
Con fuerza de crossfitero, hala mis brazos sobre sus hombros y se levanta. Un instante antes de que me deslice por su espalda, cierra sus manos alrededor de mis muslos y los envuelve en su cadera.
—¡Carter! —Arranca su nombre de mi pecho con un chillido que dejaría sordo a un murciélago.
—Quieta, dije. —Con un brinquito, me acomoda mejor y empieza a caminar.
En el horizonte atisbo una manada de kayaks que se acercan. No distingo caras, pero tampoco puedo confiarme de que por eso no puedan identificarnos a Carter y a mí.
—Corre —susurro en su oído con urgencia—, que ya viene todo el mundo.
Al menos esta vez no rechista. Con piernas de acero que él pone a sufrir mucho más en el gimnasio, atraviesa el terreno en pos de la casa. Ahora sí nos topamos con el chamo de los kayaks que viene de regreso, pero Carter le pasa corriendo al lado sin detenerse.
Llegamos al lobby y no me da chance de admirarlo porque Carter nos lleva directo a la recepción, donde una empleada lo mira como si estuviera a solo un segundo de babearse por el cavernícola este.
—Hola, ¿tienes kit de primeros auxilios? —Su voz es estable y profunda como siempre. Así como si correr alrededor del resort con un rinoceronte guindado de su espalda no le hiciera ni cosquillas.
Aquí es cuando me doy cuenta de algo particular. Ya lo sabía pero creo que no lo entendía con solo verlo. Y es que Carter está hecho de piedra. Sino fuera por múltiples pruebas de que es capaz de moverse, parecería como si me hubiera trepado en los hombros del David de Miguel Ángel.
—Ehh... —La muchacha tiene que sacudir su cabeza para centrarse en la realidad—. Sí, claro.
—Por favor préstamelo, mi amiga se ha lesionado.
—¿Amiga? —pregunto con una risita cuando la chama nos ha dejado en espera.
—Pues sí, en este momento estoy preocupado por mi amiga Valentina, no por mi empleada que me dice qué tengo que hacer y qué no.
Nos camina hacia una especie de alcoba en el lobby con un montón de sofás y poltronas que parecen de hace cien años, pero se ven nuevas de paquete de cerca. Sus caderas flexionan contra mis muslos a medida de que Carter nos sienta en un sofá. Antes de que esto se vuelva aún más incómodo, él se desliza hasta ponerse de pie.
—Ya vuelvo —comunica sin mirar atrás y tomando rumbo hacia la recepción de nuevo.
Menos mal, porque mi corazón late a todo dar.
No me preocupa. Sé que él sabe que mi pánico ante ser vistos en una posición rara es lo que me ha disparado el pulso al techo. Pero puedo admitir en la privacidad de mi mente que hay un componente más, ese que es primitivo y que a una mujer le atrae un hombre fuerte que la pueda cargar en sus brazos. Preferiblemente a una cama.
Sacudo la cabeza con violencia como hizo la de recepción. Tal como seguro le pasó a ella, mi mente de pronto se perdió en una fantasía que no tiene nada de cabida en la realidad.
Siempre he sabido que me jefe está como pa' chuparse los dedos. Es algo totalmente objetivo. Hasta ahí ha quedado siempre. Hasta ahí tiene que seguir.
Carter dobla la esquina y regresa con la cabeza inclinada mientras observa el kit que trae en la mano. Su chemise azul de la compañía tiene manchas de humedad por el agua del mar, y las mangas luchan por mantenerse íntegras ante el volumen de los músculos de sus brazos. La tela también está un poco apretada alrededor de sus hombros y pecho, pero holgada en su cintura descomunalmente pequeña. Los jeans le quedan demasiado justos para ser decentes y levanto la mirada enseguida.
Justo en ese instante él hace lo mismo, pero su atención se clava en mis rodillas.
—Híjole. —Aprieta los dientes—. Sigues sangrando, Valentina. ¿No te duele?
No. Ahora lo que me duele es mi cabeza. Mil pensamientos indebidos le han dado vuelta en el transcurso de los últimos cinco segundos, amenazando con acabar conmigo. Mejor me enfoco en la pajúa lesión esta. Me inclino hacia adelante y...
—Ay caramba. —Sendos ríos de sangre han llegado a mis tobillos y hasta me están ensuciando los zapatos—. De verdad esto se ve mucho peor de lo que se siente.
—Me voy a quejar con el hotel. No puede ser que unas simples piedritas hagan esto. ¿No habrán sido pedazos de vidrio?
—La verdad no me fijé. ¿Qué haces? —Aunque susurro, espero que note lo escandalizada que estoy ante el hecho de que se arrodille de nuevo frente a mí.
—Pon tu pie aquí —dice y sin pedir permiso, lo pone sobre su muslo. Con esa mano retiene mi pierna de nuevo y con la otra abre el kit—. ¿Estás vacunada contra el tétanos?
—Este... sí. El año pasado me corté la mano con un cuchillo de sushi.
—Es cierto. —Encoge los hombros como si le doliera a él—. Fuiste a la oficina con vendaje casi un mes.
—Dame acá, que esto lo puedo hacer yo. —Estiro mi mano para tomar el kit, y él me da un manotazo suave pero seguro. Su cara de molesto me frena.
—Valentina, ¿cuándo diantres vas a dejar que alguien te ayude?
Abro y cierro la boca.
—Pero si ya me has ayudado suficiente. Es más, ¡demasiado!
—No, no es demasiado. —Vuelve su mirada intensa a la tarea de extraer toallitas desinfectantes del kit—. No quiero que nadie salga lesionado en el trabajo nunca, y mucho menos tú.
—¿Cómo que mucho menos yo?
—Otra vez —le pone extra énfasis a las dos palabras.
Ambos sabemos que la única vez en que Carter, el rey de los viva la pepa, ha estado genuinamente fúrico conmigo, fue hace dos años cuando me dio un patatús por trabajar tanto. Estuvo como dos semanas completas sin dirigirme palabra. Solo me miraba con rayos láser en los ojos y me mandaba mensajes sobre las cosas del trabajo. Si yo le preguntaba algo en vivo y directo, lo que él hacía era apretar la quijada tanto que le saltaban los músculos de la cara.
Y a la vez, me traía comida y bebidas todos los días y varias veces al día, y desde ahí siempre se asegura de que tenga alimento y me hidrate. No sabía que con todo y eso, él seguía sintiendo algo de culpa.
Suspiro.
—Bueno, gracias. —Solo gruñe en fastidio, así que intento cambiarle el cassette con una broma—. O sea que si hubiera sido Lauren la que estuviera sangrando, ¿también le estarías limpiando las heridas?
—No —contesta por lo bajito—, a ella la dejaría desangrarse.
Eso me arranca una carcajada y al siguiente instante, Carter también se muere de la risa otra vez.
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