12. Recuerdo.
Y quedarán esos recuerdos felices, pero también los amargos; de la partida.
Pero siempre vale la pena rememorar aquellos de risa, de locuras y ocurrencias. No los tristes, él era tan alegre y pacífico; y lo sigue siendo dónde quiera que esté, qué jamás hubiera querido que lo recordaran con tristeza.
Y por eso, lo recuerdo, como la persona que extrañaré, yo y todos los que lo amaban, por el resto de mi vida. Porque nadie tan bueno como él merecía la muerte.
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