El Montón de Ropa.

EL MONTÓN DE ROPA.

Las cerdas del cepillo rasqueteaban los restos de chocolate sobre los dientes del pequeño. El aroma a fresa se impregno en la boca de Bautista. Eran las diez de la noche, el niño se había pasado de su horario para dormir por quedarse jugando con sus coches nuevos y el cansancio inundaba su cuerpecito.

La madre recostó a su hijo en su pequeña cama mullida. Cantó una nana melodiosa haciendo que Bautista bostezara somnoliento. Un beso en la frente, fue lo que le dejó su madre antes de salir por la puerta de la habitación. La oscuridad latente se quedó sucumbida ante una pequeña lámpara nocturna con luz celeste que dejaba dibujos de estrellas sobre las paredes. Bautista entró en un sueño profundo sin perturbaciones, rodeado de tranquilidad.

Afuera la brisa corría lenta, pero se podía percibir el frío del invierno. Los arboles dejaban mecer sus copas dejando escuchar un silbido leve por el viento atravesando sus hojas. La madre de Bautista no había cerrado del todo la ventana y una corriente logró abrirla sin demasiada dificultad. El gélido aliento que entraba desde la ventana estremeció al pequeño que dormía, su piel se tensó un momento y en un movimiento inconsciente se tapó hasta las orejas.

Una pelota de goma se calló del estante lleno de libros de cuentos infantiles. La pelota reboto generando un ruido estrepitoso que despertó al pequeño. Bautista frotó sus ojos con la palma de una mano, se enderezó buscando el origen del ruido, al no encontrarlo volvió a tumbarse sobre su espalda contemplando el techo y las estrellas de luces azules que había en él.

La pelota volvió a picar contra el suelo, el pequeño quedo extrañado, sin embargo, estaba demasiado cansado como para inspeccionar su cuarto o llamar a sus padres. Él se acurrucó contra el colchón cerrando los ojos. La pelota volvió a picar contra el piso. Bautista abrazó su cuerpo largando un suspiro de sus labios. El piqueteo se escuchaba reiteradamente acompañado de una breve pausa entre rebote y rebote, alterando la paciencia del niño.

El foco de la lámpara de noche se reventó, dejando un sendero diminuto de cristales sobre la mesa de luz y llenando de oscuridad la habitación. Bautista observó todo con algo de nerviosismo, su pulso se aceleró, pero igual quería dormir. La ventana se abrió de par en par, azotando su marco contra la pared, lo vidrios temblaron sin romperse, el viento ingresó a la habitación con violencia provocando un escalofrío en las extremidades del pequeño somnoliento.

Con la colcha tapándole hasta la altura de la nariz, Bautista cerraba y abría los ojos tratando de descifrar aquello que observaba. Su mirada estaba fija en un rincón del cuarto. ¿Qué era esa cosa? Piernas largas enfundadas de un negro macizo. El repiqueteo de su corazón aumentó. Brazos extensos, finos y con grandes manos decoradas con garras listas para destripar a un pequeño con sueño. Bautista tragó grueso y su cuerpo tembló. Cabello renegrido, más oscuro que la noche de la habitación, una sonrisa maliciosa decoraba el rostro de aquel sujeto, mostraba sus dientes puntiagudos y las comisuras de sus labios se alzaron al notar que el niño lo estaba observando muerto de miedo con la colcha dejando solo al descubierto sus grandes ojos marrones.

El cielo se prendió, la silla estaba llena de ropa limpia que había lavado la madre de Bautista. El cielo se apagó, el sujeto ocupaba la silla, se cruzaba de piernas y ensanchaba su sonrisa, un poco de sangre comenzó a chorrear por los corchetes de la boca del ser oscuro, había desgarrado su piel de tanto sonreír. El cielo volvió a encenderse, y el montón de ropa apareció, las camisetas amontonadas ocupaban el culo de la silla y el respaldar contenía puro pantalones mal doblados. El cielo se apagó nuevamente, el sujeto conectó los ojos con los del pequeño, seguía sonriendo, la sangre comenzó a gotear sobre la alfombra de pista de autitos. Seguro llovería pronto.

La pelota picó cambiando la vista de Bautista, unos pasos acelerados alertaron a sus latidos que amenazaban con salir de su boca. Los ojos se le llenaron de lágrimas al notar que la silla del rincón estaba vacía. El niño aferraba su cobija como si esta fuera una especie de escudo anti-monstruos, aunque era una defensa estúpida e infantil.

Un par de uñas rasgaron el suelo de madera, los vellos del niño se erizaron. La pelota se deslizó desde debajo del estante hasta meterse por debajo de la cama. Bautista observó todo con cierta cautela. Porque era curioso, él bajó un poco su cuerpo para mirar debajo de la cama. Aferrado a la madera de la cama contempló lo más horripilante que había visto en su vida. Los labios de aquella cosa rasgaron sus pómulos, la sustancia escarlata se deslizaba por la piel pálida del "monstruo" amontonando líneas dispersas por su cuello. Esa cosa tenía los dedos largos y las uñas negras, las cuales se dedicaban a hacer chirrear el piso. Bautista sintió un fuerte dolor en su pecho, incorporó su existencia sobre la cama tapándose completamente con la colcha. Hiperventilaba y sorbía frenético sus mocos. Aquello era mentira, pensaba, los monstruos No existen ¿verdad?

El pequeño gritó tratando de desgarrar sus cuerdas vocales, pero solo logró irritarlas por la desesperación latente. Los dedos largos se segregaron alrededor del tobillo del niño, clavando las garras en su piel dejando escapar unas gotas espesas. Bautista continúo gritando mientras movía con violencia su pie intentando liberarlo. Pataleo hasta sentir como él era arrastrado hasta debajo de la cama. La piel del pequeño estaba recubierta por una capa de transpiración helada, pero no era impedimento para que el agarre del sujeto disminuyera. El cuerpo de Bautista azotó el suelo, la cabeza le dolía por el impacto al igual que su espalda, además sentía como su piel era desgarrada y su sangre derrochada por la madera de roble. La sonrisa de aquella cosa bajo la cama lanzó un sonido estrepitoso que retumbo sobre las paredes y el techo. Un hilo de baba oscura se desliza por los labios desgarrados de la criatura y sus manos continuaban jalando del pie del niño pequeño.

La puerta se abrió de un chirrido, la luz se encendió, los repiqueteos de las pantuflas rosadas se acercaron a Bautista que chillaba en el suelo mientras pataleaba debajo de la cama. La madre del niño se acercó, estando en cuclillas tomo a su hijo entre sus brazos tratando de sosegarle los gritos de pánico que aun expresaba. Ella noto algo extraño, la pierna izquierda de su hijo estaba envuelta con gran parte de la ropa limpia que ella misma había dejado sobre la silla del rincón. 


Hola, mis pequeñas golondrinas amantes del suspenso. ¿Qué les pareció el capítulo de hoy? ¿Alguien más tubo un miedo similar de pequeño? Os leo en comentarios. 

Sigan creando hipótesis y recuerden; No Duerman.

No se olviden de votar, nos vemos el próximo sábado.


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