CAPÍTULO 4

Hacía medio año que estaba en León, tenía su casa y su trabajo, aunque esperaba cambiar éste por uno mejor cuando llegasen los turistas.

 En el hostal en el que estuvo dos semanas, hasta encontrar la casa, hizo muy buenas migas con la dueña, la cual le prometió un buen sueldo. Estaba segura que en dos o tres semanas la llamaría.

Como cada mañana se dirigió al trabajo, lo hacía en un coche de segunda mano que había tenido que comprar, había supuesto un gasto extra, pero ahora estaba muy contenta de haber tomado la decisión correcta, el pueblo estaba alejado de la capital. Con el coche se sentía segura, se desplazaba donde quería y cuando quería, no tenía que esperar los autobuses a media noche o depender de que algún cliente, de confianza, la acercase a casa. 

Su madre la había enseñado a conducir, recordaba con cariño esas clases, en las que los gritos y los frenazos se mezclaban con el cariño entre madre e hija, fue un momento muy especial. 

En Denia había ido  a una autoescuela y obtenido el carnet, aunque sinceramente allí no lo necesitaba. Todo estaba cerca de casa y un coche sería un gasto innecesario.

Pensaba de vez en cuando en su madre y en Lex, en cómo les iría.

Llegó a la cafetería a las ocho, era una basura de sitio, de esos baruchos de carretera en los que sólo paras una vez, porque debes de estar loco si vuelves. Grasa en las paredes, baños imposibles de limpiar, cucarachas en la cocina, pero tenía que trabajar¡¡¡. 

Esperaba largarse de allí muy pronto, había quedado con el dueño en que le pagaría por semanas, él no se opuso.

Sabía que esa niña tan guapa era todo un lujo para su negocio, ella brillaba allí como un diamante entre la basura. No conocía su historia y tampoco se la preguntaría, conocía por experiencia que las personas heridas huyen si se las presionan demasiado y ella estaba herida. Lo único que le importaba es que hacía bien su trabajo, limpiaba y ponía buena cara a los clientes. Incluso se había dado cuenta de que algún vecino del pueblo venía al bar para verla, era muy bonita.

Ella era puntual, a las ocho entraba por la puerta, daba los buenos días, se ponía el delantal y comenzaba a fregar los vasos, platos y demás cacharros de la barra. Su trabajo consistía en servir los desayunos hasta las once de la mañana. Luego dejaría la barra, para entrar en la cocina y preparar el menú del día, servir los menús, dejar todo recogido, a las seis o siete de la tarde terminaba su jornada. Depende de si había mas o menos clientela.

Clara llevaba el negocio perfectamente, no había mucho trabajo porque ¡a Dios gracias! no había muchos clientes, por eso no había mucho ajetreo. Sólo estaban el dueño y ella. Ese era todo el personal. El dueño era un poco alelado y había heredado el negocio de su madre, que hacía un par de años que había muerto.

Estaba sirviendo un café cuando entró un cliente nuevo. Por allí pasaba mucha gente de paso, se fijó en él, tendría unos treinta años, guapo, alto, moreno con el pelo un poco demasiado largo para su gusto, pero a él le sentaba estupendamente.

Se puso nerviosa, le hizo gracia, hacía años que no se ponía nerviosa por un hombre. Había algo en él que le atraía. Se acercó a su mesa para tomarle el pedido, él cogió el papel plastificado en el que se podían leer las diferentes combinaciones de desayunos que había. La variedad no era mucha: café con magdalenas, café con bizcocho casero, café con tostadas. Se decidió por un café solo y el bizcocho casero. Tenía una voz agradable, le sonreía. Después de desayunar, él se acercó a la barra para pagar y le preguntó si había hecho ella el bizcocho, un poco avergonzada asintió con la cabeza. Él la felicitó, ¡le había gustado su comida!

 ¿Cuándo fue la última vez que alguien se había mostrado amable con ella? ¿ le habían felicitado alguna vez en su anterior trabajo ? Siempre le había gustado cocinar, veía los programas de cocina y realizaba recetas elaboradas desde que era muy pequeña, su madre decía que tenía un don para la cocina...quizás si sus planes no se hubieran visto truncados habría ido a la escuela de hostelería y ahora sería una chef reconocida con su propio restaurante. Pero era mejor no vivir de sueños.

Al siguiente día el chico guapo volvió otra vez, se presentó, se llamaba Max, era el diminutivo de Maximiliano, pero odiaba su nombre y no le gustaba que lo llamasen por el. Sólo su madre lo hacía de vez en cuando para cabrearlo. 

Desayunó lo mismo que el día anterior. Y así toda la semana, poco a poco iban conociéndose un poco mejor, hasta que él le pidió una cita para cenar el viernes por la noche juntos. Clara estaba muy nerviosa, Max le gustaba mucho. Era educado, formal, se había enterado que trabajaba de comercial en León. 

                                                                                                MAX

¿POR FIN SERÁ FELIZ? QUE CREÉIS ...OPINAR PORFA..


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