Prólogo

-Eh, tú! ¡Muchacho! - le gritó una de las enfermeras que corría arrastrando el cuerpo inerte del niño. -el oxígeno, ¡rápido!

Una de las especialistas le tendió un pequeño galón de emergencia, casi del tamaño de un florero, iba conectado a una mascarilla de acrílico transparente. Antonio no lo pensó dos veces y echó a correr tras la caravana de médicos.

Un niño de piel pálida, casi azulada y fría yacía boca arriba, con el ceño fruncido y los ojos cerrados, luchaba por respirar y mantenerse consciente mientras, a su lado, una mujer le apretaba la mano con firmeza. La carrera se detuvo al llegar a una esquina en los pasillos, la zona de emergencias estaba repleta y les iba a tomar un momento ingresar al nuevo.

Dos enfermeras entraron a la sala, Antonio se quedó solo con la mujer que lloraba mientras daba los datos del chico de la camilla a la encargada. Lovino Vargas, quince años, fibrosis quística, el tercer ataque respiratorio dentro del mes.

Antonio le puso la mascarilla para abrir paso al oxígeno, el acrílico se empaño sobre los labios delgados del menor, quien luego de un par de golpes en el tórax comenzó a respirar.

Su pecho subió y por un momento sus ojos se abrieron. Canela, leche y café, miel... Nunca había visto unos ojos así. Solo por un momento, Lovino fijó la vista en el rostro del joven que lo miraba. A Antonio le hubiera gustado sonreírle o al menos saludarlo, pero se había quedado demasiado embobado como para pensar en cualquier cosa. Un débil suspiro se escapó de los labios del paciente antes de volver a cerrar los ojos y concentrarse en respirar.

Solo entonces Antonio supo que todo estaría bien...

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